Nací en Belo Horizonte [Minas Gerais] en 1976 y realicé toda mi formación académica en literatura en la UFMG [la Universidad Federal de Minas Gerais], desde la carrera de grado hasta los estudios posgrado. En 2020 concluí mi pasantía posdoctoral en la que profundicé en la obra del poeta minero Affonso Ávila [1928-2012], quien, entre otras cosas, investigó el barroco brasileño. Ese mismo año me inscribí en el Programa de Lectorado Guimarães Rosa, vinculado al Departamento de Lengua Portuguesa del Ministerio de Relaciones Exteriores, uno de cuyos objetivos es promover la literatura brasileña en instituciones de educación superior extranjeras.
Las vacantes son muy disputadas y el proceso de selección está a cargo de la Capes [la Coordinación de Perfeccionamiento del Personal de Nivel Superior]. En 2023, este programa cumplió 70 años. Antes se aceptaba cualquier título de grado, pero desde 2018 los aspirantes debían contar con un diploma de licenciatura en lengua portuguesa. En 2022, el requisito mínimo pasó a ser contar con una maestría en letras o lingüística.
Actualmente somos unos 40 lectores distribuidos en países tales como Estados Unidos, Inglaterra, Bolivia, Mozambique y China. Para participar en el proceso de selección, es necesario presentar un proyecto. Mi propuesta consistía en impartir un curso de literatura brasileña destinado a estudiantes de grado y maestría en letras en la Universidad Agostinho Neto, en Luanda, la capital de Angola. En el mismo, realizo una revisión del canon literario brasileño y les presento una selección de autores contemporáneos de nuestro país que tienen algún vínculo con África, como Conceição Evaristo y Ricardo Aleixo.
No ha sido fácil mudarme de Brasil a Angola. Es la primera vez que salgo de Brasil por razones laborales. Para colmo, vine a Luanda solo. Mi esposa, la periodista Graziela Cruz, se quedó en Minas Gerais con mi hijastro, Thiago. Desde entonces, nos vemos cada seis meses. En las caminatas diarias que hago desde mi casa hasta el mar, me gusta pensar que al otro lado del océano está Bahía.
En mis recorridos por Luanda, veo las marcas de la colonización en un país que consiguió independizarse de Portugal recién en los años 1970. El nivel de violencia urbana es parecido al nuestro, pero la miseria es más evidente. Las inundaciones son frecuentes. En los musseques, un término procedente del idioma quimbundo para denominar a las favelas, no hay infraestructura de saneamiento básico y, cuando llueve, los residentes quedan aislados. Las disparidades salpican el paisaje. En el centro de la ciudad, entre los edificios coloniales, algunos conservados y otros en ruinas, hay rascacielos modernos con lo último en tecnología.
Creo que es injusto comparar el ambiente académico brasileño con el angoleño. Porque además del extenso período colonial que atravesó, Angola ha vivido las últimas seis décadas en conflicto: primero fue la guerra por la independencia de Portugal, entre 1961 y 1974, y luego vino la guerra civil, que comenzó en 1975 y, con intervalos, duró hasta 2002. Se trata de un país muy rico en recursos naturales, entre ellos petróleo, diamantes y otros minerales, pero que sigue siendo explotado por las grandes potencias, enfrenta turbulencias políticas y económicas y tiene uno de los peores IDH [Índice de Desarrollo Humano] del mundo. En vista de este panorama, la estructura académica local es precaria en varios sentidos: se enfrenta a la escasez de investigadores, la falta de financiación y los magros sueldos de los docentes.
La universidad en la que trabajo es pública y es la mayor del país. En Angola, las instituciones de educación superior públicas se sostienen gracias al Presupuesto General del Estado y con fondos procedentes de otras fuentes, como el cobro mensual de las matrículas, que aquí se les llama “propinas”, a los estudiantes de los cursos nocturnos y de posgrado. El Instituto Nacional de Gestión de Becas de Estudio fue creado para solventar, entre otros, a los estudiantes de maestría y doctorado en Angola y en el extranjero.
Yo trabajo en la Facultad de Humanidades, donde además de la carrera de letras, se cursa también la de secretariado ejecutivo y filosofía. Las instalaciones son improvisadas y funcionan en viviendas muy calurosas, sin aire acondicionado. A pesar de las dificultades, me agrada ser profesor en Angola. En general, los alumnos son muy participativos e incluso tuve que cambiar mi forma de dar clases; ahora les doy más espacio para la interacción y la conversación en el aula. La carrera de letras aún no ofrece un doctorado, pero estamos bregando para poder crearlo cuanto antes. Es un movimiento que también ha cobrado impulso con la presencia de docentes extranjeros en la Agostinho Neto.
Al mismo tiempo, vislumbro un gran potencial intelectual en el país, una auténtica pujanza local, al menos en mi campo del conocimiento. Noto que los pensadores angoleños están cuestionando toda una serie de cosas. Por ejemplo: en el período colonial, vigente hasta la primera mitad de la década de 1970, estaba prohibido enseñar las lenguas locales. Este año, Luís Kandjimbo, uno de los principales críticos literarios del país y docente de la Agostinho Neto, publicó el libro A disciplinarização da literatura angolana: História, cânones, discursos legitimadores e estatuto disciplinar [Mayamba Editora], donde reflexiona sobre este absurdo y sus derivaciones, que la sociedad angoleña aún no dimensiona. Dicho de otro modo, hay un debate en curso sobre la autonomía del pensamiento angoleño, que incluye a la literatura.
La cultura y la política brasileñas están presentes en la vida cotidiana de los angoleños. Pero en la literatura, el estudiante de letras, por lo general, solamente conoce a los escritores consagrados, como Machado de Assis [1839-1908], Clarice Lispector [1920-1977] y Guimarães Rosa [1908-1967]. A la inversa, esto también ocurre en Brasil: tenemos acceso a pocos autores angoleños, como José Eduardo Agualusa, Ondjaki y Pepetela, por ejemplo. Para colaborar con la difusión de la literatura angoleña entre los brasileños y viceversa, he sido uno de los creadores de Puxa palabra, un proyecto virtual del Instituto Guimarães Rosa, un organismo gubernamental brasileño en Luanda, puesto en marcha en 2021. Cada mes organizo una conversación entre escritores de ambos países. También dirijo desde aquí un canal en YouTube intitulado Palavra de poeta, que nació hace ocho años y es fruto de mi pasión por la lectura de poesía. El proyecto pasó a manos del Instituto Guimarães Rosa y actualmente leo fundamentalmente poemas de Angola y de Portugal.
Como renové mi estadía en el programa de lectorado por dos años, en octubre regresaré a Brasil tras cuatro años de ausencia. Producto de mi contacto con la cultura angoleña, estoy escribiendo una novela y un libro de poemas. Espero tenerlos listos para cuando arribe a Belo Horizonte. Puedo decir que volveré ahí como alguien que se ha dado cuenta de hasta qué punto Brasil es africano y se empecina en decir que no lo es.
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