Soy un ratón de laboratorio desde mis días de estudiante en la carrera de biología de la Universidad de São Paulo [USP], donde ingresé en 1974. Tres años después comencé a investigar la xerodermia pigmentosa en mi primer proyecto de iniciación a la investigación científica. Se trata de una enfermedad genética, no contagiosa, que se caracteriza por una sensibilidad extrema a la radiación ultravioleta. En otras palabras, los individuos afectados son muy susceptibles a desarrollar cáncer de piel. Pero solo tuve contacto con pacientes 30 años más tarde. Hasta 2004 estudiaba las células en laboratorio. La interacción con los pacientes modificó mi trayectoria.
En 2010 nos enteramos de la existencia de una comunidad en Faina, una localidad en el interior del estado brasileño de Goiás, donde la enfermedad es altamente frecuente. Hicimos cálculos y descubrimos que allí el diagnóstico se aplica a una de cada 400 personas, cuando la tasa más común en todo el mundo varía de un individuo cada 200.000 a uno en 1 millón. En Faina son habituales los matrimonios consanguíneos, lo que explica la elevada frecuencia de la enfermedad. En aquel momento, en una población de aproximadamente 7.000 habitantes, identificamos 20 pacientes con xerodermia. Es por ello que allí, el diagnóstico ha dejado de ser un tema aislado, como era lo habitual para nosotros hasta entonces, para transformarse en una realidad concentrada. Faina es lo que llamamos un clúster genético, una comunidad en la que varios pacientes conviven con una deficiencia genética normalmente rara.
A partir de ahí, nuestro equipo de biólogos entabló una relación muy estrecha con esa población y ello tuvo consecuencias para todos. Hemos descubierto, por ejemplo, que la mutación estaba en un gen de replicación del ADN. Desde entonces, empezamos a trabajar con la replicación del ADN más de lo que lo hacíamos antes. Uno de los aspectos más importantes es que este campo nos dio la oportunidad de ejercitar las relaciones humanas. Hasta entonces, nunca antes había tenido un contacto tan estrecho y humano con, por así decirlo, un “objeto” de investigación.
El intercambio facilitado por la investigación científica ha demostrado ser muy fructífero. Realizamos la secuenciación del ADN para comprobar si hay mutación genética. Una vez confirmada la mutación, tenemos el diagnóstico molecular de la enfermedad. Los pacientes, por su parte, hacen su aporte para ampliar el conocimiento sobre la enfermedad, así como en lo que se refiere a la predisposición y a la frecuencia de algunos tipos de cáncer. Nos ayudan a entender mejor el funcionamiento del cuerpo humano y el proceso de envejecimiento. Estos son algunos de los interrogantes que vamos respondiendo con la ayuda de ellos.
Algunos de esos interrogantes los cargo conmigo desde mis días en el colegio secundario, o la enseñanza media, como se la denomina ahora. Recuerdo una clase de biología sobre el ADN y la herencia genética, creo que debía tener unos 15 años, que realmente me marcó. Quedé fascinado con eso y comencé a leer todo lo que pude encontrar sobre el tema. Mi padre era un comerciante y mi madre ama de casa, tenían poca educación formal, pero siempre incentivaron a sus hijos a leer y a estudiar, tanto fue así que todos nosotros –cuatro hermanos– entramos a la universidad.
Ingresé a la carrera de biología con 17 años y fui desarrollando esta pasión mía por la genética, la evolución, hasta que descubrí la biología molecular, que se ocupa de las interacciones entre el ADN, el ARN y las proteínas, así como de la regulación de dichas interacciones. Siempre quise dedicarme a la investigación científica. Mis padres y hermanos creían que no podría hacerlo en Brasil, sino en el exterior, porque aquí no estaban dadas las condiciones. Me propuse intentarlo, si no lo lograba, me iría. Cuando cursaba el tercer año de la carrera, comencé a trabajar con el profesor Rogério Meneghini y vi que era posible. Él proponía retos a los alumnos a través de preguntas científicas y metodológicas que se revelaban útiles para dar respuesta a los interrogantes que se nos planteaban en nuestras investigaciones de iniciación científica.
Meneghini fue una persona fundamental en mi carrera porque me dio muchos parámetros de calidad en la investigación y, al mismo tiempo, estimuló reflexiones importantes acerca del quehacer científico. Él fue quien me animó, en 1978, a realizar directamente el doctorado. Yo ya tenía muchos resultados de un proyecto de investigación que había desarrollado durante la carrera, en el que identificamos cómo se producía la reparación de las lesiones causadas por la luz ultravioleta y cómo se replicaban estas lesiones en las células de los mamíferos. Mi tesis doctoral en bioquímica, dirigida por él, fue una derivación de ese proyecto. Pude identificar cómo se produce la replicación de las lesiones en el ADN de las células de los mamíferos. Hice la defensa de mi tesis en la USP, en 1982.
Cuando tenía alrededor de 26 años, ya doctorado, Roberto Alcântara-Gomes me invitó a sumarme al sector de biofísica del Instituto de Biología de la Universidad del Estado de Río de Janeiro [Uerj]. Permanecí allí por tres años. Fue una experiencia magnífica porque tuve una tranquilidad económica y pude desarrollar otra de mis grandes pasiones: dar clases. Algunos alumnos universitarios que tuve en aquella época siguen siendo hoy en día amigos míos. Vi cómo era investigar fuera de la USP y esa vivencia fue extremadamente positiva, incluso porque pude constatar por mí mismo las dificultades que aquí no teníamos que enfrentar, especialmente aquellas que se refieren a la financiación. En la Uerj, el laboratorio aún no estaba estructurado para llevar a cabo estudios con células de mamíferos y la Fundación de Apoyo a la Investigación Científica del Estado de Río de Janeiro [Faperj] no disponía de fondos para las investigaciones. Dependíamos de la ayuda que proporcionaba el gobierno federal a través del Consejo Nacional de Desarrollo Científico y Tecnológico, el CNPq.
En 1985 se me presentó la oportunidad de realizar una pasantía posdoctoral en Francia, en el laboratorio de Alain Sarasin, en el Institut des Recherches Scientifiques sur le Cancer, en Villejuif, una localidad cercana a París. Fue otra experiencia extraordinaria. Para nosotros, los brasileños, es algo inimaginable poder trabajar con semejante estructura. Además de los recursos materiales, había facilidades para obtener insumos rápidamente y contábamos con la ayuda de técnicos que colaboraban en las investigaciones, además de la posibilidad de interlocución con los científicos que ya estaban investigando el mismo tema. Mi temporada en el exterior también me sirvió para tener la certeza de que quería desarrollar mi carrera científica en Brasil, hacer aquí mis investigaciones y, sobre todo, enseñar. Tres años después, dos de ellos con la beca concedida por el CNPq y uno más becado por Francia, decidí regresar a la USP. No solo porque ahí fue que todo comenzó para mí, sino principalmente por lo que la FAPESP representaba –y representa– en cuanto al fomento de la investigación científica. También pesaba la cuestión de la autonomía. No necesitaba adecuar mi investigación a un área de interés determinada en función de la fuente de financiación.
Desde entonces he seguido profundizando en la genética y estudiado los sistemas de reparación del ADN, es decir, investigando los mecanismos de protección del genoma contra los ataques físicos y químicos del ambiente celular. Estos sistemas de reparación del ADN están relacionados con la génesis de los tumores y con el envejecimiento, por ejemplo. Para entender cómo funcionan las cosas, es necesario sumergirse en la investigación, lo que exige una dedicación integral. No es algo que pueda hacerse a tiempo parcial.
Suelo decir que no tengo nada de creatividad, hoy en día sigo trabajando con las mismas células con las que trabajaba en mi época de estudiante universitario. Es una broma, porque siempre me sorprendo con nuevos descubrimientos moleculares. Una célula nunca es igual a otra. La molécula de ADN sigue siendo una de mis mayores pasiones, pero ahora también estoy muy interesado en la molécula de ARN. El ADN contiene la información genética. En cambio, el ARN es responsable de la síntesis de proteínas de las células del organismo. Investigo desde hace más de 40 años y no dejo de sorprenderme con los misterios de la vida. ¿Quién sabe por cuáles senderos nos llevará la investigación?
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