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ITINERARIOS DE INVESTIGACIÓN

Arte que imita la vida

Desde hace casi 40 años, el biólogo y taxidermista Paulo César Balduíno se dedica al montaje de animales para su exposición en colecciones científicas y muestras museológicas

Balduíno en el Museo de la Diversidad Biológica de la Unicamp: una labor minuciosa para hacer que la anatomía, la postura y la mirada de los animales se asemejen a la realidad

Léo Ramos Chaves/ Revista Pesquisa FAPESP

Taxidermia es una palabra de origen griego que significa “dar forma a la piel”. Es el arte de montar animales para exhibirlos en museos y colecciones científicas. En el transcurso de mis casi cuatro décadas de carrera, he montado miles de animales. Para el Museo de Zoología de la Universidad de São Paulo (MZ-USP), por ejemplo, han sido más de 10.000 ejemplares, mientras que para el Instituto Nacional de Investigaciones de la Amazonia (Inpa) he montado al menos 4.000. Trabajo en el Laboratorio de Taxidermia del Departamento de Biología Animal del Instituto de Biología de la Universidad de Campinas (IB-Unicamp) y ya he perdido la cuenta de cuántos vertebrados ensamblé para la institución. Han sido un sinfín de animales para las colecciones científicas y didácticas del Museo de la Diversidad Biológica (MDBio) y para investigaciones de maestría y doctorado, así como para innumerables trabajos de campo.

Ingresé a la Unicamp cuando tenía 16 años para trabajar como mensajero en la secretaría del IB, en 1982. Mi función consistía en distribuir la correspondencia entre los docentes y colaborar en la organización de los documentos. Deambulaba por los pasillos del departamento y me quedaba mirando fascinado los animales de todo Brasil que se encontraban expuestos en las vitrinas. Durante los dos años que trabajé como mensajero, vi por primera vez varios animales disecados que ni siquiera sabía que existían.

Un día, fui a entregarle el correo al responsable del Laboratorio de Taxidermia. Nunca había visto a nadie entrando allí y sentí curiosidad. Al golpear la puerta, Antonio Corrêa Filho, el primer taxidermista del IB,  me invitó a pasar. Estaba sentado frente al banco del laboratorio, preparando una saíra arcoíris [Tangara seledon]. Me quedé boquiabierto. Nunca había visto a nadie haciendo ese trabajo y tampoco un ave de esa especie. Apenas puse mis ojos en el ejemplar, recuerdo haberme preguntado cómo era posible quitarle toda la piel sin que se le cayeran las plumas. Aquella pregunta quedó flotando en mi mente y le pedí a Corrêa Filho si me dejaba volver al día siguiente, en mi horario del almuerzo.

Léo Ramos Chaves/Revista Pesquisa FAPESPPiezas preparadas por Balduíno en el Museo de la Diversidad Biológica de la UnicampLéo Ramos Chaves/Revista Pesquisa FAPESP

Así fue que empecé a frecuentar el laboratorio y lo acompañaba en su trabajo. Al cabo de algunos meses, él se jubiló y un nuevo taxidermista se hizo cargo del laboratorio: Otávio Cardozo de Oliveira, quien hasta entonces había sido el chofer del director del IB y a quien Corrêa Filho había capacitado para reemplazarlo. Sin embargo, él también estaba próximo a jubilarse y necesitaba empezar a pensar en un sucesor. Le pedí que me enseñara el oficio y aceptó.

Por entonces, Pierre Montouchet asumió como jefe del Departamento de Zoología y yo decidí pedir mi traslado al Laboratorio de Taxidermia. Quedó sorprendido, porque mientras todo el mundo huía de ese laboratorio, yo quería ingresar. Unas semanas después, me encontraba en la secretaría cuando apareció el profesor Montouchet. Me puso su mano en el hombro y me dijo: “Quédate aquí hasta la hora del almuerzo, después, estás libre para irte al laboratorio de taxidermia”. Ese mismo día empecé a trabajar con De Oliveira. En 1989, cuando se jubiló, quedé a cargo del laboratorio.

La taxidermia es un proceso que puede utilizarse con cualquier animal vertebrado, pero yo trabajo mayormente con aves y mamíferos. Cuando llega un animal al laboratorio, le pregunto al profesor, investigador o estudiante cuál va a ser su finalidad. Si es artística, está orientada a su exposición en museos, si es didáctica, para su uso en el aula, y en el caso que sea científica, el objetivo es preparar al animal para incorporarlo a colecciones que serán estudiadas por distintos investigadores.

En el proceso artístico, el primer paso es poner al animal en la mesa del laboratorio y practicar una incisión longitudinal desde la zona genital hasta la punta de la nariz, para despegar la piel de los músculos. Con mucha delicadeza, voy desprendiendo la piel como si se tratara de un vestido y separo el cuerpo de la cabeza. Fabrico un molde de yeso sobre un armazón de alambre que proporcionará sostén a la pieza. Luego, aplico a la piel una solución conservante y coloco el molde de la cabeza. Utilizo otras estructuras de alambre como si fuera el esqueleto y, después, relleno la pieza con paja y coso todas las partes. Además, coloco al animal en una postura específica, fijado a una base de madera. El reto consiste en lograr que la pieza quede lo más parecida posible a la morfología real del ejemplar y adoptando una postura natural, imitando su aspecto en vida. La última etapa del montaje consiste en insertarle unos ojos de vidrio e inyectarle formol.

Para los ejemplares destinados a una colección científica, el proceso es más metódico. Antes de manipular al animal, tomo sus datos biométricos, identifico su sexo, registro su procedencia, la fecha y el nombre de la persona que lo recogió, su peso y sus medidas. Una vez registrados estos datos, lo etiqueto. Luego sigo el mismo procedimiento empleado para las colecciones artísticas, exceptuando la postura. Por lo general, los especímenes destinados a una colección científica no van pegados a una base. Para ambas finalidades, confío en mi memoria fotográfica.

En el año 2000, vino a visitarme al laboratorio un estudiante que había realizado una maestría en el IB y estaba haciendo un doctorado en la USP. Yo había trabajado con sus animales en el máster y me contó que su doctorado estaba empantanado, porque no conseguía un taxidermista que le montara seis bailarines azules [Chiroxiphia caudata] que había recolectado como parte de su investigación. Le pedí ver las aves, que estaban congeladas y muy bien conservadas. Le dije que haría el trabajo y le entregué la totalidad del material en 15 días.

Semanas más tarde, este mismo estudiante me habló de un proyecto en desarrollo en la USP para estudiar la fauna de la Amazonia, en el que estaban buscando un taxidermista para la investigación de campo y él me recomendó al coordinador. Nunca había participado en un proyecto de investigación tan grande. Desde entonces, me han invitado a más de 20 expediciones, que me dieron la oportunidad de trabajar más estrechamente con los investigadores y perfeccionar mis habilidades de montaje de animales para estudios científicos. En estas ocasiones, suelo realizar los montajes rodeado de investigadores que nunca vieron a un taxidermista en acción.

Quería estudiar biología y, en 2007, decidí presentarme al examen de ingreso. Logré entrar en el Centro Universitário Nossa Senhora do Patrocínio, en Itu (São Paulo). Pero llevaba tantos años sin estudiar que pensé que me sería imposible llegar a graduarme. Mi idea era completar el primer año habiendo reprobado solamente una materia. Si reprobaba más de una, abandonaría la carrera. Para mi sorpresa, conseguí aprobar todas las materias del primer año y todas las demás. Durante la carrera, conocí a una profesora que me ayudó y me invitó a dar clases de taxidermia en la facultad, dado que en Brasil, son escasos los profesionales capacitados.

Entre 2010 y 2016, en mis últimos viajes de trabajo por Brasil, recogí tantos animales que hice tiempo a montarlos en el campo. Empecé a traerlos a casa para prepararlos y Bárbara, mi hija menor, que ahora tiene 27 años, se quedaba observándolos, cada vez más interesada. Empezó a acompañarme en mis viajes. En una de estas ocasiones, tuve que marcharme antes y Bárbara se quedó para asistir a los investigadores. Tengo 59 años y en 2024 voy a jubilarme, pero no pienso dejar de trabajar por completo. De cualquier manera, necesito a alguien calificado para reemplazarme y mi hija es la principal candidata para asumir la función.

Volviendo a la pregunta que me hice la primera vez que entré al Laboratorio de Taxidermia: ¿por qué no se caen las plumas de las aves? En realidad, pueden llegar a caerse. Sobre todo en los trabajos de campo, cuando recogemos una gran variedad de ejemplares, desde gavilanes hasta colibríes. En estos casos, es necesario ser delicado y cuidadoso, y también saber trabajar con pieles de diferentes texturas y resistencias, algunas más gruesas, otras más grasosas, aplicando técnicas específicas. De lo contrario, todo el trabajo realizado para la recogida del animal puede perderse.

Me complace pensar que otras personas podrán ver y estudiar los ejemplares montados por taxidermia. Por desgracia, dentro de unos años, algunos especímenes ya no existirán en estado silvestre. Cuando estoy inmerso en el proceso de montaje, me siento pleno. Y más satisfecho aún me siento cuando concluyo mi trabajo y observo al animal, contemplando la belleza de cada uno de sus detalles. Siento que con mi trabajo puedo devolverle la vida al animal. Es casi como si se volviera eterno.

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