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Historia

El eterno dilema de la traición

Un estudio rehabilita a un personaje perseguido por la Inquisici

Reproducción del libro fernando rau goya/el sue´no de la razón produce monstruosChico Buarque hizo historia y exasperó al gobierno militar al afirmar, en una canción que dice: “Gana en la vida quien dice si”, parte del musical Calabar, el elogio de la traición. “La idea de obra era discutir la traición, pero la traición con una finalidad loable. Era como discutir si Lamarca, un militar que se pasó al bando de la guerrilla, era o no un traidor. Existía un paralelo evidente”, afirmó el compositor sobre la obra, censurada en 1974. ¿Es desgraciado el país que necesita héroes o el país que esconde a sus traidores? Para el historiador Carlos Vasentini, ideas como “Calabar, el traidor” se van construyendo a partir de las luchas de representaciones durante las disputas de poder. “Como ganador, la apropiación de la idea le garantiza legitimidad para dirigir la obra, como así también lo faculta a escindir el tiempo, instaurando un pasado capaz de caracterizar a un vencido, abrir un futuro y ubicar una realización”. De esta manera, ¿quién merecerá ser recordado por la historia? Finalmente, ¿cuáles son los criterios para calificar a un traidor? ¿Quiénes son de hecho, los héroes y los villanos?

“Nuestra historiografía dejó a los traidores al margen, tanto que el mayor de ellos, Calabar, no mereció una gran biografía”, lamenta el historiador Ronaldo Vainfas, de la Universidad Federal Fluminense (UFF), quien acaba de dar su contribución contando la historia de un notable traidor, curiosamente del mismo período histórico del cual salió Calabar, la dominación holandesa en el Brasil colonial (1630-1654). “El padre jesuita Manoel de Moraes fue un hombre enamorado de la herejía, pero se casó igualmente con la traición, estrella de una larga constelación de traidores y colaboradores. Se escindió del catolicismo para militar en el calvinismo. Rompió su fidelidad a Felipe IV de Habsburgo, para convertirse en orgulloso vasallo del príncipe de Orange. Se transformó de capitán de Matias de Albuquerque contra los holandeses a capitán contra los portugueses. Aunque no dejó de recorrer, luego, el camino inverso. Dejó el calvinismo y se convirtió al catolicismo, abandonó al príncipe de Orange para jurar fidelidad a Don João IV, trajo la Compañía de las Indias Occidentales para servir a João Fernandes Vieira en la guerra restauradora”, cuenta Vainfas, autor de “Traição: um jesuíta a serviço do Brasil holandês processado pela Inquisição (Companhia das Letras, 384 páginas, R$ 47). “Fue un personaje extraordinario, el antihéroe olvidado de las guerras pernambucanas, el ‘Calabar’ de sotana negra y jubón escarlata, cuya historia nos permite conocer la dominación holandesa en las entrañas del proceso. Aparte, no deja de estimular, metafóricamente, la discusión sobre el ‘carácter brasileño’, mejor dicho, acerca de las cuestiones éticas dentro de nuestra formación histórica”, explica.

El período tiene profundas implicaciones para el imaginario nacional. “En Brasil, el interés por la presencia holandesa resurge en la segunda mitad del siglo XIX, en un momento en que Brasil cortaba sus lazos políticos con los portugueses e intentaba construir su identidad como nación independiente”, afirma el historiador Marcos Galindo, profesor de la Universidad Federal de Pernambuco. En el sitio web del Ejército brasileño, la descripción de la Batalla de los Guararapes revela, aún hoy, la delicadeza al tratar el tema de los antihéroes de ese período: “El espíritu de Guararapes es el más fino y exquisito perfume tradicional de la nacionalidad brasileña. El espíritu de Guararapes fue ayer la llama más viva y radiante que desde las heroicas tierras de Pernambuco iluminó hacia todo Brasil el camino de sus gloriosos destinos. Su brillante llama casi desapareció en las cenizas del leño en el que ardía radiante, por omisión de muchos e intención criminal de algunos, durante la larga madrugada (1945-1964). El nacionalismo del espíritu de Guararapes es el nacionalismo racional, estratégico, seguro, traducido en la práctica por una Petrobras, una Transamazónica, el decreto de las 200 millas de mar territorial, nuestra política de fletes marítimos y tantas otras realizaciones como Volta Redonda (la ciudad de acero), hitos del progreso material de Brasil”.

Reproducción del libro fernando rau goya/murió la verdadManoel de Moraes, el traidor, era un mestizo natural de São Paulo, nacido alrededor del año 1536. Ingresó en la Compañía de Jesús en 1613 y fue enviado al Colegio de Bahía, iniciando su carrera de misionero en Pernambuco, una de las principales capitanías azucareras de Brasil. Allí, fue responsable por la catequización de Felipe Camarão, el futuro líder de los potiguares contra los holandeses. En el año 1627, la Compañía de las Indias Occidentales, la WIC, una empresa moderna con objetivos comerciales, invadió Pernambuco (luego de haber atacado Bahía en 1623) desafiando a los monopolios ultramarinos ibéricos, que incluían, en función de la Unión Ibérica, a España y Portugal, ambos luego en guerra contra los Países Bajos.

El líder portugués Matías de Albuquerque adoptó una táctica de guerrilla contra los invasores, contando para ello con el apoyo indígena, reunido entre otras formas con la ayuda de los jesuitas, que “dominaban” a las poblaciones nativas. Manoel luchó “como un león” junto a los aborígenes, “y le obedecen como a su Capitán, con gran prontitud en todo lo que les manda”, según palabras de una fuente de la época. El padre luchó en la defensa de Recife, en las escaramuzas de Arraial do Bom Jesus, en la defensa de la Isla de Itamaracá y en la de Río Grande y, sostiene Vainfas, “solamente no llegó a ser capitán oficialmente por su condición de jesuita”. Los holandeses percibieron enseguida la importancia de contar con los indígenas y, en su favor, contaban con “el desgaste de una colonización que los flagelaba desde hacía más de cien años en varias capitanías”. Les hacía falta, sin embargo, un líder para reclutar a los nativos.

Manoel “se tornó un hombre soberbio, ventajero” y que osó escribir al rey Felipe IV pidiendo compensaciones materiales por su bravura. Se granjeó enemigos a montones y despertó envidias. Cansado de las intrigas, según apuntó el holandés Joannes de Laet, “el padre Manoel se vino con nosotros, hecho importante por ser él un jesuita que ejercía una gran autoridad sobre todos los salvajes de la región y se pasó voluntariamente a nuestro bando”. El traidor fue enviado a Recife y pasó a vivir como capitán holandés, caminando por las calles “vestido de ‘flamenco’ y abandonándose a los placeres del sexo”. Según Vainfas, “aunque mal conocía al calvinismo, no solamente pareció adoptarlo sino que intentaba hacer proselitismo entre los prisioneros portugueses, incluso religiosos”. La importancia de la acción del padre fue tan grave, acota el autor, que la Compañía de Jesús pasó a adoptar una nueva política de restricción de los mestizos, ya que él era un “mameluco [mestizo] paulista”. Mientras tanto, el ex jesuita (expulsado de la orden por raición religiosa) saboreaba su gloria en Holanda, adonde fuera conducido por los invasores, ahora al servicio de la WIC, llegando a proponer un modelo de conquista de los indígenas basado en su aprendizaje de la catequesis jesuítica, un híbrido de enseñanzas calvinistas e ignacianas. Asimismo, fue como calvinista que se casó dos veces entre los bátavos [nombre de los antiguos habitantes del delta del Rin].

“El calvinismo que atrajo a Manoel no era el de la fe interior, sino la doctrina que le permitía cambiar su vida personal, ya que no penalizaba la riqueza material y no exigía el celibato”, explica el autor. Juzgado por la Inquisición, fue condenado en ausencia y su “estatua” fue quemada en plaza pública en Lisboa. Con la restauración lusitana, comenzó a negociar, secretamente, con los portugueses, pero aceptó un buen dinero por volver a Pernambuco, en nombre de la WIC, para explotar el palo brasil, abandonando mujer e hijos en Europa. Estafó a los holandeses. “Manoel era un traidor perfecto. Traicionó a los jesuitas; traicionó a los portugueses en las guerras de resistencia; volvió a traicionarlos, prometiendo, en los acuerdos secretos, retornar al servicio de Don João IV a cambio de mercedes y perdones, mientras que acordaba el contrato por el palo brasil; traicionó, al mismo tiempo, a la WIC, ofreciéndose a los embajadores portugueses para combatir a los holandeses en Brasil”. Y no paró ahí. Volvió a adoptar los hábitos religiosos de antes y resolvió presentarse al Santo Oficio en procura de perdón, por añadidura, denunciando judíos ocultos en Brasil. En Portugal, fue juzgado y absuelto, aunque penó en las prisiones de la Inquisición y perdió todo su dinero, no sin antes escribir un violento panfleto contra los holandeses.

“No voy a vitorear a nuestro Manoel de Moraes, que el caso no da para tanto. Aunque, metáfora por metáfora, me quedo con la idea de que ya estaba muerto cuando salió en el auto de 1647, luego de ser absuelto, como si fuera El Cid al contrario, aunque estuviese vivísimo”, concluye Vainfas. Su destino fue el olvido. Tal como, en cierta forma experimentó Calabar, el patriarca de los traidores, quien, como Manoel, al notar que la balanza de la guerra se inclinaba para los holandeses, como tantos otros, quiso sacar provecho de sus talentos. También se convirtió al calvinismo y, como el padre, afirmó en varias declaraciones que “sabía mucho y tenía experiencia en aquella materia en la que no eran los oprimidos del pueblo los culpables”, sostiene Vainfas, demostrando que existían otros traidores, festejados como héroes o patriotas. “Su muerte fue lo que denominamos ‘una quema de archivos’ y su ejecución se debió no solamente al colaboracionismo, sino también al conocimiento que adquiriera de los contactos comprometedores mantenidos por personajes poderosos con las autoridades holandesas”.

Reproducción del libro fernando rau goya/estragos de la guerraUn curioso paralelo con la frase dicha por el personaje de Matias de Albuquerque en Calabar, de Chico y Ruy Guerra: “Calabar será ejecutado sin público, en el silencio de la noche, para que no diga cosas que no deben ser escuchadas”. “La cuestión dramática de la traición es esencial para entender el drama de la protesta política en Brasil durante el régimen militar. Nada menos que cuatro dramaturgos (El sueño de Calabar, de Geir Campos; Calabar, de Ledo Ivo y Calabar: el elogio de la traición, de Chico Buarque y Ruy Guerra) utilizaron el contexto histórico del conflicto entre portugueses y holandeses para revisar el concepto de traición y sus implicaciones para el público moderno”, afirma Severino João Albuquerque, de la Universidad de Wisconsin.

“Todas las partes se preguntan: ¿será que los traidores no pueden ser buenas personas en un contexto de dominación colonial? El espectador es invitado a relacionar el gesto de Calabar con el Brasil actual, cuya economía es controlada, cada vez más, por corporaciones y bancos extranjeros”, observa el profesor. En la obra de Ledo Ivo, por ejemplo, Calabar dice: “Ahora lamento haber servido a Holanda, del mismo modo que lamento haber servido a España y Portugal”. Más adelante, el traidor iguala el pasado y el futuro brasileños con aquello del Nuevo Mundo: “Todos nosotros somos América: esta miseria rodeada de oro. Somos América: nuestro futuro está en el pasado”. En un registro muy próximo, el Calabar de Chico y Ruy será honrado por Bárbara, su viuda: “Calabar conocía el gusto de la tierra. Calabar vomitó lo que le hicieron tragar. Esa fue su traición. La tierra, y no las sobras del rey. La tierra, y no la bandera”. El concepto de traición siempre es cuestionado: “Un día este país será independiente. De los holandeses, de los españoles…Para eso se necesitan muchos traidores. Muchos Calabar. Y no alcanza con ahorcar, descuartizar, picanear… Calabar es culebra de vidrio. Y la gente jura que el lución es una especie de lagarto que cuando se corta en dos, o tres, o mil pedazos, fácilmente se regenera”. Para Albuquerque, en el contexto de las piezas, independientemente de que el poder colonial se está viendo afectado, la traición se convierte en una reacción nativa contra la imposición de estructuras extranjeras en la economía de la tierra. “La traición es un instrumento de resistencia del oprimido, no importa en que tiempo, si en 1630 u hoy, o de la identidad del opresor”. O también, en palabras de Vainfas: “Manoel evidenció un ejemplo magnífico de mediación cultural, hablando portugués, castellano, tupí, latín y, quien sabe, holandés. Transitó por varios mundos, sirvió a muchos señores. Los traicionó a todos”. Finalmente, el vencedor es quien dice sí.

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