En 15 segundos, valiéndose de un lazo hecho con hojas de palmera para amarrar sus pies, Antonio da Silva trepa a una palmera de asaí de 15 metros de altura, saca el facón sujeto a su espalda, corta un racimo con frutos maduros y baja. Con sus manos, arranca los pequeños frutos redondeados de los racimos, los deposita en un cesto de paja y recomienza. Entre septiembre y febrero, Silva, de 28 años, petiso, fuerte, con corte de cabello a lo Neymar, repite esa operación entre 20 y 30 veces por día para recolectar los frutos de 10 mil asaíseros, “no sé exactamente cuántos son”, diseminados por la selva cercana a Belém.
La producción del asaí, la principal industria extractiva vegetal del estado de Pará, es predominantemente artesanal e informal. En una feria que se arma cada día entre las cuatro y las seis de la madrugada junto al mercado público, los productores exponen en miles de cestos la producción del día anterior, recolectada en las islas cercanas y traída por pequeños barcos en viajes que tardan hasta 12 horas. Vendedores, compradores y cargadores se entremezclan, apenas iluminados por las tenues lámparas de los postes, donde la luz más fuerte proviene de un bar enfrente de la feria. Cada productor se para delante de los cestos apilados y murmura el precio a los interesados. Rápidamente, los compradores pagan en efectivo y vacían los cestos en bolsas. Permanentemente pasan estibadores apurados empujando o tirando carretillas con la carga apilada, gritando a los caminantes que se corran. Haciendo una rápida cuenta, la feria moviliza 2 millones de reales en dos horas. Ni por asomo hay inspectores o facturas.
Las estructuras establecidas de producción y comercialización del asaí en Belém reflejan el desafío de perfeccionar la explotación de recursos naturales en la región; con la guaraná, otra fruta con valor comercial nativa de la Amazonia, también se nota la dificultad para pasar del extracción a la agricultura (lea el reportaje). Distintos equipos de Embrapa seleccionaron variedades más productivas de asaí y de guaraná y, simultáneamente, trabajan para convencer a los productores de prestar mayor atención a la siembra, el abono y el cultivo, teniendo en cuenta la posibilidad de elevar la productividad y la calidad.
En noviembre de 2004, Embrapa Amazonia Oriental, con sede en Belém, comenzó la distribución de una variedad de palmera de asaí seleccionada debido a su alta productividad, la BRS-Pará, que comienza a producir a los 3 años de edad, dos años menos que los asaíseros autóctonos, y con su primera fructificación a una altura promedio de 1,12 metros del suelo.
“La BRS-Pará ya se está plantando en más de 70 de los 140 municipios de Pará, y los frutos, al comienzo de la producción, se recolectan con facilidad, tan sólo con la ayuda de un cuchillo, y con el paso del tiempo, utilizando escaleras o varas de aluminio”, dice Maria do Socorro Padilha de Oliveira, investigadora y curadora del banco de germoplasma de palmeras de Embrapa Amazonia Oriental. “Les ofrecemos semillas de calidad y les enseñamos métodos de siembra a los productores, quienes poco a poco están comprendiendo que necesitan cuidar más y mejor al cultivo para lograr un retorno económico”. En los próximos años se lanzarán dos nuevas variedades, como una forma de ampliar la superficie plantada con asaí, que actualmente es de unas 50 mil hectáreas, algo bastante acotado, si se lo compara con una estimación de 1 millón de hectáreas ocupadas por las poblaciones nativas de las palmeras.
Universos paralelos
En un estudio reciente, un grupo de investigadores del Núcleo de Altos Estudios Amazónicos (Naea) de la Universidad Federal de Pará (UFPA) detectó movimientos y tensiones que están redefiniendo el equilibrio de la economía del asaí. El área plantada se expande y gradualmente tiende a imponerse, debido a su mayor productividad, frente a la producción de las zonas en que las palmeras crecen en medio de la selva. El consumo, también en expansión, promovió la competencia entre las empresas y elevó el costo de la materia prima. Las políticas públicas capaces de estimular la innovación, reducir pérdidas y resolver problemas antiguos todavía son escasas. Nadie sabe qué hacer con la inmensa cantidad de carozos, puesto que se extrae solamente una fina capa superficial del fruto para elaborar el líquido espeso que se consume en el desayuno o con las comidas. La posible utilización de los carozos como combustible para hornos o para abonos orgánicos parece no acompañar la velocidad con que se acumulan en terrenos baldíos o en bolsas diseminadas por la ciudad.
En la investigación llevada adelante por la UFPA emergieron dos universos paralelos. Uno es el de los batidores de asaí, un grupo difuso integrado por unos 4 mil pequeños comerciantes, identificados con carteles rojos –Açaí do Edil, do Jesus, do Gordinho– en el frente de sus casas. Ellos se abastecen diariamente en las ferias de productores y venden asaí batido fresco por 5 ó 6 reales el litro para su consumo inmediato por parte de una clientela que vive a pocas cuadras de distancia del punto de venta. El otro universo es el de las empresas procesadoras de pulpa de asaí, generalmente pequeñas, y que consumen la producción de las plantaciones y abastecen a los distribuidores en Río de Janeiro y São Paulo. Mientras que los recolectores progresan sin grandes problemas, los representantes de las empresas manifestaron dificultades para financiar la producción, invertir en nuevas tecnologías y mantenerse. De acuerdo con el estudio, desde 2002, siete empresas se mantuvieron, aparecieron otras siete y 14 quebraron. Los investigadores creen que otras podrían cerrar en los próximos años a causa del aumento en el costo de la materia prima, ahora más disputada por los batidores.
Tal como las ojotas Havaianas, el asaí era cosa de pobres, pero la clase media le tomó el gusto luego de que comenzó a exportarse y fuera adoptado como parte de la dieta por los deportistas. Sus cualidades nutritivas también cobraron valor: la pulpa de esta fruta es abundante en grasas monoinsaturadas, que previenen contra afecciones cardíacas y la obesidad, así como en antocianina, el pigmento violáceo que ayuda a reducir los residuos conocidos con el nombre de radicales libres.
“El asaí se legitimó socialmente”, dice el economista Francisco de Assis Costa, coordinador del estudio, presentado en enero de 2012 ante empresarios y representantes del gobierno y de centros de investigación. Fiel reflejo del creciente interés por parte de los consumidores, entre 2002 y 2010, la producción trepó de 300 mil a 800 mil toneladas, la cantidad de empleados saltó de 679 a 1.052, y el valor de la producción, de 23 millones a 83 millones de reales, aunque el margen de ganancias disminuyó de un 50% a un 12%. “El precio de venta bajó como consecuencia de la competencia y el precio de la materia prima creció al haber mayor demanda”, dice Costa (obsérvese el gráfico inferior).
“Logramos comprender los fundamentos de la crisis estructural por la que atraviesa este negocio. Si no se la reconoce, esta crisis puede conducir a una concentración de empresas en Pará, que provocará el cierre de las más débiles, y el fortalecimiento de empresas en estados vecinos. Ya están surgiendo otros centros de producción de asaí”, afirma Costa. En su opinión, la ausencia de organismos de control público implicará el avance de los latifundios en detrimento de sistemas agroforestales tales como el del asaí y la concentración, en lugar de la distribución de la renta. “Esos efectos irían a contramano del discurso que promueve a la selva como un insumo y de un desarrollo sostenible e inclusivo para la región”.
Costa empezó a analizar las conexiones entre la economía rural y la urbana en 1977. Luego de un estudio pionero sobre la producción de caucho natural en Pará por parte de Ford, él reveló que las comunidades campesinas cuentan con capacidad propia para innovar, renovando cultivos y técnicas de trabajo, y que no son pasivas y destinadas a la desaparición, tal como se cree. Y ayudó a desarticular conceptos erróneos acerca de la región al demostrar que los ciclos económicos, tales como el del caucho, complementaron –y no reemplazaron, tal como suele decirse– a las estructuras económicas establecidas, fundamentadas en la producción agropecuaria. Con el aval de la Fundación Ford, Costa lanzó en octubre los primeros seis libros de la colección Economía Política de la Amazonia, con los principales estudios, revisados y actualizados, sobre desarrollo regional de la Amazonia realizados durante los últimos 35 años.
Escasa gobernanza
Para Costa, los impasses del denominado acuerdo productivo local (APL) del asaí evidencian las dificultades a la hora de aprovechar los recursos naturales de la Amazonia en forma organizada y sostenible, que presuponen una mayor intervención del poder público como fuerza organizadora: “Gobernanza y políticas públicas, que prácticamente no existen, podrían evitar el alza de los costos y estimular la productividad”.
En 2003, al analizar la economía del asaí por primera vez, Costa y su equipo notaron una escasa articulación institucional. Así y todo, existía una movilización creciente entre los productores, representantes de centros de investigación y organizaciones pertenecientes al gobierno estadual y federal que parecían interesadas en la valoración de organizaciones colectivas como son las del asaí. “Todos parecían creer que se estaba organizando una política efectiva de valoración de los APLs, pero poco a poco esa movilización cesó, en la medida en que el poder decisorio se concentró, y ahora cada uno resuelve sus propios problemas, sin una visión colectiva”, sostuvo Costa. Él fue coordinador general de planificación de la Agencia de Desarrollo de la Amazonia (ADA) entre 2003 y 2005, y desde 2011 coordina la división de estudios y políticas regionales del Instituto de Investigaciones Económicas Aplicadas (Ipea), de Brasilia.
En 2011, al reevaluar la cadena productiva del asaí en la Región Metropolitana de Belém, el equipo de la UFPA detectó un escenario desolador, signado por la escisión entre los productores y los procesadores, ausencia de políticas de ayuda, dificultades de acceso a créditos bancarios y escasez de presencia gubernamental. “También faltan políticas públicas destinadas promover la innovación y definir la calidad del asaí. Nadie sabe clasificar hoy a un buen asaí”, dice el economista Danilo Araújo Fernandes, docente de la UFPA, quien participó en el estudio. “Si hubiese un control de calidad más efectivo, habría mayor protección contra la competencia desleal. Una mayor regulación por parte del gobierno contribuiría al surgimiento de marcas locales, definiendo el lugar de origen, tal como sucede con los vinos”.
Asaí envasado
Los investigadores verificaron que el interés de las empresas y los productores en las innovaciones creció entre 2002 y 2007, como reflejo de la expansión del mercado, pero decayó entre 2007 y 2010, como consecuencia del aumento del costo de la materia prima y de la crisis de liquidez (obsérvese el gráfico inferior). Las empresas hicieron hincapié en el desarrollo de nuevos productos, tales como el asaí liofilizado, el mix de asaí –un helado pasteurizado con pulpa de esa fruta y a veces con agregado de granola–, energizantes y jugo en envases tetrapack.
“Ingresé en el negocio en 2002 e inmediatamente me di cuenta de que la salida era sumar valor agregado y crear nuevos productos”, dice el empresario paraense Bony Monteiro. Intrépido emprendedor, Monteiro está implementando nuevas estrategias para transformar un comercio centenario. Y relata que adquirió una empresa procesadora de pulpa, contrató ingenieros para desarrollar máquinas de extracción de la pulpa sin contacto manual, luego vendió la empresa y en 2012 compró otra, en Igarapé-Miri, un centro productor de asaí, ubicado a 300 kilómetros de Belém.
Durante la cosecha, salen de ahí tres camiones cisterna por semana con el asaí que será envasado en envases tetrapack en dos fábricas en Río de Janeiro. “Al comienzo afrontamos muchas dificultades”, recuerda. “El envasarlo, el asaí se espesaba, se agriaba, cambiaba de color”. Creativo y crítico de las actuales formas de producción y comercialización, Monteiro lanzó su propia marca, Bony Açaí, publicitada por medio de atletas que él patrocina, y pronto lanzará combinaciones con otras frutas o alimentos a base de asaí que podrán consumirse con las comidas.
En Estação das Docas, junto al mercado municipal, una heladería vende helados de asaí y otras frutas regionales tales como uxi (Endopleura uchi), bacuri (Platonia insignis) y cupuazú (Theobroma grandiflorum). Un kiosco ofrece biojoyas –pulseras, collares, anillos– fabricados con jarina, la semilla de una palmera dura hasta el punto que se la llama marfil de la Amazonia. Los helados y las bisuterías indican que la explotación de la biodiversidad amazónica todavía depende predominantemente de iniciativas individuales, intuición, algo de suerte y capitales privados.
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