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Historia

El orden de la guerra

Las Farc pueden haberse transformado en un "gigante militar, pero son un enano político y democrático"

El paso del año fue celebrado al son del nombre de las Farc (Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia), en razón de la malograda, pero ampliamente cubierta por los medios Operación Emanuel, que reunió a figuras dispares como el cineasta Oliver Stone y el presidente de Venezuela, Hugo Chávez, con la intención de recuperar algunos de los muchos rehenes secuestrados por el grupo guerrillero que, dependiendo del interlocutor, es visto de las maneras más diversas. Para el Estado colombiano y, en especial para EE.UU.,  después del 11 de Septiembre, son una agrupación terrorista. Para parte de los medios, ellos no pasarían de una organización que, después de la caída de los carteles, monopolizó el narcotráfico. Para intentar descifrar este enigma, algunos investigadores están analizando la actuación del grupo guerrillero, como el sociólogo colombiano Jesús Izquierdo, que defendió su tesis doctoral Los niños no lloran: la formación del habitus guerrero en las Farc-EP  en la Universidad Federal de Ceará, recientemente publicada en libro por ediciones UFC. “Con acusaciones mutuas y desconfianza, la guerrilla y el Estado, en un diálogo de sordos, no logran definir los términos adecuados para terminar con la guerra. Mientras que el conflicto se propaga porque sus protagonistas quieren ganar por las fuerza de las armas, esta lucha cobra siempre nuevos bríos y se dirige a un fin imprevisible, y el habitus guerrero de las Farc no cesa de reafirmarse.”

Según él, es necesario intentar entender de qué modo un exiguo grupo de 48 hombres que enfrentaron a las Fuerzas Armadas en mayo de 1964, en Marquetalia (lugar y fecha místicas para la guerrilla), logró constituirse en un ejército de más de 20 mil hombres y mujeres que se disemina por todo el territorio colombiano. En suma, cómo el grupo evolucionó de un movimiento de autodefensa campesina, en los años 1950 y 1960, a una oposición feroz al actual régimen, llegando incluso a intentar tomar el poder en Colombia. Al mismo tiempo, el grupo llega a casi 4 décadas de existencia sin plasmar sus principales objetivos políticos que, asevera, dado el bajo nivel cultural de sus miembros, la escasa formación política, una resistencia a los cambios, el predominio del centralismo en detrimento de la democracia y los altos costos político-éticos de sus decisiones organizativas, puede dar razón a quienes dicen que las Farc son “un gigante militar, pero un enano político”. Esto no es sin embargo una novedad: “La existencia de la guerrilla en el país es un hecho evidente y antiguo, datando del comienzos del siglo XIX en forma de grupos que defendían a los campesinos de las intervenciones violentas del Estado, en especial durante el largo gobierno del Partido Conservador”, explica Izquierdo. Hasta la década de 1960, la población se concentraba mayoritariamente en las zonas rurales, en que las que la tierra era administrada por terratenientes sin fiscalización del Estado. En 1930, con la derrota de los conservadores, el Partido Liberal asumió el poder para, al cabo de 16 años de gobierno, poco diferenciase, acota el investigador, de su rival político.

“La acumulación del capital se dio en sectores de producción, como el cafetalero, excluyendo amplias bases sociales. En medio a eso, surgieron líderes campesinos con gran fuerza de articulación, lo que llevó a los terratenientes a presionar al gobierno para controlar la situación en las áreas rurales de forma violenta”. Ante ese cuadro “casi feudal”, resurgió la figura de Jorge Gaitán, un liberal extremo y caudillista que recrudeció el discurso de los campesinos en la lucha por el equilibrio de las relaciones de trabajo agrario, generando movimientos como las Ligas Campesinas, instrumento de cohesión del sector rural para expresar sus demandas. En poco tiempo, de defensoras de los campesinos, las Ligas ampliaron su lucha para cambios radicales en la sociedad. Se iniciaron invasiones de tierras, lo que llevó al conflicto de ideas al conflicto armado en ambos lados, campesinos y terratenientes. Con el regreso de los conservadores, en 1946, muchos campesinos, asevera Izquierdo, se vuelcan al Partido Comunista Colombiano (PCC), “pero, más que la ideología, fue el peso de la exclusión social lo que motivó la Liga a oponerse al sistema”. Después del asesinato de Gaitán, en 1948, se inició el período llamado como de Violencia, que se extendió durante 20 años en Colombia, una guerra civil entre el sector rural y los propietarios de la tierra con protección del Estado, para quienes la unión de campesinos en asentamientos comunistas estaría creando Repúblicas independientes, amenaza a la soberanía del país. Uno de esos lugares, Marquetalia, fue atacado en mayo de 1964, por un gran contingente de soldados que fueron rechazados por 48 hombres. Nacía el imaginario de las Farc. “El movimiento guerrillero fue el resultado del proceso de transformación de un movimiento agrícola que, en los percances de la lucha armada, se deparó ante la necesidad de procurar una ideología que diera consistencia a su proyecto político. De ahí la entrada del PCC como base social de las Farc.”

En las regiones donde la ausencia del Estado era casi total, ellos ejercían gran influencia sobre las comunidades, pasando a delimitar patrones sociales y establecer y afirmar valores, acota Izquierdo. Según el investigador, los guerrilleros ostentaban poder y se convirtieron en referentes de autoridad en medio de los focos de pobreza. “Con el correr del tiempo, ese poder se consolidó y mostró a los guerrilleros que las prácticas violentas, inicialmente justificadas como necesidad de protección, eran un instrumento para conquistar visibilidad y reconocimiento social”. Las comunidades pobres y alejadas se volvieron su objetivo para la ampliación de cuadros y, así, la mayor cantidad de integrantes de las Farc es de origen campesina, incluyéndose ahí una práctica creciente del grupo, que es el reclutamiento forzado, incluso de adolescentes. En El orden de la guerra, estudio de referencia sobre la guerrilla, organizado por Juan Medina y Graciela Ramón, los investigadores advierten que es un error afirmar que los altos niveles de reclutamiento de las Farc sean indicativos de apoyo general; más bien revelan de qué manera “la miseria colombiana prácticamente empujó a grupos menos favorecidos para el discurso insurgente como forma de un futuro supuestamente alternativo”. Izquierdo coincide. “Los niños y jóvenes se muestran más disponibles para andar los caminos de la revolución. La falta de oportunidades puede ser el motivo para que el joven campesino vea en la guerrilla una oportunidad de romper con el ciclo de pocas oportunidades de trabajo”, afirma. En una triste paradoja, sostienen Medina y Graciela, “la falta de control de las Farc, con serios problemas de formación política, se traduce en prácticas autoritarias y en fuente de violación de derechos humanos”.

Es más, según acotan los autores, “el bajo nivel educativo de buena parte de sus miembros, sumado a la primacía de las acciones militares, lleva a un empobrecimiento del debate político y al establecimiento de un gran abismo entre los altos mandos y la base inmensa de combatientes. De ahí la opción por el alejamiento del PCC y el vínculo con una especie de bolivarianismo, que esconde — una tensión permanente entre el campo y la ciudad, en que se nota a las claras el desprecio de los guerrilleros por los problemas urbanos y por sus ciudadanos, vistos como inferiores al soldado-campesino, con su destreza superior y su capacidad de soportar la acidez cotidiana de la guerrilla y su conocimiento del pueblo y del territorio de acción”. Esta postura, por otra parte, apuntan los investigadores, es un Talón de Aquiles del grupo, que no sabe platear propuestas para políticas urbanas contemporáneas, perdiendo así el apoyo significativo de las ciudades, lo que conlleva un prolongamiento indefinido del conflicto. Otro es la vinculación con el narcotráfico en el que las Farc, para sostener el crecimiento de sus efectivos, sacrificaron su legitimidad política y el reconocimiento ético como organización que se plantea conducir la sociedad. “A cobrar impuestos, regular el comercio y servir de interfaz a los narcotraficantes, los guerrilleros sostienen de forma autónoma la guerra, pero, al mismo tiempo, corroen la legitimidad ética del movimiento”. De ahí la reacción cada vez más fuerte de la sociedad civil colombiana contra las extorsiones, los secuestros, los asesinatos de civiles y la interfaz con el narcotráfico, llevando a marchas de protesta contra las Farc, fortaleciendo los grupos paramilitares de extrema derecha, vinculados, en buena parte, al narcotráfico.

O, como sostiene Izquierdo, “en el fuego cruzado entre las Farc y sus enemigos, se formó un círculo vicioso entre la necesidad de la guerra para generar ganancias y la necesidad de ganancias para robustecer al aparato de la guerra”. Es más: la avidez por el dinero del narcotráfico reforzó la violencia entre la guerrilla y los paramilitares, fenómeno creado por la unión de intereses de militares del Estado, comunidades locales, terratenientes, empresarios y grupos de narcotraficantes cuya misión es aniquilar a las Farc. “Guerrilleros de extrema izquierda y paramilitares de extrema derecha disputan en la arena de la guerra las ganancias generadas por la producción y la comercialización de cocaína.” En medio de esa disputa, sin dimensión ideológica, está la población, que, según apunta el cientista político Boris Salazar en su obra La hora de los dinosaurios, “es disputada por los grupos como fuente de apoyo y crecimiento; así, en la interacción entre Estado, insurgencia y grupos paramilitares es como el pueblo y la economía civil se convirtieron en objetivo militar central de un enfrentamiento cuyo cauce se aleja cada vez más de las normas que regulan los conflictos convencionales”. Es en ese contexto, afirma Irina Gato Aranol, de la Universidad Autónoma de Occidente, en su artículo “El secuestro como acto de violación de derechos en el conflicto colombiano”, que deben ser vistos los secuestros hechos por las Farc. “El acto del secuestro, además de fuente de dinero, es una demostración de fuerza de la guerrilla que quiere mostrar la solidez de su trabajo logístico militar, reiterando la ya más no tan nueva estrategia de los grupos armados guerrilleros para desequilibrar al gobierno”, analiza la investigadora.

“Se trata de llevar al Estado, por medio de acciones de terror contra la población, a una negociación en los términos definidos por las Farc en los últimos años. El objetivo fundamental ahora no es más la derrota militar de las Fuerzas Armadas regulares, sino la erosión constante y creciente de la capacidad del gobierno para proteger a los ciudadanos hasta hacerlo no inviable en su dimensión fundamental: la seguridad de todos”, observa Salazar. “Hay en eso una especie de inercia en el movimiento, pues aumenta cada vez más el foso entre la capacidad militar y la credibilidad política de los guerrilleros. Estar solamente “contra el Estado”, sin otras propuestas efectivas, va a llevar solamente más miseria y sufrimiento al pueblo colombiano, sin perspectiva de cambios democráticos”, anota Daniel Pécaut, de la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales de París, en su artículo “Les Farc: puissance militaire, carences politiques”. Para el investigador, lo que está en juego es una forma de “protección en los moldes de la mafia siciliana que reposa sobre la imposición de un constreñimiento colectivo en que los costos que ello implica en términos de pérdida de libertad serían compensados, en la lógica guerrillera, por los beneficios en términos de intereses”.

“Las Farc pueden suplir la ausencia del Estado, pero en la medida que van consolidando sus vínculos con la economía ilegal de la coca y de los secuestros tienen más y más incentivos para dejar al Estado de lado. Es una guerra por más Estado, contra el Estado”, anotan Medina y Graciela. Eso también vale en sus relaciones con el narcotráfico, no restringidas solamente al cultivo y a los impuestos cobrados para servir de interfaz de narcotraficantes. “La economía del narcotráfico desestructuró la unidad y funcionalidad de la familia campesina que estaba en las zonas cocaleras, antes de las Farc, y, desdichadamente,  continua haciéndolo, generando otro círculo vicioso terrible. Inmediatamente penetró en otras instituciones y organizaciones que daban sentido al orden social e político local o regional (empresas, partidos políticos, organismos del Estado etc.). Finalmente, se estableció la cultura del enriquecimiento rápido por toda la sociedad colombiana, de riesgo, del premio al más audaz, relegando el trabajo duro, la acumulación lenta, el esfuerzo productivo, a un lugar inferior.” La cultura de la captura de rentas especulativas y de apropiación privada de bienes públicos, el familismo inmoral, se hizo dominante en amplios sectores de la sociedad colombiana.

A violencia se transformó en “arma de persuasión” de los dos protagonistas, Estado y guerrilla, sin ninguna consideración humanitaria o por los intereses sociales y económicos de los grupos afectados por la lucha, avisa Pécaut. “Eso viene llevando a la población a adoptar posturas oportunistas de corto plazo, por razones de supervivencia y para sacar de ventajas, lo que se expresa en organizaciones civiles dispuestas a acuerdos regulados por la violencia de la coacción armada, destruyendo valores sociales que podrían servir como coto a los conflictos, cada vez de más difícil resolución.” Para el investigador francés, “la primacía dada a la obtención de recursos económicos relegó a un plano secundario la fuente de construcción de apoyos sólidos en el seno de la población, y así, el trabajo de politización se vuelve cada vez más precario”. Restaría al grupo mantener para siempre la postura militarista y violenta y esperar el apoyo de la coyuntura de países vecinos, como la Venezuela de Chávez, que, igualmente bolivarianos, serían una forma de sacar a las Farc del vacío de futuro en que se encuentran, sigue.

Pero ¿habría otro futuro? Un decreto de 2002 garantiza a los desertores de grupos armados la protección de la ley. “El gran desafío será la deconstrucción del habitus guerrero en el proceso de reconciliación nacional. ¿Cómo hacer para que hombres de guerra, que vivieron años en la clandestinidad, se conviertan en ciudadanos de la patria y prescindan de la mediación de la violencia? Será necesario mucho esfuerzo para acoger y facilitar la inserción a la vida civil de los ex combatientes, mediante la combinación de esfuerzos conjuntos de todas las instancias sociales”, afirma Izquierdo. Los niños necesitan reaprender a llorar.

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