El paleoantropólogo estadounidense Brian Richmond, de 48 años, renunció al cargo de curador de la sección de Orígenes Humanos del Museo Americano de Historia Natural de Nueva York, Estados Unidos, en medio de acusaciones de acoso sexual. En marzo de 2015, una asistente lo denunció públicamente en un congreso científico, al decir que había sido atacada por él en un cuarto de hotel en Florencia, Italia. También pesan sobre el investigador denuncias de acoso a alumnas y de comportamiento inapropiado en trabajos de campo en Kenia, cuando trabajaba en un instituto ligado a la Universidad George Washington. Richmond niega tales acusaciones y sostiene que el episodio que narra su asistente fue consensuado y no un ataque. Él fue apercibido por haber violado el código de conducta del museo, que veta los idilios entre superiores y subordinados, y dijo haber sido presionado para renunciar.
En el marco de una entrevista que le concedió a la revista Science, Richmond dijo que pretende seguir adelante con sus líneas de investigación fuera del museo y publicar artículos científicos. Aunque los delitos como el acoso sexual, la discriminación o agresiones físicas no se encuadren en las definiciones específicas de mala conducta científica, el caso suscitó discusiones que engloban temas de integridad académica. Los científicos que firman artículos en coautoría con Richmond no saben cómo comportarse con relación a trabajos que están en vías de publicarse. En un encuentro de la Asociación Americana de Antropología Física (AAPA, por sus siglas en inglés), la antropóloga Kathryn Clancy, de la Universidad de Illinois en Urbana propuso en el mes de abril que los investigadores interrumpan todo tipo de colaboración, incluyendo publicaciones en coautoría, con colegas investigados por acoso sexual o discriminación. Sucede que las denuncias de abuso contra subordinados ponen en duda el compromiso de un científico con los conceptos de integridad en el ámbito académico. Clancy es coautora de un estudio que recopiló casos de acoso sexual en investigaciones de campo, publicado en 2014 en la revista PLOS ONE. Cuando un investigador acusado de mala conducta remite un artículo para su publicación, el Committee on Publication Ethics (Cope), un foro de editores de periódicos científicos sobre ética en la investigación, sugiere que se aguarde hasta que concluyan las investigaciones antes de aceptar el paper.
El caso de Richmond resulta análogo al de otros asuntos vinculados a la integridad académica, tales como la asimetría en las relaciones entre supervisores y alumnos, o entre jefes de laboratorios y subordinados, así como las reglas para evitar que esa subordinación genere situaciones de vulnerabilidad.
Según la revista Science, al menos un investigador supervisado por Richmond relató dificultades para publicar un artículo en coautoría con el paleoantropólogo en una revista, porque los revisores se rehusaron a evaluar el manuscrito. Una de las soluciones propuestas fue el retiro del nombre de Richmond de los artículos, pero eso suscitó otros problemas. David Strait, de la Universidad de Washington, quien redactó artículos en colaboración con Richmond, opina que eso sería plagio. “No se puede borrar el nombre de un autor de un artículo cuyo contenido fue elaborado de buena fe”, afirmó. La antropóloga Leslie Aielo dice que no hay reglas en casos como éste, pero recuerda que el consenso entre los editores es la prioridad de evitarles daños a los investigadores que comienzan sus carreras.
Con una extensa producción acerca de la evolución humana, Richmond coordina diversos proyectos, algunos de ellos patrocinados por la National Science Foundation (NSF), la principal agencia de fomento a la investigación básica de Estados Unidos. Éste y otros escándalos de acoso sexual y moral motivaron a la agencia a divulgar, en enero de 2016, una declaración en la cual condena los abusos y la discriminación de género. Otras entidades divulgaron recomendaciones para incrementar el control de los casos de acoso sexual que involucran a investigadores. La AAPA advirtió que los casos de acoso, tentativa de agresión o amenazas pueden contribuir a que la víctima no complete su formación o incluso a que abandone la carrera. La asociación llama la atención al respecto de la importancia de que los damnificados acudan a los auditores de sus instituciones y relaten sus denuncias. El documento cita al estudio publicado en la revista PLOS ONE, que entrevistó a más de 600 antropólogas. Según el mismo, el 64% de las consultadas habían sufrido algún tipo de acoso sexual en los trabajos de campo, y la mayoría de los acosadores eran investigadores sénior. De las 139 mujeres que relataron haber sufrido algún contacto físico no deseado, tan sólo 37 denunciaron el abuso.
Los documentos de entidades internacionales inspiraron iniciativas similares en Brasil. Las investigadoras que trabajan en el sitio arqueológico Lapa do Santo, en Lagoa Santa, estado de Minas Gerais, crearon el Zine Feminista de las Arqueólogas, con orientaciones para las investigadoras que realizan trabajo de campo en antropología, arqueología y áreas afines, tales como la búsqueda de canales institucionales para encauzar las denuncias. En el mes de agosto surgió otra iniciativa en el Museo de Arqueología y Etnología de la Universidad de São Paulo (MAE-USP). Allí se creó un grupo de trabajo encargado de discutir y buscar soluciones para los casos de acoso moral y sexual en el ambiente de investigación. Uno de los temas de debate, justamente, es lo que deben hacer los coautores cuando un colega fuera acusado de acoso. “Ése es un tema escasamente tratado aún en todo el mundo. Se carece de directrices que indiquen cómo deben actuar investigadores, revisores y editores en tales casos”, dice Ximena Suarez Villagran, investigadora del MAE-USP.
A juicio de André Strauss, arqueólogo de la Universidad de Tubinga, en Alemania, la exclusión del nombre del acusado en el artículo es el menor de los problemas. “No hay canales institucionales consolidados para lidiar con las denuncias”. Para Villagran, aunque haya casos de acoso sexual en el ámbito académico en todas las áreas del conocimiento, es posible que las profesiones que dependan de la actuación en campo, tales como la antropología y la arqueología, resulten más susceptibles. “El trabajo en los sitios arqueológicos exige con frecuencia que los investigadores se reúnan en sitios aislados durante varios días, algo que podría generar condiciones favorables para el abuso”, aclara. “Eso no justifica el acoso sexual, que puede ocurrir en cualquier ámbito. El tema está más ligado al individuo que a los factores externos o a una determinada profesión”.
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