La paradoja de Darwin era un reto. El padre del evolucionismo definió a los arrecifes coralinos como oasis en el desierto del océano, pero no explicó de qué manera prosperan viviendo en aguas claras, tan pobres en nutrientes. Marlin Atkinson, del Instituto de Biología Marítima de Hawai, y Cliff Hearn, de la Universidad de Nueva Gales del Sur, Australia, parecen haber encontrado la solución (NewScientist, 27 de septiembre).
En el miniocéano de Biosfera 2, un laboratorio ubicado en el desierto de Arizona, ellos monitorearon el efecto de las olas del mar sobre los arrecifes y concluyeron: la superficie extremadamente áspera de los corales los ayudaría a amplificar la turbulencia formada por el impacto de las olas, rompiendo la capa de agua estancada que se forma en torno a los cuerpos sumergidos. Libres de tal protección, lograrían devorar los nutrientes dispersos a su alrededor. Y la experiencia lo comprueba: cuanto mayor es la turbulencia, más rápido es el crecimiento de los corales.
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