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Patentes

El final de un ciclo

El cierre del programa de la FAPESP destinado a la protección de la propiedad intelectual apunta una evolución en la capacidad de transferir el conocimiento científico a la sociedad

Patricia Brandstatter

Tras 21 años de actividad, en el mes de junio llegó a su fin el Programa de Apoyo a la Propiedad Intelectual (Papi) creado por la FAPESP en el año 2000 para promover en la comunidad científica del estado de São Paulo la protección de los resultados originales de las investigaciones con potencial de explotación comercial. La Fundación resolvió cerrar el programa al entender que el mismo ya había cumplido con su objetivo principal de instaurar una cultura de protección de la propiedad intelectual en las universidades e instituciones científicas que permita la transferencia de conocimiento a la sociedad y al sector productivo. “El Papi cumplió un importante papel como inductor”, explica la abogada Patricia Tedeschi, gerente de Investigación para la Innovación de la Dirección Científica de la FAPESP. “En 2000, cuando pocos investigadores tenían en cuenta las aplicaciones comerciales de sus trabajos, la Fundación demostró que esto era importante y empezó a costear las solicitudes de patentes vinculadas a proyectos que había financiado”

El escenario ha cambiado en estas dos décadas. Con la llegada de la Ley de Innovación, en 2004, y las mejoras en la legislación de ciencia y tecnología aprobadas en 2016, las universidades y los centros de investigación asumieron el protagonismo de la protección de la propiedad intelectual a través de los Núcleos de Innovación Tecnológica (NIT), instancias encargadas de promover las patentes de las invenciones y expedir las licencias para su explotación económica. En 2019, 270 instituciones públicas y privadas del país gestionaron sus políticas de innovación por medio de estos núcleos, varios de ellos con formato de agencia, de acuerdo con los datos registrados por el Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación (MCTI) de Brasil.

En los últimos 10 años, el enfoque del Papi fue ajustado para ayudar a las instituciones a adquirir autonomía. En lugar de atender solamente los pedidos individuales de los investigadores interesados en proteger el conocimiento que generaron, en 2011 el programa pasó a ofrecerles recursos a las universidades, reembolsando parte de sus costos con las patentes vinculadas a los proyectos financiados por la FAPESP (Papi – Institucional) o patrocinando la formación y la capacitación de sus gestores (Papi – Capacitación).

El cambio generó un impacto en la consolidación de los núcleos y agencias. “El programa fue extremadamente importante para la formación de nuestros técnicos. La redacción de patentes y la promoción de la transferencia de tecnología es un trabajo altamente calificado”, explica Vanderlan Bolzani, docente de la Universidade Estadual Paulista (Unesp), quien dirigió la agencia de innovación de dicha institución (Auin), entre 2013 y 2016. “Sin la ayuda financiera de la FAPESP, a través del Papi – Institucional y del Papi – Capacitación, a las universidades les hubiera sido muy difícil organizar sus núcleos de innovación. La Auin fue creada con posterioridad a las agencias de la USP y de la Unicamp”. En los últimos años, el interés de las instituciones por el programa se había estancado, en una señal de que el ciclo había llegado a su fin. “Los investigadores con proyectos financiados por la Fundación podrán utilizar los recursos de la reserva técnica para solventar las patentes”, informa Tedeschi, aludiendo a la porción adicional de recursos de un proyecto destinada a cubrir los gastos no previstos inicialmente.

En los albores del programa, la FAPESP compartía la titularidad de las patentes con los investigadores e instituciones y el cobro de regalías se repartía en tres partes iguales. “Ese fue el modelo adoptado por Yissum, una empresa de transferencia de tecnología de la Universidad Hebrea de Jerusalén, en Israel”, dice el ingeniero de materiales Edgar Dutra Zanotto, investigador de la Universidad Federal de São Carlos (UFSCar), responsable de la implementación del Papi en 2000, cuando era miembro de la Coordinación Adjunta de la Dirección Científica de la FAPESP. La socióloga Renée Ben-Israel, graduada en la Universidad de São Paulo (USP) en los años 1970 y entonces coordinadora de Yissum, fue contratada para ayudar a formular el Papi y organizar el Núcleo de Patentes y Licencias de Tecnología (Nuplitec), a cargo de la gestión del programa.

“La percepción que teníamos entonces era que nuestros científicos publicaban sus descubrimientos de impronta tecnológica en revistas científicas o en sus tesis doctorales sin preocuparse por su potencial de explotación comercial. Cuando se daban cuenta ya era tarde y habían desperdiciado la oportunidad de solicitar patentes”, dice Dutra Zanotto. Según él, la cuestión de la propiedad intelectual apareció en el radar de la Fundación a mediados de la década de 1990, cuando se discutieron los criterios acerca de la titularidad de las patentes al crearse dos programas orientados a la investigación de interés para las empresas, el de Apoyo a la Investigación en Asociación para la Innovación Tecnológica (Pite) y el de Investigación Innovadora en Pequeñas Empresas (Pipe).

En 2003, las primeras regalías obtenidas por una patente financiada por la FAPESP se tradujeron en un cheque por valor de 4.150,45 reales, y la Fundación percibió un tercio de ese monto. La entrega del cheque a quienes eran entonces los directores científico y administrativo de la Fundación, José Fernando Perez y Joaquim de Camargo Engler, fue formalizada por Vladimir Airoldi, físico del Instituto Nacional de Investigaciones Espaciales (Inpe) y fundador de Clorovale Diamantes, una empresa con sede en São José dos Campos (São Paulo), que desarrolló y patentó fresas odontológicas con punta de diamante artificial.

Patricia Brandstatter

En la reorganización del Papi, en 2011, la FAPESP renunció a la titularidad de las patentes, para darle valor al rol de los inventores y sus instituciones y evitar inconvenientes burocráticos en la gestión de la propiedad intelectual. Pero conservó el derecho a recibir un porcentaje predeterminado en regalías por la licencia del conocimiento generado en un proyecto, razón por la cual el año pasado recaudó alrededor de 60 mil reales. Con la difusión de los NIT, muchas universidades públicas acumularon una gran cantidad de solicitudes de patentes. Como el costo de extender la protección a otros países por medio del Tratado de Cooperación de Patentes es alto, estas tuvieron que priorizar la inversión en tecnologías que, efectivamente, tuvieran potencial de explotación. “La protección solo tiene sentido si la institución dispone de una estructura dedicada a posibilitar la transferencia de tecnología y su ingreso al mercado”, explica la abogada Cristina Assimakopoulos, a cargo de la coordinación del Nuplitec entre 2007 y 2010, y actualmente gerente ejecutiva de Tecnología e Innovación de la empresa Vale.

El Papi ayudó a los administradores de las universidades en este proceso de aprendizaje. La Agencia de Innovación de la UFSCar, por ejemplo, tuvo dos proyectos contemplados en el programa. A través de uno de ellos, en 2016, técnicos y directivos pudieron visitar y conocer instituciones de Estados Unidos y de países europeos, algo que les sirvió para encauzar sus estrategias. Según la ingeniera de producción Ana Lúcia Torkomian, coordinadora del proyecto y por entonces directora ejecutiva de la agencia de la UFSCar, en esos viajes pudieron percibir algo importante: al contrario de lo que ocurría en Brasil, las agencias de las universidades estadounidenses y europeas no se limitaban a velar por los aspectos legales de las patentes, una actividad habitual en la que intervenían unos pocos empleados de su estructura. En cambio, se dedicaban a promover la transferencia de tecnología, buscando empresas interesadas en adquirir licencias de la propiedad intelectual. “No eran oficinas de patentes, sino de comercialización”, dice, en referencia a los departamentos de universidades tales como la de Bristol, en Inglaterra, y la de Strathclyde, en Escocia, por ejemplo. La experiencia acumulada en esas visitas fue recopilada en un artículo científico publicado en 2019 donde se demostraba de qué manera las instituciones de siete países se dedicaban a crear un ecosistema de innovación.

Según Torkomian, la UFSCar utilizó ese aprendizaje para elaborar sus estrategias. Uno de los problemas a los que se enfrentaba era el de los costos. Un año después de la solicitud de una patente a nivel nacional, la institución tenía que decidir si extendía la protección a nivel internacional, un proceso costoso cuyo mantenimiento solo tiene sentido si la tecnología tiene un potencial concreto de comercialización. Las universidades del Reino Unido y de Estados Unidos suelen mantener la protección internacional durante tres años y después dejan de pagar por aquellas que no se muestran prometedoras. “Luego de intercambiar experiencias con otras agencias brasileñas, llegamos a la conclusión de que tres años eran muy poco para nuestra realidad, pero cinco años serían un plazo razonable. También instauramos una lista de indicadores para medir el potencial de una patente y avalar la decisión al respecto de su mantenimiento”, dice.

Las pasantías y visitas a instituciones extranjeras también fueron inspiradoras para la Agencia de Innovación Inova Unicamp, una de las más antiguas y consolidadas de Brasil. De acuerdo con el ingeniero de la computación Roberto Lotufo, quien presidió la agencia entre 2003 y 2013, conocer la experiencia internacional resultó fundamental para crear el ecosistema de innovación de la Unicamp. “Creamos un evento anual que premia a inventores de la universidad que está inspirado en lo que vimos en las universidades de Israel. Cuando estuvimos allá nos quedó claro que una de las formas de estimular la protección de la propiedad intelectual es premiando a los inventores”, explica.

“De la Universidad de Oxford, que organiza una cena anual para sus exalumnos devenidos en empresarios, se confirmó la idea de honrar a nuestros antiguos alumnos. Los invitamos a sumarse como consejeros de la Agencia de Innovación y mentores de nuevos emprendedores, y apoyamos cada vez más a Unicamp Ventures, una red que conecta a las ‘empresas hijas’ de la Unicamp, fundadas por exalumnos emprendedores exitosos”, dice Lotufo. Asimismo, la idea de la agencia de promover conferencias con exalumnos y emprendedores se inspiró en la Universidad de Cambridge: incluso el día y el horario de las conferencias, los jueves por la noche, son los mismos que los de la institución británica. Según él, el Papi le permitió a la Unicamp reembolsar las inversiones en patentes de sus investigadores patrocinados por la FAPESP. “El mantenimiento de una patente activa a nivel internacional es caro. Cuando esto estaba a cargo de los investigadores, a menudo se seguían pagando patentes por las cuales no había un esfuerzo de comercialización. Con el trabajo de las agencias de innovación, eso comenzó a realizarse con un criterio y la ayuda financiera fue importante mientras el costo no lo asumía la universidad, como es ahora”, dice.

Aunque el Papi ha cumplido con sus objetivos, su cierre genera cierta inquietud entre los gestores de la innovación. “Estoy preocupada por la pérdida de una herramienta de financiación en un momento en que las universidades se enfrentan a una fuerte restricción de recursos. Temo que decidan priorizar otras áreas y ya no patrocinen la protección de la propiedad intelectual”, dice Bolzani, de la Unesp. También Assimakopoulos, de la empresa Vale, vislumbra posibles riesgos. “Los NIT necesitan personal muy capacitado y, en muchos de los núcleos que conozco, esto se ha visto comprometido con la rotación de los técnicos. Esto tal vez no represente un problema para los núcleos consolidados, pero el panorama aún es bastante heterogéneo”.

Lotufo, de la Unicamp, considera que el sistema de protección de la propiedad intelectual en las universidades ha madurado, pero estima necesaria la adopción de nuevos mecanismos para promover la transferencia de conocimientos. De acuerdo con su análisis, así como los proyectos disponen de una “reserva técnica” de recursos que les permites a los investigadores adquirir equipamiento y mejorar las condiciones de trabajo, sería útil crear una especie de reserva de innovación vinculada a los proyectos y utilizada para fomentar la licencia de tecnologías. “Ni siquiera tendría que ser un monto alto, pero sería importante para estimular a los investigadores a sacar sus novedades al mercado y para ampliar el trabajo de las agencias de innovación”, dice.

Artículo científico
De Oliveira, M. R. et al. How to stimulate an entrepreneurial ecosystem? Experiences of north american and european universities. Innovar. v. 29, n. 71, p. 11-24. 2019.

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