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Angelo Machado

Angelo Machado: Entre libros y libélulas

El investigador Angelo Machado tiene el hábito de dar grandes saltos de tiempo en tiempo. Luego de recibirse de médico, se especializó en neuroanatomía. Una vez jubilado, realizó un curso en zoología y devino en un renombrado entomólogo. A los 50 años comenzó a escribir libros para niños y hoy es un autor consagrado. Simultáneamente a esas actividades, trabaja como ambientalista con énfasis en la preservación de las especies amenazadas de extinción. A los 72 años, sobrevuela estos asuntos con la levedad de un insecto. Para ser más preciso, cual si fuese una libélula, insecto por el que alimenta una fiel pasión desde los 15 años de edad.

Nacido en Belo Horizonte, Angelo Machado pasó toda su vida de investigador en la Universidad Federal de Minas Gerais (UFMG) – con excepción de dos años y medio vividos en Chicago, Estados Unidos, en la Universidad de Northwestern, donde realizó un posdoctorado. Escribió más de cien artículos científicos sobre neurobiología y entomología y describió 48 nuevas especies y cuatro géneros de libélulas. Al mismo tiempo, su nombre fue incorporado a 27 seres vivos, entre libélulas, mariposas, escarabajos, arañas y hasta un hongo, como homenaje de otros investigadores por su trabajo.

Hoy día, la producción científica exuberante parece interesarlo menos que su hobby actual, escribir para los niños. Mientras que desarrollaba actividades como investigador y profesor emérito de la UFMG, Machado descubrió el universo fantástico de la literatura infantil hace 20 años. Al mismo tiempo que cuenta historias, enseña algo de biología en sus libros, lo que en un principio le significó diversas críticas de los que no consideraban posible conciliar la literatura con la ciencia.

Padre de cuatro hijos – Lúcia, Flávia, Paulo Augusto y Eduardo – y abuelo de seis nietos, Machado está casado con Conceição, investigadora en biología celular. Al comienzo de su carrera ella realizó y publicó trabajos con su marido y ambos crearon el Laboratorio de Neurobiología de la UFMG. Hace alrededor de 25 años Machado se integró al Departamento de Zoología y Conceição siguió en la misma línea de investigación donde se halla hasta ahora. Juntos, ellos conforman el único matrimonio de la Academia Brasileña de Ciencias.

De neurobiólogo, usted devino entomólogo. Pero dice que su pasión siempre fue el estudio de los insectos. ¿Por qué no se dedicó directamente a la entomología en lugar de estudiar medicina?
En aquella época, en 1953, la carrera de historia natural se hallaba en sus comienzos y sólo contaba con un buen profesor e investigador del área que no me atraía. Pensé en hacer agronomía para poder estudiar entomología pero miré el programa y noté que contenía un montón de cosas que no me interesaban. Entonces acabé en medicina ya que la carrera básica era muy completa tanto en teoría como en prácticas. Si tuviera que decidirlo ahora, yo estudiaría ciencias biológicas y doctorado en entomología.

¿Usted llegó a ejercer como médico?
Luego de graduado, no. Pero en el sexto año, cuando era residente en la Maternidad Odete Valadares, en Belo Horizonte, atendí muchos partos. Pero gracias a Dios no se me ocurrió seguir con la obstetricia que es la cosa más aburrida del mundo.

¿Y el interés pos los insectos?
Mi gusto por las ciencias naturales fue alimentado por el profesor Henrique Marques Lisboa. Él era catedrático de la Facultad de Medicina y gustaba de impartir clases prácticas en nuestra escuela primaria. Nos llevaba a ver las cosas del monte y mostraba cómo capturar y criar coleópteros y larvas de insectos acuáticos. Comencé a coleccionar insectos que capturaba en el campo. En aquella época yo era sacristán y un día me hablaron sobre un cura que entendía todo sobre insectos. Llevé unos cascarudos dentro de una cajita para que él los identificase. El padre miró y dijo: “a éste, éste y éste yo les doy el nombre de mañana. Los otros no sé”. Pensé: “¡Qué padre ignorante!” después me enteré que él era el mayor especialista del mundo en una familia de cascarudos que contaba con 20 mil especies. Me hice amigo del padre Francisco Pereira y aprendí entomología con él. Juntos, hicimos ocho expediciones a la Amazonia y conocimos varias tribus indígenas que son expertos recolectores de insectos. Esa experiencia fue muy importante cuando me transformé en escritor. Los indios son citados en cinco de mis libros.

Entre todos los insectos, usted se siente fascinado por las libélulas ¿Por qué?
Tengo una tía, Lúcia Machado de Almeida, que fue escritora de literatura infantil. En dos de sus libros los insectos son protagonistas: “El escarabajo del diablo” y “El caso de la mariposa Atíria”. Un día ella me dijo: “Tengo un profesor llamado Newton Dias dos Santos que se encuentra dictando un curso en el Instituto de Educación y entiende mucho acerca de las libélulas. Lleva tus libélulas allí que él puede darte sus nombres científicos”. Yo contaba con 16 años, fui a verlo llevando una cajita con cinco libélulas y le dije: “Profesor, mi tía Lúcia me comentó que usted podría darme el nombre de estas libélulas”. Él me miró y dijo así: “No voy a darle el nombre de ninguna libélula”. Yo me asusté. Pero él continuó: “Usted mismo va a encontrar los nombres”. Y me entregó un manuscrito de su tesis acerca de las libélulas de Lagoa Santa con la recomendación de volver a casa, estudiar y descubrirlo solo. Hice eso. Al día siguiente volví allá, acerté algunos nombres, erré otros y él me mostró porqué me había confundido. Aquello fue decisivo. En lugar de simplemente darme la solución, me mostró el camino. Aquellas libélulas eran vulgares. Si él me hubiese dado lo que le pedía yo tendría solo cinco nombres. Como no me los dio, estudio las libélulas hasta el día de hoy. Pasé las vacaciones en Río en la casa de mi tío, el escritor Aníbal Machado, e iba diariamente al laboratorio de Newton dos Santos en el Museo Nacional para estudiar libélulas. Volví al año siguiente. De esta manera, me convertí en un especialista en libélulas.

¿Cuántos escritores había en la familia?
Además de tía Lúcia, estaba mi prima Maria Clara Machado y mi tío Aníbal Machado, quién era un nombre importante de la literatura brasileña. Mi padre, Paulo Machado, también escribió un libro que fue premiado. Lo que no se explica es como apareció un científico en una familia como esa…

Déjeme formular una pregunta inevitable: ¿cuál es el sentido de estudiar libélulas?
Los motivos básicos son dos. El primero es estético. La libélula es el animal más bonito del mundo. Las alas transparentes, los ojos grandes, su levedad, rapidez de vuelo, ellas son lindas. El otro motivo es biológico, porque ellas pasan parte de su vida dentro del agua donde depositan sus huevos. Para estudios taxonómicos, que es lo que yo hago ahora, el grupo de las libélulas (odonatos) es muy conveniente. Está razonablemente reconocido, pero aún se siguen encontrando nuevas especies. Eso es mucho más difícil, por ejemplo, en el caso de aves o mariposas, ya muy estudiadas. Pero no resulta como en el caso de ciertas familias de escarabajos, que cuentan con tantas especies nuevas que hasta se pierde la gracia de describirlas.

¿Usted publicó siendo aún muy joven su primer trabajo sobre la libélula, no es así?
Fue en 1953. Yo cursaba el primer año de la Facultad de Medicina. Newton me orientó y publiqué la descripción de una hembra desconocida de libélula. Tenía 18 años. Un año después descubrí la primera especie nueva. Hoy en día cuento con cien trabajos científicos publicados, y de éstos, 60 tratan acerca de las libélulas.

Pero los otros 40 artículos tratan sobre neurobiología. ¿Porqué usted escogió tal área?
Un día, el profesor Liberato João Afonso DiDio, catedrático de anatomía, me invitó para ser becario y después su asistente. A mí me gustaba disecar, pero no veía mucho futuro en aquello porque yo era más del área microscópica. Entonces comencé a estudiar y dar exámenes de neuroanatomía porque me conducía directamente a la histología, a la célula, que era lo que me gustaba. Estudié y publiqué un libro que hasta hoy se usa, “Neuroanatomía funcional”

Usted también trabajó en Estados Unidos con la microscopía electrónica. ¿Cómo resultó ese período?
Estuvimos allá durante dos años y medio con Conceição, mi mujer. Pero antes déjeme contar una historia. Cuando ya era profesor vino una alumna a trabajar conmigo. En esa época yo estudiaba una glándula del cerebro, la pineal, y ella comenzó a hacer lo mismo. Luego de algún tiempo notamos que estábamos más interesados uno en el otro que en la glándula pineal. Hicimos un trabajo de enamoramiento, un trabajo de noviazgo y trabajos de casamiento, que resultaron en los cuatro hijos. Cuando alguien me pregunta: “¿qué es lo más importante que usted descubrió en la ciencia?” digo siempre: “Fue a Conceição”

¿Y cómo surgió el interés por la glándula pineal?
El profesor DiDio tenía que escoger un tema de investigación para mí y dijo: “A este alumno le gustan las cosas extrañas entonces vamos a proporcionarle algo muy extraño para que él estudie. Usted va a estudiar…la pineal” Estuve de acuerdo. Ahí él imaginó un bicho muy raro y dijo: “Va a estudiar la pineal del armadillo”. Realicé esa investigación y pronto descubrí que el armadillo no tiene pineal. Ese suceso sirvió, por lo menos, para despertar mi interés por la glándula. En esa época, Conceição ya trabajaba conmigo y la Fundación Rockefeller me otorgó una beca de posdoctorado en la Universidad de Northwestern, en Chicago. Nos casamos y fuimos para allá, en 1965. Conceição también acordó para trabajar con un profesor que estudiaba la pineal. Yo hacía microscopía electrónica y ella técnicas avanzadas de histoquímica. Realizamos algunos trabajos conjuntos y publicamos bastante en aquella época, incluso en la revista Science. Entonces fue el momento del dilema que se le presenta a todo el mundo cuando está fuera: ¿nos quedamos o volvemos a Brasil? A pesar de contar con invitación para quedarnos, decidimos retornar.

¿Los hijos nacieron después?
Llevamos a Lúcia de aquí y Flávia nació allá. Al regreso nacieron Paulo Augusto y Eduardo. Como nunca perdí el vínculo con la UFMG, juntamente con Conceição creamos el Laboratorio de Neurobiología. Ella se volvió profesora de histología y seguimos trabajando juntos. En Chicago, ella aprendió nuevas técnicas de histoquímica por fluorescencia, para detectar catecolaminas [neurotransmisores]. Era algo muy avanzado para la época. Uniendo la histoquímica con la microscopía electrónica fue posible el descubrimiento de cosas muy interesantes.

 ¿En esa época su interés estaba dirigido hacia la microscopía electrónica?
Sí. Yo fui a Chicago a aprender microscopía electrónica para utilizarla en mis investigaciones. Cuando arribé allá ya tenía un programa, el cual era el estudio de la glándula pineal y su intervención simpática durante el desarrollo. Descubrí una función nueva para el retículo endoplasmático liso. En aquella época se creía que las vesículas sinápticas de noradrenalina eran producidas solamente en el Complejo de Golgi, en el cuerpo de las neuronas, y de ahí migraban hacia la periferia. Yo conseguí demostrar que ellas pueden producirse también en los terminales simpáticos por medio del retículo endoplasmático liso. Presenté ese trabajo en un simposio en Finlandia y fue muy bien recibido y comentado. Luego, ya en la UFMG, iniciamos una nueva línea de investigaciones acerca de las lesiones del sistema nervioso autónomo en la enfermedad de Chagas e hicimos algunos descubrimientos interesantes. En ese momento yo me jubilé y me dediqué a la zoología. Conceição continuó activamente en esa misma línea de investigación donde continúa hasta hoy.

¿Usted también montó el laboratorio de microscopía electrónica, es cierto?
Coordiné un proyecto para montar el Centro de Microscopía Electrónica del Departamento de Morfología del ICB. Pero eso fue una excepción. Yo siempre utilicé todo mi prestigio en la universidad para no ser nada.

¿Cómo es eso?
Yo nunca quise concursar para jefe de departamento, rector, director, ni nada, por miedo de ganar. Nunca quise cargos burocráticos. Pero acepté el desafío de montar el Centro de Microscopía Electrónica porque contaba con un buen currículo y era el más calificado para eso.

¿Por qué decidió, después de jubilarse realizar una nueva carrera?
Yo era neurobiólogo y tenía un hobby, que era estudiar libélulas. Cuando me retiré decidí hacer un nuevo curso en zoología. De esta manera, lo que era hobby devino en profesión. Como un hombre no debe vivir sin un hobby, comencé asimismo uno nuevo, que fue escribir libros infantiles y piezas de teatro.

¿Cuándo escribió usted el primero?
Fue hace veinte años. “El niño y el río”. Fui de vacaciones a la playa, comencé a escribir y me salió una porquería. Sin querer, yo utilizaba lenguaje científico. Resolví entonces contar la historia para un niño imaginario en un grabador, y el texto mejoró mucho. Hoy ya no preciso más del grabador. Ahora voy a hacerle una pregunta: ¿usted cree que el hecho de ser científico me ayudó o me limitó?

Yo creo que una cosa no tiene que ver con la otra.
Estoy de acuerdo, pero muchas personas consideran que sí tiene. Existe el prejuicio de que un científico no sabe escribir un libro para niños. Envié “El niño y el río” a Editora Ática. Luego de un año me lo devolvieron, dijeron que como literatura no servía porque enseñaba cosas y como ecología tampoco, porque había animales que hablaban, algo que no existe. Quedé muy apesadumbrado y desanimado y percibí que el escritor principiante, principalmente si fuera científico, no tendría suceso. En esa época, quien leyó “El niño y el río”, le gustó y me animó mucho fue mi gran amigo Oswaldo Frota-Pessoa. Así fue que André Carvalho, de la Editora Lê, supo del libro y me pidió los originales. Fue publicado, va por la 25ª edición y aún es uno de los libros infantiles de mayor suceso de Editora Lê.

¿Es el que más vende?
Hoy en día ya no, pero mantiene un buen volumen de ventas. El año pasado, la Secretaría de Educación de Belo Horizonte compró 10 mil ejemplares para distribuir en las escuelas. Hubo otras dificultades. Una crítica de literatura infantil escribió que aquello no era literatura, porque enseñaba ciencia y la mezcla no era acertada.

¿Esa discusión fue superada?
No. Aún hoy existe la postura de que el científico no sabe escribir literatura. Guimarães Rosa y Pedro Nava, quienes eran médicos, sabían. Pero el científico no. Más aún, hay una corriente en la literatura infantil para la cual ella debe ser sólo ficción. Una vez tuve una discusión cordial acerca de eso con la profesora y crítica de literatura Marisa Lajolo. En la ocasión, le dije: “Vea si es verdad o ficción: ¿qué piensa usted de una abeja que intenta copular con una flor?” Ella bromeó, “Va a nacer una ‘florbeja'” Yo insistí, “¿Eso es verdad?” Preguntó. Le expliqué que si, que es verdad. La flor libera una sustancia que atrae a la abeja para la cópula y que al intentar hacerlo ella se embadurna de polen y luego poliniza otra flor. Para conseguir reproducirse, la flor engaña a la abeja que quiere copular con ella. ¿Eso no puede ser utilizado en un libro? Y de serlo, ¿no es literatura? Ahora, la realidad, a veces, es más fantástica que cualquier ficción. Bueno, hoy mis libros son aceptados por la crítica, por los colegas y principalmente por los niños.

En realidad, usted dispone de una ventaja sobre los otros escritores porque conoce asuntos ignorados por ellos.
La desventaja inicialmente apuntada por los críticos se convirtió en ventaja. Ciertamente, utilizo en mis historias, hechos que un escritor común desconoce.

Dé un ejemplo de ello.
Vea el libro “Caperucita Roja y el lobo aguará-guazú”. Los zoólogos descubrieron que este animal se alimenta mayormente de fruta antes que de carne. Entonces ideé una nueva versión para la historia de Caperucita Roja. El aguará guazú entra en la casa de la abuelita y va a devorar a Caperucita, cuando ve una sandía en la frutera y pregunta, “Caperucita Roja, ¿para qué es esa sandía tan grande?”. Ella responde, “Es para que vos la comas”. Ahí, en lugar de comer a la niña, él come la sandía y otras frutas, y el lobo que era terrible, acaba desmoralizado. El descubrimiento de los zoólogos fue la base del libro, que ganó el Premio Adolfo Aisen de Literatura Infantil, de la Unión Brasileña de Escritores, en 1995.

¿Cuántos libros escribió usted?
Treinta y cinco libros para niños y adolescentes, incluyendo entre ellos tres textos para teatro, un libro de sketchs de teatro humorístico, un libro de humor para adultos y siete libros científicos. Entre los de ciencia se encuentran aquellos en los que participé como uno de los editores o autores, como el Libro rojo de las especies amenazadas de extinción en Minas Gerais, La lista roja de la fauna brasileña amenazada de extinción y Áreas prioritarias para la preservación en Minas. Todos ponen énfasis en las especies amenazadas de extinción.

¿Cuál es el libro que ganó el premio Jabuti?
“El viejo de la montaña, una aventura amazónica”, de Editora Melhoramentos. Fue una de las mayores emociones de mi vida. Era mi tercer libro y recibir ese premio me hizo considerar que realmente yo era un escritor. La narración se desarrolla en la tribu Tirió, en Pará, donde estuve un mes recolectando insectos. Los héroes son los niños indígenas que andaban por la selva conmigo y yo les dedico el libro a ellos. La parte antropológica es correcta. Al final del libro hay una nota explicativa acerca de que es verdad y qué ficción. Otro libro destacado fue “El tesoro del quilombo [asentamientos donde se ocultaban los esclavos fugitivos]”, que recibió el sello de altamente Recomendable de la Fundación nacional del libro infantil y juvenil. Él es el segundo de una línea de libros con base histórica que yo inicié.

¿Cuál fue el primero?
Fue “Los fugitivos de la escuadra de Cabral”. Editorial Nova Fronteira me había encargado un libro en el escenario del descubrimiento para adolescentes. Yo no sabía qué escribir, hasta que un día, leyendo la Carta de Pero Vaz de Caminha, me llamó la atención una frase. ¿Conoce aquella antigua historia tantas veces repetida acerca de que Cabral dejó dos deportados aquí? En la Carta hay una frase así: “…quedaron también dos grumetes que huyeron del navío esta noche”. Los grumetes son adolescentes y yo descubrí mi historia. Por qué huyeron, qué sucedió con ellos, cómo vivieron entre los indios, todo eso se encuentra en “Los fugitivos…” Fue un éxito y lo considero mi libro mejor elaborado.

¿Usted podría vivir sólo de la literatura hoy?
No. Pero los derechos autorales de los libros ayudan bastante. El problema es que el mercado oscila mucho. Por ejemplo, hace dos años todos compraban libros: el gobierno federal, las municipalidades de São Paulo y de Belo Horizonte y la gobernación de Minas Gerais. Hasta el gobierno de México compró. Ya durante el año pasado las ventas cayeron mucho.

¿Usted arribó a alguna conclusión sobre como la literatura infantil debe ser realizada?
Yo creo que tiene que contener historias. Usted puede comenzar con poesía, onomatopeya, metáfora, el lenguaje que quiera. A los niños, especialmente los que cuentan con alrededor de 10 años, sólo les va a gustar si tuviera aventuras. Otro componente importante del que los niños gustan es del humor. Yo suelo decir que el escritor de literatura infantil es más importante que el de literatura para adultos. Si los nenes no aprenden a gustar de leer libros infantiles, nunca leerán los libros de literatura para adultos. Si un adulto lee un libro y no le gusta, lo deja de lado y busca otro. El niño cierra el libro y no lee nunca más.

¿Todos sus libros infantiles tienen una base científica?
No.

Entonces usted no escribe sólo para hacer divulgación científica.
Cuando escribo literatura infantil mi principal objetivo es desarrollar en el niño el hábito y el gusto por la lectura. Ése es mi compromiso. Si, además de eso, ellos aprenden algo de ciencia, tanto mejor.

¿Qué libro infantil no tiene nada de ciencia?
Uno de ellos es “El rey calvo”. En él acepté el desafío de hacer un libro imitando los cuentos clásicos de Perrault y de los hermanos Grimm. Pero lo más importante que hice en mi vida fue la colección “¿Qué animal será?”

¿Por qué?
Porque miles de niños ya se divirtieron con las historias. La colección cuenta con cinco libros, y apareció hace diez años y ¡hasta hoy vende mucho! Ella tiene el objetivo de promover en el niño la curiosidad, que considero la principal motivación de la investigación científica. En la colección, los animales son detectives. Aparece un misterio. Un huevo, por ejemplo. La libélula encuentra el huevo, llama a los otros animales y surge la pregunta: “¿Qué animal será el que abandonó el huevo?”, “¿Qué animal habrá comido la víbora?”, etc. Luego de esa serie, Editora Nova Fronteira me pidió que hiciese otra colección y yo escribí libros con el objetivo explícito de enseñar. Surgió la serie de cinco libros de la colección “Las personas tienen, Los animales también”, que hablan de la nariz, garganta, ojos, lengua y dientes. La colección fue exitosa.

Sus libros acaban siendo 2 en 1, literatura con ciencia.
En su mayoría sí. El texto del libro es una mezcla de ciencia y ficción. En el final cuenta siempre con un anexo en el cual el lector descubre lo que es real de la historia. Por eso, considero que mi obra literaria es también de divulgación científica.

Usted escribió un libro humorístico. ¿Cómo es eso?
Hice el “Manual de supervivencia en recepciones y cócteles con escasa comida”, de Editora Lê, basado en el manual de supervivencia en la selva, de las Fuerzas Armadas. ¿Cuál es el principal problema para la supervivencia en la selva? Conseguir comida y bebida. En una fiesta con buffet escaso el problema es el mismo. Imagine la situación: usted va a un casamiento y no cena porque va a haber un cóctel. Llega allá y se encuentra una muchedumbre de gente y usted, muerto de hambre, sale en persecución de los mozos para conseguir un una empanada o cualquier cosa. ¿Qué hacer? Explico eso en el Manual, con rigor científico. Ese libro surgió como una broma: una maniobra de doble pinza. Imagine que está esperando una empanada hace media hora y un mozo se para con una bandeja frente a usted. El decoro dice que usted sólo puede tomar una. Es el momento de utilizar la técnica de la doble pinza. Con el dedo índice y el pulgar usted forma la pinza nº 1, que usa para asir la primera empanada. Con el dedo meñique y la parte interna de la mano usted forma la pinza nº 2, que utiliza para tomar la segunda empanada. Así, consigue atrapar dos de una vez como si estuviese tomando sólo una, porque la segunda queda escondida. No es magia, ¡es tecnología!

¿Usted mismo adaptó ese libro para el teatro?
Sí. A pedido del humorista Carlos Nunes hice una adaptación con el nombre “Como sobrevivir en recepciones y cócteles con buffet escaso”. Ya adapté cinco libros infantiles, todos con puesta en escena, tres de los cuales fueron publicados también como obras de teatro. La comedia sobre el buffet escaso estuvo tres años entrando y saliendo de cartelera en Belo Horizonte y ya se presentó también en Río. Alrededor de 200 mil personas asistieron a las funciones, y es considerada uno de los mayores éxitos de la historia del teatro en Minas Gerais.

En mayo se hará además la presentación de un libro científico del cual usted participa. ¿De qué se trata?
Será presentado por la Fundación Biodiversitas y soy uno de los cuatro editores. Es el libro rojo de las especies amenazadas de extinción de la fauna brasileña. Son 627 especies amenazadas y cada una contará con un capítulo. Serán dos volúmenes con alrededor de 800 páginas cada uno y 282 autores.

¿Ese es parte de su trabajo como ambientalista?
Lo es. Ingresé en el movimiento ambientalista por puro egoísmo. Iba a la finca de mi padre, en Vale do Rio Doce, y gustaba de coleccionar insectos, andar en el bosque y oír el canto del macuco (ave gallinácea) o del jaó (ave zancuda). Cada año había menos selva y menos animales. Como me gustaba aquello me afilié al Centro para la Conservación de la Naturaleza en Minas Gerais. Luego de unos 15 años percibimos que la lucha ambientalista debía ser más científica, Entonces el Centro creó la Fundación Biodiversitas (Biodiversidad), que es una ONG técnica, de la cual yo fui fundador y presidente durante varios años.

Usted también es el presidente de Conservación Internacional – Brasil.
Sí. La CI-Brasil es una ONG muy grande. Tenemos un cuerpo de 50 técnicos con nivel superior, cinco oficinas con actividades en todo Brasil, principalmente en el área de conservación de ecosistemas y creación de corredores ecológicos. El equipo técnico es muy bueno, de modo que mi trabajo es mayormente de representación. En Biodiversitas yo soy el presidente del Consejo Curador, pero trabajo también como técnico voluntario en proyectos sobre especies amenazadas de extinción. Estoy en el movimiento ambientalista desde hace 30 años. Durante ese período la situación ambiental en Brasil cambió mucho. El mayor avance fue la institucionalización de las variables ambientales en los organismos del gobierno y de las grandes empresas. Nuestra legislación es muy buena y hubo un gran aumento en la concientización de las personas acerca del medio ambiente. Pero aún estamos lejos de alcanzar una situación ideal.

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