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Entrevista

Antonio Sérgio Petrilli: Un médico múltiple

El oncólogo pediátrico relata cómo construyó y dirige uno de los principales centros brasileños de investigación científica y tratamiento de niños y adolescentes con cáncer

Petrilli en la ludoteca del GRAACC

Léo Ramos Chaves

Desde 1978, cuando viajó a Nueva York para realizar una pasantía en el Memorial Sloan Kettering Cancer Center, el pediatra paulistano Antonio Sérgio Petrilli no ceja en su búsqueda de tratamientos innovadores y menos agresivos para el cáncer en niños y adolescentes. En Brasil había pocas opciones terapéuticas y, en algunos casos, eran bastante incapacitantes, como era el caso de las que se empleaban para combatir un tipo de cáncer óseo denominado osteosarcoma, que habitualmente requería la amputación de brazos y piernas. Al regresar a São Paulo, implementó o adaptó en el A.C.Camargo Cancer Center las técnicas de tratamiento que había aprendido en Estados Unidos, realizó la maestría y el doctorado en la Universidad Federal de São Paulo (Unifesp) e inmediatamente después se hizo cargo de la división de Oncología Pediátrica del Departamento de Pediatría de dicha universidad. En 1991, decidió dar un paso más allá de sus deberes clínicos y académicos: se asoció con el ingeniero civil Jacinto Guidolin y a la voluntaria Lea Della Casa Mingione y, en conjunto, crearon el Grupo de Ayuda al Adolescente y el Niño con Cáncer (GRAACC, por sus siglas en portugués), una organización no gubernamental (ONG) concebida con el propósito de ampliar la atención. Con un cuerpo creciente de voluntarios, profesionales del área de la salud y donantes individuales y mecenazgo empresarial, además del apoyo de la Unifesp, el GRAACC construyó un hospital en la ciudad de São Paulo, que también sirve para la capacitación de médicos de la universidad. En 2017 se atendieron en ese nosocomio 3.724 niños y adolescentes, de los cuales 406 eran casos nuevos, y se realizaron 35 mil consultas, 2 mil cirugías y 19 mil sesiones de quimioterapia.

El doctor Petrilli, graduado en 1970 en la Universidad de Campinas (Unicamp), profesor titular de oncología pediátrica en la Unifesp, autor y coautor de 132 artículos científicos, casado y padre de dos hijos, recibió al comienzo de agosto el Premio Octavio Frias de Oliveira, promovido por el Instituto del Cáncer del Estado de São Paulo (Icesp), en la categoría Personalidad Destacada en Oncología. “El reconocimiento de colegas, que son quienes eligen a los galardonados, es algo muy reconfortante”, celebró. A sus 71 años, Petrilli sigue de cerca los nuevos estudios en biología molecular que realiza el laboratorio capitaneado por la bióloga Sílvia Toledo, con base en un banco de muestras de tumores y tejidos, en busca de formas más eficaces para el tratamiento de los tipos de cáncer rebeldes a la quimioterapia y la radioterapia. Además de sus tareas como docente, supervisor médico y director técnico en la institución, participa en la captación de recursos –en promedio, 60 millones de reales por año– para el mantenimiento del hospital del GRAACC. Por ese motivo es que tuvo que apurarse a finalizar la entrevista que concediera el 16 de agosto, para presentarse en el Tribunal de Justicia del Estado de São Paulo donde recibió una donación de 712 mil reales. Ese dinero provenía del pago de deudas empresariales reasignado a instituciones filantrópicas.

Edad 71 años
Especialidad
Oncología pediátrica
Institución
Universidad Federal de São Paulo (Unifesp)
Estudios
Título de grado en medicina otorgado por la Universidad de Campinas (Unicamp, 1970), maestría (1987) y doctorado (1988) por la Unifesp
Producción científica
132 artículos científicos

¿En qué se diferencian el cáncer infantil y el del adulto?
Las diferencias son muchas. El cáncer infantil equivale al 3% de los casos de cáncer en adultos, que se manifiesta principalmente a partir de los 50 años. En los niños, la mayoría de los cánceres es producto es alteraciones de la división celular en tejidos inmaduros y no depende de factores ambientales. En los adultos, el tumor exfolia, sangra y presenta marcadores en sangre, lo que posibilita que se haga prevención y diagnóstico precoz. En los niños, la medida más eficaz consiste en realizar un diagnóstico precoz, a partir del examen clínico, que detecta, por ejemplo, dolor de cabeza, dolor en las piernas y manchas rosadas en el cuerpo.

¿El tratamiento también difiere?
En efecto. Se basa en una quimioterapia más intensa que la que se practica en adultos, puesto que en el niño, el tumor crece con mayor rapidez. En el adulto, las células se dividen en promedio cada 30 días, en tanto que, en los niños, en algunos casos, ese turn-over es de 48 horas. En los casos de leucemias, los niños reciben inicialmente quimioterapia entre una y tres veces por semana, durante un plazo de 30 a 40 días. Al igual que en los adultos, el efecto más marcado en los niños es un descenso de los glóbulos blancos. Este es un efecto incluso deseable de la quimioterapia. Si el nivel de los leucocitos no cae es porque la dosis quimioterapéutica es baja, lo que indica que el niño y el adolescente tienen mayor tolerancia al remedio. En esos casos, se necesita aumentar la dosis de la medicación. Los niños se recuperan de la quimioterapia con mayor rapidez que los adultos.

¿Cómo se lidia con los padres de los pacientes?
Antiguamente, lo más angustiante era lidiar con un padre o una madre sin contar con todos los recursos que necesitábamos para el tratamiento. Hoy en día, aquí en el GRAACC, sabemos que vamos a enfrentar a un enemigo con lo más moderno disponible en el mundo en términos de tratamiento. De cualquier manera siempre es algo difícil. A los niños se lo explicamos por medio de dibujos y mantenemos un diálogo permanente con los padres, informándoles acerca de la marcha del tratamiento. La relación con los adolescentes es especial. Ellos indagan y exigen una mayor habilidad en la comunicación. Tenemos que convencerlos y ganarnos su confianza. Aprendimos que no debemos mostrar pena por el enfermo sino respeto. Enfermeros clínicos, psicólogos, nutricionistas, docentes, médicos residentes y oncólogos, todos trabajan en conjunto para motivar al paciente a luchar por su vida e involucrarse con el tratamiento. Es importante que tanto los pacientes como sus familiares conozcan la enfermedad y sepan cómo se realiza el tratamiento. El paciente debe saber que el remedio, a veces, lo hace vomitar y que no logrará trabajar, estudiar o hacer lo que quiera de su vida en esa instancia. En la actualidad, los promedios de cura son altos, y llegan a un 70% cuando podemos disponer de todos los recursos para el tratamiento.

Trabajamos para estimular al paciente para que luche por su vida y se comprometa con el tratamiento

De todos modos, también hay un alto costo emocional para el médico, como el de ver morir a una criatura…
Es importante que pensemos al cáncer al margen de un concepto de terminalidad, pero también lo es concebir a la muerte como parte de la experiencia humana. En muchas ocasiones nuestros pacientes tienen un largo historial con la enfermedad y vamos preparándonos al ir sumando los remedios que no funcionaron. La relación entre el médico, el paciente y la familia se va construyendo como una película, no es instantánea como una fotografía. El paciente percibe lo que uno siente en su mirada, en la respiración.

¿Por qué se dedicó a esa especialidad?
Porque cuando hacía la residencia tuve la oportunidad de trabajar con un pediatra al que admiro: Alois Bianchi. Lo conocí en el Hospital del Servidor Público Estadual, adonde fui cuando me gradué y luego de haber prestado un año de servicio militar en la Aeronáutica. Aparte de ese hospital, Bianchi trabajaba en el A.C.Camargo. Trabajaba a media jornada en cada hospital. Nunca había pensado en trabajar con cáncer, pero en 1974 estuve con él en el A.C.Camargo y ahí fue que comencé mi formación en oncología pediátrica. En 1978 conocí a la pediatra Norma Wollner Steinberg, quien falleció en 2017. Ella aceptó que yo fuera a estudiar en el Memorial Sloan Kettering Cancer Center de Nueva York. En esa época, en Brasil contábamos con escasa información sobre el cáncer infantil y la mortalidad era alta. El A.C.Camargo tenía una gran enfermería, colmada de niños, y las madres no podían quedarse con ellos.

¿Cómo era el tratamiento?
Las primeras leucemias comenzaron a curarse con quimioterapia al comienzo de los años 1970. El tratamiento para los tumores sólidos consistía en practicar una cirugía. Para los linfomas intestinales, que responden bien a la quimioterapia, tal como comprobaría más adelante en Estados Unidos, el tratamiento aún era quirúrgico, con amplias resecciones del bucle intestinal. Los niños fallecían con mayor frecuencia a causa de infecciones, provocadas por la quimioterapia y las cirugías que por el cáncer en sí. La mortalidad era muy alta, del 85% al 90%. Con recursos propios y acompañado de mi esposa e hijos, decidí irme a ver cómo se hacía el tratamiento en Estados Unidos. Estuve un año en el Memorial y me enteré de las nuevas ideas incipientes en oncología pediátrica. Allá conocí al médico Gerald Rosen, especialista en tumores óseos, y comencé a interesarme por la carrera científica. Antes de regresar a Brasil fui al MD Anderson Cancer Center, en Houston, estado de Texas. Ahí aprendí la terapia intraarterial para el tratamiento del osteosarcoma con Norman Jaffe. Se estaban empezando a realizar cirugías para preservar las extremidades, con quimioterapia preoperatoria para reducir el tamaño del tumor, previo a la cirugía. Los médicos dejaban un catéter bien cerca del tumor e inyectaban la medicación, necrosando el tumor. Antes de esa técnica, se necesitaba extraer el hueso entero o bien, amputar la pierna, que era lo que se hacía en Brasil. En Estados Unidos, empleaban catéteres sofisticados y luego los desechaban, porque no podían reutilizarlos. Me hice amigo del médico radiólogo que practicaba el cateterismo y le pregunté: “¿Tienes algún problema en guardarme esos catéteres? Quiero empezar a hacer eso allá en Brasil”.

Léo Ramos Chaves Banco de muestras de tumores del GRAACC, que se utiliza para mejorar los tratamientos actualesLéo Ramos Chaves

¿Cómo fue el regreso a Brasil?
Comenzamos a hacer los protocolos de tratamiento de leucemias y linfomas que se hacían en Estados Unidos, a capacitar a los equipos y adaptar las técnicas. Al principio, para la terapia intraarterial para el osteosarcoma, lo hacíamos con los catéteres que nos enviaban desde Estados Unidos y reesterilizábamos. Usábamos cisplatino, una droga mucho más accesible; los medicamentos que usaban en Estados Unidos eran muy caros. Junto a los médicos Jacyr Quadros y Elvira Côrtes, usábamos una bomba de infusión para inyectar la medicación en la arteria, y el tumor se reducía. Como en esa época el A.C.Camargo no disponía de un ortopedista para realizar los procedimientos con los catéteres, nos pusimos de acuerdo con Helio Consentino, del Hospital Santa Casa de Misericordia de São Paulo, y con Valter Penna para iniciar la quimioterapia intraarterial para osteosarcomas. Esos fueron mis primeros casos de cáncer óseo. Luego arribaron los ortopedistas Reynaldo Gracia, de la Escuela Paulista de Medicina [la actual Unifesp], y Olavo Pires de Camargo, de la USP [Universidad de São Paulo] y conformamos el primer grupo brasileño de tratamiento para el osteosarcoma, con ortopedistas, patólogos, oncólogos y radiólogos. Ya no indicábamos la amputación para todos los casos; al menos un 60% de los pacientes conservaban la pierna. A partir de esos avances, los índices históricos de sobrevida pasaron de un 15 a 20% al 50%. Hoy en día, usamos metotrexato como fármaco y elevamos la sobrevida hasta un 65%. Con el desarrollo de la cirugía ortopédica oncológica, se pudieron utilizar soluciones biológicas, empleando el propio hueso sano del paciente, que se pone en el lugar del hueso extirpado.

¿Hay otros grupos trabajando en esa misma área?
En São Paulo hay grupos expertos y muy actualizados en osteosarcomas en varios hospitales. Decimos que, antes del aumento de la sobrevida, las prótesis no generaban tantas complicaciones porque los pacientes se morían antes. Ahora, a partir de un tratamiento quimioterapéutico más intensivo, la vida útil de las prótesis es menor que la sobrevida de los enfermos. El paciente vive más y la prótesis debe sustituirse.

¿Por qué hizo el posgrado luego de toda esa experiencia?
Mi sueño era hacer la maestría y el doctorado para poder enseñar. Estaba trabajando en el A.C.Camargo cuando inicié el posgrado en la Escuela Paulista, en 1984. Al concluir el doctorado, en 1989, surgió la posibilidad de trabajar con oncología pediátrica en la universidad. Tan solo había tres camas disponibles en nuestro piso del Hospital São Paulo [ligado a la Unifesp] y luchábamos bastante contra las condiciones de la enfermería, porque a veces los niños no contaban con pijamas ni remedios. En 1990, estando en la Unifesp, pensé que ya había trabajado suficiente en el A.C.Camargo y me dije: “vamos a empezar de nuevo aquí”. Por entonces, Hélio Egydio Nogueira, que era el director superintendente del Hospital São Paulo colaboró mucho con nosotros en ese comienzo. La ayuda del padre de un paciente mío, Jacinto Guidolin, fue fundamental; él era ingeniero civil y fue presidente del GRAACC entre 1991 y 2001. Lea Della Casa Mingione era voluntaria en el A.C.Camargo y la invité a venir para acá. Ella, Guidolin y yo fundamos el GRAACC, en 1991. Inmediatamente después se sumaron dos oncólogos pediátricos, Flavio Luisi y Nasjla Saba, y una enfermera, Carla Dias. En 1992 alquilamos una casa para la oncología pediátrica, en la que ocupábamos solamente la planta baja, la otra mitad se usaba para nefrología. El panorama era bastante precario, pero empezaron a llegar voluntarios y padres de pacientes para ayudarnos.

¿Cómo se organizaban en los comienzos?
Notamos que lo primero que debíamos definir era lo que necesitábamos: un lugar para el tratamiento de los pacientes. Les explicábamos a los potenciales donantes que había docentes y varios profesionales del sector de la oncología del Departamento de Pediatría de la Escuela Paulista y lo que no teníamos era un lugar ni recursos para el tratamiento de los niños. En 1988, en otro viaje a Estados Unidos, visité varias instituciones de tratamiento del cáncer infantil y me agradó mucho el Saint Jude Children’s Research Hospital, de Memphis, en Tennessee. Ellos cuentan con una organización que capta recursos, que es lo que hoy hacemos nosotros. Nuestra forma de funcionamiento está inspirada en aquello que pude ver allá. Fundamos el GRAACC como una organización no gubernamental.

Archivo personal Jacinto Guidolin (a la izq.), Petrilli y Sérgio Amoroso, al iniciarse la construcción del hospital del GRAACC, en 1998Archivo personal

¿Cuáles son las ventajas de ser una ONG?
Como GRAACC, disponíamos de mayores facilidades para recibir las donaciones y rendir cuentas, porque nadie quería donarle a una universidad y enterarse que el dinero podía distribuirse a otros sectores con similares necesidades. Conseguimos vencer algunos obstáculos y obtuvimos el certificado del CNAS, el Consejo Nacional de Asistencia Social, que nos permitió solicitar donaciones y entregar un recibo a nombre del GRAACC. Les golpeamos la puerta al Banco Itaú, Telefónica, Shopping Eldorado, Fundação Safra y otras empresas, para obtener recursos, apelando a personas que conocíamos a causa de pacientes y otras que fueron llegando; uno a uno fueron abriendo la puerta a otros. Y así pudimos comprar tres casas en el barrio de Vila Mariana [en la zona sur de la ciudad de São Paulo], antes de pensar en el primero de nuestros dos edificios actuales. Una ayuda muy importante vino de la mano de la Fundación Orsa, cuyo director, Sérgio Amoroso, es el presidente de nuestro consejo. Para una primera reunión, él nos invitó a Guidolin y a mí un Jueves Santo a las 17 horas. Cruzamos la ciudad con un tránsito terrible, en víspera del feriado. Luego él nos confió que eso lo hizo para ver si igual íbamos. Él financió tres pisos de nuestro primer edificio, junto a este en el que estamos ahora.

¿Usted mismo se reunía con los empresarios?
Así es. Tenía que dejar lo que estuviera haciendo para explicarles nuestros planes. A las empresas e instituciones les gustaba oír a los voluntarios, que son quienes abren las puertas, pero el médico era el refuerzo que explicaba lo que necesitábamos. Básicamente, queríamos espacios adecuados para ampliar las posibilidades de cura del cáncer infantojuvenil. La estrategia consistía en asistir juntos, para poder participar en todo el proyecto. Algunos servicios que le encargaban solamente al voluntario la búsqueda de recursos se transformaron generalmente en hospitales esencialmente asistenciales, con escasa innovación. Simultáneamente, en 1993, pasamos a formar parte del McDía Feliz [un día en el cual parte de la recaudación neta por la venta de sándwiches de McDonald’s se dona a instituciones que luchan contra el cáncer infantil]. Durante el primer año obtuvimos alrededor de 100 mil reales. Nos contactamos con McDonald’s a través de Benjamin Kopelman [en ese entonces docente de pediatría de la Unifesp], que conocía a un director que trabajaba allá. Vinieron a vernos y les gustó. En una ocasión, Gregory Ryan [1950-2017], presidente de McDonald’s, vino a hacernos entrega de un cheque. Estábamos construyendo un hospital, aún pequeño, y le dije: “Nuestro sueño es contar con un edificio que pueda albergar el hospital”. Él me preguntó: “¿Pero por qué entonces no sueñas?”. Luego de un tiempo, cuando regresó, al ver el edificio, dijo: “Lo que yo no sabía es que ibas a soñar a lo grande”. En ese entonces, Renato Kherlakian, el creador de la marca de indumentaria Zoomp, promovía desfiles cuya recaudación venía al GRAACC; yo era el pediatra de su hija. Andre Guper fue fundamental para el desarrollo del proyecto del hospital. Nunca habríamos llegado a tanto sin la perspectiva de los empresarios, que aparte de las donaciones, efectuaron la planificación estratégica. Yo no hubiera sido capaz de hacerlo: ellos colaboraron en el control de costos y gastos. Al mismo tiempo, nuestro voluntariado comenzó a involucrarse más y también creció. Hoy disponemos de alrededor de 600 voluntarios, que trabajan un promedio de cuatro horas semanales. Mucha gente brinda gran ayuda. Y así conformamos el trípode empresariado, voluntariado y universidad.

¿Cómo está la conexión con la Unifesp?
En 2017 renovamos el acuerdo. El terreno en el que levantamos este edificio pertenece al GRAACC y se adquirió con los recursos recaudados a través de las donaciones. Así podemos disponer de autonomía. Cuando el primer edificio estuvo listo, en 1998, formamos un consejo administrativo, que incluye a empresarios, intelectuales y voluntarios. El GRAACC invitó al Departamento de Pediatría de la Unifesp, sin desmedro de la autonomía financiera, para que se haga cargo de la operatividad tecnocientífica del hospital. Fue un convenio netamente académico, que incluye enseñanza, investigación y asistencia. El acuerdo establece que el jefe del Sector de Oncología de la universidad sería el director técnico de la institución. Él representaría a la marca de la Unifesp dentro del GRAACC. La universidad autorizó el uso de su marca y el GRAACC pasó a ser el Sector de Oncología Pediátrica de la Unifesp. Los docentes podrían trabajar en el GRAACC como si estuvieran en la universidad. Los alumnos y los médicos residentes también trabajan aquí. Disponemos de un programa con la Prorrectoría de Extensión, con residencia multidisciplinaria. Formamos a siete oncólogos pediátricos por año. Ellos hacen dos o tres años de pediatría y luego otros tres acá. Llevamos formados alrededor de 190 médicos residentes, algunos de ellos se quedaron aquí y otros retornaron a sus estados. Yo me desempeño como docente, director técnico y también participo en la captación de recursos.

¿Cuál es la participación del Sistema Único de Salud (SUS) en el GRAACC?
En 2017, el SUS se hizo cargo del 85% de las atenciones y generó ingresos por 15 millones de reales. Los convenios privados, con el 15% de los pacientes, rindieron 16 millones de reales. Vamos a construir otras dos plantas para internación en el edificio donde estamos para elevar la participación de esos convenios hasta un 25% o 30%, con lo cual van a incrementarse los ingresos operativos. Nuestros gastos anuales suman 94 millones de reales. Generalmente arrancamos el año con un déficit de 64 millones de reales, pero estamos equilibrados porque apostamos a ese modelo de acopio de dinero entre la sociedad civil. La recaudación por donaciones es de 81 millones de reales, pero cada real recaudado nos cuesta 25 centavos, porque actualmente tenemos a 100 personas trabajando en ello, al mando de Tammy Allensdorf. El GRAACC dispone de un registro con alrededor de 319 mil personas físicas y empresas activas, con un promedio mensual de 98 mil donantes por sumas que van de 5 reales a mil reales. También obtenemos recursos mediante campañas y eventos, como en el caso del McDía Feliz, compensaciones gubernamentales y donaciones, como la del Tribunal de Justicia, que voy a recibir hoy por la tarde.

El cáncer se transformó en la principal causa de muerte entre 1 y 19 años de edad

¿Cuál es el estado actual del tratamiento del cáncer infantil en el país?
Como la mortalidad por diarreas, meningitis, sarampión y otras enfermedades infectocontagiosas decayó mucho en las últimas décadas, el cáncer se transformó en la principal causa de muerte de las personas entre 1 y 19 años de edad. Eso es lo que sucede en Estados Unidos y en otros de los países más desarrollados. La incidencia del cáncer infantil es de 16 por cada 100 mil niños, entre 1 y 19 años. Y se diagnostican unos 12 mil casos nuevos por año; la mayoría se atienden en los diversos centros de salud pública de todo el país y entre un 25% y un 30% poseen seguro de salud. En el GRAACC, la sobrevida de alrededor de 6 mil niños entre 0 y 10 años que atendimos desde 1991 hasta 2015 es del 74% en cinco años y del 71% en 10 años. Eso corresponde a los resultados de un país desarrollado.

¿Y cuál es la situación en general?
En São Paulo hay muy buenos centros de atención, como por ejemplo el Itaci, del HC de la USP, el Centro Boldrini, en Campinas, el Hospital de Amor, en Barretos. También hay otros en Río de Janeiro, Porto Alegre, Recife, Brasilia y Curitiba. Pero aún hay muchos chicos que se quedan sin atención. La expectativa de supervivencia nacional se ubica alrededor del 50%, pero no contamos con datos fidedignos al respecto de esa cifra. El Ministerio de Salud identifica los casos principalmente por medio de los certificados de defunción, estimando la sobrevida a partir de la mortalidad. No contamos con cifras seguras porque existe un gran número de ellos que mueren y se declaran como causa desconocida. Esa realidad está cambiando. En los últimos años viene disminuyendo el número de defunciones de origen no especificado y está aumentando el registro de casos de niños con cáncer. Recientemente viajé a Belém, en el estado de Pará, y conocí el Hospital Oncológico Infantil Octávio Lobo, ideado por exrresidentes del GRAACC. Se trata de un convenio público-privado que funciona mediante un contrato con el gobierno estadual. Ya lleva tres años funcionando. En un principio esperaban 70 nuevos casos por año y ya van por 170. Están arribando niños de todas partes de la región del norte brasileño. Son pobladores de sitios distantes, que antes fallecían en la selva por convulsiones y otras causas y no tenían acceso a una tomografía que diagnosticara un tumor cerebral. Puede que el índice de supervivencia no cambie inmediatamente, porque todavía están ingresando pacientes al sistema, en fase avanzada, pero eso en algún tiempo va a mejorar.

¿Cuáles son los próximos pasos del GRAACC?
Una de las prioridades para los próximos años es ampliar el trabajo en genética. La bióloga Sílvia Toledo, que dirige nuestro laboratorio de investigación molecular, está coordinando un proyecto para el estudio de las mutaciones genéticas más frecuentes en 500 pacientes con tumores en el sistema nervioso central, leucemias y retinoblastomas. Ya recibimos un secuenciador y vamos a trabajar junto al equipo del Children’s Hospital, de la Universidad de California en Los Ángeles, que registrará las mutaciones más frecuentes de ellos y nosotros, las nuestras. Se trata de un proyecto que cuenta con un presupuesto de 2,5 millones de reales, aportados por donantes privados. Utilizaremos nuestro banco de tumores, que dispone de alrededor de 10 mil muestras de sangre y fragmentos de tejidos. Ese material es oro en monedas para lo que se hará de aquí en adelante, la medicina de precisión, que actualmente se utiliza más en adultos que en niños. La mayoría de los cánceres infantiles son genéticamente más simples que el de los adultos y pueden tratarse con quimioterapia, radioterapia y cirugía. Pero en algunos casos, como los tumores cerebrales y óseos, que presentan menor sobrevida que otros, necesitamos estudios más específicos. Queremos entender mejor el surgimiento y la evolución del cáncer en cada paciente para poder ajustar el tratamiento de acuerdo con las alteraciones genéticas que detectemos.

¿Piensa en alguien para que lo reemplace en el GRAACC?
Ya le comuniqué a nuestro consejo que el 23 de diciembre de 2021, o sea, dentro de algo más de tres años, me iré. Para entonces tendré 75 años, voy a dejar la universidad y me estoy preparando para desligarme, felizmente. No es bueno quedarse más de lo que se debe. No existe servicio o institución cuya calidad no decrezca cuando un líder no se aleja a tiempo. Quien se queda más de lo que debe arruina lo que hizo. Hasta entonces seguiré trabajando, liderando y con ganas de despertarme temprano. Aún queda mucho por hacer. Yo ya empecé a despedirme de a poco. Ahora voy a mi consultorio cuatro días a la semana, hago pilates, camino por el parque. Una vez que me retire, si mi mente todavía funciona bien, pienso dedicarle más tiempo al consultorio y ayudar a otra gente a crear proyectos similares al del GRAACC.

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