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Antropología

Como nuestros padres

En un nuevo estudio se sostiene que los primeros americanos se parecían a los africanos, lo que hace arreciar la polémica sobre el arribo del hombre al continente

Publicado en abril de 2011

Los cráneos de Lagoa Santa: americanos con rasgos africanos

Eduardo CesarLos cráneos de Lagoa Santa: americanos con rasgos africanosEduardo Cesar

El Homo sapiens no se habría diferenciado en razas o tipos físicos distintos antes de establecerse en todos los continentes, incluso en América, el último gran bloque de tierra conquistado por la especie, con excepción de la gélida Antártida. La oleada inicial de cazadores-recolectores que ingresó aquí, hace más de 15 mil años, proveniente de Asia, por un camino actualmente ocupado por el estrecho de Bering, poseía una estructura anatómica muy similar a la de la primera población de humanos modernos que emigró de África, hace entre 70 mil y 55 mil años. Luego de abandonar la cuna de la humanidad, el hombre penetró en Asia, que en principio sirvió de base para la conquista de otros dos puntos importantes  del globo, Europa y Australia, y más tarde de un tercero, América. “Hasta unos 10 mil años atrás, todos los Homo sapiens presentes en cualquier continente poseían la morfología craneana del patrón africano”, comenta el bioantropólogo Walter Neves, de la Universidad de São Paulo (USP). “El proceso de racialización todavía no había comenzado”. El surgimiento de tipos físicos, tales como los caucásicos o los mongoloides (asiáticos de ojos estirados y rostro plano), constituiría un fenómeno biológico muy reciente y habría ocurrido luego de que el hombre se diseminara prácticamente por toda la Tierra.

El investigador sostiene esa polémica hipótesis en un artículo científico publicado en la edición de marzo del American Journal of Physical Anthropology. En ese trabajo, Neves, a otros dos antropólogos físicos –el brasileño Mark Hubbe, quien trabaja en el Instituto de Investigación Arqueológica y Museo de la Universidad Católica del Norte, en Chile, y la griega Katerina Harvati, de la Universidad de Tübingen, Alemania– comparan 24 características anatómicas presentes en los cráneos de seres humanos que vivieron hace entre 10 mil y 40 mil años en América del Sur, Europa, y el Este de Asia con los de individuos actuales oriundos de las mismas tres regiones, además del África Subsahariana, Oceanía y la Polinesia. En total se confrontaron 48 esqueletos antiguos (32 de América del Sur, 2 de Asia y 14 de Europa) con 2 mil actuales. “Independientemente del origen geográfico, los miembros de las poblaciones antiguas se asemejan mayormente con sus contemporáneos del pasado que con los humanos actuales”, comenta Hubbe. En otras palabras, los rasgos físicos del humano que abandonó África y, 40 mil años después colonizó América eran prácticamente los mismos. En concordancia con esa visión, la conquista del mundo fue un fenómeno tan rápido –el Homo sapiens habría utilizado rutas costeras, menos complejas de superar- que no dio tiempo para que el hombre desarrollara de inmediato adaptaciones físicas a los nuevos ambientes.

Los resultados del estudio avalan el modelo de población de nuestro continente defendido desde hace más de dos décadas por Neves, cuyos trabajos son financiados en gran parte por la FAPESP. Según esa hipótesis, América fue colonizada por dos corrientes migratorias promovidas por pueblos distintos que cruzaron en diferentes momentos el estrecho de Bering. La primera habría estado compuesta por humanos que hace 15 mil años todavía exhibían esa morfología “pan-africana”, remitiendo a un término empleado por el investigador de la USP. Los miembros de ese clan inicial de cazadores-recolectores habrían sido parecidos a Luzia, el famoso cráneo femenino de 11 mil años rescatado de la región de Lagoa Santa, Minas Gerais. Presentaban nariz y órbitas oculares anchas, rostro prominente y cabeza estrecha y alargada. Aunque resulte imposible determinar con certeza el color de su piel, probablemente eran negros. Todos sus descendientes desaparecieron misteriosamente en algún punto de la Prehistoria por motivos que se ignoran y no dejaron descendientes entre las tribus actualmente presentes en el continente.

Los humanos con rasgos africanos fueron, siempre en concordancia con las ideas de Neves, mayoritariamente reemplazados por individuos que arribaron en una segunda corriente migratoria desde Asia hacia América. El nuevo grupo habría ingresado en el Nuevo Mundo más recientemente, entre 9 mil y 10 mil años atrás, e incluiría solamente a individuos con las características físicas de los denominados pueblos mongoloides, tales como los actuales orientales y las tribus aborígenes encontradas hasta la actualidad en nuestro continente. Los seres humanos con esa apariencia más asiática, surgida posiblemente como una adaptación al clima extremadamente frío de Siberia y eventualmente del Ártico, no pueden haber tomado parte en la primera oleada migratoria hacia América, por la sencilla razón de que ese tipo físico aún no había surgido sobre la Tierra. Por lo menos eso es lo que afirman Neves, Hubbe y Harvati.

Esa teoría al respecto del poblamiento de América lejos está de ser consensuada. Los análisis del ADN extraído de poblaciones extintas y vivas de aborígenes del continente, en especial de las secuencias contenidas en los genomas de la mitocondria (por linaje materno) y del cromosoma Y (de herencia paterna), revelan una historia distinta. Favorecen la hipótesis de que sólo hubo un movimiento de entrada de individuos de Asia en dirección al Nuevo Mundo y de que esa travesía ocurrió algunos miles de años antes que lo sugerido por las evidencias arqueológicas. “Prácticamente toda la diversidad biológica de los actuales tipos humanos ya se hallaba presente en la única corriente migratoria que ingresó en América”, expresa el genetista Sandro Bonatto, de la Pontificia Universidad Católica de Río Grande do Sul. “Solamente los esquimales, una población que representa el caso más extremo y tardío de la denominada morfología mongoloide, aún no se habían originado y no participaron en esa oleada”.

Junto con colegas brasileños y argentinos, Bonatto publicó en octubre de 2008 un artículo científico en el American Journal of Physical Anthropology, la misma revista en que se publicó el trabajo de Neves. El estudio analizó 10 mil informaciones genéticas y la anatomía de 576 cráneos de poblaciones extintas y actuales halladas desde el norte hasta el sur de América. Según el artículo, hace aproximadamente 18 mil años, un grupo físicamente ya bastante heterogéneo de cazadores-recolectores partió de Siberia y se instaló en Alaska. Formaban parte de ese grupo primigenio personas con facciones del tipo asiático y también con rasgos más africanos. El modelo también se diferencia de las ideas de Neves y Hubbe porque sustenta no obstante que, antes de ingresar en el Nuevo Mundo, ese grupo de colonizadores realizó una larga escala forzada en Beringia, la antigua porción de tierra firme que conectaba Asia con América. Actualmente sumergida en el mar, Beringia originó el estrecho de Bering.

La detención en el límite de ambos continentes habría ocurrido entre 26 mil y 18 mil años atrás, un período en el que la presencia de enormes glaciares bloqueaba el ingreso en América. Cuando el camino al Nuevo Mundo se abrió, la migración se hizo efectiva. Pero la escala obligatoria en Beringia, según esa hipótesis, produjo mutaciones específicas en el ADN de la población migratoria atrapada en la frontera entre los dos bloques de tierra. Esas alteraciones genéticas no se encuentran presentes en los pueblos de Asia, sino que fueron transmitidas a los descendientes de los primeros americanos. Un estudio reciente, en el cual participaron brasileños, sugiere que una de esas mutaciones favorece la acumulación de colesterol en los aborígenes del continente.

Ambos modelos descritos, que no constituyen los únicos que tratan la cuestión del poblamiento de América, parecen irreconciliables. Pero el antropólogo físico argentino Rolando González-José, del Centro Nacional Patagónico de Puerto Madryn, quien ya escribió artículos científicos con Neves, Bonatto y otros brasileños, vislumbra puntos fuertes y débiles en ambos abordajes. “Coincido en que muchas variaciones presentes en el cráneo del hombre tienen un origen reciente, pero también es necesario mencionar que las poblaciones antiguas podían ser bastante heterogéneas”, afirma González-José. “El modelo de Neves no es totalmente incorrecto, pero el dato genético es difícil de rechazar y revela que todos los aborígenes americanos descienden de una sola población”.

Existen otras visiones al respecto del proceso de poblamiento de América, algunas todavía más controversiales. Según la arqueóloga Niède Guidon, fundadora y presidente de la Fundación Museo del Hombre Americano (Fumdham), quien administra el Parque Nacional Serra da Capivara, en Piauí, el hombre ya se encontraba en el nordeste brasileño hace 100 mil años. Vino de África, navegando de isla en isla, aprovechando momentos en los que el océano se encontraba bastante por debajo del nivel actual. “La navegación es mucho más antigua de lo que se cree”, dice Niède. “No creo que el Homo sapiens haya colonizado América por el estrecho de Bering”.

Con alrededor de 1.300 sitios prehistóricos, poblados de bellas pinturas rupestres, el parque ha provisto 33 esqueletos humanos y más de 700 mil piezas pétreas a la colección de la institución. Los datos divulgados por la arqueóloga, que sustentan una presencia humana en el nordeste desde hace al menos 50 mil años, son rechazadas por muchos de sus pares. Niède no arriesga a esbozar como habría sido la apariencia física de los responsables por los dibujos prehistóricos de Serra da Capivara, aunque algunos estudios preliminares sugieren que podrían haber sido similares al pueblo de Luzia.

El Proyecto
Orígenes y microevolución del hombre en América: un abordaje paleoantropológico III – nº 2004/ 01321-6 Modalidad Proyecto temático CoordinadorWalter Neves – Instituto de Biociencias de la USP Inversión R$ 1.555.665,94 (FAPESP)

Artículo científico
Hubbe, M. et al. Paleoamerican Morphology in the Context of European and East Asian Late Pleistocene Variation: Implication for Human Dispersion Into the New World. American Journal of Physical Anthropology. v. 50, n. 3, p. 442-53. mar. 2011.

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