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MEMORIA

El físico que construía puentes

Jean Meyer demostró que la ciencia de las energías alternativas podría ser un motor del desarrollo brasileño

Meyer a los 40 años, cuando vivía en Francia

El hombre tenía tres nombres diferentes, dos nacionalidades y ningún diploma en física. Aun sin un papel que acreditara formalmente títulos de grado y posgrado, João Alberto Meyer (1925-2010), más conocido como Jean Meyer, fue un físico que trabajó en algunas de las instituciones de investigación científica más prestigiosas del mundo. En Europa, contribuyó al desarrollo experimental de la física de partículas, principalmente en la Organización Europea para la Investigación Nuclear (Cern), en Ginebra (Suiza), y en la década de 1970 dirigió un proyecto de estudio pionero sobre fuentes de energías alternativas en la Universidad de Campinas (Unicamp). Para quienes lo conocieron, Meyer fue un constructor de puentes científicos y humanos, capaz de aglutinar estudiantes y liderar proyectos interdisciplinarios como pocos.

Hans Albert, tal como era su nombre verdadero, nació en la que entonces era la ciudad-estado de Danzig (hoy Gdansk, en Polonia), en el seno de una familia judía con una buena situación económica. En 1935, dejando parte de su patrimonio atrás, los Meyer huyeron de la creciente persecución antisemita y recalaron en Francia. En uno de los liceos más tradicionales de París, Hans se convirtió en Jean. “Ese es el nombre con el cual aún hoy su familia y muchos amigos se refieren a él”, explica el físico Bruno Meyer, consultor en el área de energía en Francia, uno de sus cuatro hijos.

Ante la inminencia de la invasión alemana a Francia, en 1940, los Meyer huyeron nuevamente, en primera instancia hacia Madrid y después a São Paulo. Con su familia viviendo estrecheces económicas y siendo un muchachito, Jean tuvo que trabajar, pese a su excelente rendimiento escolar y habiendo completado el equivalente a la enseñanza media en el Liceo Pasteur de São Paulo a los 16 años.

CERNCámara de burbujas construida en el Centro de Investigaciones Nucleares de Saclay, utilizada en el Cern en los años 1960CERN

Como empleado de la empresa química Orquima, hizo un poco de todo, llegando incluso a limpiar los retretes, relata su hijo. Hasta que conoció al director científico de la empresa, Pawel Krumholz (1909-1973), un químico polaco naturalizado brasileño que lo ascendió al puesto de técnico de laboratorio. La admiración que sentía por Krumholz motivó a Meyer a estudiar una carrera universitaria. A mediados de la década de 1940, quiso ingresar a la licenciatura en química en la Universidad de São Paulo (USP), pero en ese entonces no se aceptaban los diplomas otorgados por colegios franceses para acceder a la educación superior. Le aconsejaron que fuera a hablar con el físico ítalo-ucraniano Gleb Wataghin (1899-1986), en la naciente Facultad de Filosofía, Ciencias y Letras de la USP, fundada en 1934. Impresionado con las habilidades prácticas de Meyer para el manejo del instrumental de laboratorio, Wataghin se convenció de que el joven tenía que convertirse en físico y prometió resolverle la cuestión del diploma. “Nunca lo hizo, pero el caso es que mediante ese artificio ingresé al área de la física”, relató Meyer en 1977, en el marco de una entrevista para el proyecto Historia de la Ciencia en Brasil, de la Fundación Getulio Vargas de Río de Janeiro.

En los albores de la década de 1940 en São Paulo, la física moderna era debatida por docentes y estudiantes en un clima de efervescencia intelectual, que incluía noches de seminarios sobre mecánica cuántica y relatividad general, en el domicilio del físico pernambucano Mário Schenberg (1914-1990) (lea en Pesquisa FAPESP, edición nº 307). Schenberg organizaba los seminarios y debatía los temas candentes de la física moderna, pero también se mantenían conversaciones sobre filosofía y arte con escritores, pintores y filósofos. “Había pocos alumnos para muchos profesores”, según las propias palabras de Meyer. Fue en estos seminarios donde Meyer descubrió la física de partículas, a la que dedicaría la mayor parte de su trayectoria.

A principios de los años 1950, ya nacionalizado brasileño y habiéndose convertido oficialmente en João Alberto, Meyer ocupó el puesto de asistente de investigación en física en la USP. Recientemente casado con la profesora y crítica literaria brasileña Marlyse Meyer (1924-2010), regresó a Francia en 1952 con una beca de investigación. Pasó un año en la Escuela Politécnica de París, donde se familiarizó con uno de los principales temas de la época, las cámaras de burbujas, un dispositivo fundamental para observar, en ese entonces, las propiedades de los fragmentos resultantes de las colisiones entre partículas subatómicas. Al regresar a la USP, aún en la década de 1950, se vio en la inusitada situación de ser, simultáneamente, asistente y alumno: la falta de un diploma también fue un pretexto para pagarle un sueldo que él consideraba demasiado bajo. En 1956, se marchó a investigar en la Universidad de Padua, en Italia. La modesta remuneración se compensaba con la posibilidad de construir la primera cámara de burbujas de Europa, inventada unos años antes en Estados Unidos.

Colección Privada Bruno Meyer En la Unicamp, en 1975: Meyer (de pie), creador del Laboratorio de Hidrógeno, flanqueado por César Lattes y Carola Dobrigkeit, ambos del Instituto de FísicaColección Privada Bruno Meyer

En francia y suiza
El éxito del experimento en Padua le valió una invitación del Centro de Investigaciones Nucleares de Saclay, en Francia, para armar un grupo de estudio y desarrollo de cámaras de burbujas. “Su reputación científica, de la que discretamente se enorgullecía, la adquirió principalmente por su contribución al desarrollo y la utilización científica de esos dispositivos”, dice el físico Marcus Zwanziger, profesor jubilado de la Unicamp. Los experimentos y el desarrollo del aparato experimental fueron sus mayores pasiones. “Era un físico mucho más inclinado a la experimentación que a la teoría”, dice el físico Cylon Gonçalves da Silva, profesor emérito de la Unicamp.

Meyer pasó 13 años en Saclay trabajando con las cámaras de burbujas hasta que recibió una propuesta para formar parte del equipo de físicos del Cern, en 1969. El empleo en Suiza era permanente y el sueldo, excelente. Trabajó como investigador en el centro europeo durante seis años y medio, hasta que empezó a pensar que todo aquello suponía una diferencia para poca gente. “Por supuesto que es esencial saber cómo está compuesta la materia”, diría en la misma entrevista de 1977, “pero no tenía ningún interés colectivo”. También ansiaba poder contribuir de alguna manera para mejorar la vida de la gente y, fundamentalmente, de los brasileños.

Durante esa extensa etapa en Europa, Meyer y su esposa a menudo meditaban regresar a Brasil con los hijos, lo que solo se produjo a mediados de los años 1970. A finales de 1973, estalló la Guerra de Yom Kipur, un conflicto que enfrentó a Israel contra Egipto y Siria y, con ella, vino la crisis del petróleo. Meyer ya venía advirtiéndoles a las autoridades y a los científicos brasileños sobre la necesidad de que un país como Brasil, cuya explotación petrolera era incipiente, desarrollara fuentes de energía alternativas. En 1972, llevó a cabo un breve estudio sobre las consecuencias de un hipotético agotamiento de los combustibles fósiles, que no tuvo mayores repercusiones. Hasta que el precio del petróleo alcanzó niveles estratosféricos, y los operadores de la política científica brasileña se dieron cuenta de la necesidad de desarrollar alternativas energéticas. La Financiadora de Estudios y Proyectos (Finep) trajo a Meyer en ocho oportunidades, entre diciembre de 1973 y enero de 1975, para organizar seminarios sobre el tema y, en 1975, le garantizó toda la financiación necesaria para el desarrollo de un ambicioso proyecto de energías alternativas, con la condición de que él mismo lo encabezase.

Colección Privada Bruno Meyer El investigador (en el centro) y el físico Roberto Salmeron (de bigotes, a la izq.) en el Sincrotrón, en 1990Colección Privada Bruno Meyer

Entusiasmado con la perspectiva de contribuir con investigaciones aplicadas al desarrollo de Brasil, Meyer cambió el Cern por la Unicamp, donde montó un equipo que proyectó el uso de la energía solar para el procesamiento de la producción agrícola y el desarrollo de automóviles impulsados con hidrógeno. “Pudimos demostrar que el proceso de secado de granos y del cacao podía hacerse con energía solar por una fracción del precio que costaba el uso de derivados del petróleo. También demostramos que podía fabricarse un vehículo utilitario híbrido, impulsado con hidrógeno y gasoil”, relata Zwanziger, uno de los colaboradores más cercanos a Meyer en el proyecto.

Fue un auténtico proyecto interdisciplinario. “En el ambiente académico elástico y plástico de la Unicamp, Meyer pudo lograr que confluyeran expertos con distintas capacidades que, en otras instituciones, solían trabajar aislados. Había físicos, ingenieros mecánicos, eléctricos, químicos, de alimentos, todos compartiendo proyectos, tareas, laboratorios, ideas, apoyo y vida social”, recuerda Zwanziger. Bruno Meyer dice que siempre le asombró la capacidad de su padre para aglutinar gente en torno de un proyecto y conservar amistades.

Esa capacidad fue uno de los factores que elevaron al físico al puesto de director presidente del Consejo Técnico Administrativo de la FAPESP, cargo que ejerció entre 1976 y 1980. Durante cuatro años, sus conexiones políticas en la Finep aseguraron el flujo de los fondos necesarios para las investigaciones en energías alternativas. Pero la crisis del petróleo amainó, cambió el directorio de la Finep, el entusiasmo del gobierno brasileño se enfrió y la fuente de dinero se secó. Según relata Zwanziger, la camioneta impulsada con hidrógeno y gasoil circuló por la Unicamp y por el distrito de Barão Geraldo, en Campinas, y a muchos les dejó buena impresión, pero su visibilidad no resultó suficiente para despertar el interés de los fabricantes de automóviles.

Colección Privada Bruno Meyer Con Marcus Zwanziger (a la der.) en Campinas, en 1995Colección Privada Bruno Meyer

A su juicio, no llegó a reunirse la masa crítica empresarial con la capacidad de inversión y movilización de la cadena productiva suficiente para respaldar los procesos de secado de granos con energía solar. “Sucumbimos antes de llegar a la playa”, lamenta. “Estábamos en el camino correcto, pero no en el momento adecuado”. Hoy en día, por motivos diferentes, y debido a la crisis climática, las investigaciones en energías renovables marchan a todo vapor en todo el mundo, incluida la renovación del interés por el hidrógeno como combustible vehicular.

El apoyo al LNLS
En 1980, descontento y separado, Meyer retornó a Francia, donde volvió a contraer matrimonio y fue padre por cuarta vez. Fue contratado por el mismo laboratorio de la Escuela Politécnica de París donde había trabajado hacía casi 30 años. Nunca regresó a Brasil, pero los lazos afectivos con el país –motivo de muchos de sus dibujos y pinturas, otra de sus habilidades– aún lo harían dar una última contribución a la ciencia brasileña.

Él fue una pieza clave del proyecto del Laboratorio Nacional de Luz Sincrotrón (LNLS), en Campinas, desbloqueando los procesos de importación de equipos desde Europa. “Necesitábamos importar instrumental sofisticado, algunos de uso civil y militar”, relata Gonçalves da Silva, quien coordinó la implementación del LNLS, a finales de la década de 1980. “Era necesaria una licencia de importación otorgada por el país fabricante, pero para concretar las adquisiciones, también había que contar con la autorización del gobierno brasileño. La burocracia entorpecía los procesos y, cuando se concluía uno, el otro perdía validez”.

Antoninho Perri / UnicampPrototipo del primer vehículo híbrido de la Unicamp en el Salón del Automóvil de 1995Antoninho Perri / Unicamp

También en los comienzos del proceso de estructuración del laboratorio, en 1987, Meyer intervino e imaginó poder plasmar un puente entre el Cern y el proyecto brasileño. “Él nos explicó el proceso para la compra de equipos al Cern: había una cuenta para cada equipo de cada uno de los países participantes. Cuando los científicos pedían comprar algo, el Cern lo pagaba y debitaba el importe de la cuenta-equipo de los científicos que solicitaban el gasto, sin tanta burocracia”, dice Gonçalves da Silva. Meyer lo puso en contacto con el italiano Carlo Rubbia, premio Nobel de Física de 1984 y, por entonces, director del Cern. El resultado de la reunión fue la apertura de una cuenta-equipo para el proyecto LNLS en el centro de investigación de Ginebra, a través de la cual los brasileños podían adquirir dispositivos electrónicos esenciales para la construcción del laboratorio, inaugurado en 1997.

En 1990, obligado por la legislación francesa a jubilarse, Meyer siguió trabajando en un programa de acogida para estudiantes extranjeros en la Escuela Normal Superior de Lyon. Como siempre, tendiendo puentes. Falleció en 2010, a causa de un accidente cerebrovascular, a los 85 años, tras haber padecido alzhéimer durante sus últimos 10 años.

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