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ENTREVISTA

El filósofo hace un repaso de su trayectoria académica y su trabajo de gestión en el fomento de la investigación científica

Durante sus más de 30 años en la FAPESP, Luiz Henrique Lopes dos Santos ayudó a formular proyectos como el del Código de Buenas Prácticas de la Fundación

Léo Ramos Chaves / Revista Pesquisa FAPESP

En 1972, con tan solo 22 años, Luiz Henrique Lopes dos Santos se convirtió en docente del Departamento de Filosofía de la Facultad de Filosofía, Letras y Ciencias Humanas de la Universidad de São Paulo (FFLCH-USP), en donde cursó sus estudios de grado y actualmente es profesor sénior. Por entonces, él formaba parte de una generación de jóvenes investigadores llamada a cubrir el vacío dejado por la jubilación compulsiva y prematura de docentes perseguidos por la dictadura militar en Brasil. Bajo la dirección de figuras de renombre como Otília Arantes, José Arthur Giannotti (1930-2021) y Oswaldo Porchat (1933-2017), Lopes dos Santos forjó una carrera que abarcó la filosofía de la lógica y la historia de la filosofía en instituciones tales como la USP, la Universidad de Campinas (Unicamp), la École Normale Supérieure, de París y la Universidad París 7 y la Universidad Federal de Río de Janeiro (UFRJ). Su producción académica se centra principalmente en las obras del matemático, lógico y filósofo alemán Gottlob Frege (1848-1925), que fue el tema de su tesis doctoral defendida en 1981 en la USP, y del filósofo austríaco Ludwig Wittgenstein (1889-1951). Uno de sus mayores aportes fue la traducción al portugués del Tractatus logico-philosophicus, escrito en 1921 por Wittgenstein, que incluye una introducción crítica de su autoría.

Especialidad
Filosofía de la lógica e historia de la filosofía

Institución
Facultad de Filosofía, Letras y Ciencias Humanas de la Universidad de São Paulo (FFLCH-USP)

Estudios
Título de grado (1971) y doctorado (1981) por la USP

En simultáneo a su labor docente y su producción en filosofía, se dedicó a la gestión del fomento de la investigación científica. Durante más de tres décadas se desempeñó como coordinador de filosofía y humanidades de la Dirección Científica de la FAPESP, evaluando miles de proyectos presentados por investigadores y ayudando a formular programas de la Fundación. Su trabajo en la FAPESP incluyó la coordinación científica de la revista Pesquisa FAPESP durante 21 años y la formulación del Código de Buenas Prácticas de la Fundación, en 2011. En una tarde de verano con fuerte lluvia, recibió a Pesquisa FAPESP en su apartamento en São Paulo donde tuvo lugar la siguiente entrevista.

¿Cómo surgió su interés por la filosofía?
Cuando tenía alrededor de 15 años me uní al movimiento estudiantil secundario y empecé a leer filosofía política, aunque enseguida migré hacia la filosofía en general. Pero a la hora de decidir qué trayectoria seguiría dudaba entre una opción más clásica, que en mi caso sería el derecho, y la filosofía. Vengo de una familia con muchos abogados y mi padre, que era corredor de bolsa, quería que estudiara derecho. Me presenté al examen de ingreso de ambas carreras y en 1968 empecé en derecho en la USP, donde cursaba por la mañana, y en filosofía en la PUC-SP [Pontificia Universidad Católica de São Paulo], por la tarde.

¿Cuándo eligió el que sería su camino profesional?
En la década de 1960, el recorrido natural de un filósofo era la carrera académica y estaba muy poco institucionalizada. Daba cierta inseguridad. Fue Otília Arantes, mi profesora en la PUC y una de mis grandes referencias académicas quien me puso en la senda de la filosofía. Me mostró que ese camino profesional era posible. Cuando decidí trasladarme a la carrera de filosofía en la USP, en gran parte por influencia suya, ya presentía que la balanza se inclinaba hacia la filosofía. Volví a presentarme al examen de ingreso y entré en la promoción de 1969.

¿Cómo fue ese cambio a filosofía en la USP?
Fue un poco frustrante. En aquella época el departamento perdió docentes debido a las persecuciones a que fueron sometidos por el régimen militar. Durante el primer mes tuve clases con José Arthur Giannotti, quien poco después fue obligado a jubilarse, al igual que Bento Prado Júnior [1937-2007]. Otros, como Ruy Fausto [1935-2020], tuvieron que huir de Brasil. El departamento quedó completamente desmantelado. A mediados de 1969, en un acto de guapeza, concerté una entrevista con Giannotti en Cebrap [Centro Brasileiro de Análise e Planejamento], que él ayudó a fundar y le dije: “Fui a estudiar filosofía a la USP por profesores como usted, que ya no están. ¿Qué hago?”. Él estaba preparando un artículo sobre Durkheim [1858-1917], teórico de la sociología, y me pidió que leyera algunos textos y le expusiese. Pasé la prueba y a partir de entonces, hice de manera informal lo que hoy se conoce como iniciación a la investigación científica bajo la dirección de Giannotti. Cada 15 días iba a su casa a discutir sobre Kant [1724-1804]. Nos hicimos muy amigos.

¿Se recibió en derecho y en filosofía?
Durante tres años cursé ambas carreras en forma simultánea. Eso fue así hasta que el asistente de Oswaldo Porchat, mi profesor de lógica, aceptó una excelente oferta de empleo, en términos remunerativos, del Banco do Brasil. A finales de 1970, Porchat se me acercó y me dijo que, si concluía mi carrera el año siguiente, podría ser contratado como su asistente. Para poder hacer dos años en uno tuve que abandonar derecho, pero dejé esa carrera sabiendo que iba a empezar una trayectoria en la filosofía. El llamado de Porchat fue decisivo porque me debatía entre la estética y la lógica.

¿Cómo fue convertirse en docente universitario siendo tan joven?
Obviamente estaba muy nervioso. Tenía 22 años y era más joven que la mayoría de los alumnos. Pero como ya dije, el departamento estaba muy falto de docentes. Recuerdo que también contrataron a varios profesores de mi generación, tales como Carlos Alberto de Moura, Ricardo Ribeiro Terra y Olgária Mattos, entre otros. Algunos fueron invitados por Giannotti a participar en un seminario en Cebrap, que se extendió de 1971 a 1973. Esa experiencia fue muy importante para mi formación por el alto nivel de los debates.

Cuando mi padre murió, mi madre tuvo que salir a trabajar y simultáneamente, casi con 43 años, ingresó a la carrera de ciencias sociales en la USP

¿La noticia de que había sido contratado dejó a su padre más tranquilo en cuanto a su elección profesional?
Se sintió aliviado al enterarse de la novedad, ya que estaba muy preocupado por mi futuro. Pero por desgracia murió poco tiempo después, a los 49 años, a finales de 1971. Él tenía un buen pasar, pero no era rico. Prefería viajar antes que ahorrar dinero. Después de su muerte, mi madre, que era ama de casa, tuvo que mantenerse por su cuenta. Fue a trabajar con su hermano y decidió estudiar ciencias sociales. A sus casi 43 años, aprobó el examen de ingreso en la USP, en la década de 1970. Solíamos cruzarnos en la universidad, yo como docente y ella como alumna. Tras graduarse, entró a trabajar en la Fundación de Apoyo a los Trabajadores Presos, donde permaneció hasta jubilarse en la década de 1990. Su tarea era ocuparse del departamento de alfabetización y cumpliendo esa labor mantuvo contacto con reclusos como Chico Picadinho, un famoso asesino serial de las décadas 1960 y 1970. Mi mamá era muy dinámica y ya en la época en que era ama de casa se había sumado a la militancia católica progresista. Para mí eso incluso fue un aliciente para unirme al movimiento estudiantil secundario en 1964, poco antes del golpe militar.

¿Qué estudió en su maestría?
No tengo título de magíster. Comencé mi investigación de maestría en la USP bajo la dirección de Porchat, en 1972, que versaba sobre el matemático, lógico y filósofo alemán Gottlob Frege. Pero cuando iba a empezar a redactar mi tesina, Porchat me pidió que fuera su mano derecha en el Centro de Lógica, Epistemología e Historia de la Ciencia y también en el Departamento de Filosofía que se aprestaba a crear en la Unicamp. Eso fue en 1975. Cuando acepté su invitación, me advirtió que de momento sería imposible que continuara con mi investigación de maestría.

¿Cómo surgió la idea del centro?
Porchat había querido crearlo en la USP, pero el departamento de filosofía rechazó su propuesta por diferencias ideológicas. Vivíamos en un ambiente muy polarizado. Los de la lógica éramos considerados reaccionarios y alienados, porque nuestro campo estaba supuestamente vinculado al capitalismo, como pensaban algunos miembros del departamento. Pero Porchat era muy amigo del que a la sazón era el vicerrector de la Unicamp, el ingeniero y físico Rogério Cesar de Cerqueira Leite [1931-2024], quien le dijo al entonces rector de la Unicamp, Zeferino Vaz [1908-1981], que estaban ante una oportunidad única para la universidad en el área de la filosofía. Vaz se entusiasmó con la idea de un centro interdisciplinario y suministró las condiciones materiales que ninguna otra iniciativa vinculada con la filosofía disponía en aquel momento en Brasil. Ello hizo posible, por ejemplo, traer investigadores visitantes del exterior y organizar coloquios internacionales. El centro fue fundado en 1977 y aún sigue activo.

¿Cómo estaba compuesto?
Estaba formado por investigadores del departamento de filosofía de la Unicamp y de áreas tales como matemática, sociología, física, lingüística y teología. A mí me tocó cooperar con el Instituto de Estudios del Lenguaje [IEL], en donde di clases entre 1977 y 1981.

¿Existía una comunidad de lógicos en Brasil?
En efecto, pero era y sigue siendo muy pequeña. El más conocido era Newton da Costa [1929-2024], quien en aquella época estaba en la USP, pero era una gran influencia para algunos de los miembros del centro como Ayda Arruda e Itala D’Ottaviano. En aquel entonces yo también me acerqué a Da Costa y a su lógica paraconsistente y publiqué algunos trabajos. Más allá de sus aportes al campo de la lógica, el centro fue fundamental para la conformación de una comunidad académica de la filosofía en Brasil. Había entonces varios centros con gente altamente calificada, diseminados por diversos estados de Brasil. Al articular estas islas de conocimiento a través de sus actividades, el centro contribuyó, por ejemplo, para la creación de la Anpof [Asociación Nacional de Posgrado en Filosofía], en 1983.

El centro que creamos en la Unicamp en los años 1970 fue fundamental para la formación de una comunidad académica de filosofía en Brasil

¿Qué estudió en su doctorado?
Mi doctorado, bajo la dirección de Porchat, fue una ampliación de mi investigación de maestría inconclusa. Procuré entender qué manera Frege promovió, en la segunda mitad del siglo XIX, una ruptura con el modelo de la lógica aristotélico, vigente por casi 2.000 años. Para dar respuesta a las preguntas que surgieron durante su investigación sobre los fundamentos de la matemática, se vio obligado a repensar la lógica, lo que lo llevó a la concepción de lo que hoy en día llamamos lógica matemática. La Unicamp me ofreció un contrato como profesor doctor, con el compromiso de que concluyera mi tesis en 1980, pero me costó mucho terminarla. Entre 1975 y 1978 prácticamente no avancé en la investigación, porque estaba inmerso en la burocracia del departamento y del centro, dando clases y realizando seminarios. En 1978 la retomé y logré defender la tesis en 1981. Mi trabajo salió publicado en 2008 con el título O olho e o microscopio [Nau Editora].

Permaneció en la Unicamp hasta 1981. ¿Qué lo motivó a volver a la USP?
Fue una cuestión personal. Entonces me había separado y mis hijos, que todavía eran pequeños, vivían con la madre en São Paulo. Como no quería vivir yendo y viniendo por la carretera, regresé al departamento de filosofía de la USP. Por la misma época Giannotti también retornó a la USP e impartíamos juntos la asignatura de Introducción a la Filosofía en el primer año de la carrera. Él dictaba la clase inaugural o las teóricas y yo hacía seminarios con los alumnos, analizando los textos, leyéndolos y releyéndolos varias veces. Formamos a varias generaciones de filósofos.

En la década de 1990 tradujo para la editorial de la Universidad de São Paulo [Edusp] el Tractatus logico-philosophicus, escrito en 1921 por el austríaco Ludwig Wittgenstein. ¿Cuáles fueron los retos que supuso ese trabajo?
No es nada fácil traducir del alemán al portugués una obra tan compleja como la de Wittgenstein, uno de los grandes filósofos del lenguaje. Para hacerse una idea, el estudio introductorio que hice para explicar el lugar que ocupa el Tractatus en la historia de la filosofía es más extenso que la obra en sí. Giannotti ya lo había traducido y había escrito una introducción en 1968. Fue la segunda traducción de la obra en el mundo, después de la inglesa, y fue una tarea hercúlea para Giannotti, ya que Wittgenstein había muerto hacía tan solo 17 años. Era su contemporáneo y prácticamente no existía literatura sobre su obra. En la década de 1990, Edusp le propuso a Giannotti hacer una nueva edición de su versión en portugués.

El propio Giannotti dijo que el trabajo que hizo en la década de 1960 contenía muchos errores. ¿Está de acuerdo?
Tenía algunos errores, pero no en la traducción del alemán en sí, sino conceptuales, porque en la época había muy poca familiaridad con aquel universo. Es el caso de algunos términos específicos de la filosofía alemana de finales del siglo XIX, referentes a filósofos como Franz Brentano [1838-1917], que pocos leían en Brasil. Cuando recibió la propuesta de Edusp en la década de 1990, Giannotti me pidió que hiciera una revisión, pero consideré que eso daría lugar a una especie de frankenstein y propuse rehacer la traducción. Giannotti aceptó y me encomendó esa misión.

Entre 1986 y 2007, Giannotti dirigió el Programa de Formación de Cuadros de Cebrap. ¿Qué papel cumplió usted en él?
Era un programa de formación interdisciplinaria dirigido a estudiantes de posgrado de diversas áreas del conocimiento, posible gracias a un convenio entre la Capes [Coordinación de Perfeccionamiento del Personal de Nivel Superior] y Cebrap. El ingreso al mismo era difícil. A lo largo de dos años, estos alumnos participaban en actividades tales como seminarios de antropología, ciencia política, sociología, economía y filosofía. Los encuentros tenían lugar dos veces por semana y entre los docentes estaban Paul Singer [1932-2018] y Ruth Cardoso [1930-2008]. Yo participé activamente en el núcleo de filosofía hasta que me fui a París, a finales de la década de 1990.

En 1986 llegó a la FAPESP. ¿Cómo era la Fundación en aquella época?
En 1986, Flavio Fava de Moraes, en ese entonces director científico de la FAPESP, me invitó a sumarme en reemplazo de João Paulo Monteiro [1938-2016] en el área de filosofía de la Coordinación de Ciencias Humanas y Sociales. No existía la figura del coordinador general, pero, por su personalidad y su trayectoria, esa función la cumplía Leôncio Martins Rodrigues [1934-2021]. Estaban Boris Fausto [1930-2023] en Historia, Maria Alice Vanzolini en Psicología, Cláudia Lemos en Lingüística y estaba yo en Filosofía.

Uno de los primeros proyectos temáticos del área de humanidades fue el del cineasta Jean-Claude Bernardet, de la USP, que resultó en una película

El volumen de trabajo era pequeño en aquella época en comparación con lo que es actualmente, ¿verdad?
Íbamos los lunes y lo primero que hacíamos al empezar la reunión era comentar los partidos de fútbol de la fecha del domingo: Boris Fausto, como yo, era fanático del Corinthians. Había unos 15 o 20 expedientes para analizar por semana. Cada uno de nosotros recibía unos cuatro. Los estudiábamos, elaborábamos un informe y decidíamos si se concedía la ayuda o la beca o no. Y nos íbamos. Era otro mundo. Acababa de producirse un cambio que transformaría el perfil de la FAPESP, merced a una enmienda introducida en la Constitución del Estado de São Paulo, presentada por el diputado Fernando Leça y aprobada en 1983, que establecía que las transferencias del Tesoro a la FAPESP, que eran el 0,5 % de la recaudación fiscal de la época, se calcularían sobre la base del año en curso y se girarían en 12 cuotas mensuales. Anteriormente, el cálculo era sobre la base de la recaudación del año anterior y los fondos llegaban corroídos por 13 meses de inflación. Tras la Enmienda Leça, como pasó a conocérsela, la Fundación tomó conciencia de que contaba con potencial financiero para volar más alto. Esto se hizo patente en 1989, cuando la nueva Constitución del Estado aumentó los fondos asignados a la Fundación al 1 % de los ingresos fiscales del estado paulista.

En la práctica, ¿cómo se materializó esa ambición?
Uno de los hitos fue la iniciativa de los proyectos temáticos. En los años 1960 y 1970, la FAPESP había tenido grandes proyectos, pero fueron puntuales, como el estudio de la biodiversidad amazónica que llevó a cabo el zoólogo Paulo Vanzolini [1924-2013] en la década de 1960. Los proyectos temáticos fueron la primera línea regular de grandes ayudas. En el seno de la FAPESP surgió un debate sobre si valía la pena darle tanto dinero a las humanidades: una cosa era conceder becas de maestría y otra muy distinta aprobar el presupuesto de un proyecto temático. El mérito fue de Fava de Moraes, quien fue muy firme realmente. Uno de los primeros proyectos temáticos de humanidades fue del cineasta Jean-Claude Bernardet, de la USP, cuyo producto fue una película. Yo fui el coordinador del área de filosofía hasta 1989. Martins Rodrigues se fue y Fava de Moraes me invitó a asumir como coordinador adjunto. Hasta 1989, los coordinadores de área asistían a la FAPESP una vez por semana y no mantenían ninguna relación orgánica con la Fundación. Cuando Fava de Moraes creó la figura de los coordinadores adjuntos, éstos pasaron a efectuar la mediación entre los coordinadores de área y el director científico. En 1993, José Fernando Perez asumió la dirección científica, me pidió que continuara y acepté.

En 1997 se alejó de la FAPESP para pasar una temporada en Francia, pero al volver al país regresó a la Fundación. ¿Cómo se dio este retorno?
Pasé dos años en París como investigador visitante en la École Normale Supérieure y como docente en la Universidad París 7, y durante ese tiempo me reemplazó en la Fundación la antropóloga Paula Montero. Cuando regresé, a principios de 1999, me convocaron para que trabajara con ella, porque ya eran necesarios dos coordinadores adjuntos en el área de humanidades. Perez tenía una dinámica creativa propia y reestructuró la dirección científica. Amplió la cantidad de coordinadores adjuntos y cada semana nos reuníamos durante dos o tres horas en una mesa redonda para hablar de lo que estaba ocurriendo. Muchos de los programas de la FAPESP fueron alumbrados en el marco de aquellas reuniones. La efervescencia de la época de Perez tuvo mucho que ver con ese diálogo entre la gente de todas las áreas. Eso alcanzó una escala aún mayor cuando Carlos Henrique de Brito Cruz asumió la dirección científica. Una vez al mes, los 15 coordinadores adjuntos se reunían y conversaban toda una tarde.

¿Con cuántos directores científicos trabajó?
Fueron cuatro. La última administración, de Luiz Eugênio Mello, quedó muy comprometida debido a la pandemia, pero él hizo milagros. Me reemplazó en la coordinación adjunta por Ângela Alonso, pero solo la conoció en persona al final de su mandato. Mantuvo la dirección científica funcionando e hizo cosas importantes, como el esfuerzo para generar investigaciones sobre el covid-19 y los primeros proyectos del Programa Generación, dirigido a los investigadores más jóvenes, que aún no tenían empleo. También impulsó la adopción de políticas de inclusión y equidad. La gestión de Fava de Moraes le imprimió a la FAPESP ambiciones mayores y creó una estructura institucional para que la Fundación trabajase de forma creativa. Perez sacó provecho de ello gracias a su personalidad. Era el entusiasmo en persona. Cuando De Brito Cruz asumió el cargo, ya había una cantidad enorme de programas con cuatro o cinco años de antigüedad. Por su propia personalidad, racional y sistemática, De Brito Cruz también impuso un orden a las cosas, las formalizó, vio lo que funcionaba y lo que no. Intensificó y perfeccionó los programas existentes y le abrió la puerta a un arduo esfuerzo de internacionalización de la investigación científica paulista.

¿Cuál fue su aporte a la implementación del Programa de Educación Pública?
Una de las revoluciones que encaró Perez fueron los programas de investigación tecnológica, principalmente en colaboración con empresas. Pero tuvo el acierto de tener en cuenta a la investigación aplicada en un sentido amplio. La investigación en el campo de las humanidades puede aplicarse y llevar a la formulación y a la puesta en marcha de políticas públicas. La idea de Perez era que cuando se trata de investigación aplicada, se necesita tener un socio que potencialmente vaya a utilizarla. De ahí surgió la idea de empezar por la educación pública, haciendo investigaciones en colaboración con las escuelas públicas. Convocamos a Maria Malta Campos, de la PUC-SP y la Fundación Carlos Chagas para que nos asesorara. Durante un tiempo coordiné el proyecto y luego le pasé la posta a Marilia Sposito. Como funcionó, hubo demanda, colaboraciones, de todo. Y después se lanzó el Programa de Políticas Públicas.

La política de buenas prácticas científicas debe ser pedagógica, pero una manera de educar es no dejar que las conductas equivocadas queden impunes

¿Cómo surgió la revista Pesquisa FAPESP, de la que usted sería coordinador científico entre 2001 y 2022?
El proyecto surgió de una charla entre Perez y quien entonces era la directora de redacción, Mariluce Moura. Yo me subí al tren ya en marcha, porque cuando surgió la idea me encontraba en París. Desde un principio, el objetivo fue hacer una revista de divulgación, no de la FAPESP, sino de la ciencia brasileña y, en particular, la ciencia producida en São Paulo. En segundo lugar, tenía que ser un medio de carácter periodístico y orientado por científicos. Para ello fue fundamental que haya sido un proyecto vinculado a la Dirección Científica. Esto permitió la creación de estándares que garantizaron la calidad que la revista fue desarrollando.

¿Se refiere, por ejemplo, a que la revista cuente con un Comité Científico integrado por coordinadores de área y adjuntos de la Dirección Científica?
Desde el principio, los artículos de la revista eran leídos por los coordinadores de las áreas temáticas abordadas. La idea era que mantener un equilibrio entre el lenguaje periodístico y el rigor científica. Por un lado, hubo quienes dijeron que la revista no era lo suficiente rigurosa desde un punto de vista científico. Y por otro, que planteaba temas difíciles de entender para el público lego. Las críticas de unos y otros nos hicieron pensar que la revista iba por el camino correcto, el camino del medio.

En 2001, usted y el profesor Perez escribieron un artículo sobre el conflicto de intereses en la investigación científica. ¿Eso marcó el inicio del debate que desembocaría en el Código de Buenas Prácticas Científicas, una década más tarde?
Fue algo puntual. La FAPESP no contaba con una política de conflicto de intereses porque nunca se había topado con un problema serio al respecto. Y hubo un problema grave con un proyecto de un investigador para evaluar los riesgos del amianto o asbesto para la salud humana. Se invirtió mucho dinero y los resultados fueron favorables al amianto. Entonces, salió a la luz que el investigador en cuestión estaba vinculado a una empresa productora de amianto.

¿Y cómo surgió el Código de Buenas Prácticas Científicas?
Fue algo que se me ocurrió de repente. En septiembre de 2010, me había sometido a una cirugía de apéndice en Río de Janeiro y me estaba recuperando, cuando recibí un pedido de De Brito Cruz para que estudiara lo que existía en el mundo en materia de buenas prácticas. Me aboqué a ese estudio, que dio lugar a un texto, a principios de 2011, que se mantiene hasta los días actuales en la página web de la FAPESP. Luego, De Brito Cruz me pidió que redactara un anteproyecto de un código de buenas prácticas. Pasé seis meses dedicado a esa tarea. Discutí el borrador con Celso Lafer, por entonces presidente de la FAPESP, quien me proporcionó el sostén jurídico necesario. Así salió la segunda versión, que De Brito Cruz hizo circular entre prorrectores y sociedades científicas. Llevamos a cabo una consulta amplia y lo publicamos a finales de 2011. Diez años después de la publicación del código, todas las universidades públicas paulistas ya tenían sus propias comisiones de buenas prácticas.

Después usted empezó a realizar un seguimiento de los casos de mala conducta que llegaban a la Fundación.
Siempre insistí, y De Brito Cruz me dio todo su apoyo, en que el eje principal de la política de buenas prácticas debe ser pedagógico. Pero una de las maneras de educar es no dejar que las conductas equivocadas queden impunes. Es necesario contar con un sistema riguroso y justo de recepción de denuncias y de investigación y transparencia en los resultados. Esto cuesta bastante trabajo. Cuando se recibe una denuncia, debe garantizarse un tiempo para la defensa. Son las propias instituciones las que están en condiciones de investigar lo que sucede en sus dependencias. Ellas pueden hacerlo de manera imparcial y objetiva, pero existen situaciones en las que se dejan llevar por el corporativismo. En estos casos, debe rechazarse la averiguación de la institución y se genera una crisis política. Me ocupé de ello desde 2011 hasta 2023. La mayoría de los casos no admitían confusión, pero los pocos que sí lo hicieron fueron difíciles.

¿Actualmente se reparte entre São Paulo y Río de Janeiro?
Así es. Soy profesor sénior en la USP y dirijo trabajos de posgrado en filosofía. Además, soy docente colaborador en la UFRJ, donde participo en seminarios e imparto cursos libres. Como ya estoy jubilado, ahora tengo más tiempo para dedicarme a la escritura académica. En los últimos cinco años me he dedicado a estudiar el pensamiento de Aristóteles y he publicado algunos artículos sobre el tema. Pero no tengo prisa. En el campo de la filosofía, la producción teórica es una tarea que requiere paciencia.

Este artículo salió publicado con el título “Luiz Henrique Lopes dos Santos: Un llamado de la lógica” en la edición impresa n° 351 de mayo de 2025.

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