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Cesar Victora

Cesar Victora: La salud inherente a las estadísticas

LIANE NEVESCuando desembarcó en Inglaterra en 1980 para empezar su doctorado, el médico gaúcho Cesar Gomes Victora portaba un material valioso. Había obtenido en el Instituto Brasileño de Geografía y Estadística (IBGE) los datos sociales, económicos y de salud de casi el 1% de la población brasileña, almacenados en un enorme rollo de cinta magnética, una forma entonces sofisticada de guardar información. Cuando le mostró ese material a su director de tesis, el epidemiólogo John Patrick Vaughan, escuchó de repente: “No confío en la epidemiologia de gabinete”.

Esa primera lección lo llevó a regresar a Brasil antes de lo planeado. Victora precisó salir a la ruta y atravesar Rio Grande do Sul en busca de información sobre las condiciones de vida y sobre la salud infantil en el interior del estado sureño. Ese trabajo reveló importantes condicionantes socioeconómicos de la salud –los niveles de desnutrición y mortalidad eran menores en la región con distribución de ingresos menos desigual y agricultura familiar– y lo convenció del principio que le planteara su supervisor, que Victora adopta hasta los días actuales con sus alumnos: el epidemiólogo debe salir al campo a recabar sus datos.

Una vez que culminó su doctorado, reacio al ajetreo de los grandes centros, Victora regresó en 1984 a la apartada y tranquila Pelotas, donde era ya docente de la Universidad Federal de Pelotas recientemente creada. En esa ciudad de gente afable y receptiva, un importante centro económico gaúcho a finales del siglo XIX, productor de cuero y charqui ‒la carne seca y salada que les servía de alimento a troperos y esclavos‒, ayudó al pediatra y amigo Fernando Barros a crear en Brasil una de las primeras cohortes de nacimiento, nombre que se les da a los estudios destinados a realizar un seguimiento durante largos períodos de la salud de las personas nacidas en un lugar y en un determinado año. Dicho seguimiento, iniciado en 1982, que continúa hasta los días actuales, generó desdoblamientos que hicieron que el trabajo de ambos obtuviese reconocimiento en el país y en el exterior, y transformaron el Centro de Investigaciones Epidemiológicas que ellos organizaron, en una referencia internacional en el área.

Edad:  61 años
Especialidad:
Epidemiología
Estudios:
Universidad Federal de Rio Grande do Sul (carrera de grado)
Escuela de Higiene y Medicina Tropical de Londres (doctorado)
Institución Actual:
Universidad Federal de Pelotas

Considerado uno de los más respetados epidemiólogos en salud infantil a nivel mundial, premiado en Brasil y en el exterior, Victora tiene 61 años y está jubilado de la universidad desde 2009. Pero sigue siendo altamente productivo: ha publicado más de 500 artículos, y casi 70 de éstos en los últimos cuatro años. Cuando no viaja –pasa 40 días en vuelos de un país a otro anualmente–, suele trabajar en su casa, frente a Lagoa dos Patos, la laguna donde practica windsurf siempre que el viento se lo permite. Entre un compromiso y otro, Victora recibió a Pesquisa FAPESP en la ciudad de Pelotas en marzo pasado para concederle la entrevista que sigue.

Un hecho en su trayectoria llama la atención. Usted se recibió en 1977 y al año siguiente ya era profesor en la ciudad de Pelotas. ¿Cómo sucedió eso?
Fue una coincidencia. Yo hacía la residencia en salud comunitaria en Porto Alegre, y a mitad de su transcurso, federalizaron la Universidad de Pelotas. Antes la facultad de medicina era independiente, se llamaba Facultad Laica de Medicina de Pelotas, pues había otra, la católica. Y en la laica estaban buscando docentes porque tenían que montar un Departamento de Medicina Social. Fueron a buscarlos entre los residentes y resolví venirme. Soy de São Gabriel, del interior del estado, y siempre quise vivir en una ciudad menor que Porto Alegre, que a mí me parecía muy grande.

¿Usted empezó sus investigaciones en salud pública cuando fue a Inglaterra a hacer su doctorado?
Un poquito antes. Tan pronto como me vine acá, empecé a hacer investigaciones, por influencia de Kurt Kloetzel, el fundador del departamento, que fue quien me trajo acá.

¿Qué investigaba?
Empecé a estudiar mortalidad infantil y desnutrición. Siempre trabajé con poblaciones muy pobres, de favelas de Pelotas y de Porto Alegre, y me había percatado de que los niños siempre volvían [al centro de salud] con los mismos problemas: diarrea, desnutrición, neumonía. Trataba a un niño y éste volvía dos semanas después con lo mismo. Vivían en una ambiente de mucha pobreza, no había agua corriente, los chicos no eran amamantados y estaban expuestos a contaminaciones ambientales. Fue entonces cuando resolví dedicarme a la epidemiologia e intentar hacer algo orientado hacia la prevención de las enfermedades.

¿Cómo decidió irse a Londres?
Estaba en la duda. Me admitieron en una carrera de San Francisco, en California, y en otra en Londres. Empecé a leer los artículos y me gustó más la epidemiologia inglesa. Los estudios no son demasiado ambiciosos. La epidemiologia estadounidense hacía estudios enormes, con múltiples objetivos y el empleo de tecnología sofisticada. Yo creía que esa corriente no sería útil en Brasil, un país pobre en esa época. Mi doctorado versó sobre el perfil de la desnutrición en Rio Grande do Sul. Comparé la frecuencia de la desnutrición en el estado y demostré que en el sur, en donde quedaban los latifundios, la mortalidad infantil era muy alta. En tanto, en la región norte, donde predominaban los pequeños agricultores dueños de sus tierras y que cultivaban sus alimentos, la desnutrición y la mortalidad eran bajas.

En esa época, Fernando Barros, su colega, estaba de regreso en Brasil. ¿Ustedes ya pretendían empezar los estudios de seguimiento de la salud de la población nacida en Pelotas, las cohortes de nacimiento?
Habíamos planificado algunos estudios, pero éramos amateurs, sin ninguna formación específica. Algunos años antes un profesor inglés, David Morley, quien dirigió a Fernando en su maestría, nos presentó al epidemiólogo John Patrick Vaughan, nuestro supervisor durante el doctorado. El que creó la primera cohorte fue Fernando, y en el doctorado él planificó el estudio de 1982. Cuando volví de Inglaterra en 1983, había obtenido una financiación para otro estudio y sobró dinero. Y así fue como hicimos el seguimiento de 1983. El estudio de 1982 era para medir la mortalidad infantil, la prematuridad y otras características de los recién nacidos. Este estudio contempló a los 6 mil nacimientos registrados en la ciudad aquel año. En Brasil hay un montón de estudios hechos en un solo hospital, lo que impide contar con esa característica poblacional. Después, Fernando, Patrick y yo obtuvimos en Inglaterra el financiamiento como para continuar.

¿Qué abarca ese estudio?
En 1982 abarcamos el 99% de los nacimientos registrados en hospitales y maternidades de Pelotas, porque el 1% nacía en casa. Al año siguiente fuimos a los domicilios dados por los padres y reencontramos a un 83%. Perdimos un 17%. Es una tasa razonable; pero, si pierdo eso en un año, ¿cómo haré un seguimiento de un número razonable a largo plazo? En esa época la gente no se iba de Pelotas. Se mudaba de barrio. Entonces se me ocurrió una idea: ¿y si vamos a cada casa a encontrarlos? Surgió hasta un chiste de mal gusto. Lo llamaron Operativo Herodes, pues, así como Herodes había ido de casa en casa buscando a Jesús, nosotros buscábamos a los niños de la ciudad. Con esa estrategia, en 1984 encontramos al 87,5%. El aumento en el índice es paradójico, porque, con el tiempo, la tendencia señala una disminución. Por cierto, una de las características de las cohortes de Pelotas es la tasa de seguimiento, que es fantástica, más alta que la de las que se han hecho en otras regiones de Brasil e incluso del exterior. Hay una cohorte inglesa famosa de 1970 que, 30 años después de que la empezaron, no encontró tanta gente como la que nosotros encontramos el año pasado, cuando nuestra primera cohorte cumplió 30 años y ubicamos al 68% de los nacidos en 1982.

¿Ustedes esperaban hacer un seguimiento tan largo?
Hicimos una visita a todos los niños cuando cumplieron 2 años y después a los 4 años, y pensamos que ya estaba bien. Retomamos la cohorte recién cuando cumplieron 15 años. Perdimos información sobre una fase crítica del desarrollo. Podríamos haber hecho visitas a los 7 y otras a los 10 u 11 años, tal como estamos haciendo con las cohortes más recientes.

¿Fue difícil obtener fondos para seguir?
Eso es un desafío permanente. A las agencias financiadoras les interesa el proyecto, pero al cabo de un cierto tiempo se cansan y se fijan otras prioridades. De 2004 a 2014 contamos con financiamiento de la Wellcome Trust para las tres cohortes, las de 1982, 1993 y 2004 [en mayo la Secretaría de Ciencia y Tecnología del Ministerio de Salud, la Decit, aprobó una financiación para las principales cohortes de nacimiento brasileñas: la de Pelotas, la de Ribeirão Preto y la de São Luís, en Maranhão].

¿Qué proyectos desarrollaron luego de la primera cohorte?
Fernando y yo empezamos a trabajar en el nordeste de Brasil con Unicef [el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia] para mapear la desnutrición y la mortalidad infantil. Entre 1987 y 2001, aplicamos cuestionarios en nueve estados. Registramos índices altísimos de mortalidad infantil [las tasas eran superiores a 100 muertes por cada mil nacimientos]. Dialogamos con los secretarios de Salud y logramos orientar las líneas de actuación de los estados con base en los resultados de la investigación. Pero nuestro grupo era pequeño. Fernando y yo capacitábamos de manera amateur a los colegas interesados. En 1990 nos dimos cuenta de que necesitábamos contar con gente que quisiese hacer epidemiologia. Entonces creamos la maestría, en 1991. No podríamos haber tenido una idea mejor. Hemos sacado más 100 másteres y 50 doctores. Muchos se van, pero contamos con una masa crítica. Es un grupo fuerte, reconocido en Brasil, con nota de concepto 7 en la Capes.

¿Qué fue lo que los llevo a buscar de nuevo a los niños de 1982?
En 1997 obtuvimos un dinero de Unicef, que estaba interesado en la salud de los adolescentes. Como no era mucho, logramos evaluar tan sólo un 25% de la cohorte. En 2000, cuando cumplieron 18 años, los chicos fueron a hacer el servicio militar. Armamos una clínica en el cuartel para examinarlos. Logramos ver más del 80% de la muestra inicial. También salimos en busca del 25% de las niñas. En esa época le solicitamos fondos a Wellcome, y en 2004, cuando ellas tenían 23 ó 24 años, encontramos al 75%. Ahora, con 30 años, encontramos al 68%.

¿Cómo se encuentran esas personas?
Lo que llama la atención es que están gordas. Más de la mitad se encuentran con sobrepeso u obesidad. Antes había malnutrición.

¿Ya manifiestan problemas producto del exceso de peso?
Sí. En los exámenes aparece colesterol elevado, glucemia elevada, presión alta y proteína C reactiva [marcador de inflamación crónica] elevada. Pretendo capacitar gente joven, pues espero que esa cohorte dure otros 30 ó 40 años, como las cohortes clásicas. Este tipo de investigación brinda una idea de lo que denominamos epidemiologia del ciclo vital, que comienza en la concepción y atraviesa toda la vida.

¿Qué aprendieron con las cohortes durante estos 30 años?
Lo principal es la importancia de los factores de riesgo precoces y de los primeros mil días de vida, cuando pueden ocurrir daños irreversibles. Probamos que el rápido aumento de peso es benéfico durante ese lapso de tiempo que va desde la concepción hasta el segundo año. Después pasa a ser perjudicial.

¿Cómo cuidar a un niño con mil días?
Lo primero es encargarse de que la mujer inicie una gestación sana. Que no esté malnutrida ni obesa, ni tenga diabetes. Durante la gestación, debe ofrecérsele un prenatal de calidad. En Brasil la cantidad de atenciones prenatales es grande, pero la calidad es mala. No es necesario contar con alta tecnología. Hay que hacer los análisis básicos y orientar la nutrición. Luego del parto, hay que orientar a la madre a amamantar durante los primeros seis meses de vida sin darle al bebé nada más de comer, e intentar seguir amamantándolo hasta los dos años. Recién a partir de los seis meses hay que darle alimentos con altos valores de proteínas y nutrientes. Durante esa fase, el niño desarrolla más el cerebro, el hígado y el páncreas, órganos que pueden ocasionar problemas en la edad adulta. A partir de los dos años, el reto consiste en evitar que el niño engorde. Nuestros resultados muestran que el aumento de peso rápido al comienzo de la vida se transforma en huesos, músculos y vísceras tales como el hígado y el cerebro. Pero después de los dos años se transforma en grasa.

Y esa grasa ocasiona problemas…
La peor combinación es ser malnutrido al comienzo de la vida y obeso después. El niño que es malnutrido en el útero nace con bajo peso y tiene un déficit de altura durante los dos primeros años de vida. Su organismo queda programado para ser pequeño, y posteriormente no tolera una dieta como la que tenemos, con alimentos grasosos y extremadamente calóricos. Brasil se encuentra en una fase crítica. Los adultos de 30 años son los niños que crecieron cuando había desnutrición y malnutrición. Ahora afrontan un ambiente obesogénico, con poca actividad física y abundancia de comida. El programa Hambre Cero fue un equívoco para mí. En Brasil, si existe hambre, existe únicamente en bolsones. Todos tienen qué comer, pero comen cosas equivocadas, porque son baratas.

Y los resultados de Pelotas, una ciudad de 300 mil habitantes, ¿valen para todo Brasil?
Las cohortes se hacen generalmente en un solo lugar. El estudio que más ayudó a conocer los factores de riesgo de la enfermedad cardiovascular es el de Framingham, una pequeña y rica localidad del estado de Massachusetts, Estados Unidos. Cualquier estudio de esta índole parte del microcosmos. Pero existen dos cosas. Una es medir la prevalencia de una enfermedad. Si pretendo saber cuántas personas padecen de hipertensión en Brasil, el resultado de Pelotas no lo resuelve. Es necesario contar con un estudio nacional. Pero si lo que pretendo es saber si los que son gordos padecen más hipertensión, no es necesario hacerlo en Brasil entero. Tomamos una ciudad que tenga variabilidad, no solamente ricos ni solamente pobres, no únicamente gordos ni tampoco únicamente flacos, y hacemos un estudio que cuente con validez interna y sirva para mostrar una asociación de factores. Pelotas resulta interesante porque es la ciudad pobre del sur, la ciudad pobre dentro del estado rico, más parecida al resto de Brasil que a Rio Grande do Sul. En los estudios realizados en Pelotas encuentro asociaciones entre factores de riesgo y enfermedad que se aplican al país.

El enfoque está puesto en hallar factores que determinen la salud de la gente en el futuro.
Exactamente. Y lo que vemos acá, apuesto que es verdad para el resto de Brasil. Cuando me invitaron a coordinar una serie de artículos para su publicación en Lancet en 2008, salí en busca de las mayores cohortes realizadas fuera de los países ricos. Registré las de Guatemala, Pelotas, Soweto [Sudáfrica], Nueva Delhi [la India] e Isla de Cebú [Filipinas]. Creamos un consorcio de investigaciones en salud de sociedades en transición, el Cohorts. Los resultados son muy parecidos. Estamos publicando en Lancet artículos sobre la cuestión de los mil días. Estos trabajos muestran, por primera vez en un estudio sistemático realizado en varios países, que aumentar de peso es distinto que crecer en altura. Los que crecen rápidamente serán adultos más sanos, más inteligentes, más productivos, con mayor escolaridad.

¿Existe alguna razón biológica para ello?
Sí. La altura significa masa magra: huesos, músculos y vísceras. Forma un adulto más alto, más fuerte, con un cerebro más grande, como así también en lo referente al hígado y al páncreas. Esa persona tiene mayor capacidad de producir insulina, su hígado tiene una mayor capacidad de procesar, sus riñones filtran mejor. Pero no es así al aumentar de peso. Al comienzo de la vida, lo que se pretende es que se aumente de peso. Durante esa etapa el peso influye sobre la altura. El pediatra debe pensar cómo hacer para que el niño crezca en altura sin subir demasiado de peso.

¿Y ya se sabe cómo fomentar eso?
No. Sabemos que algunas cosas ayudan a crecer en altura, tales como el amamantamiento y una dieta rica en proteínas de alta calidad –fundamentalmente proteína animal– y en algunos micronutrientes.

Y si al cabo de ese tiempo el niño sigue siendo menudo, ¿es mejor dejarlo así?
Todos los pediatras, y yo me incluyo, cuando tratan a un niño de 3 ó 4 años menudito, ¿qué hacen? Lo hacen engordar. Pero no se puede recuperar altura. La ventana de los mil días se ha cerrado. Tendremos que cambiar el modo de pensar el crecimiento y los programas de nutrición y salud.

¿Cómo convencer a los pediatras?
Resulta paradójico. Cuando un pediatra de Pelotas descubre algo así, no logra convencer a otro pediatra de Pelotas. En la década de 1980 realizamos un estudio que demostraba que hasta los 6 meses los niños solamente debían tomar leche materna. Nadie se lo creyó. Logramos convencer a la Organización Mundial de la Salud [OMS] y a Unicef, y ellos a su vez convencieron al Ministerio de Salud, que los convenció a los pediatras brasileños. Hoy en día los buenos pediatras recomiendan eso. Existe un ciclo [de propagación del conocimiento] que no siempre es directo. Nos invitaron a presentar los datos sobre los mil días en marzo, en una reunión de la OMS. Estamos dando inicio al proceso de traslación, que consiste en transformar el resultado de un estudio científico en una práctica clínica, una política de salud. Eso implica un proceso lento.

¿Cómo se hizo el estudio que estableció el modelo ideal de crecimiento infantil?
Las cohortes suministraron información descriptiva. Ese otro estudio se hizo para recabar información prescriptiva acerca de cómo es el crecimiento ideal de la especie humana hasta los 5 años. Es una curva sencilla: peso, edad y altura. Para establecer este tipo de curva, necesito estudiar gente que crece bien, y en la cohortes hay gente que crece bien, mal y más o menos. Todo el mundo decía que los brasileños son diferentes a los jamaiquinos, los noruegos y los indios. Por eso hicimos algo ambicioso. Tomamos una muestra de más de 7 mil niños de Brasil, Estados Unidos, Noruega, Omán, Ghana y la India. Elegimos madres y niños de buen nivel socioeconómico –las madres habían hecho sus exámenes prenatales, no eran fumadoras y no padecían enfermedades importantes, y los niños habían sido amamantados– y fuimos a ver cómo crecen los niños. Y para nuestra sorpresa, crecieron de manera muy similar. Se piensa que los brasileños son bajitos y los noruegos altos. A los 3 años, los brasileños medían 0,2 centímetro más que los noruegos.

¿Qué parte de ese estudio se hizo en Pelotas?
Ayudamos a desarrollar la metodología. Nuestro centro fue el primero en realizar este estudio. Gente de otros países vinieron a capacitarse acá. Esta curva de crecimiento se usa actualmente en 140 países.

Debe ser motivo de orgullo.
Para mí sí que lo es. Investigar y escribir artículos es bueno, pero estoy llegando al final de mi carrera y quiero ver resultados prácticos.

¿Esa curva indica si los factores ambientales influyen para logar un crecimiento saludable?
Lo que más me llama la atención es que un niño de Nueva Delhi, Omán o Pelotas puede crecer tanto como uno de California o de Noruega, de contar con las condiciones adecuadas. La idea de que existe una diferencia genética cae por tierra. Una persona puede ser bajita o alta por cuestiones genéticas. Pero en todas las poblaciones hay gente alta y baja. Sin embargo, las poblaciones sanas son generalmente muy parecidas.

Ustedes están empezando otro trabajo predictivo, el de la curva de crecimiento fetal. ¿Podría explicarlo?
Es la misma idea. No existen estándares internacionales para hacer ecografías durante la gestación y determinar si un niño está creciendo bien. Hay curvas construidas con información de un solo lugar. Llevamos adelante un estudio con ocho centros, recabando datos desde la 9a semana de gravidez hasta la 38a, la 39a o la 40a semana, en un grupo de madres cuya condición de salud permite un crecimiento ideal. Este trabajo, que cuenta con la coordinación de Fernando Barros, está avanzado. Tenemos información de 360 madres, y serán 500.

¿Cómo decidieron iniciar otras cohortes?
Empezamos a percibir que la situación estaba cambiando y nos pareció interesante establecer otra cohorte 10 años después de la primera. Solicitamos financiación ante la Comunidad Europea, pero el proyecto se atrasó y salió en 1993. Por eso decidimos hacer la tercera cohorte en 2004, para mantener el intervalo de 11 años. Contamos con el dinero para iniciar una en 2015. Y tenemos datos de cuando los niños de las tres cohortes tenían 4 años. De la primera a la tercera, la obesidad a los 4 años se duplicó. En estos 30 años, la situación ha cambiado mucho. Por ejemplo, el porcentaje de adolescentes que han sido asaltados es mucho más alto ahora que en 1982.

¿Ustedes evalúan otras cuestiones aparte de la salud física?
Contamos con antropólogos, sociólogos y criminólogos en el grupo. Esas cohortes ya no son únicamente de salud pública. Son de trabajo, vida social, y comportamiento.

¿Qué otra cosa ha cambiado?
Los niños tienen mayor escolaridad. En la primera cohorte, una gran cantidad de niños no terminaba los grados iniciales de la escuela. Hoy en día todos siguen estudiando. La cantidad de fumadores parece estar disminuyendo. Son más obesos y se producen más nacimientos prematuros, cosa que me preocupa. También observamos menor actividad física. Los niños iban a la escuela a pie o en bicicleta. Hoy en día van en coche o en autobús.

Y en el resto del país, ¿qué se ha alterado desde los tiempos en que era estudiante hasta ahora?
Cuatro cosas me llaman la atención. La reducción de la mortalidad infantil y de la malnutrición, el aumento de la obesidad y el incremento de la cantidad de nacimientos de prematuros. Esto último está relacionado en parte con el aumento de las cesáreas. Hoy en día el 54% de los partos en Pelotas corresponde a cesáreas. En el total de Brasil ese porcentaje se ubica casi en el 50%. En el sector privado es del 90% y en el sector público del 35%, que es aun así un valor alto. Lo ideal es un 15% o menos. Hay una epidemia. Al mismo tiempo, el amamantamiento ha mejorado. Cuando empezamos, la duración era de dos a tres meses. Actualmente son 14 meses.

¿Esa mejora en la salud pública también es una consecuencia de la creación del Sistema Único de Salud, el SUS?
Yo pienso que sí. Estoy a favor del SUS y del Programa de Salud de la Familia, el PSF. Ambos marcaron una enorme diferencia. Ahora bien, el SUS se encuentra subfinanciado. El gobierno brasileño invierte poco en el SUS con relación al tamaño de su estructura. Por eso los problemas son cada vez mayores. Los que pueden están saltando hacia sistemas privados de salud pues la calidad del SUS es mala. La situación es mejor que antes, pero el SUS se encuentra amenazado por el subfinanciamiento. Brasil gasta proporcionalmente menos en salud pública que Estados Unidos [que no tiene un sistema de salud pública universal].

Ustedes sofisticaron el tipo de medición que están haciendo en las cohortes. ¿Qué información esperan obtener?
Hasta hace muy poco tiempo contábamos únicamente con el IMC, el índice de masa corporal, que podía ser alto porque la persona tiene mucha masa magra o mucha masa gorda. Sabemos que la masa magra es benéfica y la masa gorda, perjudicial. La primera mejora consistió en adoptar métodos para separar la masa magra y la masa gorda y separar la masa gorda mala, como lo es la grasa interna del abdomen, y la masa gorda no tan mala, como lo es la grasa de los muslos, la de las nalgas y la grasa superficial de la panza. Los datos han sido recabados ahora. Pretendemos saber por qué algunas personas acumulan desde el vamos la grasa más nociva.

¿Cuentan con otras herramientas nuevas?
Contamos con los análisis de sangre y con el ADN de 4 mil personas de la cohorte de 1982. Estamos realizando el escaneado genómico para intentar ver los genes asociados con la acumulación de grasa intraperitoneal. Creo que es la mayor muestra de Brasil en lo que hace al empleo de esta técnica. Tardamos tres o cuatro años para empezar debido a las trabas burocráticas existentes en el país. Ya deberíamos haber publicado los resultados.

¿Qué trabas enfrentaron?
Cuando solicitamos la autorización a la Comisión Nacional de Ética e Investigación [Conep, sigla en portugués] para extraer material genético y estudiar el ADN, preguntamos cuáles serían los términos de la autorización e hicimos tal cual nos los informaron. En ningún momento dijeron que había que informar si el material genético sería estudiado en el exterior. Posteriormente, la Conep dijo que no contábamos con esa cláusula en el contrato y tuvimos que rehacer todo el procedimiento. ¿Cuál es la diferencia en cuanto al lugar en que será examinado si la persona ha autorizado la extracción y los datos son confidenciales? También padecimos percances a la hora de pagar los análisis. El Tribunal de Cuentas de la Nación exige que se haga una licitación internacional. Eso no existe en otros países. Son percances injustificados que obstaculizan la investigación científica en Brasil. En el caso de una universidad federal que lleva a cabo una investigación observacional –no voy a prescribir medicamentos, no voy a hacer cirugías ni nada que ponga en riesgo la vida– de interés público, debería haber un sistema de aprobación rápida. Estos obstáculos burocráticos van en detrimento de nuestra competitividad internacional y constituyen el costo Brasil de la investigación científica.

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