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Entrevista

Elliot Kitajima: Las imágenes de la ciencia brasileña

Un esteta contra los patógenos de las plantas. Así, de una manera un tanto reduccionista quizás, podría definirse el trabajo del científico paulista Elliot Kitajima, quien desde hace más de cuatro décadas se dedica al registro de imágenes vía microscopía electrónica de agentes que atacan a los vegetales, en especial los virus. Hijo de japoneses, nacido hace 69 años en la localidad de Registro, región paulista de Vale do Ribeira, donde existe una fuerte presencia de la colectividad japonesa, Kitajima se graduó en agronomía en la Escuela Superior de Agricultura Luiz de Queiroz – Esalq, con sede en la ciudad de Piracicaba, en 1958. Durante su extensa carrera, trabajó en el Instituto Agronómico de Campinas (IAC) y en la Universidad de Brasilia (UnB), donde se jubiló después de 23 años de servicios prestados, e hizo tres posdoctorados en el exterior: dos en Estados Unidos y uno en Holanda. Al final de la década pasada regresó a la Esalq, donde, como profesor visitante, sigue en actividad, dictando cursos de microscopía electrónica y generando hermosas e importantes imágenes de esos minúsculos enemigos de las plantas.

Algunas de esas fotos, que los lectores cautivos de esta revista seguramente ya habrán visto, son imágenes de la bacteria Xylella fastidiosa, que ataca a los naranjales y ocasiona la clorosis variegada de los cítricos (CVC), una enfermedad popularmente conocida en Brasil como amarelinho. Las dramáticas imágenes de la Xylella en acción, obstruyendo los canales conductores de la savia en las entrañas de la planta, aparecieron publicadas en el famoso artículo a cargo de la red de científicos paulistas que secuenció el genoma del patógeno en la revista Nature, en 2000. Tuve mucha suerte y la imagen tuvo bastante difusión, afirma Kitajima. Con todo, ése no es su único trabajo de peso. Sus otros logros relevantes se refieren en general a virus que causan daños a los naranjos, como el de la leprosis y el de la tristeza de los cítricos. Pese a ese reconocimiento a su labor, el experto en virología vegetal dice que los morfologistas de la ciencia, como es su caso, están en declinación. En mi área, la microscopía electrónica, soy prácticamente un dinosaurio, una raza en extinción, se queja, sin por ello perder el buen humor. A continuación, lea los principales párrafos de la entrevista que Kitajima le concedió a Pesquisa FAPESP:

En biología, cuando un virus u otro patógeno cualquiera es vistoso y alguien logra registrarlo bien, esa imagen también vale mil palabras, ¿o eso es tan sólo un decir?
En cierta forma eso es cierto. Yo soy sospechoso para hablar de eso, pues mi trabajo se basa en imágenes. No tengo ninguna pretensión de ser un Sebastião Salgado, pero la verdad es que yo a él lo admiro. Él busca poner algo de estética y dramatismo en las imágenes. Siempre que me es posible, intento hacerlo también. Por supuesto que a mi manera. No tengo obviamente su sensibilidad y su feeling, pero busco siempre lograr una imagen un poco más linda, como aquella de la Xylella fastidiosa. Tuve mucha suerte y esa imagen tuvo bastante difusión.

¿No le parece que a veces la biología actual no le asigna el debido reconocimiento a las imágenes?
A decir verdad, está desapareciendo el morfólogo en la ciencia. Antiguamente, cuando esta parte morfológica estaba más en boga, yo abría una revista [científica] y reconocía por el tipo de imagen quién era el autor. El desprecio por la visión morfológica redunda en esas ilustraciones mediocres que aparecen en las publicaciones. Con una buena experiencia, es posible en mi área distinguir en medio a las organelas celulares, en una sección de una célula infectada, las presuntas partículas de los virus, o células bacterianas, o fúngicas. Pero claro, entre el serlo y el parecerlo hay un abismo. Con todo, en estos casos, podemos recurrir a las técnicas más sofisticadas para estar seguros de la detección. En la microscopía electrónica, soy prácticamente un dinosaurio, una raza en extinción. Hoy en día el alumno de grado solamente quiere hacer biología molecular y se olvida de los fundamentos. Es cierto que la biología molecular y la biotecnología brindan inestimables servicios a la humanidad. No obstante, suelo decir que, si yo le diera un pedacito de ácido nucleico, un alumno puede hacer maravillas, pero no sabe nada acerca del organismo que generó ese ADN o ARN. Es decir, les falta a los alumnos una visión más holística. Nunca trabajé con técnicas moleculares, pero tengo la convicción de que, si fuera necesario, yo lo haría un día. La biología molecular consiste en general en una serie de recetas. Teniendo los reactivos, la cosa funciona. Hasta un buen alumno de graduación arma las secuencias. Me preocupa que haya gente que únicamente aprende la rutina. Gente que no aprenden a pensar en el porqué de sus actos, ni a crear. Afortunadamente, está habiendo ahora una confluencia de técnicas moleculares y morfológicas, de manera tal que se ha vuelto posible visualizar moléculas en acción en el interior de las células.

¿Cómo surgió la oportunidad de trabajar en el proyecto de la Xylella?
Si bien yo ya había trabajado en la década de 1970 con una Xylella que ataca a los ciruelos, en el marco de una colaboración con un grupo argentino, nunca había trabajado con la de la CVC. Pero terminé metiéndome en ese trabajo debido a uno de mis hijos [João Paulo Kitajima, que a la época cursaba bioinformática en la Unicamp, y actualmente trabaja en la empresa de biotecnología Alellyx]. Él estaba armando el sitio del proyecto y dijo: ah, mi papá seguro que consigue una buena imagen de la Xylella. Yo le mandé algunas, y a él le gustó la que ilustró el sitio del proyecto y que luego salió en Nature, y el resto es la historia ya conocida. Realmente la imagen salió muy linda, dramática. Ésa es la razón por cual me involucré tanto. Pero fue algo lateral en mi trabajo.

¿Usted sabe cuántas imágenes de patógenos de plantas ha tomado vía microscopía electrónica?
Es difícil estimarlo. Han sido seguramente miles, pero nunca fui lo suficientemente organizado como para mantener una cartera decente. Asimismo, como trabajé en instituciones diferentes, acá y en el exterior, gran parte de los negativos quedó en el archivo de esos lugares. En la actualidad, con la digitalización, la tarea se ha vuelto más sencilla. Muchas de aquéllas que podemos considerar como las mejores se encuentran en los artículos científicos que he publicado. Yo diría que algunas de mis pequeñas glorias tienen que ver con la vista de algunas de las reproducidas en las portadas de las revistas científicas.

¿Por qué usted se interesó en virología de plantas, y más específicamente por microscopía electrónica?
Me contrataron en el IAC en 1959 para hacer microscopía electrónica en virus de plantas. ¿Por qué el microscopio electrónico es importante para la virología? Pues porque, a diferencia de los hongos y bacterias, los virus no pueden verse en el microscopio común. A veces, vemos un agregado de virus en el microscopio común, pero no logramos visualizar cada virus por separado. La virología siempre fue el pozo de ignorancia. Cuando no se lograba aislar al agente que causaba una enfermedad en una planta o en animales, el chivo expiatorio eran los virus. A muchas enfermedades cuyas causas hoy en día sabemos que son bacterias, fitoplasmas o espiroplasmas [bacterias sin pared celular] o por viroides [patógenos menores que los virus, compuestos de fragmentos de ARN] se las catalogó como de origen viral. Paulatinamente el hombre fue aclarando esos malentendidos. Salvo raras excepciones, las virosis de plantas no destruyen extensivamente a los cultivos, pero sí pueden causar pequeñas pero consistentes pérdidas, que terminan siendo ignoradas. Allí radica la razón de que los productores y los legos desconozcan la relevancia de la virología vegetal.

¿Podría mencionar un caso relevante de pérdidas o costos extras ocasionados por virus en la agricultura?
La leprosis de los cítricos, por ejemplo, es una de las enfermedades más importantes que atacan a estos frutales. En el estado de São Paulo no ha causado mayores daños mayores a los naranjales, pero eso se debe a las inversiones del orden de los 80 millones de dólares anuales en acaricidas, para controlar al ácaro Brevipalpus phoenicis, el vector que transmite el virus de la enfermedad a la planta. Al controlar al ácaro, se controla la enfermedad. Si el citricultor así no lo hace, sus costos y los de la sociedad serán mucho mayores. Por cierto, mi Proyecto Temático en la FAPESP se basa en el grupo de virus al cual pertenece la leprosis.

¿La resolución de un microscopio electrónico actual es mucho mayor que los de la época cuando usted empezó sus trabajos, hace más de 40 años?
De allí adelante, en términos de resolución, la cosa no ha cambiado tanto. Lo que cambió fue la facilidad para operar. En los aparatos antiguos, los ajustes se hacían manualmente. En los actuales, es todo electrónico e informatizado. Los microscopios más antiguos eran proyectados para norteamericanos grandotes, de brazos largos. Yo soy bajito y sufrí mucho para operar esos equipos. Con  todo, de tanto insistir, aprendí a sobrellevar las dificultades. Al comienzo de mi carrera, allá en 1961, recibimos el primer microscopio electrónico empleado en la investigación agronómica en el IAC. Como no teníamos muchos recursos, la mayoría de las veces yo mismo le hacía el mantenimiento al instrumento. Aprendí con el técnico de la empresa a armarlo y desarmarlo. La parte electrónica era mucho más sencilla, pues se usaban todavía válvulas. Era fácil saber cuándo había un problema. Era sencillamente hallar la válvula quemada y cambiarla. La complejidad de los aparatos actuales requiere conocimientos de electrónica. Por eso ya no me atrevo más a intentar repararlos.

¿Cuáles son sus trabajos más importantes en el área de microscopía electrónica?
Mi primera realización relevante fue en 1963 ó 1964, cuando fuimos pioneros al visualizar el virus de la tristeza de los cítricos y publicar un artículo sobre el patógeno. Es decir, es incluso posible que alguien haya visto el virus antes que nosotros, pero fuimos los primeros que asociamos las partículas largas presentes en los extractos de plantas enfermas al patógeno. Fue mi único artículo en Nature, es cierto; fue una nota chiquita. La tristeza casi exterminó a la citricultura del estado de São Paulo en la década de 1940, hasta que se descubrió que bastaba con reemplazar el portainjerto del naranjo por tipos tolerantes al virus. Posteriormente, se tuvo éxito con un programa de vacunación usando formas benignas del virus para evitar la infección de las formas severas, con lo cual se mantuvo a los naranjales sin problemas de tristeza. Por cierto, en esa historia de ?preinmunización?, el doctor Álvaro Santos Costa [uno de los padres de la virología de plantas en Latinoamérica y un eminente investigador del IAC, fallecido en 1998] desempeñó un importante papel. Santos Costa descubrió que, si inoculásemos en los naranjos una cepa débil del virus de la tristeza, la raza fuerte, que provocaba el problema, no infectaría a la planta. Es como si estuviéramos resfriados en vez engripados, pues el resfrío impide que el virus de la gripe se multiplique. Santos Costa fue mi padre intelectual. Le debo a él, a su competencia, su carácter y su nivel de exigencia toda mi carrera científica y profesional. Querría también mencionar a otros científicos que tuvieron influjo en mi carrera, como Adolpho Brunner Jr., quien con su enorme paciencia y capacidad me inició en la microscopía electrónica en el Instituto Butantan, y Wladimir Lobato Paraense, de la UnB, un guía moral e intelectual.

Usted ha hecho tres posdoctorados en el exterior. Me imagino que también deben haber redundado en trabajos interesantes.
Estuve en la Universidad de Chicago entre 1968 y 1969. Si bien debo decir que la institución era fantástica, no nos gustó mucho la ciudad. Pasamos un año complicado. Mis trabajos se centraban en la citoquímica, en el Instituto de Biología Celular, bajo la dirección de Hewson Swift, donde nada había sobre fitopatología o virus de plantas. Pero, por suerte, a dos horas de allí, en Urbana, en la Universidad de Illinois, había un excelente grupo de virología vegetal, dirigido por Lindsay Black. Me fui allá y entablé amistad con Dick Peters, un virólogo holandés que también hacia su posdoctorado. Peters trabajaba con un rabdovirus: el SYVV, pero no estaba logrando obtener buenas imágenes de su material. Un cierto día, me pidió que examinara el material en el microscopio electrónico de Chicago, y allí entró en juego la ley de anti-Murphy. Saqué una de las mejores fotografías de mi vida. Los resultados salieron publicados en la revista Virology, en un artículo del cual fui coautor. Desde entonces, esas imágenes han salido reproducidas en diversas ocasiones.

¿Qué era exactamente ese virus?
Se trata de un virus sin importancia económica, que infectando a un cierto tipo de cardo [serralha], una maleza, pero sí es de interés académico. Al igual que otros rabdovirus, el SYVV tiene una estructura peculiar, elegante, y fue uno de los primeros que se purificaron partiendo de tejido vegetal. Como consecuencia de este trabajo, Dick y yo nos hicimos amigos, y seguimos cooperando mutuamente. Él se convirtió en un experto en un grupo de virus de las plantas conocido como tospovirus, que provoca una enfermedad conocida como vira-cabeça en el tomate, el pimiento, el tabaco y la lechuga. Hice incluso un posdoctorado con su grupo de la Universidad de Wageningen, en 1989 y 1990. Fue probablemente la fase científica más productiva de mi carrera, pues fui autor o coautor de 12 artículos en nueve meses.

¿Qué otros estudios suyos mencionaría?
En 1972, con ayuda de la microscopía electrónica, vimos en tejido de naranjos partículas parecidas a las del virus de la leprosis de los cítricos. Publicamos un artículo sobre eso y ayudamos a reforzar la teoría de que era realmente un virus el que causaba esa enfermedad. En efecto, ése fue un trabajo importante, pues durante mucho tiempo se pensó que la leprosis era ocasionada por un hongo y, posteriormente, por una toxina de un ácaro. El primero que tuvo evidencia de que la leprosis era ocasionada efectivamente por un virus fue un norteamericano, mediante ensayos de injertos, y nuestro trabajo ayudó a confirmar esa teoría.

¿Cuáles son los desafíos para Brasil en el área de fitosanidad?
Por supuesto que son varios: formar equipos competentes y preparados para resolver los problemas existentes y para afrontar futuros retos. Existe una necesidad de contar con técnicos en todos los frentes, desde la investigación básica, o algunas investigaciones de frontera, hasta el personal de campo. Tenemos un contingente razonable de investigadores, pero hay áreas deficientes. Las instituciones de investigación como Embrapa y similares a nivel estadual han brindado aportes importantes, en cooperación con universidades, en especial con las oficiales, pero podrían haber sido más eficientes. Se siente la falta de una planificación estratégica, un grupo pensante que pueda ayudar a establecer las acciones del ministerio y de las secretarías estaduales de Agricultura, de las agencias de fomento, de las asociaciones de productores y de las instituciones de investigación. Otro punto importante es contribuir no solamente a mejorar la productividad, sino también a hacerlo sin agredir al medio ambiente. Debemos luchar contra la deforestación indiscriminada y el abuso de los agrotóxicos. El desarrollo de tecnologías de control biológico destinadas a satisfacer nuestras necesidades, ése me parece que es un excelente camino. De órganos como el Ibama se espera un mayor rigor, pero también tino. Los obstáculos que interpone esa agencia, en el caso de la fiebre maculosa, por ejemplo, debido a la existencia en el campus de la Esalq de carpinchos con garrapatas que transmiten la enfermedad, están retrasando la toma de medidas obvias de control, como el manejo de esos roedores. Esta postura pone en riesgo a toda la comunidad del campus y de la ciudad.

Y hablando específicamente de fitopatógenos, ¿existen virus, bacterias u hongos emergentes que pueden representar grandes amenazas a los cultivos agrícolas?
Hay una enfermedad del cocotero: el amarillamiento letal, causado por un fitoplasma, que está ocasionando serios problemas en el Caribe, en América Central, y que puede llegar hasta nosotros. En los bananos de Brasil, existe ahora el peligro de que el hongo Mycosphaerella fijiensis, que provoca la sigatoka negra. La roya asiática ha venido ocasionando daños al cultivo de la soja, y su presencia en los sembradíos elevará el costo de producción. Su control es fácil, pero caro. Hay otros ejemplos. Los ciruelos se las verán con una virosis cuyo nombre en inglés plum pox, que ya llegó a Chile y a Argentina, procedente de Europa, y probablemente llegará acá. Existe una nueva enfermedad, de probable etiología viral, que ataca al melón en Río Grande do Norte: el amarelão. Las plantas atacadas producen frutos impropios para la exportación. Recientemente detectó en nuestras plantaciones de cítricos el greening, una enfermedad causada por una bacteria. Potencialmente, ésta puede provocar enormes pérdidas en nuestra industria citrícola. Las virosis del tomatero, transmitidas por la mosca blanca, los llamados begomovirus, también generan preocupación.

Es cierto que la globalización ha achicado la distancia entre la gente, ¿pero no favorece también la diseminación de nuevas enfermedades en los cultivos agrícolas de todos los rincones del mundo?
Sí, seguro. Muchas de las enfermedades hoy en día existentes llegan junto con los propios productores que viajan al exterior, y traen escondidas en su equipaje semillas o materiales vegetativos, muchas veces con patógenos. Aunque existe una legislación y una cierta fiscalización, rara vez la vigilancia es rigorosa en Brasil. Incluso en Estados Unidos, con todo ese recelo por el bioterrorismo, nunca me revisaron. Además, debido al enorme número de viajeros, es prácticamente imposible hacer una fiscalización individualizada. Incluso en materiales fiscalizados las deficiencias de las métodos de detección y la falta crónica de personal y recursos ofrecen enormes brechas para la entrada de plagas y patógenos en nuestro territorio. Súmese a esto la voracidad y la tradicional ley de Gerson, y así tendremos todos los ingredientes para la importación de problemas.

¿Qué enfermedad ingresó en Brasil así, por ejemplo?
El chancro cítrico, en la década de 1960, fue traído desde Oriente en material introducido ilegalmente. Entre las orquídeas, existe una enfermedad causada por el virus del orchid fleck, que se ha propagado por todo el mundo. Y es fácil entender por que eso ha sucedido: los coleccionadores y comerciantes mantienen un intenso intercambio de material vivo, legal o ilegalmente, y terminan por diseminar el virus y el vector. Pero, por suerte, es un patógeno sin demasiada importancia. Sus daños son cosméticos, pues provoca manchas en el follaje de las plantas. Pero sirve bien para ilustrar de qué manera los patógenos y las plagas pueden rápidamente diseminar en cualquier parte del  mundo en los días actuales.

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