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Historia

El imperio en el fondo del mar

Documentos de la Royal Society muestran el debate entablado entre el Estado y la ciencia a partir de un naufragio ocurrido en Brasil

El cuadro Death of a ship, H.M.S. Thetis de Owen Stanley (sin fecha), la única imaje conocida del barco

National Library of AustraliaEl cuadro Death of a ship, H.M.S. Thetis de Owen Stanley (sin fecha), la única imaje conocida del barcoNational Library of Australia

Luego de leer la versión en inglés del artículo intitulado Una incómoda pizca de magia (léalo en la edición 199 de Pesquisa FAPESP), Keith Moore, director de archivos de la Royal Society, envió una mensaje comentando que había hallado documentos referentes al debate entablado en la institución luego del naufragio de la fragata inglesa HMS Thetis en 1830, en la localidad de Cabo Frio. Para Moore, no se trataba únicamente de un caso curioso ni de que venía de perillas que hubiese acaecido en Brasil, sino de un evento que plateaba cuestiones importantes sobre el desarrollo de la ciencia de la época.

Con una tripulación de 300 hombres, y armada con 46 cañones, la fragata Thetis regresaba a Inglaterra con 810 mil dólares, en valores da época. Para Moore, era un caso que planteaba temas de relevancia sobre el desarrollo de la ciencia. En ese desastre, no se perdía tan sólo el tesoro, sino también la creencia en el funcionamiento de la red imperial inglesa, que era tenida como infalible, y quedaba en jaque la capacidad de los ingleses para actuar a distancia. Urgía descubrir qué había sucedido, y entonces la ciencia fue convocada a intervenir, para entender las causas del naufragio y, posteriormente, para recuperar la fortuna sepultada en el fondo del mar. Este proceso quedó registrado en los documentos de las discusiones en la Royal Society. Para Moore, el gran interés científico en lo que se refiere al desastre de la HMS Thetis esta relacionado con el comienzo del movimiento de unión entre el Estado y la ciencia a partir de la cuestión marítima. Incipiente a comienzos del siglo XIX, esta relación constituiría la base de la expansión imperial británica del siglo XX.

La historia del naufragio es conocida, pero la documentación sólo fue explorada por dos investigadores, ambos de la Universidad de Londres: Felix Driver, del Royal Holloway, y Luciana Martins, del Birkbeck, autora de O Rio de Janeiro dos viajantes: o olhar britânico (2001). Ambos investigaron el tema en Shipwreck and salvage in the tropics: the case of the HMS Thetis, 1830-1854, publicado en el Journal of Historical Geography. “El estudio de la fragata Thetis revela lo que sucedía cuando la trama de poder y conocimientos se rompía, y de qué modo se convocó a la ciencia a reparar y recomponer esa estructura que mantenía en funcionamiento al imperio inglés”, dice Luciana Martins. La investigadora brasileña se doctoró en geografía en la Universidad Federal de Río de Janeiro y vive en Londres desde hace 17 años, donde trabaja en el Departamento de Estudios Iberoamericanos del Birkbeck. “El interés en la Thetis surge al encontrar los óleos del rescate del tesoro de John Christian Sketchy en el National Maritime Museum, en Londres, con remembranzas de mi adolescencia, cuando pasaba las vacaciones en Arraial do Cabo: allí ese naufragio formaba parte de las leyendas del lugar”, comenta. Posteriormente, vio que esos recuerdos del pasado tenían importancia para la historia de la ciencia y, junto con Driver, fue a los archivos, incluso en Brasil, donde casi no existe material.

Por suerte, los ingleses demostraron un interés mucho mayor con respecto al desastre, tal como lo comprueban los documentos que se encuentran en la Royal Society, que dan cuenta de que los debates al respecto tuvieron inicio unos pocos meses después del hundimiento de la fragata. En abril del año siguiente al accidente, el matemático Peter Barlow les preguntaba a los fellows de la Royal Society, en On the errors in the course of vessels, occasioned by local attraction: with remarks on the recent loss of His Majesty’s Ship Thetis: “¿Cómo entender que un navío que acaba de zarpar del puerto, con todos los auspicios como para hacer un buen viaje, se estampe contra unas rocas ubicadas a no más de 70 millas de su punto de partida, y que se suponía estaban varias millas al este?”.

La fragata había naufragado en aguas tenidas como calmas y conocidas por los marineros británicos. Al salir de Río, el capitán de la Thetis estableció erróneamente la posición de la embarcación con relación a Cabo Frio. Ese engaño sería atribuido posteriormente a las “atracciones locales” magnéticas, que habrían afectado a la brújula del buque, cuyo casco era en buena medida de hierro; esto habría llevado al comandante al error (sea como sea, en la corte marcial el capitán fue declarado culpable del naufragio). El viento fuerte, que aumentó la velocidad del navío, no hizo sino apresurar la tragedia. En poco tiempo, gritos desde la gavia avisaron acerca de la presencia de rocas. El mástil proyectado en la proa se chocó con la isla de Cabo Frio, y el impacto hizo caer los tres palos principales, lo que ocasionó la muerte de marineros y destruyó chinchorros. La fragata no se hundió, pero el mar la arrojó de costado contra las rocas. El casco estalló y el buque fue succionado hacia dentro de una ensenada, en donde siguió arremetiendo contra la formación rocosa. Los ingleses escalaron a tierra hasta que la Thetis sucumbió y se hundió, dejando un saldo de 30 muertos.

El capitán envió emisarios a Río con el objetivo de avisarle sobre el naufragio al comandante de la escuadra inglesa en América del Sur. Se dio por perdida la carga. En un relato elevado a la Royal Society en marzo de 1833, cuyo sumario sobrevivió, el capitán Thomas Dickinson, quien se ofreció como voluntario para recuperar el tesoro, brindó su versión de los hechos. “Según él, hubo una gran consternación en Río cuando se supo de la pérdida de la fragata Thetis con una carga de 810 mil dólares. El capitán recuerda su determinación al ver que nadie parecía estar dispuesto a intentar recuperar la propiedad perdida. Estaba convencido de que los obstáculos y las dificultades eran formidables, pero podrían superarse empleando los medios que imaginó que serían utilizables en aquella ocasión”, dice el document que en la actualidad se encuentra en la institución inglesa.

El pintor y marinero John Christian Schetky retrató en Salvage of stores and treasure from HMS Thetis at Cape Frio Brazil, de 1833, el rescate del tesoro. Se puede ver la campana de buceo a la derecha

Royal Museums Greenwich El pintor y marinero John Christian Schetky retrató en Salvage of stores and treasure from HMS Thetis at Cape Frio Brazil, de 1833, el rescate del tesoro. Se puede ver la campana de buceo a la derechaRoyal Museums Greenwich

Dickinson construyó dos campanas de buceo con tanques de agua que sacó de un barco, las reforzó y las dotó de ventanas de vidrio para iluminar su interior, en donde iban dispuestas antorchas. Preparó también una bomba de aire para el suministro de oxígeno, y la impermeabilizó con alquitrán. “Eso le dio mucho trabajo, de cara al retraso del trabajo nativo”, sostiene el document de la Royal Society. La Thetis se había hundido en el medio de la ensenada. Dickinson planeó tender cables desde un peñasco hasta el otro para descender con la campana. “El capitán cuenta que afrontó muchas dificultades debido a la naturaleza terrible del trabajo, a la insalubridad del clima, a los ataques de los insectos, a la exposición al tiempo en las cabañas de paja, y por los peligros del buceo en el mar, una combinación de terrores que el autor está convencido de que sólo podrían superarlos marineros ingleses”, comenta el sumario de la institución británica. Dickinson narra también que los marineros habrían visto “cinco tigres en la playa”. Armados con rifles, los ingleses dispararon hacia las sombras y verificaron que se trataba de sea-pigs, carpinchos. La “visita” de réptiles de magnitud aterradora, como una boa, atemorizaron a su segundo, un hombre “incapaz de asustarse por tonterías”, pero la serpiente, efectivamente, “ponía nerviosos hasta a los más fuertes”, escribió el comandante inglés.

Hubo que bucear varias veces, con algunas muertes incluidas, hasta que se empezó a recoger la fortuna de la fragata Thetis del fondo del mar. Vivían en cabañas en una villa que a la que le pusieron el nombre de St Thomas, y donde el capitán cumplía con las obligaciones de un británico fiel a su patria: celebraba fechas tales como la Batalla de Trafalgar, en la cual había participado. Preocupado con que le robasen, Dickinson vigilaba sus hombres, y ésa fue una de las razones por las cuales se deshizo de un grupo de brasileños, los llamados caboclos [cholos], que se le juntaron al comienzo del rescate. De todos modos, los marineros inventaron códigos que se transmitían entre los que estaban en el fondo y los de la superficie, para avisarse acerca presencia o la ausencia del capitán. Eran turnos de 12 horas sin comida ni descanso. Fueron obligados a remover los restos que cubrían el naufragio, incluso los restos de cuerpos, y la comida arruinada de la fragata, cuyo gas tóxico por poco no mata a un grupo de rescate.

“Fue un trabajo pionero. Al mismo tiempo que Dickinson usaba su campana de buceo en condiciones extremas de mar revuelto, Sir Basil Hall, un celebrado viajero e investigador inglés, elogiaba por ser una ‘maravilla’ una operación análoga que se llevaba a cabo en Portsmouth”, comenta Martins. El rescate de la Thetis fue también una de las primeras ocasiones en que se hicieron dibujos del fondo del mar con los restos de la fragata. “En el caso de la Thetis, eso se hizo más debido a la historia de su salvamento que por lo relativo a su pérdida. En esa época, fue un tributo a la perseverancia humana ante el poder devastador de la naturaleza”, dicen Driver y Martins. “La mirada imperial vislumbraba en ese proceso una red más o menos coherente a través de la cual circulaba la información hasta que finalmente se traducía en un conocimiento afianzado”, sostienen los investigadores.

“El Estado y los científicos cambiaron el foco de las posiciones coloniales en tierra a las vastas áreas inexploradas de los océanos, un espacio intelectual fértil de significación comercial e imperial. Así fue como elevaron el estatus del recién definido ‘científico’. De la misma manera que regulaba y manipulaba el océano en el papel, el Almirantazgo inglés usaba el océano físico para transportar tropas, riquezas y la cultura británica hasta los confines del mundo”, sostiene el historiador norteamericano Michael Reidy, autor de Tides of history: ocean science and Her Majesty’s navy (University of Chicago). Según Reidy, el dominio naval de Inglaterra fue producto de una estrecha colaboración entre el Almirantazgo y la elite científica. Juntos transformaron la inmensidad sin dueño del océano en una red organizada. De ese proceso emergió literalmente el científico moderno: uno de los nexos importantes de esa unión, William Whewell, acuñó el vocablo “científico” en 1833, en el apogeo de sus estudios sobre las mareas. “La ciencia rompió los límites del parco apoyo del Estado para pasar a contar con una financiación mucho más generosa y global para sus investigaciones”, explica el historiador.

Casos como el de la fragata Thetis obligaban al sistema a mejorar su red de conocimiento y mostraban que, cuando el tema era el mar, cuanto mayor la relación entre el Estado y la ciencia, mejor. Los científicos involucrados en el proyecto imperial sabían que la financiación de los estudios sobre el mar era costosa y sólo un país poderoso como Inglaterra sería capaz de solventarla. “El océano se transformó en el área de investigación más fértil, con fondos del Estado y con un grupo internacional de científicos. Fue el interés por el mar lo que llevó a que la ciencia se convirtiese en una tarea global que dependía fuertemente del apoyo y de la participación del gobierno. Eso modificó completamente la manera de hacer y pensar la ciencia”, dice Reidy. El imperio fue sutilmente transmutado por la ciencia, y a su vez, el científico moderno fue moldeado por la demanda militar de inteligencia y de control de los océanos.

“El interés de los fellows de la Royal Society con relación al destino de la Thetis debe observarse en el marco de estos esfuerzos contemporáneos tendientes a demonstrar la utilidad práctica del pensamiento científico; y para ello, nada mejor que la ciencia de la navegación”, dice Driver. En su Preliminary discourse on the study of natural philosophy (1830), el astrónomo John Hershel retrató al observador científico ideal como un oficial naval bien entrenado. La ruta de un buque, a su vez, era como una especie de hipótesis basada en observaciones astronómicas cuidadosas y cálculos matemáticos, probada mediante la experiencia de la llegada a salvo a destino. Si el buque era el instrumento del experimento, su capitán era el hombre de ciencias ejemplar. “Con la Thetis, en cambio, la ‘experiencia’ de la navegación en ausencia de puntos de referencia falló, con consecuencias catastróficas para el capitán y para su tripulación. En tal contexto, la atribución de causa y efecto fue inseparable de la de responsabilidad y culpa”, sostienen Driver y Martins.

El capitán Dickinson

Royal Museums GreenwichEl capitán DickinsonRoyal Museums Greenwich

Para que la red del imperio, rota momentáneamente debido al naufragio, recobrase la confianza general, resultaba fundamental que se comprendiera, y de manera científica, qué había sucedido. Una de las respuestas se vinculaba directamente con un debate de los años 1820 y 1830, cuando las autoridades en magnetismo terrestre advertían acerca de los efectos magnéticos sobre las brújulas de los navíos ocasionados por la “atracción local”. “Los buques de hierro eran testigos del poder de la ciencia en el dominio inglés en lo atinente a las corrientes magnéticas y oceánicas. Pero el destino de esta industria estaba en juego con los problemas de navegación que surgieron debido al uso del hierro en la construcción de las embarcaciones, ya que el casco de los barcos causaba alteraciones en las brújulas, que se volvían poco confiables”, dice la historiadora Alison Winter, de la Chicago University, autora de Compasses all awry’: the iron ship and the ambiguities of cultural authority in victorian Britain.

“Cuando los barcos empezaron a perderse a causa de las brújulas, la falta de un medio sólido para corregirlas amenazó con terminar con la credibilidad del público con respecto a los científicos”. Según Alison, durante la era vitoriana, el tema de las brújulas desorientadas y de los buques perdidos era usado para describir la incertidumbre espiritual e intelectual y la falta de convenciones de autoridad claramente establecidas. “Las mismas fuerzas magnéticas empleadas en la navegación servían para retratar de qué modo ejercían su poder los líderes”, explica la historiadora.

La mezcla de política y ciencia, que dominará el período vitoriano, ya se encontraba latente en el tiempo de la Thetis, y esto explica por qué el Almirantazgo invirtió más de 500 libras esterlinas en las investigaciones de Peter Barlow, docente de matemática de la Royal Military Academy y miembro de la Royal Society. Para Barlow, “todo buque carga en sí mismo un mal insidioso”, esto es, el mencionado efecto del hierro sobre las brújulas. En la exposición realizada en 1831 ante la Royal Society, Barlow tomó como ejemplo “el melancólico naufragio del buque de Su Majestad, la fragata Thetis” para discutir esa “cuestión fundamental”, y planteó que ésa era la causa del desastre. Al fin y al cabo, el casco del barco, aunque era de madera, tenía una gran cantidad de hierro en su estructura. “Si no se tomaron las precauciones necesarias como para corregir las distorsiones de la atracción local, no dudo en afirmar que esa omisión fue suficiente como para causar el accidente”, afirmó ante el auditorio de la Royal Society. “Si la ciencia puede facilitar el progreso de la navegación y contribuir para con su seguridad, no se puede permitir que sea soslayada en la Marina británica”, añadió Barlow.

El interés de la comunidad científica en la fragata Thetis no se restringió a las causas del naufragio. Como se ha visto, los relatos de las operaciones de salvamento de Dickinson fueron leídos en la Royal Society, como así también lo fue el del capitán De Roos, su sucesor en el trabajo entre los destrozos y el primero en enviar un relato a los fellows, en 1833. Según el sumario de la institución, “lo que sobró del pobre buque se vio sometido a la gran presión del mar, como si fuese la acción de un martillo, y formó una masa única que mezcla madera, oro, plata y hierro”. De Roos también comenta que “en una oportunidad recibieron la visita de una enorme ballena, que se acercó demasiado a la campana de buceo; pero que, por suerte, mudó su curso”.

Un dibujo de la campana de buceo realizado por su rival, el capitán De Roos

Royal SocietyUn dibujo de la campana de buceo realizado por su rival, el capitán De RoosRoyal Society

El cambio de mando se produjo para disgusto de Dickinson, quien se vio dejado de lado luego de todo su esfuerzo. Al final, ambos entenderían que el oportunismo partió del comandante de la escuadra inglesa en Río, que quería los laureles y los réditos para él, cosa que no impediría una disputa entre ambos dentro de la Royal Society en busca de reconocimiento por el carácter pionero del rescate en términos científicos. Dickinson también se quejaba de que, aparte de las afecciones físicas, se había visto obligado a dar cuenta de asuntos políticos con los brasileños. “Siempre tuve miedo de la envidia del gobierno brasileño con respecto a nuestra permanencia en la isla. Me acusaron de interrumpir la pesca y luego de robar madera”, escribió.

Ante los pedidos, la municipalidad de Cabo Frio investigó el accionar del grupo de ingleses en St Thomas. “Cuando llegaron quedaron embobados al ver una villa con casas agradables. Nadie hablaba ni una sola palabra en inglés y, luego de llenarme con más ‘ilustrísimos’ que los que yo podía aguantar, me dijeron que se habían llegado hasta allí para ver si yo había llegado como una fuerza de invasión”. Dickinson, jactándose de haber aprendido el portugués a punto tal de no ser superado en la cantidad de “ilustrísimos”, mostró su “fortificación”, palabra que usaba con ironía. Los brasileños se asustaron con un ruido que les pareció ser un disparo de cañón, y el británico se divierte al narrar su dificultad para hacerles entender que se trataba del ruido del chorro de aire de la bomba de la campana de buceo. Al final, todos bebieron a la salud de William IV, a la de Pedro I y por la municipalidad de Cabo Frio.

“En el tiempo de la fragata Thetis, la isla era una estación de pesca que desde el siglo XVI crecía regularmente. Por ende, carecen de asidero las observaciones de Dickinson que señalan que la villa creció gracias a los ingleses. Tampoco sorprende que una fuerza militar acampada durante 18 meses haya inquietado al gobierno brasileño”, sostienen Driver y Martins. Para Dickinson, no existía un motivo por el cual pagar por maderas y otros materiales, puesto que todo lo que había en la isla “se encontraba disponible y no podía considerárselo como propiedad”, en una reminiscencia de las fantasías de la abundancia y de disponibilidad tropical. Pero terminaron teniendo que pagar un alquiler por el uso del espacio. Un precio pequeño por la redención de la falla implícita en el naufragio de la Thetis. Aunque hasta los días actuales no se sepa qué fue lo que ocasionó el fin de la fragata, una isla brasileña fue el lugar donde la ciencia pudo rescatarle la imagen que de sí mismo tenía el imperio naval británico.

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