MARIA GUIMARÃESDesde la punta de una rama, la pequeña ave verde oliva observa la fila de machos que se preparan para el ritual del cortejo. El primero levanta vuelo, frena en el aire durante algunos segundos y muestra a la doncella las plumas rojizas del copete de la cabeza antes de posarse en el final de la fila. A alta velocidad, un macho sucede a otro en esa maniobra de conquista que parece una disputa entre rivales, pero en realidad es un baile organizado. La danza coordinada continúa hasta que uno de ellos suelta un agudo ¡ti-ti-ti-ti-ti!. Es el líder de la bandada, el macho alfa para los biólogos, que anuncia el final de la fiesta. De ser correspondido, volará hacia la privacidad de la selva en compañía de su pretendida.
En el palco de exhibición, que los expertos denominan lek, quien manda es siempre el mismo macho. Pero sin un cuerpo de baile conformado por uno a siete machos subordinados, él no tiene posibilidades de atraer la atención de una hembra. La tarea es ardua: durante el período de reproducción, ellos bailan todos los días, el día entero. Durante el frío del invierno, cuando no es la época de polluelos, limitan la exhibición a una o dos veces cada mañana. Las hembras evalúan la capacidad de los machos para mantener al grupo organizado, explica el biólogo Mercival Francisco, del campus de Sorocaba de la Universidad Federal de São Carlos (UFSCar).
Pero, ¿qué ganan los compañeros con eso? Ésa es una de las preguntas que mantiene ocupado a Mercival, quien también procura identificar de qué manera la composición genética del bailarín azul, pájaro emblemático de Ubatuba, varía a lo largo de su distribución. Él investigó esos pájaros trece centímetros de cuerpo azul, alas y cabeza negras con un gorro rojizo que exhiben con tanto orgullo a lo largo del extenso tramo que queda del Bosque Atlántico, que supo acompañar prácticamente a todas las costas brasileñas.
Esa franja continua se ubica casi por completo en el estado de São Paulo, donde Mercival escogió cinco áreas en zonas de preservación para realizar un muestreo de la diversidad genética de los tangará: el Parque Estadual Turístico de Alto Ribera (Petar), casi en el límite con el estado de Paraná, el Parque Estadual Carlos Botelho, cercano a Sorocaba, y los núcleos Cubatão, Carguatatuba y Picinguaba del Parque Estadual de Serra do Mar todos ellos administrados por el Instituto Forestal. La afortunada fauna que vive en los 415 kilómetros que separan el Petar y el núcleo Picinguaba tienen a su disposición más de 17.300 kilómetros cuadrados de selva. Para el investigador, una oportunidad única de estudiar el comportamiento de las aves bailarinas cuando no se encuentran restringidas en las islas de selvas rodeadas de cañaverales o zonas urbanizadas.
En las cinco áreas seleccionadas, Mercival extrajo sangre de los machos que participaban de los grupos de baile y analizó diez tramos de ADN seleccionados para medir el parentesco. La idea era comprobar si los lazos familiares, que explican mucho de la solidaridad animal, se escondían detrás de esa danza el ayudar a los hermanos está visto por los biólogos como una forma indirecta de perpetuar los propios genes, una estrategia que sería favorecida por la evolución. Con todo, los resultados demuestran que no es lo que sucede con los bailarines. Sus grupos pueden incluir machos emparentados, pero no es eso lo que los reúne. Ellos habitan en donde nacieron, y por azar algunas veces acaban en un lek donde hay parientes, cuenta el biólogo.
Todos para uno
Este descubrimiento no es del todo sorprendente. El mismo patrón de conducta ya fue visto en otros bailarines, como los de la especie Chiroxipia lanceolada, habitantes de la Amazonia y de América Central parecidos a los del Bosque Atlántico, aunque en ellos el color azul se limita a sus costados, como una capa. Estos pájaros, estudiados desde el año 1999 en Panamá por la bióloga norteamericana Emily Duval, de la Universidad Estadual de Florida, bailan en parejas, que tampoco se forman por relaciones de parentesco. Observando los pas de deux emplumados año tras año, Emily descubrió un estímulo que es más fuerte que la solidaridad fraterna: los machos subordinados cuentan con mayores chances de ascender al puesto de alfa que un macho cualquiera que no haya participado en la danza.
Mercival cree que las reglas del juego son las mismas entre sus bailarines. La posibilidad de reproducirse es cero para los machos que no integran un lek. Para los que participan, las oportunidades son raras, pero existen. El investigador pretende continuar los estudios pormenorizados para entender como funciona la sucesión dentro de los cuerpos de baile de los bailarines azules.
Pero él está preocupado con la deforestación del Bosque Atlántico, que confina a animales y plantas en islas de selva. En un artículo publicado hacia fines del año 2007 en la revista Molecular Ecology en colaboración con Pedro Galetti Junior, del campus de São Carlos de la UFSCar, y con el estadounidense Lisle Gibas, de la Universidad Estadual de Ohio, Mercival comparó la diversidad genética en sus cinco áreas de estudio y demostró que, cuanto más distantes geográficamente, más diferentes son las poblaciones desde el punto de vista genético una indicación de que los bailarines se quedan cerca de donde nacen en lugar de migrar largas distancias y diseminar su material genético. En todos los sitios que estudiamos existían alelos únicos, cuenta el biólogo refiriéndose a las diferentes formas que cada gen puede asumir. Esto significa que toda selva perdida se lleva consigo parte de la diversidad genética del bailarín azul. En áreas en donde la variabilidad genética ya no es grande, perder esa poca diversidad puede originar poblaciones altamente susceptibles a deformaciones y enfermedades causadas por genes defectuosos por el mismo motivo que se evitan casamientos consanguíneos entre seres humanos.
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