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Gerhard Malnic

Gerhard Malnic: El artesano del laboratorio

Profesor de la USP habla de la evolución de la fisiología renal en Brasil, que se mezcla con su trayectoria

Eduardo CesarPara Gerhard Malnic, pionero de la investigación en fisiología renal en Brasil, de 76 años, uno de los placeres al hacer ciencia siempre fue la posibilidad de usar sus propias manos, ya sea para manipular y medir el nivel el fluido extraído de los minúsculos tubos de los riñones de animales de laboratorio y de seres humanos o para inventar aparatos, micropipetas y portaelectrodos tallados para técnicas que él mismo desarrolló y hoy en día son citadas en los libros de referencia. “Actualmente eso es más raro, pero en mi tiempo era algo fantástico”, dice el investigador, con su voz pausada y un remoto acento germánico. Profesor titular del Departamento de Fisiología y Biofísica del Instituto de Ciencias Biomédicas (ICB) de la Universidad de São Paulo (USP), Malnic nació en Milán –es hijo de austríacos–, llegó a Brasil a los cuatro años de edad y se naturalizó brasileño a los 23. Radicado en São Paulo, en donde su padre, químico, trabajaría como representante de una industria alemana de colorantes, y posteriormente en el imperio de los Matarazzo, Malnic estudió en el Colegio Vizconde de Porto Seguro. Quería ser químico, pero su padre le recomendó la Facultad de Medicina. Ingresó en la USP en 1952.

Se interesó por la fisiología durante el segundo año de la facultad, y bajo el influjo del profesor Alberto Carvalho da Silva se especializó en fisiología renal, un área aún poco explorada no Brasil. Hizo posdoctorados en la Tulane University, de Nueva Orleans, entre 1961 y 1962, y en la Cornell University Medical College, de Nueva York, entre 1962 y 1964, en el laboratorio del austríaco Gerhard Giebisch, con quien sigue colaborando actualmente. De regreso a la USP, creó el laboratorio de micropunción y microperfusión renal, un método de extracción de fluido de los túbulos renales (en donde el agua, las sales minerales y las vitaminas vuelven a la sangre, y en donde queda la orina) por medio de micropipetas, y estudió los mecanismos de transporte de potasio dentro de los riñones, además del papel del sodio, los factores hormonales, las alteraciones del equilibrio ácido-base y las drogas nefrotóxicas en la reabsorción del bicarbonato. Tiene más de 120 trabajos publicados en revistas internacionales, además de un libro sobre fisiología renal. Formó a ocho másteres y veinte doctores y se ha convertido en uno de los principales referentes en su campo en Brasil.

En simultáneo al trabajo de banco de laboratorio, presidió entidades científicas tales como la Sociedad Brasileña de Biofísica (1983-1985), la Sociedad Brasileña de Fisiología (1985-1988), la Federación de Sociedades de Biología Experimental (Fesbe) y el Instituto de Estudios Avanzados (IEA) de la USP. Jubilado, ha sido testigo de la salida de escena de algunos de sus discípulos, pero él sigue en actividad en su laboratorio del ICB. “Vamos por el tercer proyecto temático; hemos ganado mucho dinero y eso en parte es mérito mío, pues soy el coordinador. Por eso creo que no van a sacar gente, pese a la edad”, dice, en tono de broma. “En este momento tengo solamente una doctoranda, pero estoy intentando que vengan algunos más. Los jóvenes prefieren trabajar con los más jóvenes también”, dice. Casado con la profesora y traductora Margot Petry Malnic, padre de dos hijas, la bioquímica Betina y la cantante y arregladora Beatriz, y abuelo de tres nietas, Gerhard Malnic le concedió a Pesquisa FAPESP la siguiente entrevista:

Usted nació en Italia, pero tiene nacionalidad austríaca. ¿Cómo fue que vino a parar a Brasil?
Yo nací en Italia por casualidad. Mi padre nació en 1901 en Austria, en donde actualmente es Croacia. El nombre Malnic es eslavo. En casa hablábamos alemán. La familia de mi abuelo paterno era eslovena y mi madre era austríaca, por eso tengo más ascendientes alemanes que eslovenos. Mi padre estudió química, se recibió en 1925 aproximadamente, en un momento muy difícil para Austria, que prácticamente dejó de existir después de la Primera Guerra Mundial. Trabajó en varios países después de la guerra, entre ellos en Alemania, Polonia e Italia, donde nací yo y también mi hermana. Pero nos vinimos acá cuando yo tenía 4 años.

¿Por qué vino a Brasil su familia?
Mi padre era químico, trabajaba con tinturas. Trabajó en Italia en una industria de telas. Los colorantes en Alemania eran la base de la química. Lo contrató una industria química alemana para que viniera a Brasil. Una de las razones de ello era que él tenía experiencia en países latinos. Por eso se vino acá como representante en Brasil de esa firma. Primero fuimos a Río. Y enseguida él se dio cuenta de que lo interesante realmente en términos industriales estaba São Paulo. Nos mudamos para acá y yo fui al Colegio Vizconde de Porto Seguro desde los 6 ó 7 años.

Que era una escuela de la colonia alemana…
Es de la colonia alemana desde el siglo XIX. Esa escuela fue, por así decirlo, nacionalizada debido a la guerra. Aprendí alemán allí también. En casa aprendí un poco de latín y de griego, porque mi padre creía que era importante. Él aprendió eso en el Gymnasium, en Viena, entonces creía que yo también debía que aprender un poco. Pero el hecho es que, al llegar acá, trabajó durante algún tiempo en esa firma, que después el gobierno la confiscó, cuando Brasil entró en la Segunda Guerra. Entonces se fue a trabajar a Matarazzo, en el barrio de Belenzinho, en una fábrica de telas. En el Vizconde de Porto Seguro tuve facilidad para estudiar. La guerra no me afectó. Mi padre era una persona que tenía medios. Se reubicó, después compró una propiedad rural en el norte del estado de Paraná y trabajó en otras firmas químicas. A mí siempre me gustó la química porque mi padre se dedicaba a eso e incluso llegó a montar un pequeño laboratorio en casa. Pero él me sugirió: “Mira, acá en Brasil la mejor facultad es la de medicina, es mejor que sigas medicina”. Y yo seguí su consejo.

¿Cómo era la Facultad de Medicina de la USP en la época en que usted estudió?
Eso fue a partir de 1952. No era muy distinta que como es ahora. Ingresé habiendo pasado en primer lugar en el examen de ingreso. Empecé a trabajar en fisiología durante el segundo año de medicina. Mi profesor era Alberto Carvalho da Silva, que sería luego director de la FAPESP. Era una persona fantástica, y creó un buen laboratorio. Le caí bien como alumno y me invitó al final del segundo año: “Vente al laboratorio”. Y yo fui y empecé a trabajar. Él trabajaba con vitaminas, pero creía que yo no debía trabajar con vitaminas porque ya había gente haciéndolo. Una cosa que él quería hacer era trabajar con la parte renal de las vitaminas: cómo eran eliminadas. Y nos sentamos juntos en el banco a leer un libro del fisiólogo norteamericano Homer Smith, en 1954. Empecé a estudiar la excreción renal de la vitamina B1 o tiamina en perros. La novedad era tanto estudiar excreción renal de vitaminas como trabajar con perros no anestesiados. Porque imperaba la idea de que el animal anestesiado, principalmente en el caso de esta vitamina, podría sufrir alteraciones funcionales, por eso trabajábamos con perros no anestesiados. Con sumo cuidado, sin producir dolor… Era un poco complicado porque teníamos que canular el uréter, facilitar la extracción de orina y obtener muestras de sangre, y además las mediciones del nivel de vitaminas eran muy complicadas. Este trabajo me redituó mi primer paper, con el doctor Alberto, en el American Journal of Physiology, una de las más prestigiosas revistas de fisiología.

¿Había grupos trabajando en eso en Brasil?
Había gente en el área clínica, el doctor José de Barros Magaldi, por ejemplo. Él era jefe de clínica de la Facultad de Medicina; y estaba el grupo de la Escuela Paulista de Medicina, también en la parte clínica. Pero en fisiología había algunas personas que trabajaban como clínicos y tenían laboratorios, como Marcelo Marcondes, quien ya se ha jubilado. Antonino Rocha, que llegó un poco después, fue alumno de Marcondes y luego trabajamos juntos. Antonino Rocha fue asesinado por un delincuente que quería robarle el coche. Ya en aquellos tiempos sucedían esas cosas.

¿Su opción por la fisiología renal recibió el influjo del profesor Alberto?
Sí. Fuimos juntos a un congreso internacional de fisiología en Buenos Aires y conversamos con el profesor Robert Franklin Pitts, que era uno de los mayores fisiólogos renales de la época. Y él le dijo: “Yo tengo a dos jóvenes que están empezando a trabajar comigo, hablan alemán y están empezando en un área nueva de la fisiología”, que era la micropunción. En aquel libro de Homer Smith se describía todo el primer tiempo de la micropunción: puncionar túbulos renales y obtener muestras. Es una técnica que se empezó a emplear a finales de la década de 1920 y comienzos de los años ‘30. Usaban esa técnica para obtener detalles del funcionamiento de los túbulos renales y también de los glomérulos renales [las unidades funcionales de los riñones a través de las cuales transcurre la filtración de la sangre]. El profesor Pitts me dijo: “Véngase a mi laboratorio en Nueva York, en la Cornell University Medical College”. Entonces conseguí una beca de la Fundación Rockefeller. En aquel tiempo no existía la FAPESP, pero la Rockefeller ayudaba mucho en Brasil. Lo había ayudado al propio doctor Alberto. Fui a Nueva York, pero primero tuve que hacer un año de estudios básicos porque no había posgrado acá. Siempre fui de aceptar las buenas sugerencias. Y me pareció una idea interesante. Pasé un año en la Tulane University, en Nueva Orleans, estudiando inglés, matemática y bioquímica, e hice algunos cursos de fisiología que los aproveché bien. Tenía un buen inglés; en casa yo había tenido clases particulares. Y hasta de matemática yo sabía un poco más que los otros. Entonces hice un curso de fisicoquímica, que los otros no lo cursaban, y eso para mi fue excelente porque tempranamente me había interesado por los mecanismos de transporte iónico, para lo cual la matemática era importante. Logré terminar ese curso, que me ayudó mucho durante el resto de la pasantía.

EDUARDO CESAR¿En que época?
En 1961 ó 1962. En ese curso había varios brasileños y otros latinoamericanos. Era un programa de la Fundación Rockefeller destinado al estímulo de la ciencia latinoamericana. Estuve un año en Nueva Orleans, y de allí fui al Laboratorio de Robert Franklin Pitts y me encontré con dos jóvenes investigadores, que eran austríacos por coincidencia. Ellos no sabían que yo era de origen austríaco: “Es un brasileño, vamos a ver cómo funciona”.

¿Quiénes eran?
Uno era Gerhard Giebisch; el otro era Erich Windhager, que fue a hacer una pasantía en Dinamarca… Pero Giebisch era un fisiólogo renal que ya tenía una buena experiencia. Trabajó durante algún tiempo con una investigadora, Phillis Bott, que había trabajado con A.N. Richards, un pionero que desarrolló la micropunción. Ella trabajaba en el Women’s Medical College de Philadelphia, una facultad de medicina para mujeres de Filadelfia, pues en aquel tiempo existía eso, una facultad solamente para mujeres. Cuando estaba por volverme a Brasil, Giebisch, que se estaba jubilando, la llamó y le dijo: “¿usted no tiene algunos aparatos que le sobren acá?”. Ella le dijo que sí y así fue como yo me traje cuando me vine para acá una serie de aparatos con los cuales podía empezar a trabajar. En aquel tiempo no era tan complicado en términos de equipos, pero igual recibí un microscopio de la Facultad de Medicina que el doctor Alberto me consiguió, y otras cosas: micromanipuladoras, un dosificador de cloruro, de Phillis Bott. Hoy en día, cuando llegamos a un laboratorio de esos en Estados Unidos, ya hay otros 10 ó 15 posdoc’s trabajando, y uno a su jefe lo ve de lejos. En aquel tiempo éramos Giebisch, una técnica y yo, por eso trabajábamos juntos realmente, lo que era muy positivo para empezar algo nuevo. Desarrollamos un método destinado a hacer micromedición de niveles de sodio y potasio y luego estudiamos los mecanismos de excreción de potasio. Y logramos observar cómo ocurría la excreción de potasio en diversos segmentos tubulares, en los túbulos renales. Antiguamente solamente se obtenía la comparación entre sangre y orina, y nosotros logramos puncionar los diversos túbulos: túbulo proximal, túbulo distal, separadamente. Logramos descubrir de qué manera el potasio era excretado. Lo que hicimos en aquella época fue pionero, y figura en todos los libros de fisiología hasta hoy.

¿Cómo fue el regreso a Brasil?
Volví para montar un laboratorio. Y pese a las dificultades iniciales, logré hacer bastantes cosas. Lo primero que hice fue estudiar la manera de manejar el cloruro, y lo logré también porque tenía un aparato adecuado. Como no sabía muy bien qué iba a hacer, me dije: “Bueno, vamos a hacer algo que se pueda hacer con lo que tengo: voy a hacer micropunción, y algo con cloruro”. Extraía una muestra de fluido tubular y hacía una medición bastante complicada. Poca gente lo hacía porque era demasiado difícil. Pero yo era cabeza dura. Y así logré impulsar el trabajo en la Facultad de Medicina, logré publicar en Nature sobre el efecto del diurético furosemide en el transporte de cloruros. Yo había obtenido el material e inventé el proyecto. Después reconstruí acá ese equipo de micromedición de sodio y potasio, lo que me fue posible porque en Fisiología teníamos una especie de laboratorio mecánico, había gente capaz de construir cosas. Vea este aparato [y muestra un aparato antiguo que está expuesto en su laboratorio]. Tiene una pequeña llama en el medio y en esa pequeña llama poníamos un asa de platino, y encima del asa de platino poníamos una gota de agua, y dentro del agua, la solución extraída del túbulo renal. Para hacer eso acá conté con la ayuda de mi primer alumno de doctorado, el profesor Francisco Lacaz Vieira. Él entendía mucho de electricidad y electrónica, me hizo el aparato, me ayudó a construir la parte electrónica, que eran dos válvulas, una de cada lado, una para el potasio y otra para el sodio, y tenía que tener dos mil voltios, un alto voltaje en aquel tiempo. Lo hicimos y nos salió bien. Mi suerte fue contar con Francisco Lacaz, quien se jubiló hace unos dos años. Su tío, Joaquim Lacaz de Moraes, había montado un laboratorio hermoso. Era neurofisiólogo, pero era también de esos que construyen cosas, de electricidad; la familia de los Lacaz era muy buena en electrónica. Y él montó un laboratorio arriba de la actual biblioteca de la facultad. En ese laboratorio teníamos un espacio enorme que no se usaba completamente. Había un pequeño taller mecánico, eléctrico, electrónico… Lacaz trabajó un poco con su tío, pero cuando volví no tenía quien lo dirigiera, pues su tío se había jubilado. Entonces empezó a trabajar conmigo, y eso fue bárbaro, porque me ayudó mucho. Es una persona muy hábil, muy inteligente, fue profesor titular acá durante mucho tiempo… Le sugerí que midiera el pH en los túbulos renales, y para eso logró fabricar un microelectrodo de antimonio. Hicimos cosas muy interesantes.

Tenían que fabricar sus propios aparatos.
Sí, cuando queríamos producir algo, sí. Y así fue como produjimos el trabajo de los mecanismos de secreción de hidrógeno, la producción de ácido por parte del riñón. De mis trabajos, creo que ése fue el más citado. Mío y de Lacaz. Tenía más de 300 citas. Era un estudio de la secreción del ión hidrógeno en los túbulos renales. Era algo que se estaba haciendo, otros lo hicieron, pero no emplearon ese mismo método, ese mismo microelectrodo. Eso fue muy positivo, logramos hacer ése y otros trabajos. Posteriormente Lacaz se independizó, fue a Estados Unidos a pasar uno o dos años con un famoso fisiólogo de transporte en membranas: A. K. Solomon.

¿Había un descompás entre lo que usted podía hacer acá y allá?
Sí que lo había. Pero en aquel tiempo lográbamos hacer muchas cosas en el laboratorio. Aquel pequeño taller nos ayudó mucho. En aquel tiempo, con nuestras propias manos, teníamos que desarrollar los equipamientos necesarios, y a mí siempre me gustó mucho hacer eso. Durante mucho tiempo tuvimos un buen taller mecánico en el departamento. Desafortunadamente nuestro mecánico se murió hace algunos años y no lo reemplazaron, porque actualmente la fisiología ha cambiado, no es más una fisiología que requiera de nuestras manos. Es la fisiología más bien de la biología molecular, que tiene equipamientos que se usan siempre, como el espectrofotómetro, las centrífugas, cosas así, que uno las compra, pero no las hace. A mí me gustaba usar las propias manos, cosa que para la micropunción renal era fundamental, porque fabricábamos los portaelectrodos, las micropipetas, había que hacer todo eso. Nos pasábamos los días construyendo esas cosas. Hoy en día eso es más raro.

¿Qué otros trabajos destaca?
Tenemos los trabajos con potasio y sodio. El profesor Giebisch, en Estados Unidos, contribuyó mucho, pero yo colaboré con él. Todavía actualmente colaboramos y hemos hechos muchas cosas juntos; fundamentalmente con sodio y potasio. Acá además de con sodio y potasio yo trabajé con hidrógeno. Estudiamos la acidificación de los túbulos renales. Y eso se hizo también, primeramente con microelectrodos, que son microinstrumentos hechos en microforja, donde se hace una punta rellena de antimonio. El antimonio es un metal sensible al pH. Después pasamos del antimonio a una resina de intercambio iónico, que es una especie de solución medio aceitosa que la ponemos dentro del electrodo y que contiene una sustancia también sensible al pH. Trabajamos también con una resina de potasio. Y eso se hace así hasta los días actuales. Yo estuve al final del año pasado en la Yale University, en New Haven, con una alumna mía, Lucilia Lessa, de Fortaleza, y Giebisch siempre me decía: “Usted es el único en el mundo que sabe usar esa técnica de microperfusión, de medición de potasio con microelectrodos”. Tengo alrededor 130 trabajos, más o menos. Para Estados Unidos no es tanto, pero para nosotros acá… Y eso es bueno porque nuestros métodos son muy complicados, difíciles, y eso requiere tiempo.

¿Cuántos investigadores formó usted?
Formé a más de 20 doctores… Algunos siguieron con esa técnica. Una persona que contribuyó mucho fue la profesora Margarida de Mello Aires, que es mi vecina de sala. Ella hizo el doctorado comigo cuando yo volví, y unos dos o tres años después se vino a trabajar comigo. Y trabaja con micropunción y microperfusión desde aquella época, desde 1966 más o menos. Y hay muchos otros. Tengo un trabajo que lo hice con Marcelo Marcondes, y otro que lo hice con Antonino Rocha, con gente de la Facultad de Medicina. Estudiamos mediante micropunción los túbulos renales de ratones con enfermedad renal. Últimamente he trabajado mucho con pH, equilibrio ácido-base, de qué manera los riñones acidifican la orina, que es una de las funciones sumamente importantes de los riñones. Y en otra área, fui a Estados Unidos para trabajar con lauchas transgénicas. Actualmente esto se hace mucho, es una técnica muy poderosa. Acá es más difícil, tenemos dificultades para producir esas lauchas acá. Pero yo fui al laboratorio de la Yale University, tanto en 2004 como a fin del año pasado, y trabajamos con ratones comunes a los que les falta un transportador de iones, en ese caso, de potasio. Otra alumna, Nancy Rebouças, desarrolló la parte de biología molecular luego de una pasantía en Yale, en parte por sugerencia mía. Ahora es una de las personas importantes de São Paulo en lo que hace a la biología molecular. Otro colega, Antônio Carlos Cassola, trabaja con una técnica electrofisiológica, patch clamp, que también emplea microelectrodos. Aprendió en el mismo laboratorio con Giebisch y su alumno Y. Wang. Nuestro grupo entero se desarrolló a partir de aquel comienzo. Colabora también con nosotros Adriana Girardi, ex alumna de doctorado de Nancy Rebouças, actualmente en el Instituto del Corazón, que trabaja con el corazón y con los riñones, otra excelente bióloga molecular.

EDUARDO CESAR¿Cómo fue la mudanza de la avenida Dr. Arnaldo a la Ciudad Universitaria?
Nos mudamos acá en 1972. Nos dieron un espacio que no era mayor que el que teníamos en la Facultad de Medicina. Ahora estamos reduciéndolo un poco porque, como me jubilé, y Margarida también, tenemos que limitarnos un poco; y eso si no nos dejen afuera [risa]. Vamos por el tercer proyecto temático apoyado por la FAPESP, obtuvimos auxilios excelentes, mucho dinero, y eso en parte es mérito mío, que soy el coordinador.

¿Cuál es o foco de su proyecto temático?
El nombre del temático es “Estudio molecular y funcional de transportadores de iones en membranas”. Investigamos de qué manera los túbulos renales transportan sodio, potasio e hidrógeno. Es una continuidad de lo que hemos hecho durante todos estos años. Nancy trabaja con la parte de biología molecular del proyecto. La propia Adriana, del InCor, y la gente de nuestro laboratorio han colaborado en esta área, han publicado trabajos de biología molecular, principalmente con la ayuda de ellas y de una posdoc de nuestro laboratorio, ex alumna de Nancy y mía, Luciene Carraro-Lacroix, que agora está haciendo un posdoctorado en Canadá.

¿En qué nivel se encuentra la investigación en fisiología en Brasil? ¿Cómo hemos evolucionado?
A comienzos del siglo pasado, la fisiología dependía mucho de los esfuerzos individuales. En Río, el profesor Carlos Chagas empezó trabajando en el Instituto Oswaldo Cruz. En aquel tiempo, en Río principalmente, la fisiología de las facultades era más bien una fisiología de enseñanza. La fisiología científica se hacía en institutos como el Manguinhos. Acá fue un poco distinto. La Facultad de Medicina fue creada en 1913, y comenzó enseguida, al menos en parte, con la investigación y la enseñanza, al mismo tiempo. La parte de investigación en fisiología en Río estaba en el Instituto de Biofísica del Carlos Chagas, que aún hoy en día es el centro de investigación más importante de Río, y acá, en buena medida, estaba en la Facultad de Medicina. Contamos con varias personas trabajando en las distintas áreas de fisiología: la cardiovascular, la neurofisiología y actualmente la endocrinología. La neurofisiología es bastante buena, principalmente después del paso del profesor Miguel Covián, proveniente de Buenos Aires, por Ribeirão Preto. Y acá lo tuvimos al profesor César TimoIaria, que fue alumno de Covián, ambos ya fallecidos. El profesor César se vino de Ribeirão para acá y creó un grupo de neurofisiología que sigue muy bien. Por lo tanto, la fisiología creció progresivamente en varias áreas. Pero en Brasil hay otros buenos grupos de fisiología, y entre ellos se destacan Ribeirão Preto, Belo Horizonte y Porto Alegre. En Espírito Santo hay un buen grupo de cardio también. Realmente ha habido un crecimiento bastante razonable. El posgrado ha ayudado mucho. Atrajo a mucha gente hacia el área y mejoró mucho su calidad.

El profesor Covián vino de Argentina, en los años 1950, país que era una referencia en fisiología. ¿Aún lo es?
En aquella época ellos ya tenían un Premio Nobel, Bernardo Houssay. Había grupos de bioquímica muy buenos, como el del también vencedor del Nobel, Luis Leloir. Hoy en día es difícil decir si están mejor o peor… Creo que están más para peor que para mejor. La fisiología acá, con el posgrado, creció mucho.

Como presidente de la Fesbe, usted fue uno de los líderes de la movilización para remover las trabas interpuestas a los experimentos científicos con animales. ¿Fue importante eso?
Sí, porque tenemos oponentes poderosos, sociedades protectoras de animales que nos causaron muchas dificultades. Incluso en algunos lugares hubo invasiones de bioterios para libertar animales. Finalmente salió la nueva ley, de Sérgio Arouca, quien murió antes de ver la ley aprobada, y fue sumamente positiva. Ahora bien, necesitamos en cada unidad, en cada facultad, que se cree un consejo de ética para experimentos con animales. Ya existía eso para humanos. Ahora están formándose las comisiones para animales, lo que es sumamente positivo, porque por supuesto que tenemos que tratar muy bien a nuestros animales, ponerles anestesias adecuadas, no hacerlos sufrir. Eso es muy importante. Pero no se puede dejar de usar animales en ciencia, eso también es fundamental.

De cierta forma, había un lado positivo en esa presión en el sentido de estimular la búsqueda de métodos alternativos, ¿no?
Sí, de darles un tratamiento adecuado a los animales. Nosotros trabajábamos bastante con perros. Agarrábamos perros en la calle y después los utilizábamos en investigaciones. Los norteamericanos usan más perros especialmente criados para eso. Pero acá es difícil hacerlo. Mi tesis doctoral sobre la vitamina B1 la hice con perros. Hoy en día usamos más ratones, porque los ratones se crían especialmente para eso, y así es más agradable y más controlable. No parecen tanto mascotas, como los perros y los gatos. Yo me acuerdo que el doctor Alberto usaba gatos para experimentos de nutrición, porque los gatos son muy buenos para estudios en que necesitamos animales muy homogéneos. El tamaño del cráneo del gato varía muy poco, al contrario que el del perro. El cráneo de los gatos es muy similar entre individuos, y eso facilita mucho los estudios de neurofisiología. Ahora los gatos son muy protegidos por la sociedad, entonces prácticamente no se usan más. Y también que se pueden hacer muchas cosas con ratones. Las lauchas se usan mucho actualmente en biología molecular. Hacemos micropunción con ratones comunes. Es más difícil, es un animalito mucho menor, pero es el más apropiado para producir animales transgénicos.

En un artículo que escribió para un libro sobre la educación superior, usted se refiere al mérito dentro de la universidad, a cómo la universidad debería sacar a los que no andan bien y darles acceso a los investigadores más jóvenes. ¿Es ésa una preocupación suya?
Hasta cierto punto, sí. En la USP hay lugares como la Facultad de Medicina que funcionan mejor, pero yo me acuerdo que, cuando estaba empezando, había gente que no era buena. Gente que no producía científicamente. Ahora, con el posgrado, eso ha disminuido, porque para entrar a la Facultad de Medicina o en el ICB o en un buen lugar, la persona debe pasar por el posgrado, y eso en general mejora mucho el nivel de la gente. Pero no todo el mundo que ha pasado por el posgrado sigue siendo productivo. Hay gente cuya productividad cae al cabo de algunos años. Y la cuestión es qué hacer con esas personas. Muchas veces esas personas van más para la administración o para la enseñanza. O ahora van también a parar a la industria. Es una evolución interesante… es muy difícil simplemente expulsar a alguien. Eso genera muchas peleas. Teóricamente, lo que debería hacerse en realidad sería que la progresión en la carrera dependiera del mérito. Eso quizá haya mejorado un poco, porque antiguamente la gente daba más clases e investigaba menos. Es importante que se sepa dar clases bien. Pero lo ideal es tanto dar clases como investigar, las dos cosas.

En otros países no existe la estabilidad en la carrera de docente e investigador que tenemos acá.
Tal vez fuese una buena idea. Pero no creo que eso suceda, porque la fuerza de las entidades de defensa del sector es muy grande. Esas entidades son poderosas. Deberíamos tener más ventajas, incluso pecuniarias, para quienes más producen, como sucede en Estados Unidos. Allá la situación es distinta porque entidades como la FAPESP pagan una buena parte de los sueldos. Entonces el individuo que no produce pierde buena parte del salario y tiende a cambiar de vida, a ganar dinero de otra manera. Acá eso no existe. Así es muy cómodo. Hasta su muerte uno gana el mismo sueldo, que no es precisamente de los peores.

Pero el sistema de financiamiento ha evolucionado…
En casi todos los estados existen fundaciones de apoyo a la investigación científica, las FAP’s. La existencia de esas FAP’s permite que los docentes que producen ganen más dinero para sus investigaciones. Y producirán más aún porque cuentan con ese apoyo económico de las FAP’s e incluso del CNPq [el Consejo Nacional de Desarrollo Científico y Tecnológico]. Eso es algo positivo y termina seleccionando a los mejores para seguir en las universidades. Incluso los docentes con mayor producción pueden recibir becas del CNPq, lo que constituye un estímulo adicional. La Facultad de Medicina tiene algo muy bueno. Ellos ayudan con los sueldos desde la Fundación Facultad de Medicina. Cuando los docentes tienen apoyo, ganan más; y es justo. Es una manera de apoyar a los que trabajan más en los laboratorios, porque en Medicina eso es esencial. Los que trabajan con dedicación exclusiva allá no lo harían en tiempo con el sueldo básico que nosotros ganamos.

Volviendo a su carrera, ¿cuáles son sus planes para el futuro?
Sigo haciendo investigación mientras me sea posible. Tengo 76 años y no sé hasta cuándo podré seguir. Estoy bien de salud. Ya pasé por una cirugía de columna, pues la columna estaba apretándome los nervios de las piernas y logré recuperarme bien de eso. Pero disminuí el ritmo. Uno termina teniendo menos impulso que en la juventud, forzosamente. Pero de cualquier manera logro hacer bastantes cosas. El contacto con los jóvenes, por ejemplo, es algo que estimula. En este momento tengo solamente una doctoranda y un alumno de iniciación. Los jóvenes prefieren quedarse con los más jóvenes también. Pero uno siempre termina atrayendo a alguno. Desde el punto de vista de la investigación, sigo trabajando en excreción de potasio y con ratones comunes transgénicos. Incluso nuestro sector de importación del ICB ha logrado importar estos ratones. Pero he colaborado también con colegas en estudios sobre acidificación tubular desde el punto de vista de mecanismo de transporte de iones H.
Lográbamos fabricar muchos aparatos para las investigaciones en el taller mecánico del laboratorio
Debería haber más ventajas, incluso pecuniarias, para los investigadores que más producen

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