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Etolog

El poder entre los monos

Las disputas sociales y la capacidad de orientarse en el ambiente para hallar comida amoldaron el cerebro de los primates

Conocido en Brasil como “bigodeiro”, al tamarino de la foto le gusta mandar. A la hora de comer permanece a distancia y deja a los otros tamarinos del grupo que busquen frutos en la copa de los árboles. Cuando ve que encuentran algo, inmediatamente suelta gritos agudos como un silbido y expulsa a los compañeros de cerca, dejando claro quien es el que da las órdenes por allí. Ese comportamiento de padrino a la italiana no vale únicamente entre estos monos. Hasta cuando sale en busca de comida con especies menores, el capo también impone a los otros su superioridad… gritando. Pero la capacidad de reconocer el papel que cada animal desempeña en su grupo no es la única que rige la vida de esas dos especies de micos. Después de hacer un seguimiento diario durante cuatro meses a dos grupos de tamarinos emperadores y dos de tamarinos de cabeza amarilla en un tramo de la Selva Amazónica en plena área urbana de la localidad de Río Branco, el primatólogo Júlio César Bicca-Marques, de la Pontificia Universidad Católica de Río Grande do Sur (PUC-RS), verificó que tan importante como saber quién es el mandamás es la capacidad de usar señales disponibles en el ambiente para hallar comida. Asociadas, esas habilidades ayudaron a moldear la inteligencia de estos monos y de otros primates -grupo de animales que incluye a los seres humanos, si bien no se puede extrapolar esos resultados directamente a nuestra especie, sujeta a relaciones sociales más intrincadas y capaz de alterar el propio ambiente.

Esa conclusión nació de dos ideas independientes sobre el desarrollo del cerebro y de la inteligencia de los primates lanzadas en la década de 1970. Observando monos africanos, la antropóloga Sue Taylor Parker concluyó en 1977 que la capacidad de lidiar con informaciones ambientales o ecológicas, tales como encontrar el camino de vuelta a casa o descubrir un árbol con comida, había sido esencial para la supervivencia de los primates. Así, a lo largo de cientos de miles de años la naturaleza habría favorecido la supervivencia de aquéllos con mayor habilidad de sacar provecho de ese tipo de información. Según ese razonamiento, la necesidad cada vez mayor de lidiar con informaciones ambientales habría  promovido el surgimiento de cerebros más y más voluminosos -el de los titíes y tamarinos, distantes 35 millones de años de los seres humanos desde el punto de vista evolutivo, tienen aproximadamente 30 gramos, mientras que el nuestro, aproximadamente 40 veces mayor, tiene en promedio 1.350 gramos.

Articulación maquiavélica
Pero no todos coincidían. En 1976 el psicólogo británico Nicholas Humphrey había sugerido que el factor que habría conducido la evolución del cerebro de los primates sería de orden social. La naturaleza habría beneficiado a aquéllos que tenían habilidad para relacionarse con los otros miembros del grupo -y hasta de manipularlos con el objetivo de mantener el grupo cohesionado. Según Humphrey, esta habilidad se relacionaría con la capacidad de lidiar con otra categoría de información, conocida como social o maquiavélica, en referencia al pensador florentino Nicolás Maquiavelo, quien en 1513 describió en la obra El príncipe, las articulaciones políticas y sociales empleadas por los soberanos para preservar el poder. Es esa categoría de información que una pequeña cría de tamarino emperador, o hasta un adulto cabeza amarilla, usa cuando abandona un jobo o un ingá recién descubierto y deja al macho dominante hacerse un festín solo. Respetadas las particularidades de cada especie, es una decisión similar a la de alguien que deja a un asaltante armado robar su coche sin esbozar reacción porque sabe que son mayores los chances de no herirse y conseguir otro coche más tarde.

Humphrey argumentaba que los primates tienen que ser “seres calculadores”: deben ser capaces de evaluar las consecuencias de su propio comportamiento, del comportamiento de los otros y del equilibrio entre ventajas y pérdidas, decisiones tomadas con base en informaciones no siempre confiables. Suponiendo que esa haya sido la situación hallada con más frecuencia en la naturaleza, esta habilidad o inteligencia habría sido la principal fuerza para modelar las transformaciones por las que pasó el cerebro de los primates desde el surgimiento de ese grupo de animales, hace cerca de 50 millones de años.

Por casi tres décadas los partidarios de una y otra hipótesis coleccionaron evidencias sin arribar a un consenso. Pero ahora, en esa serie de experimentos con los monos amazónicos, Bicca-Marques llegó a una conclusión conciliadora. Es imposible determinar la supremacía de una forma de inteligencia sobre la otra: ambas son esenciales para la supervivencia de los micos. “Una consecuencia de la vida en grupo”, afirma Bicca-Marques, “es que los primates deben decidir sobre dónde buscar comida teniendo en consideración la probabilidad de encontrar alimento en un determinado sitio, una información ambiental, asociada a la posibilidad de tener acceso a la comida o de compartirla con otros miembros del grupo, una información social”.

Bicca-Marques comenzó a pensar que esos factores no actuaron aisladamente sobre el desarrollo del cerebro durante la observación de cómo estos monos se comportan a la hora de comer. En 1993, renunció del empleo en el Ministerio del Medio Ambiente en Brasilia y se instaló en la Universidad Federal de Acre (Ufac) para estudiar a estos micos que conocía apenas por los libros. Paralelamente, entró en contacto con antropólogo estadounidense Paul Garber, de la Universidad de Illinois en Urbana, expertos en el comportamiento de estas especies, que lo ayudó a planear los experimentos que permitieron controlar el acceso de los monos a la comida.

En un predio de tres hectáreas del Parque Zoobotánico de la Ufac, Bicca-Marques instaló estaciones de alimentación donde era posible controlar las condiciones en que los tamarinos emperadores (Saguinus imperator) y los tamarinos de cabeza amarilla (Saguinus fuscicollis) encontraban comida -cada estación estaba compuesta por ocho tableros dispuestos en un círculo de 10 metros de diámetro. A unos 15 pasos de cada estación montó una torre de observación, de cuyo interior era posible ver a los tamarinos sin ser notado. Del 22 de septiembre de 1997 al 29 de enero de 1998, Bicca-Marques y tres alumnos de biología se levantaron todos los días a las tres y media de la mañana y se internaban bosque adentro hasta las torres donde pasaban, muchas veces bajo un calor de casi 40 grados, de nueve a diez horas sentados siguiendo las comidas de los tamarinos. En casi 4 mil horas de monitoreo, los monos visitaron las estaciones 1.294 veces. En la mayoría de ellas, cinco o seis tamarinos de una misma especie S. imperator o S. fuscicollis aparecían para la merienda.

Durante los 120 días de experimento el equipo del primatólogo del sur de Brasil preparó simultáneamente en las cuatro estaciones test en los cuales los tamarinos tenían que aprender que las bananas estaban siempre en los mismos tableros -mientras que los otros exhibían bananas de plástico- o que un cubo amarillo o un poste de madera pintado indicaba la posición de la comida. Los monos salieron airosos en el primer test, pero apenas algunos integrantes de los grupos de emperadores y cabeza amarilla descubrieron que el cubo amarillo y el poste de madera indicaban el tablero con la banana. El hecho de que algunos tamarinos no usaran esas señales para encontrar alimento no significa que no sean capaces de hacer la asociación. Cuando se analizan esos resultados teniendo en consideración la especie S. imperator o S. fuscicollis y no cada individuo del grupo, se concluye que tanto los emperadores como los cabeza amarilla saben lidiar con informaciones ambientales para encontrar comida.

Pérdidas y ganancias
Pero fue el comportamiento de estos tamarinos -cuando llegaban para alimentarse en grupos de una única especie o en grupos mixtos- que reveló: realmente no es posible separar la influencia de la inteligencia ambiental sobre el desarrollo del cerebro de la influencia de la inteligencia social. Siempre que uno de ambos grupos de emperadores aparecía para comer sin compañía, el macho más fuerte del grupo -llamado como dominante o alfa, una especie de capo- esperaba que sus subalternos localizasen las bananas antes de manifestarse y adueñarse de lo que considera suyo. Es algo similar a lo que pasaba en los grupos mixtos. Apenas entre los tamarinos de cabeza amarilla el nivel de colaboración era mayor: Con frecuencia todos se empeñaban en buscar las bananas en los tableros. Esta colaboración aparentemente injusta, la protocooperación, en verdad beneficia a ambos lados. Ganan los emperadores, que ahorran energía mientras sus subordinados buscan comida en las partes más bajas del bosque, y ganan los cabeza amarilla, que aguardan su turno de comer los frutos encontrados por los emperadores en la copa de los árboles o capturan los insectos que de ellos escapan y huyen hacia cerca del suelo. Asimismo, ambos se benefician con la vigilancia contra los predadores realizada por sus compañeros.

Otra peculiaridad de la convivencia entre esas dos especies es que el peso de cada tipo de información parece variar de un momento para otro. “Esos pequeños primates lidian con ambas formas de información alternadamente a lo largo del día”, afirma Bicca-Marques, que describió sus descubrimientos en una serie de artículos, los más recientes publicados en el American Journal of Primatology, en el International Journal of Primatology y en el Journal of Comparative Psychology. Cuando aprenden que determinado tablero siempre contiene un pedazo de banana, los subordinados usan la información ambiental para encontrar la comida. Para los tamarinos dominantes es la información social que vale cuando usan su posición jerárquica para tomar el alimento encontrado por los otros, aunque también sepan usar señales ambientales.

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