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Sociologia

Bahía tan disímil

Una investigación realizada en EE.UU. revela la riqueza cultural del estado del nordeste de Brasil

ARCHIVO / AGÊNCIA ESTADOElevador Lacerda, 1928-1930ARCHIVO / AGÊNCIA ESTADO

En la década de 1950, se inaugura el en ese entonces lujoso Hotel da Bahia en el centro de la ciudad de Salvador, destinado a hospedar fundamentalmente a los turistas extranjeros. En su pared, un gran mural del pintor Genaro de Carvalho (1926-1971), llamado Festas regionais, muestra una escena que podía observarse en las calles de aquella tierra “histórica y pintoresca”, tal como la describió el artista en la prensa local de la época. En la pintura están las famosas bahianas de acarajé, mujeres vestidas con ropas blancas suntuosas, paños y turbantes, como en el siglo XIX, que lavan las escalinatas de la iglesia de Bonfim bajo la protección de Yemanyá, orisha del candomblé. Ese episodio –el hotel, el mural y la declaración del pintor– sintetiza, para la historiadora norteamericana Anadelia A. Romo, de la Universidad de Texas, una de las principales tensiones observadas en la sociedad bahiana,  no solamente en aquel tiempo sino también en la actualidad, en 2010: las tradiciones, vistas como apaciguadas y estáticas, viven en un cotidiano que es, sin embargo, urbano, dinámico y desigual.

Sin lugar a dudas, esa Bahía tradicional, tal como es pintada por el maestro Genaro, es la que se ve en los principales puntos turísticos y la que es divulgada por las agencias y guías de viaje. La historia de cómo se configura esa imagen entre 1888 y 1964 es contada por Anadelia en Brazil’s living Museom – Race, reform, and tradition in Bahia (en traducción libre, “El Museo vivo de Brasil – Raza, reforma y tradición en Bahía”), una obra publicada por la editorial de la Universidad da Carolina del Norte. La investigación empezó cuando ella aún cursaba su carrera de grado en la Universidad Princeton y fue alumna del historiador bahiano João José Reis, en ese entonces profesor visitante. Durante más de una década, su interés persistió, y su estudio incluyó diversas visitas al país para investigar en archivos brasileños. Anadelia concluyó su doctorado en historia en la Universidad Harvard y actualmente es profesora de historia de América Latina en la Universidad de Texas.

¿Y a quiénes les interesa la imagen de “Museo vivo”? Tal como explica la investigadora, varios sectores se apropiaron y se beneficiaron con ella. El reforzamiento de los lazos africanos contribuyó para fortalecer la identidad de gran parte de la población afrodescendiente, por ejemplo. “No fue un proceso fácil, dada la discriminación racial y cultural que existe y es secular”, dice. Sin embargo, la tensión perdura. “Al fin y al cabo, eso no se tradujo en una mayor igualdad y es uno de los problemas centrales que abordo en el libro”. Si por un lado la cultura afro-bahiana es incorporada al discurso oficial, por otro sus habitantes han sufrido en el transcurso del siglo debido a la negligencia del Estado a la hora de ofrecer bienestar, movilidad social y acceso a la salud y a la educación, como describe la investigadora.

La Bahía que vivía días de esplendor hasta el siglo XIX, comienza el siglo XX en una profunda inmovilidad. Es un período de desventura económica que, en los años 1930, fue descrito por intelectuales locales como “el enigma bahiano”. El misterio de tal ostracismo es posteriormente analizado en profundidad por la historiadora Kátia de Queirós Mattoso, en su libro Bahia século XIX – uma província no Império (Nova Fronteira), producto de su tesis doctoral en la Sorbona. Luego de la defensa de la tesis, ella sería la primera titular de la cátedra de historia de Brasil de dicha universidad francesa.

Esa Bahía negra y mulata, pobre y quieta, aún sin las marcas del progreso, es entonces remodelada a partir de nuevas formulaciones de raza y cultura, tal como lo describe Anadelia A. Romo. La presencia cultural africana –se estima en 4 millones la cantidad de esclavos que llegaron fundamentalmente a Salvador y a otras ciudades de la zona conocida como Recôncavo Baiano– se convierte enseguida en uno de los atractivos para turistas de otros puntos del país y del exterior. E inspirará a artistas, compositores y escritores bahianos y de otras partes. Jorge Amado fue el creador que más hizo hincapié en la ciudad en su obra, pero la imagen de Bahía como un lugar místico y poco común, en resumen, también se propagó debido al aporte de compositores como Dorival Caymmi, igualmente bahiano, y Ary Barroso, de Minas Gerais; pintores como Carybé, argentino; y el etnofotógrafo Pierre Verger, francés.

La idea de que existía una “democracia racial” en Bahía –en comparación con el modelo norteamericano de la época, extremadamente estratificado– comienza a atraer a investigadores extranjeros durante la década de 1930. Bajo la coordinación de la Unesco, un gran estudio se inicia a comienzo de los años 1950; es cuando entran en escena intelectuales como el paulista Florestan Fernandes, para quien el racismo se esconde debajo de la apariencia de la mezcla. “Lo que resulta interesante observar es que la ‘democracia racial’ pasa a ser rechazada por académicos del sur del país, como los de São Paulo, pero muchos de ellos en Bahía siguen defendiéndola, como si Bahía fuese una excepción”, dice la investigadora americana, que se aboca ahora al estudio del intercambio entre los antropólogos brasileños y americanos.

A partir de la década de 1970, la visión de que existe un “paraíso racial” dejó su lugar a otra, la de que existe un “infierno racial”, como dice el antropólogo Jocélio Teles dos Santos, director del Centro de Estudios Afro-Orientales y docente de la Universidad Federal de Bahía, autor del libro O poder da cultura e a cultura no poder: a disputa simbólica da herança cultural negra no Brasil (Edufba), entre otras obras. Según el profesor, se veía aquí una América portuguesa católica y tolerante, en oposición a la América protestante y déspota, que era Estados Unidos. “En las últimas décadas se produce una politización cada vez más creciente y surge la cultura de la reivindicación”, dice. Lo curioso es que la paradoja se mantiene, añade el investigador. Los gobiernos que se suceden –de derecha o de izquierda– refuerzan la idea de una Bahía tradicional, ligada a la africanidad, y al mismo tiempo existen todavía necesidades no atendidas de políticas públicas ante las desigualdades raciales.

El interés de los historiadores norteamericanos por Bahía es muy grande y creciente, sobre todo el de aquéllos que investigan la esclavitud y la historia cultural de los negros, tal como afirma el historiador João José Reis, docente de la Universidad Federal de Bahía y autor de libros pioneros como Rebelião escrava no Brasil, A morte é uma festa y A invenção da liberdade, publicados por Companhia das Letras. “Esa historia de la ‘democracia racial’ es un poco vieja. Los negros brasileños –los bahianos inclusive–, y no solamente los negros sino también los antirracistas en general, desean que se haga realidad, pero no lo es. Basta con ver la última campaña de odio contra los nordestinos desatada recientemente en internet. Es el mismo caldo de cultivo del racismo”, recuerda el historiador.

João José Reis comenta que los bahianos ya se han acostumbrado con la idea de una Bahía fuertemente “africana”: comen acarajé, bailan al compás de Olodum y la Timbalada y se visten de blanco los viernes. No existen allí grupos organizados de supuestos blancos que pregonen la supremacía racial, como ocurre en otras partes del país. Los cupos fueron implementados en nuestras universidades públicas bahianas sin el conflicto racial previsto por los antropólogos y en parte por los medios. “Sin embargo, Bahía es racista como el resto de Brasil, pero de una manera menos organizada. A toda hora aparece alguna denuncia de racismo en la prensa, la matanza de jóvenes negros de los suburbios es como si fuese un dato natural, son los negros los que están en las calles pidiendo o locos. Son raros los negros en el seno de la elite local”, dice.

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