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entrevista

Antoinette Winkler Prins: De la Amazonia al fomento de la investigación científica

La directora adjunta de la National Science Foundation estuvo en São Paulo para discutir posibles colaboraciones con científicos brasileños

La geógrafa estadounidense concedió esta entrevista en la sede de la FAPESP, en São Paulo

Léo Ramos Chaves / Revista Pesquisa FAPESP

Docente del programa de Ciencias y Políticas Ambientales de la Universidad Johns Hopkins y directora adjunta de la División de Ciencias Cognitivas y del Comportamiento de la National Science Foundation (NSF), de Estados Unidos, la geógrafa estadounidense Antoinette WinklerPrins pasó el mes de agosto en São Paulo evaluando nuevas oportunidades de colaboración entre la FAPESP y la agencia estadounidense. Temas tales como las ciencias cognitivas y la Amazonia estuvieron en el tapete durante las conversaciones.

Su interés por Brasil no es nuevo. Con su padre diplomático, entre 1970 y 1975 vivió en Río de Janeiro, desde los 8 hasta casi los 13 años. Fue en aquella época que empezó a prestarle atención a la Amazonia, cuando veía en los kioscos de diarios las portadas de la revista Manchete sobre las exploraciones en la región. Recién en la década de 1990 conoció Santarém, en el estado de Pará, como parte de su doctorado en la Universidad de Wisconsin-Madison, cuando recorrió la zona rural de ese municipio buscando muestras de sus suelos de la y entrevistando a los moradores del área ribereña en el marco de sus estudios sobre el uso de la tierra y la importancia de los conocimientos tradicionales de los suelos.

Aun cuando está dedicada a su trabajo administrativo en la NSF, sigue participando en publicaciones científicas. La más reciente aborda la transformación del paisaje en la Amazonia preeuropea, en colaboración con la bióloga brasileña Carolina Levis, quien realiza una pasantía posdoctoral en la Universidad Federal de Santa Catarina (UFSC), y salió publicada en el número de enero de 2021 de la revista Annals of the American Association of Geographers.

Al inicio de la entrevista con Pesquisa FAPESP, WinklerPrins subrayó que estaba compartiendo su opinión personal y que no hablaba en nombre de la NSF. La geógrafa vino a Brasil en el marco del Embassy Science Fellowship Program, gestionado por la Embajada y los Consulados de Estados Unidos en Brasil, en colaboración con la fundación paulista.

¿Cuál fue su principal tema de debate aquí en Brasil?
Hemos discutido las posibilidades de colaboración en ciencia del aprendizaje y neurociencia cognitiva, mi principal foco de atención desde que formo parte de la NSF. Empezamos a hablar sobre esto en 2022 y ahora hemos reanudado las conversaciones. En este momento hay mucho interés en la ciencia del aprendizaje, en el desarrollo cognitivo y en la ampliación de las poblaciones de muestra para estas ciencias.

¿La región amazónica estuvo en la agenda de estas conversaciones?
Sí. La NSF y la FAPESP mantienen una importante colaboración. En marzo de 2023 se firmó un nuevo memorándum de entendimiento entre ambas instituciones. Tenemos muchas iniciativas para el envío de investigadores a la Amazonia, pero hay espacio para ampliarlas. El Amazonia+10, por ejemplo, es un programa especial y transversal. Ahí hay potencial, pero quizá avancen más rápido otras iniciativas en las que ya se ha logrado un alineamiento entre los programas de ambas agencias.

Hay que reflexionar sobre el conocimiento coproducido. Las preguntas deben proceder, principalmente, de la población que vive allí

Desde su perspectiva, ¿cuál es el propósito del Amazonia+10?
Es movilizar y mejorar los recursos e instituciones en la Amazonia y desarrollar la capacidad humana para que los investigadores puedan llevar a cabo estudios en su propia región, porque también está el aspecto colonial. Hace 30 años, eran pocos los amazónicos que trabajaban en la Amazonia. Todos venían de afuera a estudiar y decirles lo que tenían que hacer. Ha habido cambios, pero aún queda mucho trabajo por delante. Es necesario reflexionar sobre el conocimiento producido en forma conjunta, sobre las preguntas que hay que hacerse. Los planteos deben surgir, principalmente, de la población que vive allí. Hay tanto por descubrir sobre la biota amazónica, la fauna y la flora, que no es posible que un grupo de investigadores o un país hagan todo por sí solos. Así que hallar la forma de cooperar es estupendo, pero de un modo distinto al de hace 30 o 40 años.

¿También van a ocuparse de la bioeconomía en la Amazonia?
Así es. He sugerido realizar talleres sobre bioeconomía que, en gran medida, es lo que se propone hacer el programa Amazonia+10. Existen distintas definiciones de bioeconomía, a menudo relacionadas con la biotecnología. La bioeconomía en la Amazonia tiene mucho que ver con trabajar con la selva en pie y en el desarrollo de comunidades utilizando los recursos que son fruto de esta política. Sería maravilloso poder brindar más apoyo a las investigaciones básicas sobre la bioeconomía en la forma que promueve el Amazonia+10.

¿Cuál es su visión al respecto del dilema entre la conservación y el desarrollo socioeconómico?
La tensión entre estos dos polos perdura. En el mundo occidental, la historia de la conservación se ha basado en la idea de que la única forma de preservar el medio ambiente es expulsando a la gente de allí. Esto se basa en ciertas ideologías que mantienen nociones románticas de una naturaleza virgen. La Amazonia es la postal de este tipo de pensamiento, una visión de una naturaleza intacta. Esa gente no se da cuenta de que el aspecto que presenta la selva, en parte se debe al uso que han hecho de ella las personas. Esta concepción entra en el camino de un sentido de conservación diferente, que va más allá del modelo de parque nacional.

¿Cómo puede integrarse a las comunidades locales en este proceso?
Brasil se adelantó a su tiempo con las reservas extractivas. Un caso exitoso es el de Mamirauá [Instituto Mamirauá de Desarrollo Sostenible, en el estado de Amazonas]. Tiene que haber más, porque sabemos que la mejor forma de proteger la selva en pie es utilizándola. Los territorios indígenas también constituyen una enorme protección contra la devastación. Por supuesto que para conservar la selva en el caso de la explotación ganadera y del cultivo de soja son necesarias acciones diferentes. Hay que cambiar las cadenas de valor para detener el desmonte. La idea básica de las Reservas de Desarrollo Sostenible es utilizar la bioeconomía para extraer productos de la selva y agregarles valor, de modo que la gente pueda tener una seguridad económica viviendo en el ambiente de la selva.

¿Cómo fue su trabajo en la Amazonia?
Fui a Santarém en la década 1990 para estudiar el uso del suelo y los conocimientos tradicionales amazónicos en la región de vega para mi tesis doctoral en la Universidad de Wisconsin-Madison, con una beca de la NSF. Realicé entrevistas, recogí muestras del suelo y trabajé en el Proyecto Vega, que fue el punto de partida del Ipam [Instituto de Investigaciones Ambientales de la Amazonia]. Décadas atrás, se cultivaba mucho yute en aquella zona ribereña de la Amazonia para fabricar las bolsas que se utilizaban en la industria del café en São Paulo. Pero los subsidios para su producción se cancelaron y el mercado en la región colapsó. Muchas de esas familias de pequeños productores estaban tratando de descubrir algún modo de subsistencia. Procuraban incrementar su agricultura, algo difícil cuando solo es posible cultivar durante la mitad del año. Todos cultivaban lo mismo: sandía, mandioca, varios tipos de calabazas. Transportaban la fruta en canoas, no había refrigeradores. Era muy difícil.

¿Qué alternativas consideraban los habitantes de la ribera?
Había grandes posibilidades de aumentar e intensificar la pesca, un hábito común de los lugareños. Pero se conocía muy poco sobre las especies y cómo estas se reproducían. El Proyecto Vega trabajaba mucho con la asociación de los pescadores, que trataban de unirse para alcanzar acuerdos locales. Personas foráneas llegaban a los lagos de las vegas, las llanuras aluviales, con grandes barcos llenos de hielo, recogían todos los peces y se iban. Y el hielo era una novedad allí. Los pescadores locales estaban perdidos. Mi tesis se titulaba “Entre las crecidas”, porque después del yute, no sabíamos lo que sobrevendría en cuanto al sustento de la gente. Entonces vino la urbanización, y gran parte de la vega se convirtió en criadero de ganado.

¿Y qué descubrió?
Descubrí que había un importante conocimiento tradicional de los suelos, y que la forma en que allí se practicaba la agricultura partía de una comprensión muy profunda del paisaje, de dónde estaba la humedad, porque las estaciones secas son muy secas. Algunos cultivos podían plantarse a ciertas altitudes. Había una necesidad desesperada de refrigeración e información de mercado, así como ayuda para el desarrollo y la intensificación de la agricultura, quizá con cultivos diferentes. Fue el principio de lo que llamábamos investigación comprometida, a la que ahora denominamos investigación coproducida, reconociendo que los pobladores locales tienen conocimientos. No se puede llegar e imponerles proyectos de desarrollo verticales. No es posible tener éxito sin intercambios.

Archivo PersonalWinklerPrins en 1996, durante su trabajo de campo en Santarém, con su hijo Lukas, que por entonces tenía dos añosArchivo Personal

¿Hoy en día es diferente?
En el relato, sí. En la práctica, quizá no tanto, pero en 30 años se ha avanzado mucho. Es sumamente difícil hacer investigación colaborativa y pensar en acciones de desarrollo respetando a las comunidades locales, de modo tal que éstas obtengan el beneficio que desean.

¿Cómo fue su trabajo con las huertas hogareñas en Santarém?
Durante mi doctorado, me di cuenta de la ligazón con Santarém y el área urbana. La gente tenía una casa en la isla, en la vega, pero también una en la ciudad, a veces para que los niños pudieran asistir a la escuela. En la ciudad, realicé un seguimiento de las mismas personas cuyas prácticas agrícolas y sistema tradicional de conocimiento había estudiado y, durante un año, nos dedicamos a observar 25 hogares para entender la circulación de plantas y productos: trabajé con una asistente de campo ribereña que era de la vega. En el área urbana, esta gente necesitaba dinero para comprar, en esta circulación de productos que tenía lugar en la ciudad, pero también en las zonas rurales, en una economía muy informal. En un libro publicado en 2006 sobre la globalización y las nuevas geografías de la conservación, escribí un capítulo sobre las huertas hogareñas. También edité un libro sobre agricultura urbana mundial, publicado en 2017.

¿Cuáles fueron los retos que tuvo que afrontar en su investigación?
El primero fue realizar el trabajo de campo. En la vega, a la hora del almuerzo, mi asistente de campo y yo ‒que éramos las dos mujeres a bordo‒ teníamos que ir a la popa del barco para cocinar. Había ese machismo. Me acompañaban mi hijo Lukas, de 2 años, y mi marido. Vivíamos en una casita que habíamos alquilado en Santarém. Mi marido es médico y trabajó como voluntario en la fundación Esperanza, una ONG de allí. Dejaba al pequeño Lukas en la guardería mientras investigaba. Cuando mi esposo regresó a su consultorio en Estados Unidos, Lukas se quedó conmigo. Yo me dedicaba a investigar el suelo, andaba por ahí con una barrena [herramienta para perforar y extraer muestras de suelos], que no era un utensilio asociado a las mujeres. Pero cuando hacía las entrevistas llevaba a mi hijo, lo que me convertía en una madre, más afín al modelo de lo que significa ser mujer. Eso me abrió muchas puertas.

¿Y el segundo desafío?
Fue la tensión entre el desarrollo y la ciencia. Quería saber cómo utilizaban las personas el ambiente y la gente me preguntaba: “¿Dónde está el dinero para el nuevo pozo?”, “¿dónde está el dinero para tratar esta enfermedad de las bananas?”. Yo les formulaba preguntas teóricas y ellos querían respuestas prácticas. Es un recordatorio de que la gente tiene necesidades inmediatas, no le importa lo que vas a escribir en un artículo científico.

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