WIKIMEDIA COMMONS“Crean vida artificial”, “La ciencia crea la primera célula sintética”, fueron éstos algunos de los titulares que aludían al trabajo de Craig Venter, publicado en la revista Science, “Creation of a bacterial cell controlled by a chemically synthesized genome”. Fue en realidad una hermosa obra de ingeniería genética, pero no se creó vida. El equipo de científicos utilizó vidas existentes, tanto de bacterias como de levaduras, para arribar a ese logro. Resulta importante dejar eso muy claro. Lo que los investigadores hicieron fue transformar una vida en otra; en este caso, una bacteria Mycoplasma capricolum, en otra, la Mycoplasma mycoides. Ese logro me hizo acordar de la clonación de la oveja Dolly, a cargo de Ian Wilmut, en 1996. Ambos causaron una revolución mediática y pueden incluso ser comparables. Wilmut transfirió el genoma extraído de una célula – en ese caso, de la glándula mamaria de la oveja Dolly – a un óvulo sin núcleo, y luego de insertarlo en el útero, generó un clon de Dolly. Venter transfirió el genoma de una bacteria a otra, que asumió el comportamiento de la primera.
Nadie podría estar más capacitado que Venter para montar el rompecabezas del genoma de una bacteria – compuesto por un millón de pares de bases – y sintetizarlo en laboratorio. Al fin y al cabo, fue él quien inventó un método destinado a desmontar el rompecabezas del genoma humano, lo que permitió acelerar mucho su secuenciamiento. Para alguien que desarrolló tecnologías capaces de secuenciar un genoma de 3 mil millones de pares de bases – el genoma humano – rearmar los pedazos de ADN de un genoma de un millón de pares de bases, como es el caso de la bacteria Mycoplasma mycoides, parecía fácil. Al fin de cuentas, es 3 mil veces menor. Pero aun así, se necesitaron 15 años de trabajo por parte de 24 científicos, a un costo de 40 millones de dólares. ¡No fue nada trivial! La secuencia del genoma de la Mycoplasma mycoides ya se encontraba disponible en el banco de datos de la computadora. Pero para copiar la receta y sintetizar un cromosoma artificial en laboratorio, los investigadores tuvieron que usar levaduras –que también son organismos vivos– y que tiene la capacidad de unir pequeños fragmentos de ADN. Una vez sintetizado el ADN, el próximo obstáculo consistía en insertarlo en otra bacteria, lograr que la célula receptora no destruyese el genoma exógeno y lo incorporase como si fuese suyo. Sin lugar a dudas, eso fue un gran logro de la ingeniería genética.
¿Se trata de una revolución? Mediática sin duda. La repercusión en la prensa del trabajo de Venter me hizo acordar de la clonación de la oveja Dolly a cargo de Ian Wilmut, en 1996. Ustedes seguro que se acuerdan. “¡Van a hacer clones de seres humanos! Están jugando a ser Dios. Debemos crear inmediatamente comités científicos destinados a prohibir la clonación reproductiva humana”. Eso era repetido constantemente en los medios de comunicación. Me acuerdo muy bien porque me invitaron a formar parte de uno de esos comités, todos preocupadísimos en prohibir la clonación humana. Yo era mucho menos temerosa con relación a los riesgos de que se hiciesen clones humanos, y lo que me interesaba mucho más era que se aprobasen las investigaciones con células madre embrionarias. Y eso fue lo que terminó sucediendo. Hoy, 14 años después, nadie más habla de clonación humana reproductiva. Pero estamos reviendo esa película, ahora con el supuesto riesgo de crear “vida en laboratorio”. El presidente de Estados Unidos, Barack Obama, ya determinó la constitución de comités de ética para que se ubiquen los límites éticos y se minimicen los posibles riesgos. Por otro lado, el pediatra Carlo Bellieni, en el diario del vaticano L’ Osservatore Romano, ha dicho que “esa investigación es un trabajo de ingeniería genética de alto nivel, un nuevo paso en el reemplazo de parte del ADN, pero en realidad no se ha creado vida”. Coincido.
¿Cuáles son las implicaciones futuras? ¿Cuáles serán las aplicaciones? Es difícil preverlo. En el caso de la oveja Dolly, la gran revolución consistió en descubrir que una célula adulta podría ser reprogramada y volver a ser totipotente, cosa que abrió el camino para las investigaciones con células madres. En tanto, la estrategia para crear la bacteria de Craig Venter podrá permitir perfeccionar las técnicas de ingeniería genética, produciendo nuevos microorganismos útiles para el hombre, como por ejemplo bacterias más eficientes en la degradación de celulosa o plástico, generando así nuevas formas de combustible biodegradable. O bacterias intestinales que nos permitan digerir la celulosa tan bien como la digieren los rumiantes. Asimismo, podría contribuir a mejorar las técnicas de terapia génica, corrigiendo genes defectuosos en pacientes con enfermedades genéticas. Otro gran logro del cual poco se ha dicho fue la estrategia utilizada por Venter para que la bacteria receptora no destruyese el genoma de la bacteria donadora y lo adoptase como si fuese suyo. Esa tecnología podría abrir nuevos caminos destinados a impedir el rechazo en casos de transplantes alogénicos, o incluso xenotransplantes. El futuro lo dirá. Se ha dado un nuevo salto cualitativo tecnológico, que seguramente merece aplausos.
Mayana Zatz es profesora titular del Instituto de Biociencias de la Universidad de São Paulo y coordinadora del Centro de Estudios del Genoma Humano de la USP.
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