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Jesuitas

El hombre de Dios en la corte de los hombres

Una biografía muestra al Padre Vieira como un hábil operador político

Imágenes cedidas por el Proyecto PortinariSi el gran deseo del hombre barroco era conciliar el cielo y la tierra, una visión en la cual la duplicidad es la única actitud compatible, difícilmente se encontrará un mejor ejemplar de la especie que el padre Antônio Vieira (1608-1697). Luego de cumplir la obligación religiosa de velar por la salud celestial de las almas, el jesuita se dedicaba a lo que realmente le daba mayor placer: los temas políticos del reino terreno lusitano. “Era un hombre obsesionado, amante de las maquinaciones complejas, ajedrecista, conspirador. También egocéntrico y manipulador. Era frío y calculador, que hacía de sí mismo un personaje, escribía el guión y lo ejecutaba en escena. Era retórico por excelencia y artista por vocación. Hizo del púlpito una tribuna política desde el primer sermón: las grandes decisiones de la Monarquía pasaron a conocerse a través de los sermones de Vieira, alzado en la práctica al puesto de portavoz de la corona”, comenta el historiador Ronaldo Vainfas, profesor de la Universidad Federal Fluminense (UFF), en su biografía del Padre Vieira, fruto de una investigación de varios años financiada por el CNPq y la Faperj, y que saldrá publicada a fines de este año por Companhia das Letras.

Según el investigador, Vieira trabajó en dos grandes causas en sus 90 años de vida: la lucha por la legitimación del reinado de don João IV, líder de la restauración portuguesa que terminó con la dominación española sobre Portugal, y la defensa de los cristianos nuevos contra la Inquisición, por convicciones religiosas (era un sincero filosemita) y también porque consideraba que el soporte económico de los judíos era esencial en la guerra de restauración. “Fue también el primero que desafió a la Inquisición portuguesa en campo abierto, con un perfil que mezclaba lo combativo, como político del Palacio, con un conservadurismo social siempre opuesto a las sediciones, en defensa de las jerarquías y que sostenía que a los dominados no cabía sino obedecer a los amos. Al mismo tiempo, consolaba a los oprimidos con sus prédicas, mostrándoles la gloria celestial después de la muerte”, afirma Vainfas. Por encima de todo, según acota el investigador, fue el portador de un proyecto modernizador para Portugal, preocupado en impulsar la economía del reino y robustecer los ingresos de la corona. “De todos modos, me arriesgo a decir que, en su fuero íntimo, Vieira era un hombre amargado, melancólico, que necesitaba un escenario o un púlpito para salir de sí mismo. Vivía atormentado por su origen humilde, que siempre se esforzó en esconder. Probablemente sabía de su origen judío por parte de la abuela materna y de su ascendencia mulata por parte de la abuela paterna.”

Nacido en Lisboa, llegó a Brasil en 1615 para acompañar a su padre y vivió en una casa modesta de los alrededores de Salvador. Educado inicialmente en casa por la madre, estudia con los ignacianos, y en 1623 ingresa en la Compañía de Jesús como novicio, para desarrollar una carrera meteórica entre los jesuitas. La invasión holandesa fue el tema de su primer sermón público, de 1633. Era un muchacho de sólo 25 años llamado a avivar los bríos de la población bahiana para la resistencia. Su segundo sermón, predicado ese mismo año, tocaba en un punto igualmente importante: la esclavitud. “Los jesuitas condenaban la esclavitud indígena, pero la de los africanos era apoyada por el papa bajo la alegación de que el cautiverio atraería a los negros hacia la luz del cristianismo. Eran dos pesos y dos medidas: en el caso de los indios, la esclavitud y la catequesis se oponían. En el caso de los negros, se complementaban”, comenta el historiador. Predicó el sermón en un ingenio para una “cofradía” de esclavos negros. “Según las palabras de Vieira, los ‘prietos’ deberían agradecer a Dios por haber sido retirados de las breñas de la gentilidad en que vivían, para ser ‘instruídos en la fe, seguros de la salvación eterna. Su gloria estaba en su condición de esclavos”, dice.

Incluso la defensa de los indios se hacía por “deber de causa”, de acuerdo con los ideales de la compañía. “Vieira no tenía ninguna empatía por el modo de vida indígena, y para él, los indios solamente valían porque tenían sus almas abiertas a la palabra de Dios. Nada más. El amor que sentía por los indios era abstracto, era nada más que la caritas recomendada por los apóstoles”, comenta Vainfas. Siempre defendió las jerarquías y las desigualdades sociales. En Lisboa, durante un sermón, les dijo a los pobres que no lamentasen el hambre, pues cuanto más escuálidos fueran, menos devorados serían por los gusanos en la sepultura. Su gran pasión era la política. En 1641 fue a Lisboa acompañando a una delegación de jesuitas que iría a la metrópolis para jurar fidelidad al nuevo rey lusitano, don João IV. Merced a la suerte, se granjeó las gracias del soberano y se transformó en el gran protagonista de su reinado. “Para un rey inseguro como don João IV, el cura era un apoyo inestimable. Se dedicó al aprendizaje de la política de la corte y, vanidosamente, se sentía convencido de que estaba destinado por Dios a una gran misión: glorificar al rey y consagrar su legitimidad”. De sermón en sermón, sigue el investigador, Vieira iba transformando el sebastianismo en “joanismo”. Llegó a comparar don João con Cristo: fue Vieira el que se encargó de convencer al rey de que era realmente el rey legítimo de Portugal. Se convirtió en el principal operador político de la Monarquía, el hombre de mayor confianza del rey, el consejero para asuntos internos y externos, políticos y económicos: una especie de “primer ministro”.

Imágenes cedidas por el Proyecto Portinari“Maquiavélico por excelencia, no en el sentido vulgar, sino en el sentido de que el objetivo del príncipe era conservar el poder, Vieira delineó un programa político para don João cuyo eje era el apoyo a los cristianos nuevos y el combate a la Inquisición, un plan”, evalúa Vainfas. La Compañía de Jesús y el Santo Oficio tenían estrategias distintas de evangelización y eran rivales feroces: la primera apostaba a la catequesis y la pedagogía, mientras que el segundo pregonaba el castigo y la intimidación. “El principal enemigo de Vieira era el Santo Oficio, por eso hizo todo lo que estuvo a su alcance para astillar y desmoralizar a la Inquisición, en especial en su defensa de los sefardíes, con el fin de que los capitales judío-portugueses dispersos por el mundo, sobre todo en Holanda, fuesen atraídos hacia el reino portugués. Sus razones eran políticas y económicas, pero también devotaba un amor al judaísmo como doctrina y por los judíos como ‘pueblo elegido’, que no rara vez él confundió, adrede, con el ‘pueblo portugués'”. Para Vainfas, en eso Vieira también era “moderno”, pues estaba dispuesto a estimular la economía portuguesa con la inyección de capitales sefardíes, poniendo los intereses de la corona por encima de la ortodoxia oficial religiosa. “Su proyecto implicaba un ‘aburguesamento’ de Portugal, imitando a Holanda: un ataque frontal a las estructuras ibéricas del Antiguo Régimen, al menos a aquéllas que se amparaban en la valoración de los ideales aristocráticos, de la pureza de la fe y de la limpieza de la sangre, en una verdadera guerra política e ideológica.”

¿Moderno? Existen otras visiones sobre eso. “Hay algo arraigadamente étnico en su manera de concebir los ‘negocios’, o el ‘dinero’, términos que entiende en el interior de la riquísima semántica del judío. Por eso existe mucho de arcaico y de extraño al mundo burgués, a diferencia de lo que dicen los que suelen pensarlo como un autor anticipador de tendencias ilustradas o revolucionarias. Basta con ver que nunca se percató de que el capital tiene determinaciones materiales propias, y es sordísimo ante la sirena sutil de la teología”, escribe el crítico literario Alcir Pécora, de la Universidad Estadual de Campinas (Unicamp), en Vieira, a Inquisição e o capital.

“Vieira creía en la providencia del dinero, en el designio divino de los negocios. El ‘dinero’ del que habla no es el mismo del burgués: lejos de ser laico, está tan encubierto y es tan sobrenatural como su Vicecristo o la Eucaristía”, sigue Pécora. “El jesuita no sirve como figura de la conciencia preiluminista obstaculizada por el oscurantismo inquisitorial, pero es adecuado asignarle la conciencia de un hombre de fe militante que defiende la hegemonía del Estado católico. La exégesis del capital es parte esencial de esa estrategia y se pone en evidencia que ‘capital’ es un término anacrónico para la cuestión de Vieira”, añade. “Si no fuese por la evidente y sincera creencia en la finalidad cristiana de los empleos judíos, es inconcebible que Vieira tomase el lugar del capital como objeto de una exégesis tan audaz o que destinase años de su vida, dos de ellos en una celda, a elaborar explicaciones complejas a la cuales, empero, no adjudicase valor alguno”, escribe.

Imágenes cedidas por el Proyecto PortinariSu filosemitismo no era igualmente tan revolucionario. “Su tolerancia para con los cristianos nuevos no era singular en su tiempo, y formaba parte de una actitud creciente de filosemitismo y tolerancia general en la Europa del siglo XVII”. Al igual que sus contemporáneos, la visión de Vieira de los judíos mezclaba ideología mercantilista, conveniencia política y expectativas mesiánicas, pues veía a la conversión de los judíos como un paso necesario para la llegada de la “nueva era”. “Aun sus críticas al Santo Oficio no eran tan singulares en el Portugal de su tiempo, aunque él fuese el más efectivo abogado de la tolerancia”, sostiene el brasileñista Stuart B. Schwartz, docente de la Universidad de Yale. Basta con recordar que su tolerancia no se extendía a los protestantes y aceptaba a los judíos porque eran “menos peligrosos” que esos “herejes”. “Si bien era un ‘abogado’ de los cristianos nuevos y de los judíos, no defendía la fe judía, y en el tribunal de la Inquisición afirmó que era favorable a su extinción total y a la conversión universal de los judíos”. Para Schwartz, Vieira veía a la supervivencia de Portugal en términos económicos, y culpaba al Santo Oficio por esa debilidad al atacar a la clase mercantil lusitana de los cristianos nuevos, abriendo así las puertas a la explotación extranjera del imperio.

Fue tildado de Judas al intentar negociar una abultada indemnización y restitución a los holandeses del territorio de Pernambuco luego del comienzo del movimiento rebelde luso-brasileño contra los bátavos. “Vieira consideraba que la rebelión era una irresponsabilidad. Advertía que los rebeldes no luchaban por la fe católica, sino porque –les debían mucho dinero a los holandeses y no pudieron o no quisieron pagar”. Pero sobreestimó el poderío holandés, que ya no era el mismo, y desmereció mucho la capacidad de resistencia luso-brasileña”, dice Vainfas. Al fin y al cabo, si estuviese equivocado, su exceso de celo llevaría a Portugal a perder una parte preciosa de su imperio colonial. La victoria de los rebeldes aceleró su decadencia en la corte y al final de su vida se arrepintió de la postura adoptada de cara a la cuestión holandesa.

Entre intrigas, incluso dentro de la propia Compañía de Jesús, cuyo general le ordenó que se desvinculase de la sociedad y se fuese a otra orden religiosa, para terror del padre, que no concebía su vida fuera del medio jesuita. Vieira se retiró de la escena política y regresó a Brasil para una misión en Maranhão. El todopoderoso padre se vio obligado a vivir en un cubículo, durmiendo sobre una tabla. Pero el espíritu inquieto no lo abandonó y atacó a los colonos que usaban a los indígenas como esclavos. Detenido en 1661, fue expulsado a Portugal luego de un año en la cárcel. Por cierto, fue en el –ostracismo– de Maranhão donde empezó a dedicarse a los escritos mesiánicos. “Se concentró en la búsqueda de un nexo entre lo universal y la particular, entre la expectativa de la resurrección del mundo, con la segunda venida de Cristo, y la resurrección del reino de Portugal”, sostiene el autor. El resultado fue Esperanças de Portugal, pleno de heterodoxias con relación a la doctrina oficial católica, como el preanuncio de la resurrección de don João IV para conducir el triunfo lusitano en el Quinto Imperio. El Santo Oficio recibió ese “regalo” con placer.

Imágenes cedidas por el Proyecto PortinariPadre Vieira, en el trazo de PortinariImágenes cedidas por el Proyecto Portinari

“La Inquisición pretendía castigar a Vieira, pero no quemarlo a cualquier precio. El objetivo era derrotarlo, humillarlo, hacerlo reconocer sus errores y demostrarles a todos que el Santo Oficio era todavía la institución más poderosa del reino”, explica el investigador. En la prisión, el padre se volvió aún más místico, y en las audiencias de 1667 se mostró arrepentido y abjuró de sus errores. Lo soltaron, pero perdió el derecho a predicar, por eso se marchó a Roma a fin de acercarse al centro del poder católico. Nuevo golpe de suerte: en Portugal asume como regente don Pedro, candidato de Vieira, lo que facilitó su vida en la Santa Sede. Recuperó su derecho a predicar y lo invitaron a asumir el puesto de predicador oficial del papa, a quien convenció de suspender al tribunal del Santo Oficio en Portugal. Para su desgracia, esa prohibición cayó pocos años más tarde. Cansado de esa lucha sin gloria contra la Inquisición, regresó a Bahía en 1681: un hombre decrépito de 73 anos, que se dedicó durante sus años postreros a preparar los sermones para su publicación. Murió en 1697, casi ciego y sordo. Poco después llegó a Brasil la noticia del restablecimiento de sus derechos plenos en la Compañía de Jesús.

Vivió tiempos complejos, en los cuales el cielo y la tierra entablaron una delicada relación. “No existía la separación entre el Estado y la religión, y hasta el siglo XVIII, la política fue encarada como una materia que debía ser descifrada en clave teológico-jurídica. La gente se rehusaba a concebir el orden político desvinculado de un orden trascendental, la ‘comprensión católica de la política'”, analiza el historiador Pedro Cardim, de la Universidad Nueva de Lisboa. “Al fin y al cabo, ¿Vieira fue un político? Por un lado no, en especial si se tienen en cuenta las concepciones de sus sermones. Por otro sí, si consideramos la trayectoria del padre que, por voluntad propia, siempre estuvo cerca del poder, uno de los más relevantes protagonistas del proceso político lusitano del siglo XVII”, analiza o investigador. Más barroco imposible. “Ya se ha hablado de que es posible leer la mayor parte de los estudios académicos sobre Vieira sin notar que era un sacerdote. Pero no puede entendérselo sin tener en cuenta eso, pues el ministerio del pastor precedió a todas las otras facetas”, considera el historiador Thomas Cohen, autor de The fire of tongues: Antônio Vieira and the missionary church in Brazil and Portugal. O como lo definió atinadamente: “Para hablarle al viento bastan las palabras. Para hablarle al corazón son necesarias obras”.

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