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ESTADOS UNIDOS 

El temor al aislamiento

Dependiente de talentos extranjeros, la comunidad científica estadounidense se moviliza contra la política antiinmigración de Trump

Freelancer/ AFP/ Getty Images Manifestantes en Washington protestan contra la política migratoria del nuevo gobierno, en eneroFreelancer/ AFP/ Getty Images

La resolución del nuevo presidente de Estados Unidos, Donald Trump, de reducir el contingente de inmigrantes en el país atemorizó a los directivos de universidades, institutos de investigación y empresas tecnológicas estadounidenses. El primer movimiento del presidente fue draconiano: una semana después de asumir, decretó la suspensión del programa de admisión de refugiados y vetó el ingreso de ciudadanos de siete países musulmanes, incluso con documento de residencia permanente. La Justicia estadounidense suspendió los efectos del decreto días más tarde. El 6 de marzo, Trump lanzó una versión más blanda del decreto, que respeta los derechos adquiridos.

La reacción de la comunidad científica fue instantánea. La rectora de la Universidad Harvard, Drew Faust divulgó una declaración recordando que, cada año llegan miles de extranjeros a la institución para estudiar, investigar y compartir conocimientos que, según sus palabras, “trascienden la nacionalidad”. El venezolano Leo Rafael Reif, rector del Instituto de Tecnología de Massachusetts, también reiteró la importancia de los inmigrantes: “Más del 40% de nuestros docentes son extranjeros. En una nación que creció gracias a los inmigrantes, ¿por qué deberíamos decirle al mundo que no deseamos acoger nuevos talentos?” Ejecutivos de empresas tecnológicas, como son Google, Facebook, Apple y Microsoft, condenaron igualmente la política migratoria del nuevo presidente.

El discurso aislacionista de Trump se contrapone con una estrategia que, históricamente, ayudó a erigir el sistema más sólido de ciencia, tecnología e innovación del planeta: la atracción de talentos del exterior se convirtió en un medio para financiar el funcionamiento de las universidades, proveer mano de obra calificada a las empresas y congregar a científicos de primer nivel. La dependencia es grande. En 2016, el número de estudiantes extranjeros en instituciones de educación superior de Estados Unidos superó por primera vez el millón, según datos del Instituto de Educación Internacional (IEE). Ese contingente, proveniente principalmente de países tales como China, India, Corea del Sur, Arabia Saudita, Brasil y México, representa un 5% de los 20 millones de matriculados en las universidades y constituye una fuente importante de financiación de las instituciones. Del total de alumnos extranjeros, 17 mil llegaron de Siria, Irán, Libia, Somalia, Yemen, Irak y Sudán, países proscriptos por el decreto de Trump.

Datos de la National Science Foundation revelan que el contingente de ingenieros e investigadores inmigrantes creció en Estados Unidos en los últimos años. En 2003, representaban un 16% del total de ingenieros y científicos. En 2013, sumaban un 18%. Otro estudio, en este caso de la National Foundation for American Policy, reveló que el 51% de las startup estadounidenses valuadas en al menos mil millones de dólares poseían inmigrantes entre sus fundadores.

“Los inmigrantes altamente calificados no nos están robando nuestros empleos, porque no disponemos de profesionales en Estados Unidos para ocupar esos empleos. Es más, ellos están creando industrias que no existen y generando empleos”, dijo el físico teórico Michio Kaku, de la City University of New York, en un video de una conferencia difundido por las redes sociales. A juicio  Reginaldo Moraes, docente de la Universidad de Campinas (Unicamp) e investigador del Instituto Nacional de Ciencia y Tecnología para Estudios sobre Estados Unidos (INCT-Ineu), si bien el objetivo no son los científicos, la decisión de Trump podría desalentar el arribo de estudiantes e investigadores a Estados Unidos. “Muchos inmigrantes que planeaban estudiar o investigar allá, probablemente se estén sintiendo amenazados y proclives a desistir de esa idea”, dice Moraes. “Creo que Trump se propone fomentar la xenofobia en sus electores, que ven a los inmigrantes como competidores en el mercado laboral. No es el entorno académico el que está en la mira, sino el de los trabajadores inmigrantes de bajos ingresos”. El 28 de febrero Trump fue al Congreso y, por primera vez fue condescendiente: “Si pasamos del actual sistema de inmigración de personas con baja capacitación y adoptamos un sistema basado en el mérito, tendremos muchos beneficios: ahorraremos dólares, elevaremos los sueldos y ayudaremos a las familias en dificultades –incluyendo a las de los inmigrantes– a ingresar en la clase media”, dijo.

Para Tullo Vigevani, docente de la Universidade Estadual Paulista (Unesp), en su campus de Marília, y también miembro del INCT-Ineu, el bloqueo al ingreso de científicos extranjeros le generaría graves consecuencias a Estados Unidos. “Las universidades e institutos de investigación no sólo perderían masa crítica sino que también elevarían el costo del país para capacitar nuevos investigadores”, analiza. “Una de las ventajas de recibir alumnos e investigadores es que se logra aumentar el contingente de individuos capacitados. Se trata del fenómeno denominado brain drain”.

Diplomacia científica
Una de las preocupaciones de la comunidad científica consiste en saber si Trump seguirá la costumbre de valerse la diplomacia científica, que es el uso de la ciencia como uno de los rasgos de la política exterior. En el mes de enero, Rush Holt, presidente de la Asociación Estadounidense para el Avance de la Ciencia (AAAS, por sus siglas en inglés), remitió una carta al Senado recordando episodios en los que el país adoptó la diplomacia científica, como en el caso del acercamiento entre el país y China en los años 1970 por medio de la cooperación entre investigadores y, actualmente, las colaboraciones entre científicos estadounidenses y cubanos en investigaciones sobre el cáncer y en la prevención de huracanes. Con esa misiva, Holt pretendía incitar a los senadores a exigirle al gobierno, en el marco de la interpelación al nuevo secretario de Estado, Rex Tillerson, un compromiso de utilización de la ciencia en la política exterior.

El concepto de diplomacia científica es abarcador. Engloba la formación de consorcios entre países para la realización de programas científicos internacionales, el uso de la cooperación científica para un acercamiento de las naciones con relaciones tensas y la ayuda que los científicos pueden brindar a las negociaciones diplomáticas y tratados internacionales. Según Robert Patman, profesor de relaciones internacionales de la Universidad de Otago, en Nueva Zelandia, y autor de un libro sobre diplomacia científica, el gobierno de Trump ha demostrado desprecio por una de esas vertientes: el compromiso de los científicos en las negociaciones diplomáticas. No se espera, por ejemplo, que el presidente contemple al conocimiento científico en las conferencias sobre cambios climáticos. “Trump describe al cambio climático como una ‘rumor’ y nombró a un procurador que niega su existencia para comandar la Agencia de Protección Ambiental”, escribió en el sitio web periodístico Noted. Para Tom Wang, director del Centro de Diplomacia Científica de la AAAS, todavía es prematuro evaluar los efectos de la política externa de Trump, pero subraya que el gobierno no es el único artífice de las estrategias en el campo de la diplomacia científica. Según Wang, el tema involucra, además de al gobierno, a universidades, academias y sociedades científicas. “Éstas continuarán desempeñando un rol vital en la diplomacia científica en Estados Unidos”, le dijo a Pesquisa FAPESP.

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