En octubre de 2010, la astrónoma brasileña Duilia de Mello se preparaba para dictar una conferencia sobre formaciones estelares situadas fuera de las galaxias en el Instituto Carnegie de Washington, en la capital estadounidense. Antes de su presentación, se emocionó al notar que entre el público se encontraban Vera Rubin (1928-2016) y Nancy Roman (1925-2018), dos importantes astrónomas de la comunidad estadounidense. Al final de la ponencia, ambas plantearon dudas y Rubin le preguntó a De Mello si sabía si las galaxias presentadas eran enanas y cuánta materia oscura contenían.
“Esa era una muy buena pregunta y hasta hoy no tenemos respuesta”, recuerda De Mello, quien en la época trabajaba en el Centro de Vuelo Espacial Goddard, de la Nasa, la agencia espacial estadounidense, y en la actualidad es vicerrectora de la Universidad Católica de América, en Washington D.C. La buena noticia es que las respuestas a esas incógnitas podrían proporcionarlas dos grandes instrumentos de observación del Universo que entrarán en servicio en los próximos años: el Observatorio Vera Rubin, una iniciativa en la que se invirtieron casi 500 millones de dólares en construcción en Chile, y el Telescopio Espacial Nancy Roman, un emprendimiento de la Nasa por más de 3.200 millones de dólares. Es la primera vez que se eligen nombres de científicas para bautizar proyectos astronómicos de esta envergadura.
En construcción en Cerro Pachón, en los Andes chilenos, el Observatorio Rubin, al que hasta principios de 2020 se lo denominaba Gran Telescopio de Exploración Sinóptica, estaría empezando a funcionar a finales de 2025. En sus primeros 10 años de actividad, tendrá cuatro prioridades: realizar un inventario del Sistema Solar, mapear la Vía Láctea, localizar eventos transitorios visibles ‒ como explosiones estelares ‒ e investigar la energía oscura y, sobre todo, la materia oscura.
El cambio de nombre del observatorio obedece a un reconocimiento de las investigaciones realizadas por Rubin que aportaron sólidas evidencias de la existencia de la materia oscura. Junto con el astrónomo Kent Ford, ella estudió galaxias cercanas a la Vía Láctea cuando trabajaba en el Instituto Carnegie a finales de la década de 1970. Al observar que las estrellas periféricas giraban alrededor de la galaxia a una velocidad similar a la de las estrellas situadas en el centro, se sorprendieron y decidieron estudiar este fenómeno.
“Cabría esperar que las estrellas más centrales giren más rápido y las periféricas más lentamente. Esto es lo que ocurre con los planetas en nuestra galaxia”, explica la astrofísica puertorriqueña Karín Menéndez-Delmestre, de la Universidad Federal de Río de Janeiro (UFRJ). La diferencia de velocidad se debe a la fuerza gravitacional que ejerce la masa de todo cuerpo celeste en el interior de la galaxia. Sin embargo, en sus estudios, Rubin y Ford observaron que la masa total de los objetos visibles en las galaxias exploradas no bastaba para justificar el movimiento acelerado de las estrellas marginales.
Entonces tomaron como punto de partida una noción propuesta anteriormente por otros astrónomos: anomalías similares observadas en el movimiento de otras estrellas podrían explicarse si el Universo contuviera materia invisible además de materia luminosa. Mediante mediciones sistemáticas y muy precisas, Rubin y Ford demostraron, sin lugar a dudas, que las galaxias poseen varias veces más masa oscura que visible.
Aunque se sabe que este tipo de materia oculta existe, debido a su efecto gravitatorio sobre la parte visible del Universo, aún se desconocen las partículas que la constituyen. Para aportar pistas sobre esta y otras cuestiones pendientes, el Observatorio Rubin registrará imágenes de altísima definición de una porción del cielo con la cámara astronómica más potente que se haya construido, de 3.200 megapíxeles, y un telescopio dotado de un espejo de 8,4 metros (m) de diámetro. Además, volverá a observar el mismo sector del cielo cada tres noches, explorando eventos breves, objetos de escaso brillo o muy lejanos. El observatorio es financiado por la National Science Foundation (NSF) y por el Departamento de Energía (DOE) de Estados Unidos.
La historia del nombre del telescopio Espacial Roman, de la Nasa, es similar. Hasta marzo de 2020 se lo conocía como Telescopio de Rastreo Infrarrojo de Campo Amplio o WFIRST. Para entonces, la Nasa decidió rebautizarlo en honor a Nancy Roman, considerada la primera mujer con un cargo ejecutivo en la Nasa, por haber sido la primera científica que dirigió el sector de astronomía de la agencia espacial, a principios de la década de 1960.
Ella forjó su carrera académica antes de ingresar a la institución. Pese a haber hecho descubrimientos importantes sobre la clasificación de las estrellas y sus órbitas en la Vía Láctea, sintió que era poco reconocida y desalentada a la hora de intentar convertirse en investigadora principal por el hecho de ser mujer. Por eso fue que aceptó otros empleos, uno de ellos en la Nasa, donde durante casi 20 años fue la responsable de gestión del programa que daría origen al telescopio espacial Hubble, llamado así en reconocimiento a los estudios del astrónomo estadounidense Edwin Powell Hubble (1889-1953). A Roman se la recuerda a menudo como la “madre” del Hubble, puesto en órbita en 1990 y aún en funcionamiento, por sus esfuerzos en pos de la materialización del proyecto.
El lanzamiento del telescopio Roman, cuyo espejo es de 2,4 m de diámetro, igual que el del Hubble, está previsto para 2027. Será capaz de estudiar tanto la energía oscura (que impulsa la expansión del Universo) como la materia oscura, además de exoplanetas y objetos o fenómenos que pueden captarse con luz infrarroja, por lo tanto, no visibles para el ojo humano. Una de las diferencias entre el Roman y el Hubble será el rango de amplitud visual de la cámara: 100 veces mayor en el nuevo telescopio, por lo que podrá captar más elementos del espectro infrarrojo.
Para Duilia de Mello, el reconocimiento a Rubin y Roman es fundamental. “Al igual que con el telescopio Hubble, la gente buscará estos nombres y sabrá quiénes fueron ellas y qué hicieron. Es una forma de demostrar que hubo mujeres tan importantes que han llegado a ser homenajeadas”, opina. Esta opinión es compartida por Menéndez-Delmestre: “Es sacar a la luz la historia de nombres que en cierto modo fueron dejados de lado. Muchos científicos se preguntan, por ejemplo, por qué Rubin no ganó el Premio Nobel.
Según la astrofísica Rita de Cássia dos Anjos, de la Universidad Federal de Paraná (UFPR), el reconocimiento también podría impulsar un aumento del número de investigadores del área. Según datos de 2023 del Consejo Nacional de Desarrollo Científico y Tecnológico (CNPq), Brasil cuenta con 19.000 investigadores en el área amplia de ciencias exactas y de la Tierra, que incluye a la astronomía y la astrofísica. De este total, 6.800 son mujeres, de las que 1.800 son negras y 68 indígenas.
“Sin este reconocimiento, ¿cómo podemos estimular a las chicas para que sigan carreras científicas? Este tipo de acciones y la creación de premios destinados a las mujeres son algunos de los caminos posibles”, dice Dos Anjos.
Recientemente, la denominación del mayor telescopio espacial ha sido objeto de controversias
Desde mediados de la década de 2010, los miembros de la comunidad astronómica internacional vienen criticando la elección del nombre del administrador estadounidense James Webb (1906-1992) para designar al supertelescopio espacial de 10.000 millones de dólares que la Nasa lanzó al espacio en diciembre de 2021. Webb fue el segundo administrador de la agencia espacial estadounidense entre 1961 y 1968.
Él había sido acusado públicamente de haber avalado o tenido conocimiento de la discriminación y el despido masivo de profesionales LGBTQIA+ unos 15 años antes de asumir su cargo en la Nasa, cuando era subsecretario del Departamento de Estado durante el gobierno del presidente estadounidense Harry Truman (1884-1972). Sin embargo, una investigación histórica promovida por la agencia, publicada en 2022, indicó que no había pruebas concretas de que Webb haya tenido participación en los despidos y mantuvo el nombre de su antiguo administrador asociado al telescopio.
La decisión no fue del agrado de todos. Algunas revistas científicas, como la británica Monthly Notices of the Royal Astronomical Society, llegaron a prohibir, durante un breve período, que el nombre de James Webb se utilizara para designar al telescopio en los trabajos publicados en sus ediciones. Propugnaban que se utilizara simplemente su sigla en inglés: JWST. Posteriormente, tras la difusión de otros documentos de la Nasa en relación con la labor que llevó a cabo Webb, la revista adoptó una postura más flexible y actualmente acepta las dos formas de referirse al instrumento de observación, aunque sigue prefiriendo el uso del acrónimo.