“En Brasil, bajo las palmeras/ Del calor llega el cansancio/ Caminando va don Basilio/ El cartero brasileño/ Lleva en su mano una carta/ Arrugada y peculiar/ En el sello postal una marca/ Del correo de un lugar remoto/ Bajo el nombre hay una nota/ Dice que el destinatario/ En Brasil ya no se encuentra/ Pues volvió a Leningrado”. Así, escribió el poeta, editor y traductor ruso Samuíl (Samuel, en español) Marshak (1867-1964) en el poema “El correo”, de 1927, donde los carteros de todo el mundo salen en busca del escritor viajero Boris Zhitkov (1882-1938) para entregarle una encomienda. La introducción en Brasil de la literatura rusa para niños es uno de los objetivos de la investigación posdoctoral que la editora Daniela Mountian viene desarrollando desde 2019 en el Departamento de Teoría Literaria y Literatura Comparada de la Facultad de Filosofía, Letras y Ciencias Humanas de la Universidad de São Paulo (FFLCH-USP), con el apoyo de la FAPESP.
Según la traductora Denise Regina de Sales, docente de lengua y literatura rusa del Instituto de Letras de la Universidad Federal de Rio Grande do Sul (UFRGS), es poco lo que aquí se ha publicado de esa producción. Y lo que ha llegado, dice, mucho se debe al esfuerzo de la escritora, dramaturga y traductora Tatiana Belinky (1919-2013), de nacionalidad rusa y radicada en Brasil. “Tatiana Belinky es la mayor exponente de la difusión de la literatura infantil rusa en nuestro país. Ella fue quien les dio a conocer a varios autores rusos a los niños brasileños, como Marshak e Iván Krylov (1769-1844), a quien se lo considera el mayor fabulista de Rusia”, dice Sales. “Pero la labor que viene realizando Daniela Mountian está abriendo otros frentes de investigación acerca de esta temática, que aún ha sido poco estudiada”.
El estudio consta de dos partes. En la primera, la investigadora ahondó en la producción infantil rusa, especialmente en la producida en las décadas de 1920 y 1930, mediante una beca de un año de investigación en el Instituto de Literatura Rusa de San Petersburgo. En la segunda etapa de su investigación, aún en curso, se ha dedicado a comparar los libros para niños producidos en Rusia y en Brasil entre 1919 y 1943. El idioma no supuso un obstáculo para Mountian. “Mis padres emigraron de Moldavia [país que formaba parte de la extinta Unión Soviética] a Brasil en la década de 1970. He oído hablar ruso en casa desde que era una niña, pero solo alfabeticé en él de adulta”.
La investigación posdoctoral es una extensión de su doctorado en la USP sobre la obra del poeta, escritor y dramaturgo ruso Daniil Kharms (1905-1942). “Kharms, pertenecía a la vanguardia rusa y escribía para el público adulto, pero esa producción fue censurada durante el régimen comunista y su circulación fue acotada”, informa Mountian. “Para sobrevivir, Kharms también escribió historias para niños durante las décadas de 1920 y 1930. Otros autores que formaban parte del círculo de vínculos del escritor, y cuyas trayectorias literarias tampoco estaban relacionadas originalmente con el público infantil, hicieron lo propio. Ese hecho despertó mi interés”.
Cuando inició su investigación, Mountian se topó con un proficuo panorama editorial orientado a las publicaciones infantiles, tanto de libros como de revistas, en el cual participaron poetas, escritores y artistas visuales, muchos de ellos provenientes de la vanguardia rusa. “El estrecho vínculo entre la vanguardia y la literatura infantil que tuvo lugar en Rusia es un fenómeno sin precedentes. Se trata de una etapa sumamente fértil, en la cual hubo un diálogo intenso entre contenido y forma”, afirma. “En aquella época, los artistas rusos estaban muy interesados en la experimentación y eso se vio reflejado en los libros infantiles del período”, coincide Elena Vássina, docente de lengua y literatura rusa de la USP.
Sin embargo, ese panorama editorial no surgió de manera espontánea. Según Mountian, después de la revolución rusa de 1917 que derrocó a la monarquía y dio origen a la Unión Soviética (1922), el nuevo régimen emprendió una gran campaña para acabar con el analfabetismo en el país. También se decidió que era necesario elaborar una nueva literatura infantil, desprovista del “rancio” pasado tradicional. Así, pues, los libros ya no hablarían, por ejemplo, de reyes y princesas, sino de trabajadores, tales como el cartero, el bombero, el chofer. Con ese objetivo, el gobierno creó una sección infantil y juvenil en Gosizdat, la editorial estatal fundada en 1924 y, en el marco de la Nueva Política Económica (1921-1928), permitió la apertura de editoriales privadas, como Ráduga, que publicó alrededor de 600 títulos para el público infantil entre 1922 y 1930. “Algunos autores empezaron a escribir libros para niños por motivos ideológicos, comprometidos con la idea de la ‘construcción de un nuevo hombre’, como, por ejemplo, el poeta Vladímir Mayakovski (1893-1930)”, relata Mountian. A veces, Mayakovski elegía a sus propios ilustradores. Para su libro El caballo de fuego (1928), por ejemplo, invitó a la artista gráfica Lidia Popova (1903-1951), quien se había formado en los Talleres Superiores de Arte y Técnica (Vkhutemas), en Moscú, e ilustró varios libros infantiles, algunos suyos inclusive, como “Juegos de pelota” (1931). La aparente incongruencia no era extraña en aquel contexto. “En el decenio de 1920 y principios de los años 1930, había cierta libertad para crear y eso acabó beneficiando a la producción dirigida al público infantil, que, con todo, nunca estuvo libre de paradojas. Como la literatura infantil se consideraba un punto neurálgico para la construcción del nuevo país y se necesitaban nuevos escritores, poetas e ilustradores, un autor vanguardista proscrito de publicar para el público adulto a menudo conseguía ilustrar o escribir para niños”, dice Mountian.
El endurecimiento de la censura y la intolerancia a los nuevos lenguajes artísticos arreciaron con el ascenso al poder de Iósif Stalin (1878-1953), quien pasó a dirigir el país en 1929. En 1934, durante el I Congreso de la Unión de Escritores Soviéticos, se estableció que la literatura rusa, incluso la infantil, se ceñiría a las normas del realismo socialista: un estilo sistematizado por el teórico estalinista Andréi Zhdánov (1896-1948), quien preconizaba que las obras de arte debían retratar la realidad y exaltar las virtudes del régimen. “Aunque favorables al régimen, los libros de los años 1920 y principios de la década de 1930 hechos para divertir y estimular la imaginación fueron tildados como ‘antisoviéticos’, ‘reaccionarios’ y ‘burgueses’, y sus autores fueron perseguidos”, comenta.
Ese fue el caso de la pintora y artista gráfica Vera Yermoláyeva (1893-1937), quien, entre otros trabajos, ilustró el libro Iván Ivanych el samovar, escrito por Kharms y publicado en 1929. Yermoláyeva fue acusada de propagar ideas antisoviéticas y murió fusilada a los 44 años. Kharms corrió una suerte parecida: fue encarcelado por el mismo motivo y murió de hambre a los 36, en una institución psiquiátrica. “Marshak también fue perseguido, pero probablemente porque era una figura influyente en la Unión Soviética, logró escapar de la prisión”.
Considerado como uno de los padres de la poesía infantil rusa moderna, Marshak fue el editor en jefe de la sección de libros infantiles de Gosizdat y el creador de la revista mensual Ioj, dirigida a los niños, que circuló entre 1928 y 1935, con tirajes superiores a los 120.000 ejemplares. “En los años 1920, él introdujo a poetas y escritores en el mundo de la literatura infantil, entre ellos a Kharms, quien empezó a escribir para niños en Ioj. Además, invitó a Vladímir Lébedev (1891-1967), artista conocido por su producción de carteles, a incorporarse como editor de arte en Gosizdat. Lébedev, por su parte, atrajo a otros artistas visuales para los libros infantiles de la editorial”, prosigue Mountian. “El talento editorial de Marshak puede compararse al de Monteiro Lobato (1882-1948), quien cambió la forma de comercializar y producir libros infantiles en Brasil”.
Como fruto de la primera etapa de su investigación, Mountian organizó el libro Contos russos juvenis [Cuentos rusos juveniles] (editorial Kalinka, 2021). “Me di cuenta que para entender la producción soviética de los años 1920 y 1930 tendría que retroceder algunos pasos y conocer la literatura rusa clásica para niños inaugurada formalmente en el siglo XVIII, nada menos que por la emperatriz Catalina II (1729-1796), quien escribió dos cuentos para sus nietos”, comenta Mountian. Para Elena Vássina, de la USP, la publicación es bienvenida. “Acaso porque la historia de Rusia ha estado atravesada por las guerras, muchos de esos relatos infantiles y juveniles buscan dejar como mensaje que debemos ser valientes y estar esperanzados en que vendrán días mejores. Sin duda, nos traen una gran enseñanza para los tiempos actuales”, finaliza.
Proyecto
Literatura infantil rusa y brasileña: un análisis comparativo (1919-1943) (n° 17/24139-9); Modalidad Beca posdoctoral; Investigadora responsable Aurora Fornoni Bernardini (USP); Beneficiaria Daniela Mountian; Inversión R$ 602.758,44