A las cuatro de la mañana del 31 de noviembre pasado, un día después de haber vivido la emoción (y el alivio) de llegar al Polo Sur geográfico en un convoy motorizado, remolcado por un tractor polar, el glaciólogo Jefferson Cardia Simões resolvió echar un vistazo, solo y con más calma, en el paisaje ubicado a 90° de latitud sur. En medio al inclemente y cortante viento de aquellos parajes, que provoca frecuentemente una sensación térmica equivalente a -50°C, dejó el convoy polar y caminó los 650 metros que lo separaban del Polo, pasando en el camino por la base Amundsen-Scott. “Ahora, detrás mío hay una inmensa estación norteamericana, ¡ya no más el vacío total! Mirando hacia el inmenso y desértico altiplano, donde el relieve más prominente son las pequeñas dunas (sastruguis) de 30 centímetros de altura, rápidamente se comprenden algunas de las opiniones de los exploradores del período heroico (comienzos del siglo XX). Al llegar acá, 1912, Robert Scott exclamó ‘Dios mío, este sitio es terrible'”, escribió humorado en su diario el investigador de 46 años de la Universidad Federal de Río Grande do Sul (UFRGS), bitácora que se convertirá pronto en libro.
Simões, uno de los líderes del Programa Antártico Brasileño (Proantar), es el primer compatriota que llega al polo por vía terrestre en una expedición científica. Se sumó a una aventura que duró dos meses e insumió 3 millones de dólares junto a 12 chilenos, que solventaron el 95% de los costos de la misión -Brasil aportó el 5% de los fondos, porcentaje cedido por el Consejo Nacional de Desarrollo Científico y Tecnológico (CNPq) y Petrobras. La expedición recorrió cerca de 2.300 kilómetros. Fue de la estación chilena Tte. Parodi, en el propio interior de la Antártida, a 80° de latitud sur, hasta el polo y regresó luego a su punto de partida. En el camino, Jefferson retiró testigos (cilindros) de hielo y muestras de nieve. “Los glaciares constituyen el mejor archivo natural de la historia del ambiente”, afirma Simões, que es casado y tiene dos hijos adolescentes. De tanto viajar a la Antártida, esto siempre en verano, su familia se ha acostumbrado a no tenerlo en casa a la hora de abrir los regalos de Navidad, y para la cena de Año Nuevo. En la siguiente entrevista, el glaciólogo se refiere a su experiencia en el mundo del hielo, explica que la Antártida no se está derritiendo y dice que Brasil debería mirar con mayor atención hacia el continente blanco. “Noventa por ciento del hielo de la Tierra está en la Antártica. Somos el séptimo país en lo que respecta a cercanía con el continente blanco. El hielo es más importante para Brasil que para Estados Unidos o para Suiza”, dice.
Usted ya fue tres veces al Ártico y 13 a la Antártica. ¿Cuál fue la expedición más difícil, la primera o la última?
La dificultad de una expedición es relativa. En los primeros viajes existe la curiosidad de conocer un ambiente totalmente distinto, de entrar en un glaciar, por ejemplo. Lo que era teoría de aula pasa entonces a ser una práctica cotidiana. Antes de ir al Ártico, a finales de los años 1980, para hacer la parte del trabajo de campo de mi doctorado, solamente había visto nieve en Inglaterra, que no es un buen sitio para eso. Por inexperiencia, se incurre a veces en errores, en un ambiente nuevo y peligroso.
¿Qué tipo de peligros hay?
Hay varios: la baja temperatura, que puede ocasionar el congelamiento de las partes expuestas y frecuentemente hipotermia (la reducción anormal de la temperatura corporal); vientos muy fuertes, de 170 kilómetros por hora o más, y el riesgo de caerse en alguna grieta del glaciar. En el Ártico, corremos también el riesgo de encontrarnos con algún oso polar. Debemos de estar siempre preparados para afrontar cualquier situación, y tener en mente rutas alternativas de escape, por si acaso ocurre algún accidente. En el ambiente polar se cometen a veces más errores de percepción que de acción. Casi no hay colores. Todo es blanco o de tonos grisáceos. Solamente la ropa o el tractor tienen colores vivos. Nunca me olvido de que, cuando regresé por primera vez del Ártico y desembarqué en Oslo, creí que la capital de Noruega era una ciudad tropical. Llegué en primavera y en Oslo todo era verde.
¿Usted ya se cayó en una grieta de hielo?
Me caí tres veces, pero siempre estaba agarrado con sogas a otros compañeros de expedición; es un procedimiento de seguridad básico. De lo contrario, y siempre contando con la suerte, uno se cae en una grieta y se quiebra, pero queda parado en algún puente de nieve, abajo. En otros casos, muy comunes por cierto, la persona se cae de cabeza, se va hasta el fondo y su muerte puede ser instantánea. O, lo que es peor: puede demorar días, y entonces el accidentado muere de hipotermia. Yo nunca me lastimé. Pero es un riesgo de la profesión. Las grietas abiertas asustan, pero no son abismos. Son agujeros de 20, 30 ó a lo sumo 40 metros en el propio glaciar. Pero, como no somos suicidas, no son precisamente un problema. Las caídas ocurren porque a veces hay trampas naturales: puentes de nieve que se forman sobre las grietas y esconden el agujero. Uno va caminando arriba de la nieve, o esquiando y ¡pum! El puente se rompe y el suelo te traga. Hasta los tractores, como los que usamos en la travesía, también pueden ser tragados por las grietas. Para minimizar ese riesgo, hay que distribuir muy bien la carga en el vehículo y en los trineos.
¿Y no hay medios de detectar por anticipado un puente sobre una grieta?
En ocasiones se puede, con estacas, como para sondear áreas sospechosas. Pero hay un problema práctico. Se puede hacer en 10 ó 20 kilómetros, pero en un trayecto largo como el que nosotros hicimos, no se puede hacer eso todo el viaje. En este tipo de expedición usamos un radar y afrontamos el riesgo. E intentamos controlar la adrenalina.
¿Usted vio ya a alguien siendo tragado por una grieta sin estar atado, o a alguien que haya muerto durante una expedición?
Yo nunca. Pero, cuando estaba en Cambridge, perdí a un compañero de clases.
¿En el Ártico?
No. Fue peor. Sucedió cuatro meses antes de que ambos defendiéramos nuestras tesis doctorales. A él lo invitaron los rusos a ir hasta la frontera con China. Un mes y medio más después, recibimos un telegrama de la embajada soviética que decía que él se había caído en una grieta y había muerto. Parece que fue a dar una vueltita, cerca de las carpas, cerca del campamento, sin estar atado a la soga, y se fue al fondo de una grieta. Dos meses después recibimos su cuerpo.
¿La mayoría de los accidentes y las muertes se produce por descuido de los exploradores o por fatalidad?
En la investigación polar, y por increíble que parezca, la mayoría de los accidentes ocurren en momentos de recreación. El tipo está distraído, no obedece las reglas de supervivencia o juega cuando no debe, como por ejemplo: sale a pasear con una moto de nieve arriba de un lago congelado, y termina por lastimarse. Otra situación común, que causa accidentes: el tipo toma mucho, sale de la carpa, se va a pasear, se duerme a la intemperie y al día siguiente lo encuentran congelado. Este tipo de episodios es común. Esos casos figuran en todos los manuales. ¿Cómo elaboro esta yo cuestión? Le digo a la gente que siga las reglas, que así se evita el 90% de los problemas. Ahora bien, por supuesto que así y todo puede haber muertes. Es un riesgo de la profesión con el que hay que aprender a convivir. Pero al mismo tiempo, ahí reside el lado lúdico de esta profesión. Mientras uno hace ciencia, hace también exploración geográfica allí donde nadie ha estado. Eso es lo que nos motiva.
¿La travesía terrestre hacia el Polo Sur geográfico reviste importancia científica o es más que nada un sueño personal?
No puedo negar el lado de la exploración geográfica, del hecho histórico. Aun con todo el desarrollo tecnológico actual, pocos países ha hechos trayectos terrestres por el continente, y menos aun travesías hasta el Polo Sur. Claro que es más fácil tomar un avión e ir al Polo. Pero ir por arriba del manto de hielo es distinto. En América del Sur los argentinos hicieron una travesía terrestre hasta el polo, pero fue una expedición militar, en la cual perdieron un tractor en una grieta. La expedición chileno-brasileña constituyó la primera de carácter científico a la Antártida hecha por sudamericanos. La logística de una expedición polar no es para nada trivial. Aprendí mucho y este conocimiento será importante para las futuras misiones del Proantar en el interior del continente. Pero el principal objetivo de nuestra misión era generar conocimiento sobre la evolución del clima y la química atmosférica en el transcurso de los últimos 400 años. Al convoy que hizo el viaje lo formaban un tractor polar sueco que remolcaba tres grandes compartimentos (contenedores) cerrados. Al tractor se acopló un compartimiento que cargaba todo el combustible (kerosén). Luego venía un trailer pequeño, donde teníamos un laboratorio de geofísica para la ejecución del radioecosondeo, una técnica que sirve para determinar el espesor y la estructura del hielo. Después venía un compartimiento grande que hacía las veces de laboratorio, pieza, cocina y lugar de convivencia. Por último, al final del convoy había uno destinado a llevar las cajas y un baño.
¿Y cómo fue el viaje?
Fuimos en aviones de la Fuerza Aérea Chilena desde Punta Arenas, en el extremo sur de Sudamérica, hasta la base chilena de Parodi, ubicada a 80° de latitud sur, junto a las montañas Patriot Hills. Allí desembarcamos más de 20 toneladas de equipos destinados a la expedición y armamos el convoy. Desde Parodi, recorrimos con nuestro convoy motorizado 2.300 kilómetros. Fuimos hasta el Polo Sur geográfico y volvimos en 47 días. Durante el trayecto, la mayoría de nosotros permanecía en los compartimentos, y algunos conducían el tractor. Hubo un aspecto peculiar de la expedición, que muestra a las claras la realidad latinoamericana: ¡fue la primera vez en la historia de la exploración polar que la travesía terrestre hasta el Polo Sur se hizo con un solo tractor! Cuando llegamos al polo, los americanos, que mantienen allí la estación Amundsen-Scott, nos preguntaron: “¿Y los otros tractores?”. Les dijimos que no teníamos dinero para un tractor más. La expedición se hizo al límite de los recursos económicos. Solamente el tractor, con los contenedores, salió 850 mil dólares. El vehículo, que podía remolcar una carga máxima de 25 toneladas (nosotros remolcamos 22 toneladas), chupaba mucho. Se iban 4 litros de combustible para por kilómetro. El consumo excesivo casi nos deja a pie a mitad de camino. Tuvimos que pedirles un poco de combustible a los norteamericanos para asegurarnos el regreso a Parodi.
¿Cuáles fueron las actividades científicas realizadas durante el trayecto?
A la ida, queríamos llegar rápido al Polo y el viaje demoró 16 días. La única actividad científica que hicimos en esos 1.150 kilómetros fue de radioecosondeo. El radar que estaba en el tractor emitía en forma permanente un impulso en FM que atravesaba el hielo, golpeaba sobre la roca en su base y retornaba al aparato. También pusimos estacas en algunos puntos del trayecto, para medir la velocidad de desprendimiento del hielo. A la vuelta salimos el día 9 de diciembre de la estación norteamericana y arribamos a la base chilena el 31, horas antes del Año Nuevo. Fue un viaje algo más lento, pues cada 10 kilómetros parábamos para recabar muestras superficiales de nieve de 10 ó 20 centímetros de profundidad. Al margen de las 120 muestras superficiales de nieve, cada 220 kilómetros retirábamos un testigo de hielo de a lo sumo 50 metros de profundidad. A lo largo del trayecto, obtuvimos seis testigos que totalizaron 220 metros de hielo: el primero de 33 metros, originario del polo geográfico. Los testigos son cilindros de hielo que extraemos del manto polar mediante una perforación electromagnética. Los únicos en Latinoamérica que tenemos ese instrumento somos nosotros los brasileños, en la UFRGS. Extraemos los cilindros y los cortamos en pedazos menores, de algunos centímetros. Después los metemos en bolsas, cuando aún están sólidos, para evitar la contaminación. Luego los guardamos en 32 cajas de poliestireno expandido reforzado, donde va el material alojado durante todo el trayecto. Al final de la misión, los testigos fueron a parar a un frigorífico comercial de Punta Arenas. En mayo, un avión de la Fuerza Aérea Brasileña los traerá a Porto Alegre, donde los cortaremos en trozos menores y entonces mandaremos submuestras a laboratorios brasileños, chilenos y europeos.
¿Qué tipos de análisis se pueden hacer con las muestras superficiales de nieve y, en particular, con los testigos de hielo?
Las muestras superficiales sirven para determinar la variabilidad espacial de diferentes parámetros químicos de la nieve. Los testigos por su parte suministran series temporales de las variaciones en esos parámetros. La nieve se precipita continuamente y se acumula en los glaciares. La nieve precipitada porta las características de la atmósfera al momento de la condensación del cristal e impurezas presentes durante la precipitación. Con el paso del tiempo, la nieve se transforma en hielo, en un proceso denominado metamorfismo. De acuerdo con las características de cada lugar, la temperatura de la nieve y otros parámetros, ese complejo proceso puede tardar más de un siglo. Tenemos así un archivo natural que permite reconstituir la historia de la atmósfera terrestre incluso a escala estacional (de las estaciones del año). La riqueza de detalles proviene de las decenas de análisis químicos que podemos hacer con las muestras de nieve y hielo. L as informaciones sobre la temperatura de la atmósfera, por ejemplo, pueden obtenerse mediante la determinación de la razón de isótopos estables de hidrógeno y oxígeno. La concentración de algunos iones, como los cloruros, indica la extensión del mar congelado en el pasado. La acidez de la nieve y el contenido de micropartículas ayudan a identificar erupciones volcánicas de impacto global. Mediciones de radioactividad detectan el impacto de las explosiones nucleares. Las variaciones de la actividad solar pueden estudiarse mediante mediciones del berilio 10. Por último, las burbujas de aire que permanecen retenidas en el hielo permiten definir variaciones en las proporciones y concentraciones de varios gases.
¿Un testigo de hielo de la Antártida puede contener informaciones sobre el clima de hace cuánto tiempo?
Depende de cuánta nieve se acumule en el lugar donde se extrae el testigo. No hay una regla. En el interior de la Antártida, uno de los sitios más secos de la Tierra, los rusos tienen una base: la Vostok, donde la acumulación anual de nieve es de alrededor de dos centímetros. En un lugar así, no es preciso perforar mucho para obtener testigos con informaciones sobre el clima de los últimos 10 mil años. El testigo más profundo de Vostok, de 3.623 metros de profundidad, suministra datos climáticos de los últimos 420 mil años. El hielo más antiguo, de 720 mil años, se obtuvo en un testigo de 3.200 metros, en la estación franco-italiana Concordia, también en la Antártida. Ahora bien, donde Brasil tiene su estación de investigación, en la isla Rey George, cae un metro de nieve por año y el hielo no supera los 360 metros de espesor. Es imposible encontrar hielo que tenga más de 5 mil años.
¿La investigación científica en la Antártica debe ser una prioridad en un país como Brasil?
Sí. La Antártida tiene un papel fundamental dentro de la red interconectada que es el sistema ambiental. La masa de hielo del continente es el principal “absorbedor” de energía del planeta. La mayor parte del agua del fondo de los océanos se forma debajo de las plataformas de hielo antárticas (las partes flotantes del manto de hielo) o bajo el cinturón de mar congelado que bordea el continente. El área cubierta por ese hielo marino en el Hemisferio Sur oscila estacionalmente entre 3 y 19 millones de kilómetros cuadrados, alterando drásticamente el patrón de intercambio de energía entre el océano y la atmósfera a lo largo del año. La inclusión de estos procesos en los modelos de circulación general hacia el Atlántico Sur es esencial para entender el control antártico sobre el ambiente brasileño y mejorar los pronósticos climáticos. En síntesis, para entender el clima brasileño debemos que estudiar tanto el hielo antártico como la Amazonia. Podríamos mencionar varios otros ejemplos de la relevancia de la Antártida, como la cuestión del agujero en la capa de ozono o el rol de la biota del océano austral en la cadena alimentaria del Atlántico Sur. Yo suelo decir que el hielo de la Tierra es mucho más importante para Brasil que para Estados Unidos o para Suiza. Pero acá, mucha gente tiene aún aquella idea de que el hielo y la nieve son cosas del Hemisferio Norte. Pero ocurre que Brasil es el séptimo país en lo que se refiere a cercanía del hielo del mundo. Alrededor del 90% del hielo de la Tierra está en la Antártica, y el 10% restante se distribuye por el Ártico y los glaciares montañosos. Más cerca que Brasil solamente están Chile, Argentina, Uruguay, Sudáfrica, Australia y Nueva Zelanda. Nuestro país será uno de los primeros en sentir eventuales cambios en la Antártida. Quizás la principal dificultad para los brasileños radique en entender la escala dantesca del volumen de hielo antártico: asciende a 25 millones de kilómetros cúbicos. Si todo ese hielo estuviera encima de nuestro país, cada brasileño tendría 3 kilómetros de hielo sobre su cabeza. En caso de que todo el hielo antártico se derritiera, el nivel del mar aumentaría en 60 metros. Pero eso no sucederá. Esa sola hipótesis es una tontería.
¿El calentamiento global no está derritiendo fracciones de hielo del planeta, en especial en la Antártida?
El hielo de la periferia del Ártico, en islas del norte del Canadá y de la Siberia, en el sur de Groenlandia y principalmente de la mayor parte de las montañas de regiones templadas y tropicales se está derritiendo rápidamente. La situación en los Andes preocupa sin lugar a dudas debido al impacto que tendrá en los recursos hídricos de Sudamérica. En la Antártida, solamente el hielo de la periferia, en la península Antártica (en la parte septentrional del continente), se está derritiendo. No sabemos todavía si el hielo del interior de la Antártida está creciendo o reduciéndose. No obstante, todos los modelos matemáticos indican que el calentamiento global elevará la humedad en la Antártida y hará que el hielo de su interior se vuelva más espeso, en lugar de reducir de volumen. Ese mismo proceso, de aumento de la masa de hielo, puede suceder en el norte de Groenlandia. Al sumar los pronósticos de pérdidas y ganancias de hielo, según el IPCC (Panel Intergubernamental sobre Cambios Climáticos), el calentamiento global hará que el nivel del mar suba entre 15 y 100 centímetros en los próximos cien años. Un aumento de un metro asusta. Tendría un impacto enorme en la defensa costera y en la estructura portuaria. Alrededor del 70% de esa elevación se debe al derretimiento de glaciares. El otro 30%, a la expansión térmica del propio mar, otra consecuencia de la elevación de la temperatura atmosférica. Al acoger más calor, el mar se expande. Entonces debemos tener cuidado: los casquetes polares no se están derritiendo. Pero algunas partes del hielo de la periferia de las regiones polares, y principalmente el hielo de fuera de las regiones polares, si lo están.
¿Entonces es una exageración decir que la Antártida se está derritiendo?
Sí. El área de la Antártida es de 13,6 millones de kilómetros cuadrados. Un continente de ese tamaño no responde de forma homogénea a las variaciones climáticas, ya sean éstas naturales o artificiales. Ése es el primer punto en que me gustaría hacer hincapié. El segundo punto es que ese inmenso manto de hielo, con un espesor promedio de 2.120 metros, pero que puede llegar a casi 5 mil metros en algunos puntos, cubre el 99,7% del territorio de la Antártida. Y aún más importante que eso: la mayoría de ese hielo está a una temperatura situada muy por debajo del punto de fusión, a -30°C, a veces -50°C. Por lo tanto, no será un calentamiento de 2, 3 ó 5°C en la temperatura del planeta que hará grandes modificaciones en el hielo de la Antártida. El interior de la Antártida es estable. Datos de algunas estaciones de investigación ubicadas en el interior del continente indican que se detecta incluso un enfriamiento de ese hielo. El hielo de la Antártida tiende a aumentar de volumen, debido a la intensificación del efecto invernadero. Eso la prensa no lo entiende.
¿Y cuál es el significado de esos grandes icebergs que se desprendieron de la Antártida en los últimos años?
La formación de icebergs gigantes es algo normal en la Antártida. Como la nieve nunca se derrite en el interior del continente, solamente hay una manera de que el enorme manto de hielo pierda masa y mantenga su tamaño: soltando icebergs. La cuestión en eso es sencilla. ¿La Antártica en general está realmente soltando más icebergs que lo “normal”? No lo sabemos aún. Pero eso lo digo con relación el interior del manto de hielo, donde está el 98% del hielo antártico. En la península Antártica, la situación es diferente. Esa región es un apéndice del continente que apunta hacia a América del Sur, ubicada a tan sólo 900 kilómetros de Tierra del Fuego. Es un lugar mucho más templado, donde el hielo está cerca del punto de fusión de 0°C en la superficie. En la estación antártica brasileña, en la isla Rey George, situada en el norte de la península, la temperatura media del hielo es -0,3°C. En los últimos 50 años, todas las estaciones meteorológicas de la península, principalmente las de la costa oeste, apuntan hacia un aumento de la temperatura atmosférica local de 2 a 2,5°C. En la isla Rey George y en las Shetlands del Sur están surgiendo gramíneas, y por eso los animales que necesitan temperaturas más bajas para vivir y están yéndose más al sur. Esta elevación regional, de 2,5°C, es mucho mayor que la verificada en la temperatura atmosférica media del planeta, que en cien años se ha elevado 0,7°C. En estos sitios de la periferia antártica cualquier energía aplicada hace que los glaciares se derritan y provoques el colapso de las plataformas costeras de hielo. Las plataformas son extensiones flotantes de los glaciares del continente, y están apoyadas en el agua. Desde 1993, el área de la plataforma de hielo perdida en la Antártida es de casi 15 mil kilómetros cuadrados. Es mucho hielo. Pero el hielo de las plataformas estaba flotando y, por el principio de Arquímedes, su derretimiento no afecta el nivel del mar.
¿La glaciología produjo alguna prueba de que el calentamiento global es producto de la actividad humana en el planeta?
Los testigos de hielo más profundos de Groenlandia y de la Antártida, que tienen más de tres mil metros, cuentan una rica historia de la evolución del clima del planeta en el transcurso de los últimos 720 mil años. Durante ese período tuvimos seis ciclos glaciales-interglaciales repitiéndose de manera regular. A los períodos glaciales de aproximadamente 100 mil años, donde el clima se va enfriando lentamente, les sobrevienen los interglaciales, con una duración entre 10 y 20 mil años, cuando la temperatura promedio del planeta aumenta entre 6 y 8°C. Esta información deriva de mediciones de las razones de isótopos de hidrógeno y oxígeno que componen la nieve y el hielo. Básicamente, durante los períodos más cálidos aumenta la proporción de isótopos más pesados (deuterio y oxígeno-18) en la nieve polar. Varios trabajos de mis colegas, principalmente los del laboratorio de glaciología de Grenoble, Francia, que estudiaron el aire retenido en la burbujas de hielo polar, muestran que las concentraciones de dióxido de carbono (CO2) y metano (CH4) aumentan en los interglaciales y disminuyen en los glaciales. Es decir, existe una variación natural en la atmósfera de la concentración de gases del efecto invernadero. Esto se debe a que la actividad biológica se intensifica en los interglaciales, con lo que aumenta la producción de CO2. Pero los mismos testigos de hielo revelan otro dato importante: en 720 mil años de historia climatológica del planeta, nunca la concentración de CO2 superó las 300 ppmv (partes por millón por volumen). En la actualidad, dicha concentración se ubica en 380 ppmv, llegando a 400. También de acuerdo con los testigos, desde 1780, a partir de la Revolución Industrial, los niveles de CO2 aumentaron un 30%, y los de CH4 un 100%. ¿Qué quiero decir con eso?
Que el hombre produce calentamiento…
La respuesta no es tan sencilla. Por una parte, tenemos evidencias indubitables de que el incremento de la concentración de los gases de invernadero de los últimos 200 años solamente puede tener un origen artificial. Durante el siglo pasado, la temperatura media del planeta se elevó 0,7°C. Por otra parte, sabemos por datos suministrados por las estaciones meteorológicas y datos paleoclimáticos que el clima varía espontáneamente, y en todas las escalas de tiempo. Durante el interglacial en que vivimos, que comenzó hace aproximadamente 10 mil años, tuvimos variaciones naturales en el clima. Entre el término de la Edad Media y el final del siglo XIX, se dio aquello que denominamos Pequeña Edad del Hielo, cuando la temperatura atmosférica del planeta disminuyó naturalmente entre 1 y 1,5°C. Posteriormente, de manera súbita, muy rápidamente, la temperatura aumentó 0,7°C en cien años. Como paleoclimatólogo, acepto que parte del calentamiento global del siglo XX puede no ser otra cosa que un reajuste natural de la temperatura del planeta después de la Pequeña Edad del Hielo. Pero las evidencias de que hay un componente antrópico (de la actividad humana) en el calentamiento son muy fuertes.
¿El Protocolo de Kyoto puede detener el calentamiento global?
Kyoto no es la respuesta final. Es un intento, un esfuerzo diplomático. Este problema no se resuelve con una sola decisión. Es una infantilidad pensar de esa manera. Es necesario cambiar la escala de valores, los modos de consumo y la percepción acerca de qué queremos de la vida. Con el patrón actual de consumo y las actuales tecnologías, el planeta no aguanta mucho tiempo más. Hay gente que dice que el protocolo no sirve para nada. Pero yo creo que sí, que sirve. Es un paso, un ejemplo. Puede ser que a gran parte de los norteamericanos les importe muy poco todo esto, pero se les hace más difícil comportarse así cuando el resto del mundo tiene una opinión y actitudes diferentes.
Los estadounidenses alegan que el costo de la implantación de Kyoto es demasiado alto.
No es tan alto, si computamos los costos de los impactos ambientales que podrán ocasionarse debido a la falta de acción. Kyoto forzará el desarrollo de tecnologías alternativas. Puede ser que éstas no resuelvan todos los problemas, pero están implementándose en algunos países. Pero yo tampoco soy allegado a un tipo de ecología radical, que no permita modificación alguna del medio ambiente. Ésa es una visión totalmente idealizada.
¿Por qué usted resolvió especializarse en el estudio de la nieve y del hielo?
Siempre me interesé en la cuestión ambiental, por eso hice geología en la UFRGS, con la esperanza de encontrar trabajo cuando me recibiera. Creo que todos los que elegían esa carrera a la época pensaban en un empleo en Petrobras. Durante la carrera, entré en contacto con la geología glacial, que se asocia a la glaciología, pero no es lo mismo. La glaciología estudia las formas de nieve y hielo, principalmente la criosfera, la cobertura de hielo actual de la Tierra. La geología glacial estudia los resultados de la acción geológica del hielo. La glaciología era por ese entonces una curiosidad para mí. Pero, cuando ya estaba por recibirme, en 1982, tuve la idea justa en el momento justo. Estaba surgiendo el Proantar, que se aprestaba a mandar la primera expedición nacional a la Antártida y yo estaba buscando trabajo.
¿Usted fue a pedir trabajo en el programa?
Era una época de crisis económica en el país. Mis compañeros de Geología no conseguían trabajo. Entonces, en 1982, me puse en contacto con la gente del programa antártico. Les dije así: “Miren, ustedes necesitan un glaciólogo, porque el hielo cubre más del 95% de la Antártida”. En aquella época todavía no estaba claro para mucha gente si la Antártida influía o no sobre el clima de Brasil. Pero el CNPq tenía un programa de becas para el Proantar, y yo me postulé y me enviaron al Instituto de Investigaciones Polares Scott, de la Universidad de Cambridge, Inglaterra, un centro de excelencia en el área que había elegido. Allá hice mi doctorado y así me convertí en el primero glaciólogo brasileño.
¿Y cómo se dio su regreso a Brasil?
Eran los comienzos del gobierno de Collor de Mello y, para variar, el país estaba en recesión. Solamente contaba con una beca de novel doctor del CNPq. En tal condición, permanecí un año en el Instituto de Geociencias de la Universidad de São Paulo (USP). Pero yo me di cuenta enseguida de que, por desgracia, había serias restricciones para la contratación de personal en la USP, y yo tenía que sobrevivir. Resolví regresar a casa. Pero se dio la feliz coincidencia, cuando ya regresaba a Porto Alegre, de que se abriera un concurso de Geografía en la UFRGS. Pasé el concurso y pude despegar con mis investigaciones polares. Creé en 1993 un laboratorio que hoy en día se ha convertido en el Núcleo de Investigaciones Antárticas y Climáticas (Nupac, sigla en portugués), donde trabajan 32 personas.
¿La ciencia brasileña que se hace actualmente en la Antártida tiene relevancia internacional?
Sí que la tiene. Tenemos proyectos de impacto en el marco del Comité Científico Internacional sobre Investigaciones Antárticas (SCAR). Durante los últimos cuatro años, con la implementación de dos redes de investigación que involucran a más de 20 instituciones nacionales, y con los nuevos recursos económicos provenientes Ministerio de Medio Ambiente y del CNPq, ha sido posible reestructurar y mejorar la calidad de los proyectos. No cabe duda de que ejecutamos el mejor programa científico latinoamericano en la Antártida. Pero la calidad de las investigaciones aún es dispar. Necesitamos un Proantar sobrio y de alta calidad, que responda a las cuestiones relacionadas directamente con la interacción del ambiente antártico con nuestro país.