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Carlos Paz de Araújo

Carlos Paz de Araújo: El futuro del futuro

Léo RamosUn brasileño poco conocido en su país puede encabezar la elaboración de un nuevo tipo de tecnología para memorias de computadoras y otros dispositivos electrónicos. Carlos Paz de Araújo nació en Natal, la capital del estado de Rio Grande do Norte, y desde hace 42 años reside en Estados Unidos. Es profesor en la Universidad de Colorado, en Colorado Springs, y socio de la empresa Symetrix, que cobró importancia mundial en los últimos años por desarrollar y licenciar las memorias de acceso aleatorio ferroeléctricas (FeRAM) que se utilizan en más de 2 mil millones de dispositivos, desde teléfonos inteligentes hasta procesadores electrónicos, en electrodomésticos y automóviles, DVD players y en la última generación de tarjetas magnéticas con chips. Se trata de memorias no volátiles, que no pierden su información cuando se desconecta la corriente eléctrica y pueden reutilizarse miles de millones de veces, a diferencia de las memorias flash utilizadas en los pen drives, que son más lentas y con capacidad de reutilización que no supera las 100 mil veces. Las memorias volátiles son las que se emplean en las computadoras dotadas de disco rígido y funcionan mediante la ayuda de un software cuando se prende el equipo.

La tecnología desarrollada por Carlos Paz fue licenciada para empresas tales como Panasonic, Siemens, Delphi, Hughes, Sony, Sharp y varias más. Aunque hace tanto que se fue del país, Paz conserva el acento potiguar (de Rio Grande do Norte) que no evoca para nada a un ejecutivo que vuela constantemente hacia varios países asiáticos para mostrar, en valores que se cuentan por millones de dólares, sus innovaciones tecnológicas, como por ejemplo, Japón, donde también se desempeña como profesor consultor en la Universidad Tecnológica de Kochi, además de ser asesor en la Universidad de Fudan, en Shanghái, China. Carlos Paz es, ante todo, un científico. Se pasó siete años estudiando solo las memorias resistivas que reemplazarán a las ferroeléctricas y podrían convertirse en memorias universales para el uso en pen drives, cámaras fotográficas, notebooks, desktops, y también en celulares, con bajo costo. Algo que es distinto a lo actual, cuando existen varios tipos de memoria, una para cada uso.

El resultado del estudio de Carlos Paz es la memoria CeRAM (correlated electrons ram), que sustituirá al disco rígido en las computadoras logrando un procesamiento más veloz. A esta novedosa tecnología, desarrollada en Symetrix, ya la están probando grandes empresas del sector. La compañía factura anualmente 4 millones de dólares tan sólo por regalías y no licencia ninguna tecnología por menos de 20 millones de dólares. Por todos estos avances, Carlos Paz se convirtió en el primer brasileño en obtener un premio por innovación tecnológica otorgado por el Instituto de Ingenieros Eléctricos y Electrónicos (IEEE, según su sigla en inglés), con sede en Estados Unidos, el premio Daniel Noble, al cual se considera como el Nobel en el área de ingeniería electrónica. Esa entidad cuenta con más de 300 mil miembros en 160 países.

La vida académica de Carlos Paz comenzó en la Universidad de Notre Dame, en South Bend, estado de Indiana, Estados Unidos, donde se graduó como ingeniero electricista, y posteriormente realizó su maestría y su doctorado en el área, graduándose también en filosofía y teología. A sus 60 años de edad, casado con Maureen Paz de Araújo, una estadounidense, también docente de la Universidad de Colorado y con tres hijos, Carlos Paz no viene con frecuencia a Brasil. En su visita más reciente, concedió esta entrevista a Pesquisa FAPESP, en el marco del XII Encuentro de la Sociedad Brasileña de Investigación en Materiales, que se realizó en la localidad de Campos do Jordão, en el interior paulista.

¿Cómo fue su trayectoria desde la ciudad de Natal hasta la Universidad de Notre Dame, en Estados Unidos?
En primera instancia viajé a Chicago como estudiante de intercambio, cuando tenía 17 años. Iba a quedarme tres meses, pero me quedé seis y regresé a Natal. Después, la familia que me había hospedado me invitó a regresar, y entonces, ya con 18 años, realicé un nuevo intercambio. En esa época cursaba el segundo año de la enseñanza “científica” [uno de los cursos equivalentes a la actual enseñanza media técnica]. Regresé a Brasil, comencé a cursar el tercer año y entonces me llamaron de nuevo. Completé la enseñanza media técnica en Estados Unidos. La familia estadounidense tenía siete hijos, ninguno con un promedio tal que le permitiera aspirar a ingresar en Notre Dame, conocida como la Harvard católica, y ellos anhelaban que alguno ingresara. Yo lo logré y me quedé allí durante 10 años. Luego de obtener el doctorado me invitaron a quedarme como profesor en la misma institución, pero sólo estuve seis meses, porque la Universidad de Colorado me hizo una buena oferta y allí estoy, desde 1982.

Edad: 60 años
Especialidad:
Ingeniería de dispositivos electrónicos
Estudios:
Ingeniero electricista, con máster y doctorado por la Universidad de Notre Dame, en Estados Unidos
Instituciones:
Universidad de Colorado, en Colorado Springs, y Symetrix Corporation
Producción científica:
310 artículos, 203 patentes en Estados Unidos y 321 patentes en otros países

Al partir hacia la Universidad de Colorado, ¿usted ya trabajaba en microelectrónica y semiconductores?
Así es, con semiconductores, en física de dispositivos electrónicos, que es un área de la ingeniería electrónica, y no de la física, a pesar del nombre. Un año más tarde me aboqué al área de la ferroelectricidad.

¿Por qué? Y a propósito, ¿qué es la ferroelectricidad?
Al ingresar en la universidad, noté que era una de las opciones, porque en ese entonces el conocimiento acerca de la ferroelectricidad era escaso y no se sabía nada de la memoria ferroeléctrica. El prefijo “ferro” es erróneo, está relacionado con el ferromagnetismo. Es lo que ocurre cuando se coloca un imán cerca de un material y éste se va magnetizando. Ocurre lo mismo con los dieléctricos, que son materiales aislantes que tienen la posibilidad, con la carga eléctrica, de cambiar la posición de un átomo en un material. Por consiguiente, la memoria ferroeléctrica modifica la posición del átomo y conduce a la histéresis [la condición en que un material almacena información sin necesidad del estímulo eléctrico inicial que las originó]. Se utilizó el nombre “ferroeléctrico” a causa del ferromagnetismo, aunque no hay hierro en la memoria ferroeléctrica.

Acto seguido, en 1984, usted funda junto a otros dos socios la empresa Ramtron. ¿Qué hacían allí?
Desde el comienzo de mi trayectoria, mi investigación se orientó a la creación de nuevas empresas. Entonces Ramtron constituía una apuesta, se investigaba para intentar convertir en una realidad a la memoria ferroeléctrica. Yo dirigía la parte de investigación y contaba con gente que se encargaba del diseño y procuraba la financiación. La empresa prosperó, se hizo famosa y se vendió el año pasado.

¿Ya existía un ámbito, en la Universidad de Colorado, para las startup y la innovación?
No. En realidad, el ámbito para la startup existía en mi mente, pero aún no en la universidad. La Universidad de Colorado era menos sofisticada que la de Notre Dame, entonces ya había notado que obtener financiación de la National Science Foundation [NSF] iba a resultar muy difícil. Por lo tanto, cuando me percaté de la oportunidad que anidaba en la ferroelectricidad inicié un plan de negocios en lugar de una propuesta de investigación. Así generé un modo de operación. Todo lo que intento hacer es una combinación de un nivel bastante profundo de investigación al respecto de un fenómeno nuevo que pocos conocen, con posibilidades de aplicación inmediata.

¿Y por qué fundó Symetrix en 1986?
El objetivo fue el mismo. Los fundadores de Ramtron, entre los cuales me cuento, levantaron mucho dinero y afrontamos algunos problemas operativos, y eso me molestó, así que fundé mi propia empresa. Pero hay una diferencia enorme de tecnología, e incluso más tarde, Ramtron le compró una licencia de tecnología a Symetrix, aunque no la usa. Symetrix se convirtió en competidora de Ramtron. Hoy existen dos familias de memorias ferroeléctricas: la de ellos y la nuestra. La de ellos utiliza una aleación que contiene plomo y la nuestra utiliza tántalo, bismuto y estroncio. Nuestra aleación es 10 veces más rápida, consume menos energía y tiene un menor costo de fabricación. Pero como la ferroeléctrica es tan buscada, las empresas buscan a Ramtron.

¿Cuál es la ventaja de las ferroeléctricas?
La memoria ferroeléctrica almacena la información en nanosegundos. En tanto, la flash, que es la de los pen drives, es un tipo de memoria de semiconductor que demora alrededor de 10 microsegundos por bit para archivar, entonces es muy lenta todavía, y no es factible como memoria universal. Además se autodestruye. Cuanto más se la utiliza, se desgasta y termina por colapsarse.

¿En qué dispositivos electrónicos se utilizó esa memoria allá por 1984 ó 1986?
La primera venta importante que logró Ramtron fue por 40 millones de dólares, a una compañía de energía eléctrica de Europa. Ellos fabricaron medidores que cuentan el consumo de energía según el sistema smart grid. Así pues, cuando falta energía eléctrica, toda la medición se guarda en la memoria en cuestión de nanosegundos. Se trata de una memoria rápida, de baja potencia.

Volviendo atrás en esta historia, cuando creó Ramtron y Symetrix, ¿se plantearon dificultades dentro de la universidad?
En el caso de Ramtron no, porque era algo separado, contaba con capital de riesgo australiano y yo me desempeñaba como consultor de tecnología. Pero cuando fundé Symetrix, la totalidad del capital inicial, que era de 4 millones de dólares, provino del gobierno estadounidense, por medio de la NSF, en el marco de un programa denominado Small Business Innovation Research [SBIR].

A propósito, el SBIR sirvió como modelo para la creación del Pipe-FAPESP, el Programa de Investigación Innovadora en Pequeñas Empresas. Decía que el SBIR cumplió un rol muy importante en el nacimiento de Symetrix.
En efecto. Pero cuando alcanzamos una facturación de 4 millones de dólares anuales quedamos fuera de ese proyecto. Para entonces ya contábamos con financiación de empresas japonesas. Luego le vendí una licencia para uso militar a la empresa estadounidense Hughes Aircraft.

Sin embargo permaneció en la universidad, investigando las memorias ferroeléctricas y haciendo investigación dentro de la propia empresa.
En realidad, la empresa se convirtió en un centro de investigación que financiaba a la universidad. Era una asociación. Nos erigimos como una entidad independiente que firmaba contratos con las empresas, vendía licencias y le pagaba a la universidad como si fuese una partida de dinero. Al menos 8 millones de dólares se le asignaron a la universidad, pero la facturación de la empresa fue mucho mayor, tan sólo con lo percibido por licencias y contratos de investigación.

¿Con cuáles empresas trabajó Symetrix?
Las empresas que trabajaron conmigo en memorias ferroeléctricas fueron Panasonic, Sony, NEC, Siemens, Sharp, STMicro, National Semiconductors, por citar algunas. En total, fueron unas 20 empresas.

¿En qué dispositivos podemos encontrarlas?
En Brasil, podemos encontrar esa memoria en todos los casetes de impresoras. En la Playstation y en casi todos los lectores de DVD de las computadoras hay una de esas memorias. En los teléfonos celulares, al principio hubo, y ahora han regresado. Se está tornando algo que todas las empresas desean. Por ejemplo, los nuevos smartphones y cámaras vienen con el NFC, o Near Field Communication, un sistema que facilita la comunicación e intercambio de datos entre dos aparatos, y que también resulta capaz de interconectar, a distancia, a los electrodomésticos del hogar. El NFC que utilizan Panasonic, Sony y Samsung cuenta con esa memoria que desarrollé.

Entonces, lo que recibe Symetrix son licencias por las patentes y las regalías. Se patentó todo. ¿Cuántas patentes tiene en la actualidad?
Más de 200 patentes en Estados Unidos, y en el resto del mundo unas 350, más o menos. Y ninguna con la universidad, yo pagué por todas las patentes. Ni siquiera le pago el royalty a la universidad, separé todo.

¿Al principio lo compartían?
No. Le pagaba a la universidad como si yo fuera el gobierno pagándome a mí mismo. La universidad no tenía derecho a quedarse con ninguna de mis patentes.

¿Eso fue fácil? ¿O fue una negociación difícil?
Al principio fue fácil, porque todavía no había dinero en juego. Cuando uno empieza a ganar dinero todo el mundo quiere sacar tajada, pero entonces ya fue demasiado tarde. Lo mejor fue utilizar la teoría de la compensación. Si la universidad tuviera que pagar por la patente no podría desarrollar la tecnología, le saldría muy caro. Entonces, como compensación, le ofrecí una participación del 5% de la empresa, lo cual es algo mejor que cualquier royalty. Y ellos firmaron el acuerdo tranquilamente. El caso es que más tarde tuvieron problemas financieros con el área de incubación y necesitaban cubrir el déficit. Para cubrir ese agujero, ellos quisieron vender su parte en la empresa y lo hicieron por un precio irrisorio. Pero un sector de la universidad la vendió y el resto no lo supo, y cuando se enteraron que ya no eran dueños de nada fue demasiado tarde. Quedaron molestos conmigo, porque Symetrix fue quien adquirió nuevamente ese 5% que pertenecía a la universidad.

Lo habitual entonces, es registrar inmediatamente la patente. ¿Y luego publicar?
Así es. A veces publico una parte antes de que salga la patente. Somos muy cuidadosos. Por ejemplo, en el caso de estas memorias nuevas [memorias resistivas ‒conocidas como ReRam‒ que podrían sustituir a las ferroeléctricas. Paz creó la correlated electrons RAM, la denominada CeRAM] fui mucho más cuidadoso en la publicación de patentes. Todos las desarrollaron de la misma manera, mientras que yo analicé lo que no funcionaba. Dedujimos que el paradigma del dispositivo era erróneo. Entonces hicimos la ciencia, la patentamos y luego empezamos a publicar. Eso ahora es, tanto una novedad científica como tecnológica.

Las ferroeléctricas y la CeRAM son memorias no volátiles, que no pierden su información aunque se corte la energía. ¿Cómo funcionan en un circuito integrado?
Un circuito integrado funciona bajo la lógica binaria, con ceros y unos. Todos los transistores y resistencias componen lo que llamamos la parte baja. Lo que está por encima es la memoria. Como ahora el énfasis se encuentra en los equipamientos móviles, todo necesita memoria no volátil.

¿Cómo hizo para desarrollar la memoria CeRAM? ¿Dejó de dar clases?
Seguí dando clases y me quedé inmóvil en términos comerciales, porque ya sabía que esa memoria iba a ser distinta desde el principio. Busqué toda la literatura pertinente para saber qué estaba haciéndose. Compré unos 2 mil libros y leí 7.500 artículos científicos. Son 72 mil páginas. Y así, una vez que entendí todo, comencé a publicar. En 2011 hicimos una publicación acerca de la memoria CeRAM que se transformó en tapa del Journal Applied Physics.

¿La CeRAM será una memoria universal?
Se trata de una memoria de alta densidad que sería no volátil. Con una cantidad enorme de gigabytes, o sea que tendrá una capacidad muy grande, más allá de contar con óptima velocidad de procesamiento, baja potencia, poco costo y gran durabilidad. Así ya no se necesitarán las DRAM, SRAM [que se utilizan en desktops, notebooks], flash (pen drive), y el disco rígido también dejaría de existir. La CeRAM se usará para todo.

¿Cuánto falta para llegar esa memoria universal? ¿Hay mucha demanda?
Es cuestión de inversión. Todo el sector está en busca de esa memoria. Y la memoria resistiva es la primera aspirante. Pero hay dos clases de memorias resistivas: una que ya existe desde hace 12 años, y no logran perfeccionarla, y la CeRAM. Por eso le cambiamos el nombre, en lugar de ReRAM la denominamos CeRAM, porque el efecto que la convierte en memoria es el que en física se denomina electrones fuertemente correlacionados. Nosotros tratamos al electrón como una onda y no como partícula, porque nos manejamos en el estado cuántico. Trabajamos con níquel, un metal de transición, que ostenta una propiedad conocida desde 1937 y que nadie supo utilizar todavía. El óxido de níquel es capaz de manipular la cantidad de electrones que atraviesa el material. En realidad, se trata de un nuevo transistor que puede resistir hasta 400 ºC sin desconectar la memoria.

¿Cómo lo descubrió?
Yo no descubrí ese fenómeno, lo que hice fue controlarlo, primero en su aspecto químico. Cuando logré que fuera estable investigué el fenómeno para poder realizar las ecuaciones y explicar cómo se producen los estados de memoria, la conducción, por intermedio de dos campos, uno denominado física mesoscópica [se ocupa de la miniaturización de los fenómenos macroscópicos] y la física cuántica.

¿Cuánto se precisa invertir para producirlo?
Hay varios tipos de fábricas con niveles de tecnología de impresión de circuitos integrados. Por ejemplo, una compañía que fabrica microcontroladores y quiere colocar memorias, necesita actualmente una tecnología de impresión de 130 nanómetros para trazar las líneas de un circuito integrado. En comparación, nuestra tecnología es de 10 nanómetros, 20 veces más delgada que la longitud de onda de la luz. Y las máquinas que imprimen la placa, para marcar dónde va el transistor, son grandes y sofisticadas. Tan sólo una máquina de impresión cuesta, como mínimo, entre 40 y 50 millones de dólares. Y no se puede disponer solamente de una. Así las cosas, una fábrica cuesta no menos de 4.500 millones de dólares. El estado de Nueva York, por ejemplo, anunció en septiembre que construirá tres fábricas de semiconductores, con una inversión de 45 mil millones de dólares.

¿Por qué quieren hacerlo ahí?
Porque se convirtieron en un centro de alta tecnología, de nanotecnología. No hay influencia del gobierno federal, se trata del gobierno del estado y de varias compañías que aportan financiación. El estado fue muy inteligente porque utilizó el dinero recaudado con la lotería y construyó un centro de nanotecnología de alto nivel, invirtiendo 500 millones de dólares y eso atrajo a las empresas.

¿Pero su memoria CeRAM ya está lista para pasar al área de investigación y desarrollo (I&D) de una empresa?
Es un proceso muy interesante, porque es algo similar a una campaña política, donde el candidato es la memoria. Generalmente, lo mejor es que haya un mal ejemplo, porque entonces, cualquier cosa mejor se transforma en algo bueno. En este caso, el mal ejemplo consiste en que todos investigaron sobre memorias resistivas utilizando el mismo material, más de lo mismo. Todos lo hicieron, fundamentalmente Samsung, que es el mayor fabricante de memorias a nivel mundial. Ahí uno se cuela en la campaña [mediante comunicados a la prensa, entrevistas y congresos] pregonando “eso no sirve, lo que funciona es lo nuestro y aquí está”. Ahí empiezan las llamadas telefónicas y los correos electrónicos. Ya contamos con dos grandes empresas trabajando con nosotros, pero no puedo citarlas.

¿Cómo es el proceso?
Ellas cuentan con I&D. Pero una compañía como Samsung gasta 4 mil millones de dólares por año en I&D. Se vuelven locos cuando aparece alguien como yo y resuelve el problema. Deben comprar la licencia, pero primero necesitan comprobar si funciona. Ellos se interesan y comienza lo que llamamos un período en el que llegan a preguntarnos de todo y nosotros le respondemos e incluso preparamos un chip, para que lo fabriquen con nuestra tecnología. También depende de la compañía, algunas enseguida compran la licencia, pero otras quieren probarla, palparla.

¿Y la licencia de un material como ésos, cuánto cuesta?
No se vende por menos de 20 millones de dólares, aparte del 3% de las ventas. Por lo tanto, si ellos llegan a vender por 10 mil millones de dólares, el 3% es para Symetrix.

¿Cuánto factura Symetrix y a cuántos investigadores emplea?
Actualmente son 4 millones de dólares tan sólo con regalías, sin contar licencias y proyectos, y son 10 empleados. Ganamos mucho dinero transfiriendo tecnología. Cuando no estamos vendiendo, estamos creando. Cuando logramos algo, todos quieren conocerlo y aprenderlo. Por lo general, la comunidad científica no sabe ni de qué hablamos. Por ejemplo, cuando presentamos la memoria ferroeléctrica, casi nadie sabía lo que era e incluso hoy, pocos lo comprenden.

¿No se investiga al respecto, ni siquiera en las universidades estadounidenses?
Nosotros fuimos los primeros, entonces muchos nos copiaron. Sucede que los laboratorios de las universidades no cuentan con la disciplina suficiente como para fabricar una memoria que se transforme en producto. A menudo, también pierden mucho tiempo publicando, en un proceso lento que la propia academia estimula. Esto queda muy claro en el área de las memorias, porque, si la investigación no se transforma en producto, no tienen ningún valor.

Pero ese no es el objetivo de las universidades.
Bueno, debería serlo en ingeniería. Pero no lo hacen porque los docentes siempre están buscando fondos. Nosotros firmamos un convenio con una gran empresa y convocamos a sus ingenieros para trabajar con nosotros en Colorado. Ahí ellos pasan tres o cuatro años en la empresa, aprendiendo. No tenemos costo de desarrollo, sólo de investigación. Cuando pasa a manos de la empresa que la está licenciando, ellos ya están desarrollando lo que denominamos test chip, un dispositivo que realiza todas las pruebas. Entonces, cuando todos los parámetros se han comprendido, puede decirse: “ahora va a la línea de producción”. La razón por la cual los ingenieros están en Symetrix es para transferir la tecnología a la empresa para la que trabajan.

En 2008, usted intentó traer una fábrica de memorias ferroeléctricas a Brasil. ¿Por qué no resultó?
Ese tema es muy complejo. Symetrix es una compañía que inventa. No es que uno se levanta cada día y dice: voy a inventar la próxima memoria. El sector de los semiconductores moviliza alrededor de 300 mil millones de dólares por año y gran parte de eso procede de las memorias. En Estados Unidos, hace 20 años que se invierte en fabless, compañías sin fábrica, que se encargan del diseño de los chips. Eso fue un éxito. El 99% de los chips se diseñan en Estados Unidos, pero se fabrican en China. Eso comenzó en Taiwán, con una firma denominada TSMC, que cuenta con 77 mil millones de dólares en fábricas. Los gobiernos de esos lugares invirtieron para crear empleo, entonces, el precio de la mano de obra barata devino en una sociedad entre Estados Unidos y Taiwán. Entonces China comenzó también a hacerlo, y ahora posee tres fábricas enormes, pero no le llega ni cerca a Taiwán. Las ideas surgen en Estados Unidos y la fábrica está en China. Luego, los estadounidenses se los venden al resto del mundo, siendo lo que denominamos una empresa mariposa. Un ala es la de la fabricación, el cuerpo es el control del diseño y la otra ala es el marketing. Entonces, hace unos ocho o nueve años, en Brasil se hizo un estudio, al comienzo del gobierno de Lula da Silva, acerca de cómo podría el país fabricar semiconductores, y se arribó a la conclusión de que el gobierno invertiría 5 millones de dólares en el sector de diseño, y se crearon aquí algunas compañías de diseño. El modelo de negocios sería el mismo que el de Estados Unidos, diseñar acá y fabricar en China. Pero en China cada vez resulta más complicado, porque al cabo, ellos también aprendieron a diseñar. Ellos pretenden dominar, pero no lo logran demasiado en ese sector. La innovación consiste en crear el diseño, o el tipo de chip, que se utilizará en un nuevo iPhone, y eso todavía lo hace sólo Estados Unidos. En Brasil, el gobierno federal también decidió invertir, en Rio Grande do Sul, en una fábrica de semiconductores, Celtec, pero utilizaron equipamientos donados por Motorola, que eran obsoletos. Nunca terminaron la fábrica. Constituye un ejemplo de ineficiencia, tanto académica como gubernamental de Brasil en el área. Cuando vine con la memoria ferroeléctrica, acudí al BNDES [el Banco Nacional de Desarrollo Económico y Social], porque me interesaba instalar una filial de Symetrix en Brasil, pero yo no iba a invertir mi dinero, porque el riesgo es muy grande. Transferiría la tecnología a alguien que la comprara. Podría comenzarse con un wafer [un material delgado con forma de círculo de material semiconductor] adquirido por 500 dólares en Taiwán, adosarle luego la memoria ferroeléctrica, en una fábrica brasileña que costaría, como máximo, 50 millones y no 4 mil millones de dólares. La idea, principalmente, era exportar. Si lo hubiéramos hecho, hoy el país estaría exportando microcontroladores con memoria ferroeléctrica. El microcontrolador es barato, y sirve para varios tipos de circuitos integrados, que se usan en automóviles, cocinas y heladeras, por ejemplo. Seríamos proveedores y contaríamos con una compañía por una inversión de 50 millones de dólares, que facturaría 150 millones de dólares anuales, para empezar.

¿Y las tarjetas con memoria ferroeléctrica?
Otra idea consistía en utilizar la memoria ferroeléctrica aquí, para producir también una smart card, que ya se usaba en Japón para el pago de pasajes del metro y de autobuses, y sirve como documento de identidad y tarjeta de crédito simultáneamente. Ese chip avanzado es un microcontrolador con estación de radio, con memoria RFID [radio frequency identification o identificación por frecuencia de radio]. Si hubiéramos fabricado esa tarjeta en Brasil, en un año estábamos vendiéndola. Eso ya evolucionó tanto en Japón, que ya no se puede comprar una computadora [desktops, notebooks] sin la lectora de la tarjeta. Con sólo apoyar la tarjeta, se accede a internet y uno puede ver todo lo que compró, lo que hizo o cargar más crédito. Por lo tanto, una empresa brasileña tendría algo de avanzada y controlaría el negocio antes que otras del resto del mundo.

Regresando al tema de Brasil, usted presentó la tecnología aquí y mantuvo contactos con el Centro Multidisciplinario para el Desarrollo de Materiales Cerámicos, uno de los Cepids de la FAPESP. ¿Por qué?
Los profesores Elson Longo y José Arana Varela, al haber estudiado al ferroeléctrico, ya conocían el valor de lo que yo estaba presentando y colaborarían en la capacitación del personal. Pero no hicimos nada porque no hubo ninguna inversión. Hubo promesas de empresarios de São Carlos, de los gobiernos, BNDES, ministerios, que luego se diluyeron. Eso fue muy desgastante y ya no quiero ni acordarme. Me quedé esperando que alguien dijera “vamos a hacerlo porque es bueno para Brasil”, pero no hubo nada de eso, ni siquiera existió esa charla. Pero no estoy enojado.

¿Cuánto había que invertir en ese entonces?
Vea, no era una inversión para mí. Era para Brasil. Alguien tendría que haber dicho “quiero montar una fábrica de semiconductores”, pero como el gobierno federal ya estaba solventando el Celtec en Rio Grande do Sul, no hubo espacio para nosotros. La inversión en São Carlos sería de un máximo de 70 millones de dólares.

¿Dónde se instaló la fábrica?
En Japón. La montó Panasonic, dentro de una ya existente, con una inversión de 20 millones de dólares y hoy es la que le reporta mayores ganancias a la empresa en el área de circuitos integrados.

¿Cómo ve actualmente al área de semiconductores en Brasil?
Hoy es una complicación mayúscula; no es posible que Brasil no cuente con industria de semiconductores, fundamentalmente en función del tamaño de su economía. El chip es el petróleo de la electrónica. El mundo se divide en países que cuentan con independencia en chips y los que no la poseen. Hay empresas en Brasil diseñando chips. Pero aún es algo incipiente. El problema fundamental, en términos tecnológicos, es que nosotros mezclamos ciencia con tecnología. Debemos contar con un ministerio de tecnología. Necesitamos separar alta tecnología de la ciencia básica y académica.

¿No un ministerio de ciencia y tecnología?
Hay que tener un ministerio de ciencia, para brindar becas a alumnos, fomento a la investigación, pero la tecnología, en el nivel de transformación que atraviesa el país, que implica cómo competimos con otros países, tiene que concebirse como una forma de proteger el desarrollo tecnológico realizado aquí. ¿Recuerda la época de la guerra de las Malvinas? Nadie le vendía nada a Argentina. Y le faltaron chips. Como todo se encamina hacia una dependencia cada vez mayor de los chips, con cada vez más información, un país del tamaño de Brasil, con tal dimensión demográfica y el séptimo más poblado del mundo, de ninguna manera puede ser una colonia tecnológica en términos de chips, pues debemos importar todos los que utilizamos aquí. Al cabo, atravesamos la era de la información sin la materia prima básica, el chip.

Usted ha brindado algunas conferencias donde habla del futuro del futuro. ¿Qué significa eso?
Hace mucho tiempo, dicté una conferencia en Japón, intitulada El Futuro del Futuro. Fue una charla para varios ejecutivos japoneses y se hizo muy famosa. El año pasado ofrecí una serie de conferencias para el consulado estadounidense en Japón, junto con otros inventores, el que ideó la pantalla de plasma, el del rayo láser azul, etc. Luego, las conferencias se transformaron en un libro que ahora es de lectura obligatoria en los cursos de MBA allá en Japón. Pero El Futuro del Futuro fue una conferencia muy distinta. Comprobé que lo que envejece más rápido es nuestra visión del futuro. Cuando era joven, todos sabían que tendrían un futuro, que el hombre llegaría a la Luna, tendría un microondas y reloj con teléfono. Pero llegué a la conclusión de que ya no tenemos visión del futuro. Todo sucede velozmente y quien detenta el poder de capitalizar ideas crea un futuro que el resto debe seguir. Antes se compraba un aparato para escuchar y otro para ver, ahora está todo integrado en un sólo dispositivo y el nivel de integración siempre estará en crecimiento. Dentro de poco habrá un iPhone que hará un chequeo médico. Entonces, si uno fuera el propietario de Sony tendría una preocupación permanente, porque todo lo que se crea, rápidamente es destruido. Entonces, ¿cómo se genera valor? Y eso se topa con la necesidad brasileña de construir una fábrica, de contar con mano de obra, de armar cosas, pero lo importante no es sólo eso, sino crear esas cosas. Hoy en día, una impresora 3D ya hace casi todo. En esa alta integración, el valor de la transferencia de información es mayor que el valor del objeto que uno utiliza para informarse o incluso para fabricar piezas. Internet, cloud computing, todo eso conduce ahora en Estados Unidos a un área denominada big data, que consiste en algo así como buscar e relacionar datos, calcular tendencias, definir productos y fabricarlos con robots. La mano de obra pasa a ser muy avanzada y la educación debe anticipar eso.

¿Y en qué situación se encuentra Brasil, en medio de esa ola?
¿Cómo se pretende generar empleo para todos los que estudian ingeniería en la facultad, si sólo se cuenta con una Apple? ¿Cómo generar empleos calificados? Ya no se trata del tamaño de la fábrica, sino del tamaño de la idea. Si no hay ideas, y de no haber cómo canalizar financiación directa para generar esas ideas, siendo genuinamente innovadoras, que pertenezcan a Brasil para poder exportarlas al mundo, seremos perpetuamente una nación atrasada. Los políticos no tienen la capacidad de comprenderlo. Ni siquiera los ministerios están preparados para eso. En Estados Unidos, en Japón, en cualquier sitio, la pregunta fundamental es: ¿cuál es el empleo de guante blanco para el científico y el ingeniero? Pero la creación de riqueza es la razón de tener nuevas tecnologías. Y como la tecnología siempre se está autosuperando, crea riqueza y destruye riqueza.

¿Se trata de un problema por superar?
En todo el mundo.

Cambiando un poco de tema, usted también ha trabajado en redes neurales artificiales y ha publicado en revistas del área de biología.
Yo me gradué en ingeniería electrónica dividida en sistemas y componentes. De vez en cuando hago algo diferente en el área de sistemas, tal como inteligencia artificial con neuronas sintéticas. Lo más reciente fue con un alumno español: utilizamos una lectora de ondas cerebrales muy barata adquirida en Amazon.com, que lee, mediante Bluetooth, en un smartphone, por ejemplo, las ondas cerebrales por medio de una diadema colocada en la cabeza. Las ondas se separan por frecuencias, por ejemplo, la onda beta de 20 hertz, la onda theta de 4 hertz. De ese modo, puede utilizarse un identificador de frecuencia y esas ondas como ceros y unos; entonces, si uno se relaja hay ondas theta, si uno piensa produce ondas beta. En dos meses, él desarrolló un software para crear un procesador de textos para parapléjicos, en el cual la persona enfoca la letra A en un procesador de texto. Si el individuo pestañea o se relaja, cambia de letra, por ejemplo. Es algo sencillo hacer un proyecto así con un sensor que cuesta 100 dólares y un celular o una tablet.

¿Ese trabajo sólo queda en la universidad?
Así es, esas cosas más esotéricas las hago en la universidad. Al procesador de texto para parapléjicos lo estoy conectando ahora a una impresora digital 3D, porque así éste puede enfocarse en una pantalla de computadora y buscar un objeto que desea crear. Sólo con el pensamiento. Escoge el menú y ejecuta. Así, se vuelve posible que el pensamiento de alguien se transforme en algo en 3D en una impresora, pero salió bastante mal. Todavía hace falta estudiar mucho. Este tipo de trabajo me produce un gran placer y a los estudiantes les encantan esos proyectos que presentan una realización mucho más rápida que pasar años inventando una memoria no volátil.

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