EDUARDO CESAR Escucha con resignación: “Ah, Boris Fausto. Yo a usted lo conozco. Usted escribió aquel libro, A Revolução de 1930. Lo escribí en 1969. Parece que desde entonces no he hecho nada más“, se lamenta con tono de broma, el historiador Boris Fausto, recordando lo “incómodo” que sienta el ser abordado, a cada instante, por personas que insisten en asociarlo únicamente con su primer libro. Existe, empero, una innegable dosis de “destino” en esa conexión: Boris nació el mismo año del título de su libro y éste constituyó su ingreso a la carrera de historiador. “Mucha gente cree que siempre estuve ligado con la historia, pero no es verdad. Yo estudié en la Facultad de Derecho de Largo São Francisco y soy abogado. Pasé una buena etapa de mi vida como consultor jurídico de la Universidad de São Paulo (USP) y recién cuando me jubilé tuve una experiencia como profesor en el Departamento de Ciencia Política. Yo fui historiador aparte de abogado”, comenta. De allí el título de su nuevo libro Memórias de um historiador de domingo (Companhia das Letras, 2010), el segundo tomo de su autobiografía iniciada en 1997 con Negócios e ócios (Companhia das Letras).
Lo “de domingo” revela su relación con la historia durante mucho tiempo, como una actividad realizada en los “ratos libres”. “Mi gusto es mayor por la historia que por la historia como profesión. Pasé muchos años no queriendo ser profesor“, confiesa. Estimulado por su mujer, la docente Cynira Fausto, Boris, con 32 años, y con una profesión, retornó a la universidad para cursar historia en la USP. La elección conllevaba razones personales que iban más allá que su amor por el área: en la carrera de ciencias sociales, más prestigiosa, se hallaban muchos de sus amigos intelectuales y Boris se sentía abrumado por convertirse en alumno de ellos. Pero la elección rindió sus frutos, y muchos otros libros además de A Revolução de 1930: trabalho urbano e conflito social (1976); Crime e cotidiano (1984); História do Brasil (1994); Fazer a América (1995); Brasil e Argentina (2005); Getúlio Vargas: o poder e o sorriso (2006), y O crime do restaurante chinês (2009). Y entre otros, fue uno de los editores de la colección Historia General de la Civilización Brasileña.
Luego de haber sido un pionero en los estudios sociales, Boris marcó una fuerte presencia en las investigaciones al respecto de los movimientos obreros y sindicalismo y, más recientemente, tal como evidencia su inquieta curiosidad por la historia, se involucró en la denominada microhistoria, trabajando con temas cotidianos, tal como en ese libro recién publicado. “Si Dios no hubiese descansado el domingo, hubiera tenido tiempo para terminar el mundo“, ponderó el escritor Gabriel García Márquez. Boris Fausto coincide. Lea fragmentos de su entrevista con Pesquisa FAPESP, en donde queda claro su placer por hablar más acerca del presente que sobre el pasado.
¿Cómo es para un historiador, elaborar la historia de su propia vida?
Me tomé el cuidado de relacionar los sucesos de mi historia personal con los de la historia de Brasil: si usted compara la historia de un país con la historia de un individuo, entiende que resulta necesario contar con esa percepción del pasado. Más o menos como hace un psiquiatra al rememorar los hechos de la vida de un paciente. Las personas necesitan ese parámetro. La historia es para mí una pasión muy antigua. Yo estudié derecho, pero nunca me fascinó la profesión, que constituyó una forma de ganarme la vida. Mi mujer, Cynira, me incentivó y fui a estudiar historia después de años como consultor jurídico de la USP. Mucha gente cree que siempre fui historiador, pero aparte fui abogado. Fui una excepción entre mi generación, ya que la carrera se estaba profesionalizando y los estudiantes hacían posgrado para luego ser docentes. Yo fui más como los historiadores del pasado quienes raramente eran profesores. Eso me otorgó la libertad de escribir lo que quería, ya que no tenía un compromiso con la carrera. Además me acercó a São Paulo, porque yo no podía investigar fuera de la ciudad. Otra cosa que me marcó mucho fue que tenía a mi abuelo, que era ciego, y de niño le leía el periódico. Los diarios, en aquella época, tenían muchos titulares internacionales y debido a ello fue creciendo mi interés por la historia.
¿Cómo nació su interés por la Revolución de 1930?
La Revolución de 1930 me interesó porque quería construir una versión de la historia desde otro enfoque que no fuese el de la revolución de la burguesía nacional. Tampoco reunía las condiciones laborales como para viajar y pensé en realizar un trabajo que no se basara en archivos, sino que hiciese una interpretación de la revolución. Luego de algún tiempo estudiando eso me interesé en otra temática, comenzando a leer sobre el delito, lo cual me obligó a realizar una trabajosa investigación en archivo y derivó en la escritura de Crime e cotidiano.
En el pasado había intelectuales que pensaban la cultura brasileña como un todo. Hoy la historia se ciñe a problemas específicos. ¿Eso resulta mejor o peor?
Constituyó un gran salto, desde personalidades tales como Gilberto Freyre, Sérgio Buarque de Holanda, Caio Prado y otros, hasta la historia académica actual. Hacen falta esas mentes que pensaban en el todo, aunque la historia de ahora posee mayor rigor técnico. Existe una gran cantidad de estudios en curso, cuando antiguamente eran pocos. Lo bueno de la historia es que siempre muestra un costado concreto: puedes hacer la historia de tu ciudad y crear algo innovador. Resulta dificultoso innovar en otros campos.
¿Cuáles son los factores de la historia brasileña que todavía constituyen un peso influyente en nuestro presente?
Tiendo a concebir la historia dinámicamente más que parada, aunque sin duda que lo clave para la Colonia y el Imperio fue la esclavitud. El sistema esclavista culminó, pero las marcas de la esclavitud perduran todavía. De maneras transformadas, aunque obviamente, más permanentes. Ése constituye un sistema que deja huellas en la historia general del país. Otro elemento que, digámoslo, es de gran influencia, es el patrimonialismo. Es decir, Brasil es un país sin convicciones, donde la elite, fundamentalmente, pero la masa popular también, si puede acceder a la elite, no posee convicciones arraigadas al respecto del rol ciudadano, sobre el rol del Estado, sobre la noción de lo que es público, de lo que es privado. Siendo así, la noción de lo público y lo privado se entremezclan, y cuando poseo poder, puedo tomar las cosas públicas como privadas, y esas concepciones distorsionadas afectan a nuestras nociones del derecho, del individualismo, y de la ciudadanía. Basta con observar los ejemplos recientes. Todo ello aún resulta muy claro en Brasil. Somos un país de grandes errores y aciertos. Mire, yo sé que, por ejemplo, un historiador como Evaldo Cabral de Mello, por quien profeso el mayor respeto, es totalmente contrario a lo que voy a mencionar. Existe un aspecto positivo en la construcción de Brasil. Medio a los tropezones, como todos bien saben, pero la construcción de un Brasil unificado, durante el siglo XIX, considero que fue un momento positivo en su historia. ¿La abolición fue positiva? Lo fue. Aunque tan insuficiente, tan tardía, que resulta como quien dice “llegó, pero llegó tan tarde…”. Entonces ya no puede decirse que fuera un momento tan positivo. Acercándonos un poco en el tiempo, la movilización popular por las elecciones directas. Creo que resulta un evento social extremadamente positivo en la historia del país. Y, en el plano económico, estoy convencido que el éxito del Plan Real otorgó la clave para un cambio de mayor importancia en la economía brasileña y en el sistema financiero. Hay muchas cosas negativas. La propia esclavitud, que fue abolida tardíamente; el patrimonialismo, que ya mencioné, la enorme desigualdad social, algo que ya se torna escandaloso por el contraste, evidenciado en fiestas, páginas sociales, eventos, automóviles, algo horrible. La desigualdad social es realmente algo muy negativo para el país. El bajo nivel de educación, pese a las mejoras, resulta un factor muy negativo para la vida del país. Más aun: el Estado Novo y el régimen militar, aunque hayan obtenido éxitos económicos, originaron una mentalidad pésima, provocaron daños que fueron muy negativos, sobre todo, desde el punto de vista político y de la concepción de la ciudadanía.
¿Debido al descrédito de las instituciones?
Creo que eso es un peligro, de los grandes, una especie de retroceso en lo conquistado desde el punto de vista democrático. Eso ocurrió y está ocurriendo. Por ejemplo, las privatizaciones fueron acompañadas por la creación de organismos reguladores, agencias reguladoras, aunque hubo una cuasi deliberada intención para que no funcionaran. Vislumbro realmente un riesgo en ello. Y la gran masa popular no es partícipe de eso. Es inútil pensar que las masas populares se encuentren preocupadas con ello. Cuando vemos la popularidad de Lula, por cierto que él es un ejemplo. Las mayorías populares cuentan con un proyecto personal, conservador, de progreso. No es algo que digamos “absurdo”, sin embargo es así, no es revolucionario, sino conservador. Crecer y consumir. Considero que la mayoría de la población tiene ese tipo de visión. Ahora bien, todo eso puede cambiar, no se trata de cosas cristalizadas. Si sufriéramos un desequilibrio inflacionario, o un gran susto internacional, o se complicara la situación en Brasil, todas esas apreciaciones y hasta las visiones personales, tal vez cambien. Otro punto importante es que la política perdió mucho de su importancia. El problema reside en que necesitamos de la política; aunque debemos reconocer que perdió bastante de su fortaleza. Esto presenta un costado positivo: la política se tornó menos idealista, ya no existe aquella confrontación como en el pasado, entre udenistas y petebistas, o la división de las aguas de la época de la Guerra Fría, con nacionalistas por un lado, entreguistas por el otro. Todo eso envejeció, se volvió arcaico y constituye una ganancia. Ahora bien, esa no ideologización, un proceso que se desarrolla en el mundo occidental de manera variada, acabó redundando, por desdicha, en una baja representatividad de los partidos políticos. Sin idealizar el pasado, ¿Cuáles son los principios, cuáles son las metas, por ejemplo, del PMDB, que es, al fin y al cabo un partido fuerte y en el poder? Nadie lo sabe. Nadie lo sabe porque no existen. Estoy brindando sólo un ejemplo, aunque todos los demás partidos sufren lo mismo en menor grado. El PT es el que menos lo sufre, pero no está exento, y su tendencia es convertirse en una maquinaria política muy fuerte. ¿Cómo salimos de eso? Resulta una pregunta difícil. La educación, por ejemplo, no constituye un factor mágico, aunque es absolutamente necesaria. La posibilidad de construcción de una ciudadanía que cuente al menos con tiempo para leer un diario, acceder a internet, que se eduque en ese sentido. La carencia de todo eso deviene en que toda la representatividad de la población resulte demasiado baja y en que la política se devalúe sobremanera. Mejorar la política significaría esas cosas. No se ve muy claro cuál es el nexo que aglutina a toda una red de la sociedad, ONG’s, manifestaciones, expresiones que son importantes, pero que no se transfieren o que se transmiten con mucha dificultad hacia el campo decisivo de la política. No poseemos recetas para eso, contamos con algunas tentativas de remediarlo, un voto por distrito combinado con un voto mixto, pero lo considero una problemática abierta que empeora cada vez más.
EDUARDO CESAR¿Cuáles son las consecuencias de no tener más una noción real de lo que es la política?
Estamos entre los líderes salvadores y el caos. La tendencia hacia el líder salvador es amplia en casi cualquier sociedad, con algunas variables. Obsérvese a Latinoamérica. En Argentina, ¿quién es el héroe salvador para un sector de la población” Perón. Chávez, aunque sea resistido por la mitad de la población, fue héroe y salvador, y poseía índices de popularidad muy altos. Uribe, visto desde la derecha: un héroe salvador. Entonces considero que esa proclividad a erigir figuras y al mismo tiempo dejarse dirigir por grandes personajes resulta inherente. Aparece también en otros países. Aunque en ambientes donde la democracia presenta dificultades para consolidarse la tendencia es muy fuerte. Por ejemplo, ¿Qué es más importante en Brasil: Lula o el PT? Es Lula. ¿Quién hace las cosas? ¿Es el PT, el partido? Pensando desde la opinión popular: es Lula. Otro dato es que la gente toma la parte por el todo. No sin cierta razón, porque la parte negativa es muy grande. Entonces se ve al trabajo político como una cosa infame. Bajo muchos aspectos, es igualmente infame, el problema es que no podemos prescindir de los sistemas de representación, de los partidos políticos, en fin, de esas formas de democracia, que es necesario reconstruir. Si contáramos con una alternativa que no resultara autoritaria, dictatorial, “ah, bueno, veamos esa alternativa”. La comuna rural o cualquier otra de esas opciones. Pero no existe.
Para usted que menciona bastante “la flexibilización de la ética”. ¿La corrupción brasileña creció o sólo es más visible?
Considero que se hizo más visible y paralelamente creció. Se incrementó porque el país se tornó mucho más complejo. Es decir, actualmente contamos con una red de negocios, una red financiera, una red de organismos que invierten en salud, en fin, se cuenta con una complejidad de la sociedad que induce o facilita el avance de prácticas corruptas. No digo que todo el mundo sea corrupto, pero eso lo facilita. Simultáneamente, aparece con mayor asiduidad que en el pasado porque es mayor la cantidad en términos de escala, se trata de cosas inmensas. Y aparece porque poseemos una prensa que incomoda a los gobernantes y que, con todos sus defectos, son medios combativos y que intentan ser independientes en la medida de lo posible. Es necesario sancionar el delito.
En uno de sus libros (Crime e cotidiano), usted discute ese concepto y dice que el Estado utilizó el castigo como forma de control social. ¿Eso ha cambiado?
Un poco cambió, pero ahora convivimos con un descontrol social. La idea de una forma de control, de una sociedad regulada, punitiva y que incluso pretendía recuperar a los delincuentes, se terminó. Considero que las leyes, el sistema penal, todo ello no se percata de una evolución que vino aparejada con cosas nuevas, tales como el crecimiento de la violencia y, sobre todo, la proliferación del tráfico de drogas, que no cuenta en Brasil, dicho sea de paso, con la estructura que posee en Colombia o en México, aunque sí provoca los problemas que ha provocado. Si existe una cosa que se deterioró claramente es la cuestión de la seguridad de las personas, a lo que en principio se le restaba importancia. Bajo ese aspecto, nuestras ciudades actuales son peores que las ciudades del pasado, que eran más pequeñas. No obstante hay nuevos eventos, tales como esa invasión del Morro do Alemão, en Río, que constituyó algo positivo. ¿Hubo violencia? La hubo. ¿Hubo excesos? Seguro. Al fin de cuentas, una parte de esa operación fue llevada a cabo por una policía que sabemos que posee una alta dosis de corrupción. Pero hubo un impacto muy positivo y los esfuerzos que se están realizando son novedosos, tales como la policía pacificadora, etc. Sé que ahora se está hablando del regreso del narcotráfico al Alemão. El delito regresará, obviamente, porque es un problema que no está resuelto. Pero creo que por primera vez se tomaron medidas que contaron con un apoyo razonablemente grande de la población favelizada. Soy cautelosamente optimista.
¿Y la cuestión policial?
No ayuda decir que “los policías ganan poco y por eso sufren tentaciones de toda índole a su alcance y que entonces terminan corrompiéndose”. Existe mucha gente que dice “si cualquiera de nosotros contara con la posibilidad que ellos tienen para desviar drogas, ganando el sueldo que ellos perciben, actuaríamos del mismo modo”. Por supuesto que la mejora salarial es importante, aunque insuficiente. Creo que debe hacerse lo que se está intentando hacer. Primero acabar con la rivalidad e implantar una policía unificada, acabar en todo lo posible con las rivalidades y delimitar la competencia o juzgar las competencias cuando sea necesario. Debemos mejorar el nivel de los cuadros policiales, eso tiene relación con el salario, pero también con la educación, con la formación. Si comparamos la policía de São Paulo con la de Río, verá que aquí tenemos una policía corrupta, pero mucho mejor. Los índices de caída de los homicidios en el estado avalan una mejora real.
Hablemos un poco sobre las elecciones. Muchos dicen que Brasil derribó paradigmas en las últimas elecciones presidenciales.
Considero que ellas fueron importantes. Al pueblo le insumió mucho tiempo aceptar la idea de un ex obrero en la Presidencia de la República. Aunque Lula fue electo en su cuarto intento y cambió bastante su discurso para llegar allí, representó realmente una novedad. El caso de una mujer en el poder es el claro reflejo del hecho de que nadie actualmente, en la sociedad brasileña, puede expresar que “la mujer no entiende de política, la mujer no puede asumir el poder”. Lo que se mencionaba es “esa mujer no cuenta con experiencia política”. En ese sentido, la victoria de Dilma es una novedad, ya que por primera vez tenemos una mujer en la Presidencia. Pero obviamente que la forma en como eso ocurrió, es decir, un presidente con 87% de popularidad interviniendo en todos los niveles para garantizar su victoria fuerza mucho la visión de que “esa mujer fue reconocida como capaz de gobernar”. Lo que se reconoció fue que “nuestro líder Lula puede escoger un hombre, una mujer, o quien quisiera, que nosotros lo votamos porque las condiciones del país mejoraron, porque mi vida mejoró”. Ahora bien, ello impone aun así cambios, porque nadie discutirá que una mujer no puede ser presidente o que no se puede elegir a alguien con baja calidad educativa. La elite política se transformó. ¿Para bien o para mal” Yo creo que para mal. Fue inevitable, pero en esta etapa fue para mal. Empeoró la calidad, porque existe un nivel de corrupción mucho mayor en esa elite. Aunque ése es un fenómeno casi inevitable. Observamos actualmente una elite sindical como nunca tuvimos en el pasado. Y con un gran poder de control, a menudo proclive a lo abusivo. Si hubiese ganado Serra, creo que la relación sería infernal, un escenario donde cualquiera que fuesen sus aciertos o errores como presidente, existiría una guerra a casi todas sus iniciativas de gobierno. Esto resulta algo que devino de un interés corporativo vital. En el caso del gobierno de Dilma, la tendencia, por raigambre, es de apoyo. Empero, eso puede derivar en intereses. Por ejemplo, si el recorte del gasto público compromete ciertas ventajas, si la posición que hoy ocupan los líderes sindicales en las bases se viera alterada, puede derivar en fricciones. Creo que esa es una fuerza que está ahí, y dificulta el proyecto de algunos por compatibilizar lo que hay de mejora en el PSDB reconstituido y lo que todavía queda de bueno en el PT. Percibo que ése es el sector sindical, quien veta esa posibilidad. Lula incluso hablaba de eso, pero de la boca para afuera, ya que todas las centrales sindicales, con excepción de las menos representativas, le respondían a él. El mayor ejemplo lo constituye Paulinho [Paulo Pereira da Silva] de Fuerza Sindical.
¿El sindicalismo brasileño puede volver a ser una fuerza progresista tal como antes o no hay retorno luego de haber sido gobierno?
No arriesgo una previsión, no puedo osar decirlo. Considero que actualmente llegó al poder con estructuras que datan del tiempo del getulismo, sumadas a la estructura de los grandes fondos de pensión. Será necesaria la construcción de nuevos liderazgos, aunque resulta muy complicado, porque el paradigma cambió definitivamente. No resulta casual que se hable tan poco entre la clase obrera y que se hable tanto de la masa, aunque más que masa, como una sopa de letras: clases A, B, C, etc., la D que subió al lugar de la C. Eso resulta curioso luego de que un obrero haya sido presidente. Pero es necesario recordar que Lula nunca fue un representante de la clase obrera. Por el contrario. Él menciona que una planta fabril es una cosa horrible donde trabajar. Al decir que quedó maravillado cuando adquirió su primer automóvil pasó muy rápidamente de una condición restringida hacia altos niveles de consumo. ¿Dónde está su identificación con la clase obrera” Él sabe hablarle a las masas, pero identificación de clase, tal como pensábamos antaño, eso no existe, ni él lo quiso así. Esa “no identificación” de clase era una condición por su victoria. Creo que él percibía eso desde hace mucho tiempo y el PT era quien continuaba con su ideología clasista.
¿Cómo analiza la evolución del PT?
Yo creo que el PT cambió mucho. Si tenemos en cuenta un PT que no votó el texto de la Constitución, que expulsó a los diputados que quisieron firmar ese texto, que expulsó a Erundina [ex alcaldesa de São Paulo y actual diputada por el PSB] porque asumió un cargo de poder, y un PT que festeja cualquier alianza que lo favorezca, existe una diferencia enorme. El partido se transformó radicalmente. Quienes se han alejado del PT, por ejemplo, son personas con gran dignidad que no lograron constituir un partido. El PSOL es pequeño y no cuenta con relevancia. Actualmente preferimos hablar de “refundación”, ya que crear partidos resulta complicado.
EDUARDO CESAR¿Y en qué situación queda el PSDB?
Anda mal, ¿no le parece? ¿Cuál fue el secreto de la permanencia de Getúlio [Vargas], de su prestigio? Él se ganó a la masa trabajadora. Ello configuró un hecho fundamental para el prestigio getulista, sobre todo en los últimos tiempos, durante el segundo período, aunque él haya terminado dramáticamente. Ahora bien, si yo tuviese que pensar en un modelo, una estrategia, actualmente no tiene sentido. El PSDB como organización es extremadamente imperfecto. Es una necesidad en el espectro político, posee gran relevancia, pese a contar con una conducción muchas veces impropia. ¿Por qué lo digo? Porque cincuenta millones de brasileños no votaron la candidatura oficialista. Y, entre ellos, una buena parte simpatizó con el PSDB. El partido gobierna São Paulo hace veinte años. Entonces, ¿qué es lo primordial hoy en el PSDB? Constituirse como partido, ser una oposición coherente que no solamente busque el voto. Ya se perdieron muchas elecciones por ser medio “camaleónico”, medio pragmático, negando lo que el propio partido sustenta. El principal objetivo es captar a la importante clase media que se formó en el país. Es preciso un encuentro en ese sector sin abandonar al sector popular, sino pensar en cómo trabajarlo. No existen dudas que de no abandonar ciertos hábitos, si no se realiza un gran esfuerzo de aproximación, no habrá gran apoyo popular para el PSDB, lo cual no es bueno. No estoy diciendo que la masa deba ser del PSDB. Lo bueno sería que tenga más alternativas y conexiones.
¿Cómo evalúa el gobierno de Lula?
Mencionando lo positivo, repito lo que todo el mundo dice: la incorporación de grandes sectores a una clase media, algo que no se sabe si se encuentra consolidado o no. También es exitoso el programa Bolsa Familia, con toda su impronta asistencial, aunque no es algo que pueda eternizarse. Hay un aumento real del salario mínimo, que ya venía desde el gobierno de Cardoso. La prudencia en la conducción económica, contrariando todo lo que el PT pensaba en el pasado. Ahora bien, la era Lula significó una banalización, una vulgarización de la figura del presidente de la República que resulta muy negativa. La Presidencia conlleva una representación del jefe de Estado, un modelo de procedimiento, un parámetro de ciudadanía para el pueblo. Creo que esa pérdida de la liturgia del poder presidencial, esa “chapucería” del poder presidencial trae consecuencias muy negativas. Por eso y por el desprecio por las instituciones, por las alianzas a cualquier precio, por el pragmatismo que abandonó cualquier atisbo de principios, creo que el gobierno de Lula fue un retroceso si se lo compara con el gobierno precedente. No soy de aquéllos que dicen: “no, el país creció, el pueblo mejoró, y eso es lo que importa”
¿Y respecto del gobierno de Dilma? ¿Cuál es su expectativa?
Desde un enfoque social resulta difícil arriesgar una opinión, sobran señales de riesgo. Ésa es su herencia maldita. La inflación atemoriza. También existe un escenario mundial que no resuelve por completo los problemas de la crisis, lo cual abre un interrogante respecto de como puede ser el gobierno de Dilma en el plano económico. No quiero hacer adivinanzas. Al cabo, ¿quién hubiera dicho que el gobierno de Lula sortearía con éxito la crisis mundial? No se trató de un “mero oleaje” como él predijera, pero Brasil emergió razonablemente bien de la crisis. En el aspecto político, en la composición del gabinete, hay algunos nombres prometedores, aunque imbuidos de aquella necesidad inherente del sistema político brasileño que fuerza acuerdos con el partido más fuerte, que es el PMDB. Eso impone una composición ministerial que nunca es la deseada por quien asume el poder. Le sucedió a Cardoso. Y le sucede a ella. Por otra parte, algunas cosas me simpatizan. Tal como la abstención de Brasil en el voto de censura de la ONU para Irán en el caso de la lapidación de Sakineh. Además, existe un cambio en el énfasis, un gobierno menos extravagante, algo más cuidadoso, que no utiliza el espectáculo como su mejor arma, tal como fue el gobierno de Lula.
Es usted un gran hincha de fútbol. ¿Qué opina sobre el brasileño?
Estoy desilusionado con el nivel de mercantilización. ¿Cómo siento esa pasión, pese a todo? La pasión se convirtió en un fenómeno mundial. Ya que puede tener marketing, pero también está la belleza del juego, su simplicidad, algo de emoción, de esa pasión que enciende el fútbol. La selección brasileña fue a jugar a Haití y era como si fueran dioses. Para esa población sumida en la miseria, ver jugar a Brasil inflama algo de emoción, de pasión. Lo mismo sucede en Brasil. Para mí es una cosa que viene de la infancia. Ahora que me encuentro inevitablemente en el final de mi vida, mi pasión por el fútbol volvió a ser aquella del niño de doce años que en la escuela alentaba a Corinthians. Siempre fui una persona racional, metódica, que cumple sus compromisos, buen alumno, buen abogado (y espero que buen escritor): la irracionalidad del fútbol me hace mucho bien. Cuando te ves, eres otro. Y eso es muy bueno.