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Sociología

Allí donde habita el peligro

Estudios muestran de qué manera la violencia condiciona el cotidiano de los conventillos céntricos y de los barrios periféricos de São Paulo

Algunos teóricos sostienen que Brasil inventó una democracia de pies rajados: al mismo tiempo avanzada en los derechos políticos, con elecciones regulares y competencia entre los partidos, y castradora en lo que se refiere a derechos sociales y civiles, tal como lo indican los índices de desempleo y de trabajo informal, el espectro de la violencia y el déficit de viviendas. Con esta tesis en el horizonte, estudiantes de Ciencias Sociales de la Universidad de São Paulo salieron al campo para conocer y recabar testimonios de brasileños que viven por debajo de la línea de ciudadanía. Visitaron densificaciones urbanas en Jardim Ângela, la conflagrada frontera sur de la capital paulista. Y conversaron con los habitantes de conventillos y pensiones de la región central de São Paulo.

El estudio denominado Vivir en riesgo: vivienda, desocupación y violencia urbana en el Gran São Paulo, coordinado por Lúcio Kowarick, docente titular del Departamento de Ciencia Política de universidad antes mencionada, no solamente corroboró la idea inicial, sino que también planteó otras hipótesis. Por ejemplo, la de que la violencia se convirtió en una contingencia con una fuerza tal como para estructurar también la vida de los habitantes de las periferias.

El miedo de la violencia delimita el horario en que las personas salen a la calle e impone un código de comportamiento en el cual el silencio es una regla de supervivencia (mejor hacer de cuenta que no se ve nada). Y provoca incluso una interferencia en la lógica tradicional de los flujos migratorios dentro del espacio urbano. “Se puede plantear la idea de que antes las personas migraban en busca mejores condiciones de vida o de trabajo. Aunque ese proceso sigue siendo aún fundamental, comienza a haber una migración también para escapar de la violencia”, dice Kowarick, quien coordinó y dirigió a ocho estudiantes de grado y de posgrado, todos becarios de iniciación científica o de maestría.

Temores
Quizás la contribución más significativa de esta investigación sea el registro cristalino de las voces de la periferia, la revelación de los sueños y los temores de sus habitantes en medio a un ambiente precario y vulnerable. Surgen varios ejemplos, como el de la lavandera Marlí, de 42 años, una bahiana de la localidad de Itabuna, que vive en una casa inacabada en el loteo Três Marias, barrio Jardim Ângela, con sus tres hijas adolescentes y dos nietos pequeños. La casa tiene una escalera que va hacia un piso superior que nunca fue construido y que probablemente jamás lo será. A la obra la hizo poco a poco su marido, el albañil José, con su hijo Paulo. Ambos fueron asesinados a tiros el día 31 de diciembre de 1997, en una fiesta de Fin de Año en la casa de unos vecinos. Dos hombres entraron en la fiesta y empezaron a provocar.

Padre e hijo reaccionaron, y por eso los mataron. El desaliento y el miedo de la violencia llevaron a la familia, ya sin el anclaje masculino, a huir de allí. Se mudaron primero a una casa en el barrio contiguo de Capão Redondo, y luego probaron suerte en la ciudad de Formiga, estado de Minas Gerais. Pero en 2000 regresaron al suelo que les pertenecía. La familia vive de los 275 reales del sueldo de Marlí, puesto que sus hijas están desocupadas.

Marlí se levanta todos los días a las cuatro y media de la mañana, y a las cinco hace una caminata de veinte minutos, cuesta arriba, hasta la parada de ómnibus. Tarda dos horas en autobús para llegar a la empresa. Termina su labor a las 17 horas, y llega a casa recién a las ocho de la noche. “Lo a uno lo mata no es tanto el trabajo, sino el viaje”, dice Marlí. Su sueño es terminar la casa, pero cree nunca lo logrará. “Es un sueño, pues la realidad es otra”, dice. “El sueldo de José era mucho mayor que el mío, y él no necesitaba pagarle a nadie para construir. Lo hacía él mismo. Pero por lo menos logré vivir en una casa, y no es en la favela. Por la casa, valió la pena. Por el resto no”, sintetiza.

Pese al origen irregular, pues está ubicado en el área de protección de los manantiales de la represa Guarapiranga, el loteo Três Marias es actualmente abastecido con agua, iluminación y pavimentación, todo hecho colectivamente por sus habitantes. Con el advenimiento de la telefonía celular, dispone incluso de un articulado servicio de entregas a domicilio, que entrega desde pizza hasta feijoada, desde garrafas de gas hasta remedios. Los habitantes erigieron un muro alrededor de las viviendas, con la vana esperanza de contener la violencia. Aunque no se tienen noticias de asesinatos recientes, los robos son corrientes.

Se eligió ese lugar para hacer la investigación porque representa un tipo de periferia ya consolidado y ocupado por autoconstrucciones – el mecanismo responsable de la expansión de las fronteras de la metrópolis desde los años 1940, mediante el cual los habitantes compran un lote en cuotas y edifican ellos mismos su propia casa. Cerca de allí, Jardim Silvano, formado más recientemente, les mostró una realidad más cruda a los investigadores. La zona, igualmente tomada por casas recién construidas, recibía la protección de un traficante conocido como Boy, que vendía drogas en la puerta de su panadería.

Boy era una especie de héroe local, respetado por los habitantes porque ahuyentaba a otros bandidos, y supuestamente evitaba el reclutamiento de jóvenes de la región para actuar en el crimen organizado, aunque aceptase la adhesión de los insistentes. Una vez hizo hasta un discurso en la cancha de fútbol: “No voy a ejercer ninguna influencia sobre sus hijos. Si yo pudiera aconsejarles que no entren, se los diría. Ahora bien, quien quiere entra”. Boy terminó siendo expulsado del punto de venta de drogas por un traficante rival, un tal Bronx, del vecino barrio Jardim Nakamura. Una pandilla del propio barrio aprovechó el terreno liberado y empezó a usar las calles del lugar como desarmadero de automóviles a la intemperie. Al igual que en el loteo Três Marias, cerca de allí también se hace efectivo el “desove de cadáveres”.

Con ese telón de fondo, donde la policía solamente suele aparecer para recoger cadáveres, despuntan algunos de los más fuertes relatos etnográficos de esta investigación. Como el de Antônio, de 33 años, proveniente del estado de Paraíba, nordeste de Brasil, y dueño de un bar. Antônio decía confiar en todo el mundo, pero después de que su establecimiento fuera objeto de un asalto, sola,ente sale a la calle acompañado por un custodio. “Ahora soy desconfiado”, dice.

Antônio fue tomado por una paranoia común en la periferia – y tan macabra como la propia violencia. Desconfiado acerca de la autoría del delito, empezó a temer que los delincuentes vislumbrasen su desconfianza y regresasen para matarlo. El caso del portero Ronaldo, de 29 años, casado y padre de dos hijos, también es paradigmático. Ronaldo llegó al barrio huyendo de la violencia de la favela Pantanal, situada en la vecina ciudad de Diadema, donde perdió a su hermano, y hoy en día hace planes de mudarse al interior, ya que sus dos chicos no pueden salir a la calle de noche. “Hubo un tiroteo en la panadería de Boy y murió una nena que iba cumplir 10 años”, dice.

Gángsters
El miedo y la vulnerabilidad trasparecen en los relatos, y producen situaciones como la del electricista Zaqueu, de 40 años, que usó su propio teléfono para denunciar anónimamente a la pandilla que desarmaba autos adelante de su casa – pero se arrepintió de haber “transgredido” la ley del silencio, cuando descubrió que la policía registró el origen del telefonema. Aquí va su relato:

– Llamé a la policía y les dije: hay unos tipos que están desarmando un auto en la calle de mi establecimiento.

Me sentí orgulloso; un ciudadano denunciando. De pronto suena el teléfono; era el capitán: “Hola, ¿hablo con el señor Zaqueu? Ya mandé a mis policías y ellos no encontraron ningún auto”. Entonces pensé: ¿Cómo ellos descubrieron mi teléfono? ¿Y si el delincuente también grabó mi teléfono durante ese llamado? ¿Y si ese atorrante me vio asomado por la ventana? ¿Y si la policía está en ésa también? ¿Quiere decir que estoy perdido? Entonces pensé: bueno, de ahora en adelante yo no quiero más ese teléfono: vendí la línea. Y le dije a mi señora: cuando aparezca otra línea compramos otra, y nunca más hago una denuncia. Me voy a guardar, voy a hacer de cuenta que no estoy viendo nada.

Los investigadores recibieron instrucciones en el sentido de ser cautelosos en el trabajo de campo. Siempre andaban de a dos y a la luz del día, y solamente prendían el grabador luego haber captado la esencia de la percepción y de las vivencias de la violencia. “El resultado es un línea narrativa que muestra la perseverancia de aquéllos que, en una situación de vulnerabilidad, buscan en la dignidad su forma de existencia”, dice el profesor Lúcio Kowarick. “La expresión más evidente de la falencia de los derechos civiles está en el número de asesinatos perpetrados por la policía y por los delincuentes en todas las grandes aglomeraciones de Brasil. Y eso por no hablar de las humillaciones, extorsiones, golpizas y robos que no componen las estadísticas oficiales, pues las personas no brindan sus testimonios pues descreen de las instituciones, y por miedo de sufrir represalias.”

En el capítulo dedicado a los conventillos y pensiones la vulnerabilidad cobra otras facetas, como la promiscuidad y el hacinamiento, la vida en ambientes claustrofóbicos y degradados y la falta de seguridad. Pero tiene una ventaja, según destacan sus habitantes: la de estar en el centro, cerca de las posibilidades de trabajo y de las opciones de recreación. “En el centro todo es más fácil: el cine, el transporte, y para trabajar es mejor. Por supuesto que cuesta más caro, pero si uno vive lejos debe gastar más en transporte y debe comer siempre en la calle”, dice Almi, de 36 años, que ha vivido en 13 domicilios diferentes en el centro paulistano, entre conventillos y minúsculos departamentos.

Hoy en día vive en un inmueble ubicado en la calle João Teodoro, barrio de Parí, en compañía de decenas de familias. Almi es negro. Los padres lo abandonaron cuando era pequeño, esto en el estado de Paraná, y por eso fue criado en un orfanato hasta los 16 años. Con 20 años se mudó a São Paulo para intentar hallar a sus padres. Trabajó en una tienda de departamentos, y también fue vendedor de libros. En 1993 abrió un almacén en la ciudad de Guarulhos. “Alquilé una casita y comencé allí el negocio, en el fondos. Tuve la desgracia de que entraron ladrones”. Para escapar de la violencia, optó por regresar al centro y ser “andariego en el trabajo e itinerante en el alquiler”, como se define en la investigación.

Desde el año 2000 vive en la Pensión de Dolores, en la calle João Teodoro. Paga 135 reales para ocupar un cubículo de 4,5 metros cuadrados, con un anexo usado como cocina, pero sin pileta. “Visité varios lugares y me pareció que éste era el mejor. Tapé las goteras y arreglé la instalación eléctrica”, dice. La baiana Denise, viuda desde hace seis años, vive con sus cuatro hijos y una sobrina en el mismo conventillo de la calle João Teodoro.

Está allí hace 12 años. Y enumera los pros y los contras. “Acá hay ratas; es por el sótano. Cuando llueve, salen muchas. Y cuando llueve también se tapan los desagües”, dice. También se queja de los asaltos e invasiones. “Desde hace unos dos años está un despelote. Creo que salen de la comisaría, o de la cárcel, de la Febem [presidio de menores]. Antes nadie entraba acá”. En compensación, en el centro hay escuelas, los conventillos no exigen garantía y el trabajo de sus hijas queda cerca. “Si el trabajo es acá, mejor es vivir acá.”

La investigación retoma varios hilos de una madeja que tejió la carrera y la producción académica del profesor Lúcio Kowarick. Em 1975 publicó Capitalismo e marginalidade na América Latina, su tesis doctoral, y cinco años después, el libro A espoliação urbana [La expoliación urbana], que establecía relaciones entre la explotación laboral y los niveles de exclusión en la metrópolis.

Anteriormente, en 1976, coordinó junto con Vinícius Caldeira Brant el libro São Paulo, crescimento e pobreza, una producción colectiva de investigadores del Centro Brasileño de Análisis y Planeamiento (Cebrap), hecha a pedido de la Arquidiócesis de São Paulo. La tesis central de este libro, según la cual el crecimiento económico no era incompatible con el incremento de las desigualdades sociales, más bien era capaz de amplificarlas, convirtió a esta obra en un clásico de los años 1970 y generó problemas políticos – la sede del Cebrap sufrió un atentado atribuido a grupos paramilitares. Kowarick había visitado la historia de los conventillos en “Cien años de promiscuidad: el conventillo en la ciudad de São Paulo”, en sociedad con Clara Ant. Su tesis de libre docencia, convertida en el libro Trabajo y vagancia, aborda la formación del mercado de trabajo de São Paulo entre 1880 y 1920.

Las entrevistas llevadas a cabo en el marco de la investigaciónVivir en riesgo sirvieron de apoyo para la realización del documental Três Marias, de Tomás Resende. Este trabajo incorpora nuevos elementos a este calidoscopio al sugerir que no solamente la calidad de vida, sino también la propia vida en las periferias sigue siendo sumamente comprometida debido a la pobreza y a la expoliación urbana, aunque el problema ya no radica tanto en la falta de agua, de luz, de pavimento o de recolección de residuos. Las carencias residen en la distancia que debe recorrerse hasta el lugar de trabajo, la falta de seguridad y una urbanización signada por la precariedad, el desempleo o el trabajo inestable. “El símbolo de la destitución de los derechos civiles y sociales es la violencia, que pone en jaque permanentemente la integridad física y mental de miles de brasileños”, advierte el investigador.

El Proyecto
Vivir en riesgo: vivienda, desocupación y violencia urbana en el Gran São Paulo (nº 00/14519-8); Modalidad Línea Regular de Auxilio a la Investigación; Coordinador Lúcio Kowarick – Facultad de Filosofía, Letras y Ciencias Humanas de la USP; Inversión R$ 28.285,12 (FAPESP)

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