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Historia

El ciudadano que olía a rey

Perfiles muestran Pedro II interesado más en la esencia que en la apariencia del poder

Publicado en mayo de 2007

FOTOS DIVULGACIÓN Cuando un figurón de la República afirmó que su partido quería quedarse 20 años en el poder (frase, además, repetida por otro figurón, hoy en el poder), el Brasil se erizó. Realmente, dos décadas de mando es demasiado. Brasil, sin embargo, ya tuvo un gobernante que se mantuvo al frente del Estado durante 49 años, 3 meses y 22 días. “Por la longevidad del gobierno y por las transformaciones efectuadas en su transcurso, ningún otro jefe de Estado signó más profundamente la historia del país”, afirma el historiador José Murilo de Carvalho, que acaba de lanzar un perfil de Don Pedro II (1825-1891). Su capacidad mantenerse en el cargo es, desafortunadamente proporcional a la ignorancia, académica y popular, que se tiene sobre  su reinado. Hace algunos años, cuando ambos adornaban cédulas de dinero, era común (todavía lo es), en presencia de las barbas blancas del hijo, que se viera en Pedro II al padre de Pedro I.

“En Brasil del siglo XXI, Pedro II está en toda parte y en parte alguna. Para la mayoría, el no fue un ser real, un gobernante cuyas acciones, para el bien o para el mal, forjaron la nación moderna brasileña. Sus realizaciones y sus limitaciones fueron totalmente olvidadas”, observa el brasilianista Roderick Barman, de la Universidad de Colombia, autor de otro perfil del monarca, Citizen emperor (que va a ser traducido, en 2008, por la Unesp), y que acaba de terminar Brasil: the Burdens of Nationhood, 1852-1910, estudio sobre el peso del Segundo Reinado en la consolidación nacional. “La monarquía garantizó la unidad del país, que periclitó durante el Régimen, cuando gobiernos rebeldes declararon la independencia de tres provincias. Ella fue una escuela de prácticas políticas civilizadas, sobre todo si la comparamos con las repúblicas vecinas. Pero fue muy lento en la introducción de políticas sociales, como la abolición de la esclavitud y de la educación popular, y fue emperrada en algunas reformas políticas, como la descentralización política y la expansión del voto”, explica Carvalho. ¿Quién fue su idealizador?

Ni “Pedro Banana”, epíteto creado por los republicanos, ni el monarca iluminado, el buen viejito, imagen cultivada por monárquicos de ayer y de hoy. A pesar de eso, dejó marcas profundas. “Los éxitos de Pedro II, la creación de una cultura política y de un ideal de ciudadanía, no solo sobrevivieron a su caída, en 1889, sino que se mantuvieron como normas y directivas de la vida pública en los regímenes siguientes (la República Vieja, la Era Vargas y la República Liberal). Hasta el régimen militar, de 1964, fue profundamente influenciado por  su visión de Brasil como nación Estado. Solamente en los años 1980 es que eso fue dejado de lado”, dice Barman. Pedro II reinó, gobernó, administró y mandó por cinco décadas. “Por consecuencia, sin la elite comprendiendo y/o apreciando lo que él hacia, moldeada por la práctica diaria y por el ejemplo las expectativas de la elite y del pueblo sobre la conducta del jefe de Estado, el estilo del proceso político brasileño. Hasta después de la televisión, esas expectativas perduran. Quien duda de eso compare la apariencia y el programa de Lula candidato en 1992 y el nuevo, de 2002 y 2006. El joven radical se transformó en un facsímile del segundo emperador”.

Extranjero
Barman nota una incomoda insistencia brasileña, con Pedro II y otros “monarcas” republicanos, de resaltar que “él no parece brasileño, parece extranjero”, o, como nota Carvalho, en el caso del imperador, “un Habsburgo perdido en los trópicos, rubio, ojos azules, en  un país de pequeña elite blanca cercada por un mar de negros y mestizos”. “Es casi como un no querer/poder aceptar que se puede ser un buen jefe de gobierno y al mismo tiempo un típico brasileño.” Así, la admiración algo tupiniquin por la cultura del monarca, que parecía saber todo. “¡Ya sé, ya sé! Sabe todo el sabio por excelencia. Sabe, más  que la ciencia y más  que la ley. El Padre Eterno, envidioso de una tal ciencia infusa, Le dijo, al juicio de excusa: ‘¡Don Pedro, me sucede! ¡Yo les entrego el universo!’ Pero el sabio, firme, le respondió con desprecio: ‘¡ya  sé, ya sé!”, decía un poema de la época sobre como Pedro II reaccionaba cuando le intentaban informar algo.

Un Habsburgo en los trópicos. "Es quasí como un no querer/poder aceptar que se puede ser un buen jefe de gobierno y al mismo tempo un típico brasileño"

FOTOS DIVULGACIÓNUn Habsburgo en los trópicos. “Es quasí como un no querer/poder aceptar que se puede ser un buen jefe de gobierno y al mismo tempo un típico brasileño”FOTOS DIVULGACIÓN

Se engaña quien ve en el emperador, casi sin pompas y que usaba casaca, a un hombre poco interesado en el poder. “Lo que él deseaba era la esencia, y no las apariencias del poder. Por encima de todo, él quería tener el control. El trauma de su juventud (huérfano de madre con 1 año, de padre a los 9 y emperador a los 14 años) atribulada  dejó en él el pavor de ser tutelado”, señala Barman. “Perder el control, para él, significaba ser manipulado. La intensidad del deseo de Pedro II por controlar todo y todos fue enmascarada por un alejamiento de las luces de la ribalta, por la autodisciplina. Así, era fácil subestimar al hombre, la amplitud de su autoridad. Él siempre igualó el régimen y el país a su persona.” Carvalho señala, sin embargo, que don Pedro no tenia apetito por la política como juego de poder. “No calculaba costos y beneficios políticos de sus acciones y no planificaba el futuro de su reinado. No el elogio como gobernante, sino como un hombre de gran espíritu público. El no odiaba el poder, lo ejercía de forma celosa, pero cumpliendo una obligación de su posición de emperador”.

Ciudadano
Según Barman, el control absoluto de los asuntos de Estado fue usado para “conservar y perfeccionar la sociedad”, no para rehacerla. Pedro II tenía una notable capacidad de dejar que los problemas se resolvieran por si solos, en lo que lo ayudara el Poder Moderador. “Se preocupaba menos en promover acciones que ambicionaba que en impedir que otros consiguieran implementar políticas que no deseaba.” Si el imperador se jactaba de su condición de ciudadano, este nunca dejó de ser emperador. “Pedro II nunca se preguntó si los brasileños querían que él fuese el ‘primer ciudadano’, tampoco si ellos deseaban el tipo de progreso y civilización, a la francesa, que él quería para SU nación”, señala el estadounidense. En las palabras de un contemporáneo, “a pesar de la simpatía, hay en él un olor de rey, que cree ser superior a los otros”. Así, sus “asesores” no eran personas, sino libros, en especial las monografías francesas. “Fue respetado por casi todos, pero no fue amado por casi nadie”, señala Carvalho.

Perdió el gran chance de libertar a los esclavos antes de 1888, por las manos de la hija, vista, entonces, por la elite y por el pueblo como la “beata”, la casada con “el francés”, una incapaz para sucederlo. Desde los años 1850, el mercado esclavista declinaba y la elite brasileña percibía que la esclavitud tenía los días contados. “Pedro II compartía esa visión y, como buen civilizado, no aprobaba el cautiverio. Pero una cosa era que el emperador dejara escapar sus visiones sobre el futuro de la esclavitud para su gabinete y, otra, mezclarse con los políticos para que tomasen una actitud. A él le gustaba imaginarse incapacitado para iniciar el cambio”, dice Barman. Con el fin de la Guerra de Secesión de Estados Unidos,  Brasil sería el único país del hemisferio occidental con esclavos. Eso no condecía con su éxito de monarca esclarecido junto a los contemporáneos europeos. “Pero quien estudia la batalla por el Vientre Libre no puede decir que su postura era solamente intelectual. Él pagó un alto precio por eso. Cuando redujo su impulso abolicionista, el daño para la dinastía estaba hecho”, destaca José Murilo.

La conducción de la Guerra de Paraguay, otra cuestión polémica, igualmente lleva la marca del monarca “que se creía Brasil”. “En la guerra, Brasil luchó contra el enemigo errado y eso sin duda gracias a la megalomanía de López. Las justificaciones del emperador para continuar la lucha hasta la expulsión de López siempre fueron la letra del Tratado de la Triple Alianza y la defensa de la honra de Brasil, pero no me parece que sean suficientes. Su insistencia en no negociar todavía permanece un enigma”, observa Murilo. “Él vio la agresión a Brasil como un afrenta personal. ‘Se habla de paz en el Río de la Plata, pero YO no hago la paz con López’, escribió Pedro II a su  amante, la condesa de Barral. La insistencia del emperador en exterminar López fue desmedida”, concuerda Barman. Por fin, la República.

El republicanismo nació temprano por aquí, en los años 1830, visto sin embargo, con desdén por la elite y con indiferencia benevolente por el emperador y, señala el brasilianista, dada la inhabilidad del movimiento de establecerse después 1870, esa actitud no era del todo errada. La nueva generación es que fue su ruina: teniendo como un dato la unión de Brasil y su status consolidado de nación Estado, no desconfiaba más el colapso del orden político. Mientras tanto, hasta los años finales del régimen, la frase “El emperador mi augusto amo” era utilizada normalmente por los brasileños. “En Pedro II las elites encontraron a alguien que suprimió el fanatismo de las masas, un monarca hábil que reunió libertad y orden, paz interna y desarrollo del país (desde que bajo su estrecha supervisión y sin excesos). El se convirtió entonces en una parte natural de la existencia de lo brasileños.” Esa “casa en orden” dio a los republicanos calma para crecer. “Dada la falta de un sucesor creíble (Pedro II no veía a Isabel como tal), por la enfermedad de que padecía el monarca, todo parecía garantizar una transición para la República. Brasil podría, así, haber suprimido de su historia el terrible militarismo iniciado en 1889”, anota Barman. “Pero sus realizaciones iniciales y su negativa en ceder un poco a los políticos, abrir el sistema, así como su negligencia con los intereses del Ejercito, lo llevaron al destronamiento patético.” La imagen del grupo de nobles llevados con prisa para el exilio pegó más en lo imaginario nacional que el poder ejercido por medio siglo.

Rara imagen del monarca ataviado. "Lo que deseaba era la esencia, y no las aparencias del poder. Por encima de todo, quería tener el control"

FOTOS DIVULGACIÓN Rara imagen del monarca ataviado. “Lo que deseaba era la esencia, y no las aparencias del poder. Por encima de todo, quería tener el control”FOTOS DIVULGACIÓN

Pedro II, que intelectualmente tendía a la República, era, sin embargo, un auto-centrado, confiado de que el mundo giraba a su alrededor. Aunque percibiese la dirección a la que  Brasil se dirigía, insistió en mantener el estado de las cosas, el eterno engaño de los monarcas desde que los ingleses cortaron el cuello de su rey en el siglo XVII. El punto débil del Imperio fue justamente esa confianza en la centralización exacerbada, el deseo de controlar personalmente todo. “La vida del Imperio solo fue prolongada con la campaña abolicionista, que desvió la atención hacia la fragilidad paradoxal de un régimen tan consolidado.” Con el fin de la monarquía,  Brasil sufrió años de dictadura militar, incluyéndose los Canudos, acciones de “un régimen sin raíces seguras y casi sin legitimidad”, señala Barman, para quien el Brasil de hoy no tiene sus orígenes en 1889, sino en la primera década del siglo XX. Fue Vargas, el responsable por la derrota del régimen que derrumbó al emperador, que trajo Pedro II de vuelta a la boga y sus restos mortales al Brasil. “Para la mayoría de los brasileños hay la creencia de que sus antepasados fueron innatamente republicanos y la monarquía fue una imposición externa.” Extraña alienación de la importancia, buena o mala, de alguien que, sea como rey o como “ciudadano”, mandó en el país por 50 años.

” Con el fin de la monarquía, Brasil vivió amargos años de dictadura militar, incluyéndose Canudos, acciones de “un régimen sin raíces seguras y casi sin legitimidad”, apunta Barman, para quien el Brasil de hoy no tiene sus orígenes en 1889, sino en la primera década del siglo XX. Fue Vargas, el responsable del  derrocamiento del régimen que derrumbó al emperador, que trajo a Pedro II de vuelta a la boga y sus restos mortales al Brasil. “Para la mayoría de los brasileños existe la creencia de que sus antepasados fueron innatamente republicanos y que la monarquía fue una imposición externa.” Extraña alienación de la importancia, buena o mala, de alguien que, sea como rey o como “ciudadano”, mandó en el país por 50 años.

 

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