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Festival de cinema

Contra el peso del pasado

Nuevos talentos deben convertirse protagonistas del cine latinoamericano

Cuando en 2005, aun en su puesto de secretario de Cultura del Estado, el cineasta João Batista de Andrade pensó en un festival de cine latinoamericano en São Paulo y comenzó a desarrollar el proyecto junto con Fernando Leza, presidente del Memorial de América Latina, dos ideas rondaban su cabeza: contribuir a una lectura nueva del cine que se produce ahora en este subcontinente e invertir contra un culto al pasado que casi se convirtió opresión para permitir que los nuevos talentos asuman el rol que les parece debido, es decir, el de protagonistas de la escena contemporánea.

Continuábamos allí con el bies del cine marcado por la dictadura y por las luchas contra la dictadura de los años 1960, 70 y 80 y eso me preocupaba, dijo João Batista, que, como secretario, vio materializarse en el 2006 el 1º Festival de Cine Latinoamericano de São Paulo (lea Pesquisa FAPESP nº 127) y en el 2007, ya distante de la secretaria, asumió como curador del segundo. Realizado, como el primero, en el Memorial de América Latina, entre los días 22 y 27 de julio, el festival de este año incluyó la exhibición de 120 películas de 16 países, vistas por 15,6 mil personas, muchos debates y la concesión de tres premios, además de la promesa de Fernando Leza de trabajar por el montaje de una sala para la exhibición permanente de películas latinoamericanas en el Memorial.

Se aclara que João Batista, como él enfatiza, nada tiene en contra del pasado del cine latinoamericano en si, excelente en varios momentos, ni contra los bellos frutos que indiscutiblemente produjo. Pero para construir un gesto político consecuente hoy, que contribuya a hacer factible el nuevo cine, es fundamental librarse del peso excesivo del pasado y ver con los ojos del presente lo que pasa, dice. Y en su entendimiento, lo que está en curso es, primero, una globalización perversa. Sintéticamente, se trata de un fenómeno que produce la visibilidad y hasta el éxito internacional de algunos cineastas, técnicos y actores de diferentes países de América Latina, sin que eso tenga cualquier consecuencia efectiva para las cinematografías nacionales en el sub-continente.

El director de El hombre que se convirtió jugo (1981) cita a Héctor Babenco, Fernando Meirelles, Iñarritu y Walter Salles, entre otros, cita películas como Hiere, Ciudad de Dios, Amores perros, Central de Brasil y Como agua para chocolate, para ilustrar su visión sobre una especie de colecta de productos de valor que el mercado internacional ha hecho en este sub-continente. Es algo en los viejos moldes de la colecta del palo brasil, exagera él, con un resultado que es bueno para los cineastas, es bueno para las películas electos, pero es nulo para las cinematografías nacionales ellas permanecen de la misma forma. João Batista observa, mientras tanto, que hay que preservar  a cineastas y películas en esa crítica, para analizar de hecho y a fondo las contradicciones de la situación presente. Esa internacionalización de ciertos personajes y películas, él agrega, tiene lugar sin ninguna especie de paternalismo en relación a los cineastas y se da en el ámbito de la industria y del comercio según sus intereses. Y ya hoy varios productores y exhibidores pasaron a trabajar en nuestros países con la idea del cine industrial. Ellos son los nuevos ejecutivos del cine, cuyas oficinas están siendo abiertas en Nueva York, Shangai o Paris.

En paralelo a este modelo de internacionalización, lo que pasa hoy, según João Batista, es una ocupación brutal del mercado exhibidor del Brasil y de sus vecinos por el cine estadounidense. Y el reconocimiento de esa condición, dice, es vital para cualquier nuevo gesto político consecuente en el ámbito del cine latinoamericano. No es posible hacer factible ese nuevo cine que producimos mientras el cine estadounidense continua ocupando un 90% del mercado exhibidor. Tenemos que fortalecer la idea de que queremos dar un basta en eso. Recientemente, en determinado momento, solamente tres películas estadounidenses ocupaban un 70% del mercado de exhibición en São Paulo, protesta João Batista.

En su visión relativamente a la industria cultural es la de que ella no puede ser dirigida como una industria cualquiera, porque no lo es. Así, el incentivo financiero a los exhibidores, reserva de días para la producción local en las salas de cine, medidas similares a las que fueron tomadas en Francia para ampliar la cadena de cine comprometida con esa producción, todo es válido, él argumenta. Alguna salida, insiste, tenemos que encontrar políticamente, y João Batista promete empeñarse para difundir en otros festivales, como los de Guadalajara y Mar del Plata, las ideas de acción política ya debatidas en São Paulo. De todos modos, él piensa que es tiempo de que los gobiernos nacionales encaren la cuestión sin miedo de los Estados Unidos. ?Esa idea de que el exhibidor debe ser libre para exhibir lo que corresponde a una falsa noción de libertad. No es consecuencia de la libertad el poder de una industria cultural sofocar otras.

En un otro diapasón, Fernando Leza observa como el festival, en su segundo año, ganó madurez y vislumbra caminos para que él se convierta más y más importante para el cine latinoamericano. Manteniendo los presupuestos de esa segunda experiencia, el festival deberá tener una muestra de calidad, representativa del mejor cine del sub-continente, deberá proseguir como un lugar para la reflexión sobre el quehacer  cinematográfico y los desafíos de la industria del cine y, en tercer lugar, debe mantener la premiación, pero ampliándola, para lo que necesita obtener recursos substancialmente mayores. En el 2007, el costo total del festival fue de 725 mil dólares y, para conseguir mucho más, Leza ya comenzó a moverse, al mismo tiempo en que tratará de hacer factible la construcción de dos salas de proyección en el anexo del Auditorio Simón Bolívar.

En la clausura del 2º Festival, recibieron el Trofeo Memorial de América Latina, además de un premio en dinero por valor de 30 mil reales, el gran homenajeado del evento, el cineasta mexicano Paul Leduc (ver página 10), y las películas ¡Qué tan lejos!, ecuatoriana, dirigida por Tania Hermida (premio del público), y Arcana, chilena, dirigida por Cristóbal Vicente (premio de la crítica).

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