En enero del año pasado, Alessandro Rapini, junto con su grupo de la Universidad Estadual de Feira de Santana (UEFS), Bahía, reencontró en la localidad de Santana do Riacho, en Serra do Cipó, Minas Gerais, algunos ejemplares de una hierba de 15 centímetros de altura con flores rosadas que crecía entre la maleza. Era la Hemipogon abietoides, que no era vista desde 1825, cuando los naturalistas de la expedición Langsdorff pasaron por una carretera hacia Diamantina actualmente cerrada para vehículos. En esa misma región, los botánicos vieron también una especie de arbusto de flores color crema, el Minaria hemipogonoides, considerado extinguido desde hacía algunos años. Las dos especies redescubiertas integran el más amplio estudio sobre plantas prácticamente desconocidas del país: el libro Plantas raras do Brasil (con edición a cargo de Conservación Internacional y la Universidad Estadual de Feira de Santana, 496 páginas.).
La obra congregó a 170 especialistas de 55 instituciones de investigación, nacionales y extranjeras, y presenta 2.291 especies confinadas en áreas de a lo sumo 10 mil kilómetros cuadrados (el equivalente a un cuadrado de 100 kilómetros de lado). Sin embargo, la mayoría se restringe a áreas aún menores y a algunas únicamente se las halla en un solo lugar: una hierba de la misma familia de los bambúes, de 30 centímetros de altura, la Melica riograndensis, crece solamente en el municipio sureño de Uruguaiana, mientras que la Cissus pinnatifolia, una enredadera de flores rojas de los bosques cercanos al mar, lo hace en Santo Amaro das Brotas, Sergipe. Muchas son muy peculiares, como un cactus con flor cuyo tallo es azul y tiene una flor que se asemeja a una mezcla de rosa con orquídea.
Debido a que reúnen condiciones específicas de clima y suelo, algunas regiones son ricas en especies raras. Tal es el caso de los alrededores del municipio de Datas, en la meseta de Diamantina, al norte de Belo Horizonte, con casi 90 especies, y de toda la zona de Serra do Cipó, también en Minas Gerais, con casi el doble. Minas Gerais es el estado que tiene mayor cantidad de especies de plantas raras: 550. Le siguen Bahía con 484, Río de Janeiro con 250, Goiás (incluyendo al Distrito Federal) con 202, Amazonas con 164, Espírito Santo con 135 y São Paulo con 123. Las plantas raras son más comunes en los sitios altos, como los campos rupestres –con vegetación abierta que crece sobre terrenos rocosos o pedregosos– de Cadeia do Espinhaço, en Minas Gerais y Bahía, y de Chapada dos Veadeiros, en Goiás. Están también en las selvas húmedas de la Amazonia Central y del Bosque Atlántico, del sur de Bahía hasta el Paraná, pasando por las sierras de Espírito Santo, Río de Janeiro y São Paulo.
Entre cañaverales
La abundancia de plantas raras en estas regiones tiene otra explicación. Además de contar con suelo y clima adecuados, estas áreas ha sido intensamente estudiadas por los botánicos, debido a que exhiben una riqueza natural notable o están cerca de ciudades. Los bosques de Serra de Petrópolis, por ejemplo, visitados por naturalistas desde los tiempos del emperador Pedro II, sirven de refugio al menos a 52 especies que probablemente viven únicamente allí. Algunas áreas constituyen refugios naturales para especies raras, tales como los campos de Altinópolis, rodeados de cañaverales e industrias de la región de Ribeirão Preto, en São Paulo. Allí aparece la Xyris longifolia, redescubierta al cabo de más de un siglo sin hallársela. Incluso en lugares accesibles, estas plantas pueden pasar desapercibidas. “Solamente los expertos las reconocen como raras, y no siempre es un reconocimiento rápido”, dice Rapini, uno de los editores del libro, coordinado por Ana Maria Giulietti, ex prorrectora de Investigación de la UEFS, y por José Maria Cardoso da Silva, vicepresidente de ciencia de Conservación Internacional de Brasil.
Como lo raro implica lo frágil, muchas especies listadas en el libro se encuentran bajo amenaza de extinción y algunas de éstas quizá ya hayan desaparecido. “¿Será que la Anathallis guarujaensis aún existe?”, se cuestiona Fábio de Barros, investigador del Instituto de Botánica de São Paulo. Esa especie –una orquídea de 3 centímetros de altura y flores de 6 milímetros– fue vista por última vez en 1938 en los montes actualmente urbanizados de la isla de Santo Amaro, en localidad de Guarujá, por Frederico Carlos Hoehne, fundador del Jardín Botánico de São Paulo.
Las orquídeas forman un grupo (o una familia) integrado por unas 2.600 especies brasileñas, de las cuales 1.800 son exclusivas de ambientes específicos, principalmente del Bosque Atlántico. Barros participó en el grupo de especialistas que identificó 72 especies de orquídeas raras en el país. La mayoría es pequeña, pero existen también algunas con buen cuerpo, como la Adamantinia miltonioides, con flores rosáceas, reconocida recién en 2004, a 1.300 metros de altitud, en la localidad bahiana de Mucugê. La Grobya cipoensis, una rareza de Sierra do Cipó de 20 centímetros de altura y flores amarillas de 5 centímetros, fue detectada hace cinco años viviendo sobre una enorme “canela-de-ema”: la Vellozia gigantea, en una región de Serra do Cipó. “Llegamos al siglo XXI describiendo nuevas especies”, dice Barros. “Es una señal de que todavía tenemos mucho por conocer sobre nuestra flora, incluso en lo que hace a grupos bastante estudiados, como el de las orquídeas.”
Linajes raros
Rapini empezó a creer que las plantas raras pueden estar genéticamente relacionadas entre sí luego de identificar grupos de especies raras, y no solamente de especies aisladas. “Son grupos que evolucionaron confinados en áreas relativamente reducidas, y al diversificarse generaron especies raras y con relación cercana entre sí”. De las alrededor de 20 especies de Minaria, un género de la familia de las Apocináceas, que están siendo estudiadas genéticamente por el equipo de la UEFS, más de la mitad aparecen en áreas aisladas de Cadeia do Espinhaço. En otra familia, la de las Melastomatáceas, la mayoría de las 35 especies del género Marcetia es exclusiva de Chapada Diamantina. No obstante, no siempre es posible establecer las afinidades evolutivas. En dos especies de Paepalanthus que viven tan sólo un año, las regiones del genoma (el material genético) comúnmente utilizadas en este tipo de estudio fueron insuficientes para definir relaciones de parentesco.
Los botánicos trabajan para saber exactamente por qué motivo regiones como los campos rupestres de Cadeia do Espinhaço concentran más especies raras que otras. En busca de explicaciones, Luciano Paganucci de Queiroz, docente de la UEFS y uno de los coordinadores del libro, e investigadores de otras tres universidades de Bahía, compararon genéticamente ocho grupos de plantas con diversas especies exclusivas de Cadeia do Espinhaço, incluyendo orquídeas, cactus y árboles. Los resultados preliminares indican que los linajes más antiguos empezaron a surgir hace 20 millones de años, y los linajes más recientes, hace 4,5 millones de años, cuando grupos especializados de gramíneas también empezaron a diversificarse en el Cerrado [la sabana brasileña]. Los botánicos arribaron a la conclusión de que la discontinuidad de las sierras y el mosaico de ambientes habrían promovido el aislamiento geográfico de poblaciones de plantas, favoreciendo así la diversificación de algunos grupos.
Por iniciativa de Cardoso, de Conservación Internacional de Brasil, que en 1998 publicó un estudio exploratorio sobre conservación de aves y plantas en el Cerrado, y con el liderazgo científico de Ana Maria Giulietti, los botánicos formaron una fuerza operativa y concentraron los esfuerzos para encontrar especies de distribución geográfica restringida, con base en estudios de campo ya realizados. Después que todas las especies fueron listadas, una parte del equipo aplicó las coordenadas geográficas en que cada especie había sido hallada sobre un mapa de microcuencas hidrográficas. Emergieron de allí 752 áreas claves para la biodiversidad, así llamadas por presentar al menos una planta rara. Sumadas, dichas extensiones cubren 140 millones de hectáreas (una hectárea corresponde a 10 mil metros cuadrados). La menor de las mismas ocupa 327 hectáreas en Ilha das Almas, municipio de Parati, Río de Janeiro, un refugio exclusivo de la Aureliana darcyi, un arbusto de hasta tres metros de altura que crece cerca del mar, y la más grande tiene 2,5 millones de hectáreas, en el río Iça, uno de los afluentes del Solimões, en el estado do Amazonas.
Cardoso cree que las 752 áreas deberían incluirse en los planos de conservación ambiental del gobierno nacional. Otras instancias y grupos también pueden actuar. “En muchos casos”, dice Cardoso, “los municipios deben tomar la iniciativa, porque muchas especies se restringen a los municipios”. El estudio y los mapas pueden servir de argumento para evitar la construcción de complejos habitacionales y otras formas de ocupación en las áreas con plantas raras. “La existencia de plantas raras es uno de los puntos que justifican la detención de un pedido de deforestación”, dice Barros.
“Logramos movilizar a la comunidad científica”, comenta Queiroz. El libro entero, con las descripciones resumidas de las plantas, agrupadas en 108 familias, y los mapas con las áreas claves para la conservación de la biodiversidad, se encuentra en la página <www.plantasraras.com.br>. Allí existe también un espacio para el envío de mensajes que han atraído a los interesados. “Han aparecido más botánicos que desean contribuir con información sobre otros grupos de plantas raras”, comenta Queiroz.
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