El espacio conquistado por las mujeres y el consiguiente entramado de relaciones que ellas se habilitaron a establecer fueron abordados por investigadores del estado de São Paulo, cuyo trabajo contó con financiación de la FAPESP durante el transcurso de los 50 años de trayectoria de la Fundación. Así como el tema de estudio en los años 1960 y 1970 se concentraba fundamentalmente en la condición femenina, materializada en los efectos provocados por la violencia doméstica y en las asimetrías del mercado laboral, el área de enfoque se expandió durante las décadas siguientes para abarcar las relaciones de género, los vínculos establecidos entre hombres y mujeres (y también en el interior de ambas categorías) en diversos estratos de la condición humana.
En 1963, la socióloga Eva Alterman Blay, pionera en estudios sobre la mujer en Brasil y emblema del movimiento feminista, obtuvo una beca de la FAPESP para hacer su maestría sobre la condición de la mujer en el trabajo doméstico, domiciliario y en la industria. Ella se había graduado y fue invitada a trabajar como instructora voluntaria, sin remuneración, en el departamento de ciencias sociales de la Facultad de Filosofía, Ciencias y Letras de la USP. “Había sido una buena alumna y los profesores me invitaron a trabajar como profesora e investigadora. Pero como no había vacante, el trabajo era ad honorem”, recuerda. Azis Simão y Ruy Coelho, dos de sus profesores, estaban molestos por la situación y le sugirieron que solicitara una beca en la recientemente creada Fundación de Apoyo a la Investigación Científica del Estado de São Paulo. Eva presentó su proyecto, para realizar estudios sobre la mujer trabajadora, y fue convocada para una charla con el entonces director científico de la FAPESP, el genetista Warwick Kerr.
“Me trató muy bien, y le debe haber gustado el proyecto, porque me concedieron la beca. Pero parecía verse en dificultades para entender por qué yo quería estudiar la condición de la mujer. Le expliqué que faltaban datos sobre la mujer, que la sociedad estaba dividida entre varones y mujeres, entre adultos y niños, y que cada una de esas categorías despierta el interés de la sociología. Me formulaba preguntas con muy buen humor y en ningún momento me sentí intimidada. Pero como nadie estudiaba eso en aquella época, él, al igual que mucha gente, no comprendía muy bien la importancia de ese tema”, recuerda Eva Blay, quien cita a la colega Heleieth Saffioti (1934-2010) como otro ejemplo de investigadora interesada en el tema en aquella misma época. “El libro de Simone de Beauvoir había circulado en Brasil durante los años 1950, aunque no había tenido la repercusión que hoy en día se comenta”, recuerda la profesora, quien se sintió impactada con el tema luego de leer una versión en francés del libro de la feminista Betty Friedan (1921-2006), La femme mystifiée. “Recuerdo que leía el libro mientras amamantaba a mi hijo en 1964, y me percaté de que era eso lo que yo quería estudiar”, afirma.
La beca de maestría redundó en una tesina sobre el Gimnasio Industrial Femenino de São Paulo, presentada en 1969. Incluso antes de terminarla, ya dirigía tesis de posgrado. En esa época, ofreció una materia de posgrado en sociología sobre la cuestión de la mujer. “No se inscribió nadie”, dice. Ella obtuvo otra beca de la FAPESP para hacer el doctorado, instancia que concluyó en 1973, sobre el espacio de las mujeres en la industria paulista. “Tuve grandes dificultades para obtener los datos, porque hasta entonces, el IBGE no distinguía varones y mujeres en los censos industriales. Se limitaba a conocer quién era el jefe de familia, deduciendo a priori que era hombre, aunque no lo fuese. El tema era ignorado”. Uno de los hallazgos de su investigación consistió revelar que las mujeres con trabajo calificado en la industria paulista estaban claramente subaprovechadas. “El sueldo era poco mayor que la mitad del de los varones. Incluso siendo graduadas en medicina o en química, obtenían tareas subalternas en la industria, tales como la traducción de manuales, o trabajos como secretarias”, recuerda.
Lo inédito de su investigación y el avance del feminismo en Estados Unidos y Europa llamaron la atención sobre el tema y generaron una serie de invitaciones para brindar conferencias. “Al principio, algunos sindicatos reaccionaron mal ante los resultados de mi investigación. Recibí una carta del sindicato de químicos diciendo que yo estaba dañando la imagen de la profesión. Otros reclamaban por la crítica contra el menor sueldo para las mujeres. Yo ejemplificaba: si una mujer gana 50 y un hombre 70, alguien se está quedando con los 20 de diferencia. Entonces ellos entendían y la oposición disminuyó”, dice Eva Blay, quien creó, en los años 1980, el Núcleo de Estudios de la Mujer y de Relaciones Sociales de Género (Nemge) de la USP y se convirtió en referente del feminismo, incluso como senadora de la República, entre 1992 y 1994, cuando asumió la vacante dejada por Fernando Henrique Cardoso, cuando fue nombrado ministro de Relaciones Exteriores y de Hacienda. Después de ella, otros investigadores se involucraron con la cuestión de la mujer en el mercado laboral, tal el caso, por ejemplo, de la socióloga Cristina Bruschini (1943-2012), quien en 1977 obtuvo una maestría en la USP sobre mujeres en profesiones de nivel superior, con beca de la FAPESP, y profundizaría en el tema con varios libros y artículos, y a lo largo de su carrera de investigadora de la Fundación Carlos Chagas.
Si bien los estudios brasileños sobre la condición femenina recibieron la influencia de la producción académica estadounidense y europea, una de sus vertientes, la investigación sobre la violencia contra la mujer, se desarrolló en forma particular en Brasil, impulsada por una realidad trágica. Uno de los hitos fue el libro Morte em família (Grall, 1983), de la antropóloga Mariza Corrêa, de la Universidad Estadual de Campinas, sobre los homicidios e intentos de homicidios cometidos entre 1952 y 1972, y las representaciones jurídicas de los roles sexuales: la Justicia tomaba más en cuenta el rol del hombre y de la mujer que el crimen en sí. “En el fondo, lo que se juzgaba era si la víctima era buena esposa o no, o si el marido asesino era un buen proveedor del hogar”, dice la antropóloga Guita Grin Debert, docente de la Unicamp. Hasta los años 1970 era común en la Justicia brasileña el argumento de la “legítima defensa del honor” para absolver a maridos que mataban esposas. “Cuando arribé a Campinas, en 1970, se juzgaba un sonado caso de un fiscal que asesinó a su esposa adúltera y finalmente fue absuelto. ‘Campinas limpió su honor’, fue el titular del periódico”, dijo Mariza Corrêa en una entrevista al Jornal da Unicamp, en 2004, refiriéndose a la muerte de la madre de la actriz Maitê Proença, asesinada por su marido. El asesinato de la socialista Ângela Diniz en 1976 perpetrado por su novio, Doca Street, representó un punto de inflexión, porque el asesino fue absuelto en un primer juicio, que terminó siendo anulado, y condenado en el segundo. La aparición de las comisarías de la mujer fue una respuesta a la movilización del movimiento feminista, aunque también puede verse como uno de los efectos de la investigación sobre la violencia contra la mujer aplicada a políticas públicas.
En tanto, en la segunda mitad de los años 1970, cobró cuerpo un cambio en el enfoque teórico de los estudios sobre la condición femenina, bajo la impronta de una nueva nomenclatura: la investigación sobre las relaciones de género. “A partir de cierto momento, quedó claro que la condición de la mujer no existe en forma aislada como tema de investigación: lo que existe es una relación social, una relación entre varones y mujeres”, explica Eva Blay. “Se constató que la idea de mujer enfocada por la investigación hasta entonces era acotada. Se refería a mujeres blancas, heterosexuales y en edad reproductiva. Las niñas y ancianas, mujeres de raza negra y homosexuales, no estaban consideradas en los estudios de la mujer”, dice Guita Debert. “La idea se centra mayormente en cómo se producen las diferencias, poniendo en jaque a la universalidad de la dominación masculina”, afirma.
La producción del Núcleo de Estudios de Género Pagu, creado en la Unicamp en 1986, es un ejemplo de la complejidad de este nuevo enfoque teórico. Los estudios realizados por el núcleo comprenden inquietudes tales como la relación entre las características masculinas y femeninas y las convenciones sobre el cuerpo, las intervenciones médicas, tales como cirugías plásticas rejuvenecedoras u operaciones para cambio de sexo, la producción artística y científica de hombres y mujeres, la sociabilidad de los homosexuales que envejecen, el mercado sexual y la pornografía, entre otros. Un proyecto temático financiado por la FAPESP entre 2004 y 2009 contribuyó a consolidar varios de los ejes de investigación del grupo. “El proyecto resultó ser el más importante del núcleo, en el sentido de entrelazar y aglutinar intereses y objetos de investigación que se venían desarrollando desde su formación”, dice Maria Conceição da Costa, docente del departamento de política científica y tecnológica del Instituto de Geociencias de la Unicamp y actual coordinadora del Núcleo Pagu, cuyo campo de estudios es la conexión entre género y ciencia.
Guita Debert, quien ya coordinó el Núcleo Pagu, se dedica, entre otros temas, al estudio de la sexualidad en la vejez, con foco en las cirugías estéticas utilizadas para camuflar los efectos del envejecimiento. Uno de sus aportes consistió en revelar que las cirugías estéticas no amplifican las potencialidades del cuerpo, tal como se cree. “Al contrario, restringen tales potencialidades porque representan una aversión a las diferencias. La gente sabe que no se transformará en una Gisele Bündchen, lo que desean es borrar las características que escapan a la normalidad y ser aceptadas”, afirma la profesora, quien integra la Coordinación de Ciencias Humanas y Sociales de la FAPESP. En el caso de las cirugías utilizadas para borrar las marcas del paso del tiempo, la situación es aún más compleja. “La gerontología enfatiza la idea de que es necesario envejecer con calidad de vida, de que el sexo no tiene edad, pero lo que hacen las cirugías es intentar esquivar a la naturaleza. No existe una estética de la vejez para orientarla”, afirma la investigadora, que actualmente, también interviene en un proyecto de políticas públicas para ancianos que contempla sexualidad, género y violencia.
Adriana Piscitelli, investigadora y también ex coordinadora del Núcleo Pagu, estudió la transnacionalización de los mercados del sexo, sumergiéndose en el universo del turismo sexual en Fortaleza. Siguió el itinerario de brasileñas que migraron hacia Italia, invitadas por turistas extranjeros, y abandonaron el mercado del sexo al casarse con ellos, y también de otras que viajaron a España para trabajar, ofreciendo servicios sexuales. Los resultados de su investigación cuestionan los enfoques que consideran a todos esos desplazamientos como trata de mujeres con fines de explotación sexual. La migración de brasileñas para trabajar en la industria del sexo europea está relacionada con la búsqueda de oportunidades económicas y sociales, algo común en los flujos migratorios. Según Piscitelli, el trabajo en la industria del sexo es, muchas veces, una estrategia temporal para posibilitar el proyecto migratorio, que puede incluir la intención de casarse y formar una familia. “Hallé varios casos de mujeres que abandonaron la industria del sexo para casarse, radicándose en Europa. Y no son casamientos por interés”, afirmó. En España, notó que las brasileñas se insertaban en un ranking de búsqueda de los empresarios de la industria del sexo, que privilegiaba a las profesionales llegadas del Este Europeo, y rebajaba a las brasileñas a la categoría de prostitutas latinoamericanas, aunque fueran más valoradas en el mercado sexual que otra categoría, las africanas.
Los estudios de género se sofisticaron en Brasil durante los últimos años. Para esbozar una idea de la diversidad, entre los proyectos actualmente apoyados por la FAPESP hay investigaciones al respecto de los cuidados con la salud para hombres y mujeres residentes en la capital paulista (Facultad de Salud Pública de la USP), el rol social de las arquitectas (Universidad Mackenzie), la división de tareas entre varones y mujeres en una cooperativa de cartoneros (Facultad de Educación de la Unicamp) o las dificultades en el acceso a la Justicia para las mujeres (Facultad de Derecho de la USP de Ribeirão Preto). “Las principales universidades del país cuentan con grupos dedicados a las investigaciones de género”, expresa Eva Blay. “El avance ha sido extraordinario: no existe legislación sobre salud, educación o violencia que no contemple las relaciones de género. Existe un intercambio entre lo que la universidad produce y la formulación de políticas públicas”, afirma la profesora.
Republicar