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Elson Longo

Elson Longo: La química de las cooperaciones

Investigador de materiales cerámicos es uno de los pioneros en Brasil en proyectos cooperativos entre universidad y empresas

Elson LongoLÉO RAMOSComo experto en materiales cerámicos, un área que abarca desde la arcilla para elaborar vajilla y piezas artesanales, pasa por los revestimientos de hornos de la industria siderúrgica y llega a pisos, azulejos, sensores y semiconductores, Elson Longo posee, ante todo, una amplia visión anticipatoria y capacidad de gestión de proyectos de colaboración entre el mundo académico y el de la iniciativa privada. Con su idoneidad para detectar las necesidades de esos dos mundos, cuenta con una trayectoria ecléctica ‒y en muchas ocasiones pionera‒ en el país, fundamentalmente en lo que hace a proyectos que acercan el conocimiento científico y tecnológico a las grandes empresas, como en los casos de Companhia Siderúrgica Nacional (CSN), White Martins y Faber Castell, entre otras, además de grupos de pequeñas y medianas industrias en polos cerámicos de ciudades paulistas, tales como Porto Ferreira, Santa Gertrudes y Pedreira.

La contrapartida, según Longo, radica en lo aprendido para mantenerse actualizado en cuanto a la práctica industrial, lo cual revierte dentro del salón de clases, así como también sirve para conectar a alumnos de grado, maestría, doctorado y posdoctorado con las empresas, para que conozcan la vivencia empresarial. En la actualidad, es el investigador responsable del Centro para el Desarrollo de Materiales Funcionales, uno de los Centros de Investigación, Innovación y Difusión (Cepid) de la FAPESP, y coordinador del Instituto Nacional de Ciencias y Tecnología de Materiales en Nanotecnología, patrocinado por el Consejo Nacional de Desarrollo Científico y Tecnológico (CNPq) y por la FAPESP. A los 73 años, es profesor emérito de la Universidad Federal de São Carlos (UFSCar) y docente de posgrado de la Universidade Estadual Paulista (Unesp).

Edad:
73 años
Especialidad:
Materiales cerámicos
Estudios:
Instituto de Química de la Unesp (título de grado), Instituto de Química de la USP (maestría y doctorado)
Instituiciones:
Unesp y UFSCar
Producción científica:
915 artículos científicos con más de 15 mil citas, dirigió a 59 maestrandos y 70 doctorandos, y posee 38 patentes

Elson Longo posee una trayectoria personal muy poco común. En 1966, con 24 años, ingresó a la carrera de química de la Facultad de Filosofía, Ciencias y Letras de Araraquara, el actual Instituto de Química (IQ) de la Unesp. Anteriormente, siendo un paulistano del barrio del Pari, había trabajado, desde los 12 años, en una orfebrería. Después, siguiendo a su padre, un militar de caballería de la antigua Fuerza Pública, vivió en la ciudad de Presidente Prudente, en el oeste paulista, donde a los 13 años comenzó a trabajar como telefonista en Radio Prudente, donde enseguida se convirtió en reportero y llegó a ser uno de los periodistas más requeridos de la ciudad, hasta tornarse secretario de redacción del periódico O Imparcial. Como militante político del antiguo Partido Socialista Brasileño (PSB), su carrera periodística y política partidaria se vio interrumpida por el golpe militar de 1964, cuando tenía 23 años. Por consejo de su padre, regresó a São Paulo, trabajó como vendedor de bananas en el Mercado Municipal de São Paulo y pronto consiguió trabajo dando clases de ciencias y matemática en una escuela de enseñanza media estadual. En la capital paulista también se reencontró con un amigo que tenía en Presidente Prudente, José Arana Varela, junto a quien había formado, en compañía de otros alumnos del curso científico (la antigua enseñanza media), un club de química en aquella ciudad. Con Varela, quien actualmente es docente del IQ-Unesp y director presidente de la FAPESP, Longo estableció una firme colaboración académica.

Más tarde, siendo ambos profesores, Varela en Araraquara y Longo en la UFSCar, montaron, junto con el profesor Luiz Otávio Bulhões, el Laboratorio Interdisciplinario de Electroquímica y Cerámica (Liec), en 1988, con sede en ambas universidades. Y ese mismo laboratorio, con trabajos compartidos, loa llevó a iniciar proyectos en colaboración con empresas, una práctica rara en esa época. Actualmente, el Liec cuenta con 16 docentes, en ambas universidades, y alrededor de 110 alumnos de iniciación a la investigación científica, maestría, doctorado y posdoctorado.

Longo cursó su maestría en la USP e inició su doctorado en el Centre de Mécanique Ondulatoire Appliquée, en Francia, en 1976, y lo finalizó en 1984, en la USP, cuando tenía 43 años. En Francia, compartió el período de estudios con su esposa, la profesora y socióloga Maria Aparecida de Moraes, de la UFSCar, quien se doctoró en sociología. El matrimonio tiene dos hijos, la ingeniera de materiales Valéria Longo, investigadora del Instituto de Física de la USP en São Carlos, quien participa activamente en la elaboración de modelos teóricos en el Liec, y Elson Longo, graduado en física, quien optó por ser profesor de tenis y es asesor de la Federación Internacional de Tenis (ITF). En una tarde de enero, Longo concedió esta entrevista en la sede del Liec en la UFSCar.

Usted fue uno de los pioneros en proyectos de cooperación entre universidades y empresas. ¿Cómo ve hoy esa asociación?
Mejoró en un 100%. Cuando comenzamos, el profesor José Arana Varela y yo, en la CSN, la gente tomaba al investigador que estaba en la universidad e interactuaba con la industria como alguien que estaba traicionando a la universidad. El que hacía eso no estaba bien visto. La ciencia tenía que ser pura.

¿Esas críticas partían de la universidad?
Principalmente desde el interior de la universidad. No nos veían como investigadores científicos. Al cabo de los años, esa idea cambió. Hoy en día, tanto el Estado como los grandes patrocinadores perciben de una forma completamente diferente la interacción con la industria, porque saben que eso puede generar riquezas para el país y también porque resulta muy difícil transformar conocimiento en recursos. Es necesario un aprendizaje que en la universidad no existe, es una deficiencia.

¿No se sabe cómo funciona una empresa?
No se sabe cómo interactuar con el empresario. Porque éste, obviamente, está elaborando un producto y, como estamos en un sistema capitalista, tomará ese producto, lo venderá y ganará dinero. Es lineal. Su lenguaje, desde el principio, es el siguiente: “Si modificara mi producto o si produjera un producto completamente novedoso, ¿cuánto voy a ganar con ello?”. El empresario busca ganancia, no pretende jugar a los dados con probabilidades. Quiere que la probabilidad sea alta a su favor. No creo que sea algo equivocado. La industria nacional, o la mayor parte, por lo menos, exceptuando las pequeñas, ha logrado llegar adonde está con mucho esfuerzo. Lo más difícil es conversar. Para aprender eso, normalmente se necesitan años y hay que ser sinceros. A veces, un empresario comenta que vio un producto en el exterior y quiere fabricarlo aquí. Elabora un determinado producto, pero deseaba fabricar un otro. Entonces debe adquirir nuevos equipamientos, hacer grandes inversiones. Le decimos: se puede hacer de la manera que usted quiere, pero tendrá que gastar tanto. “Entonces no me sirve”, responde. Esa sinceridad desde el comienzo genera confianza del empresario en el laboratorio y colabora para que el trabajo de los investigadores sea exitoso. Previamente, analizamos si el proyecto es factible o no.

Ya no corre ese comentario: “los tiempos de la universidad son diferentes a los tiempos de las empresas”.
Eso es algo que no ha cambiado mucho. Los empresarios siempre preguntan: ¿para cuándo? Hay que aclararles que tenemos proyectos a corto plazo, que no son innovadores, donde investigamos para mejorar un producto. Una innovación es un proceso bastante más complejo. En la mayoría de los casos implica equipamientos nuevos y una adaptación de los empleados a los nuevos productos. Resulta fundamental conocer el tipo de trabajo que desea hacer el empresario, analizarlo bastante y dejar en claro que la universidad no es una fundación que regala el conocimiento, hay que pagar por ese crecimiento.

¿Qué ganan la universidad, los alumnos y docentes con esas colaboraciones?
Ganan bastante. Es muy sencillo, porque para un alumno que está estudiando una carrera es beneficioso tener contacto con la industria. Normalmente, él va a convertirse en profesor de enseñanza media o se quedará en la universidad, haciendo maestría y doctorado, o trabajará en la industria. Sabe que está la posibilidad de la industria, pero la gente no es aventurera, le gusta tener los pies sobre la tierra. Ahora bien, si existe un contacto previo con la industria, puede ver que no es algo tan complicado. Ya la ha visto vio, elaboró un proyecto, participó, conoció la industria y, en muchas ocasiones, a la industria le gusta el modo de ser de la persona, valora su conocimiento y lo contrata como empleado. Y lo que hacemos en la universidad es transferir el 100% del conocimiento. No queremos quedar atados a la industria, porque esto no es un departamento, un apéndice de la industria. Es un centro educativo.

¿Qué tipo de conocimiento generado transfieren ustedes? ¿Patentes también?
Les transferimos todo. Hay un amplio debate sobre esto, porque la universidad desea recibir una parte, y al final, a causa de esos detalles, ocurre que no sumamos más colaboradores en la industria, y terminan siendo pocos. Hay investigadores que no consiguen colaboradores, porque empiezan a hablar de las patentes desde el primer día, con toda la burocracia que implica.

Al empresario no le atrae eso.
No le gusta porque es un capitalista y por lo tanto quiere ganar. Hay que entender eso. Es algo propio del ser humano: si puede aprovechar algo, lo hace. Nosotros también sacamos provecho mediante el conocimiento de la industria que logran los alumnos: estudiando el modo de perfeccionar un determinado sector, por ejemplo. Hay un intercambio. La universidad gana porque puede brindar una mejor capacitación al alumno y al docente, que interactúa con esa empresa, y cuando da sus clases, no lo hace solamente amparado en los libros, sino que puede plantear cómo funciona realmente el sector industrial.

Tiempo atrás, se decía que una patente otorgaría un mayor prestigio académico.
Coincido, yo tengo 38 patentes. ¿Qué es lo que ocurre? En la industria siderúrgica, por ejemplo, nosotros modificamos frecuentemente el proceso del acero, y eso significó millones para la industria. Con CSN, por ejemplo, elaboré 47 ó 48 procesos, todos funcionales. Implementamos más de 30. Implementarlos significa que funcionan. En la práctica, nuestro laboratorio modificó la concepción de los refractarios que se utilizan en la fabricación del acero.

¿En qué año?
La primera vez que estuvimos en Volta Redonda (conocida como la “ciudad del acero”, sede de CSN, en el estado de Río de Janeiro) fue en 1982. Había muchos accidentes de trabajo e inconvenientes técnicos. Fuimos con Varela. Nos pagaban alojamiento y comida, y el viaje corrió por nuestra cuenta. Entonces fue a pérdida. Resolvimos un problema para el cual los técnicos japoneses querían cambiar los dos quemadores de cerámica. Ellos decían que había un problema de choque térmico. Lo analizamos y nos percatamos de que el aire ingresaba con una determinada cantidad de nanopartículas de óxido de hierro, reaccionaba con el silicio, del que estaba compuesto el refractario, formando silicato de hierro, y por eso el quemador derramaba líquido, debido a la fusión de esa sal. El dispositivo sufría una corrosión enorme. Entonces le adosamos un filtro de aire y se acabó el problema. ¿Por qué no pudo resolverlo un equipo que vino de Japón? Eran técnicos avezados, pero desacostumbrados a pensar como lo hace un investigador. Nosotros planteamos: ¿por qué se está derramando el líquido? Tomamos una muestra, la analizamos y vimos que era silicato de hierro, que el óxido de hierro estaba reaccionando con la sílice y destruía el refractario. Si pudiéramos filtrarlo, el problema se resolvería. El presidente me preguntó si yo sabía cuánto costaba un filtro. Le respondí que no y él me dijo: 1 millón de dólares. Le dijimos que si quería resolver el problema debía poner el filtro. A él le agradó nuestra seguridad y mandó a comprar el aparato.

¿Por cuántos años se prorrogó la colaboración?
Aún continúa. Ahora estamos haciendo proyectos ecológicos, reutilizando alrededor del 80% de los desechos de la central siderúrgica. Tenemos un equipo de investigadores que les brinda asesoría, encabezado por el profesor Fernando Vernilli Junior [Escuela de Ingeniería de Lorena en la USP].

¿Eso tiene algún costo para la universidad?
Así es. Nosotros elaboramos un proyecto, CSN lo instaura en una fundación ligada a la universidad y ese dinero sirve para pagarles a los alumnos, los viajes, la compra de instrumental para el laboratorio, el mantenimiento de los aparatos. En nuestro laboratorio hay varios técnicos y secretarias pagados con esos proyectos.

¿La universidad no tendría manera de pagarle a ese personal y  los equipamientos con recursos propios?
La universidad es un sistema complejo. Contamos con técnicos de la universidad que perciben un pago de la fundación como incentivo. Pienso que no está bien que en la universidad todos ganen el mismo sueldo. Aquél que más trabaja, debería ganar más; quien trabaja menos, cobrar menos. Estoy en contra de esa práctica que democratiza la incompetencia.

¿Cómo se hace para medir el trabajo?
Es simple. Se toma una hoja de papel y se pregunta: ¿cuántos artículos publicó durante el año? ¿A cuántos alumnos de maestría y doctorado ha dirigido? ¿Con quién interactuó en términos de empresas? ¿Qué resultado obtuvo? Todo eso cabe en una hoja de papel. La gran mayoría de los investigadores brasileños son personas serias. No obstante, hay algunos que son poco productivos.

¿Con cuáles otras empresas colaboraron?
Nuestra empresa número 1 fue CSN. También está 3M, a la que en Brasil, en conjunto con el profesor Edson Leite [de la UFSCar], le ayudamos a construir una fábrica de varistores [un semiconductor cerámico que funciona como sensor y es capaz de proteger la red de transmisión de energía contra los rayos], que cuando estaba funcionando, sus directivos la trasladaron al exterior. Otra empresa, White Martins, quería producir vidrios mejores y sin defectos en una atmósfera de oxígeno. ¿Cuál fue la solución? Hubo que crear un nuevo tipo de refractario para viabilizar esa tecnología, que produce vidrios sin defectos. Ésa es una tecnología que actualmente poseen todas las fábricas de vidrio.

Longo: “Hay bastantes cosas en la literatura científica y nos alegramos cuando podemos sumarle algo nuevo”

LÉO RAMOSLongo: “Hay bastantes cosas en la literatura científica y nos alegramos cuando podemos sumarle algo nuevo”LÉO RAMOS

¿White Martins lo transfiere a las fábricas de vidrio?
Es lógico, porque ellos venden el oxígeno. Del mismo modo, notamos que las piezas de revestimiento cerámico tenían entre un 12% y un 13% de pérdidas por defectos. ¿Qué hicimos? Junto con el profesor Carlos Paskocimas [de la Universidad Federal de Rio Grande do Norte], agregamos oxígeno en los hornos, con lo cual se obtuvieron revestimientos mucho mejores. Esa tecnología que nosotros desarrollamos, hoy en día está en todo el mundo. Otra empresa, Faber Castell, tenía este problema: los japoneses y los coreanos estaban elaborando grafito de mejor calidad. Intentaron adquirir la tecnología y no lo lograron. Acudieron a nuestro laboratorio, y con el profesor Fenelon Pontes [de la Unesp] diseñamos un sistema mejor para la fabricación del grafito, y ahora ellos pueden competir y, dicho sea de paso, con precios menores, porque nosotros desarrollamos una tecnología de bajo costo y mejor desempeño. Por eso es importante invertir en la universidad y mantenerla como colaboradora real.

¿La investigación básica es subyacente a todas esas tecnologías?
Aquel ejemplo que comentaba en la CSN lo explica. Había una planta de 20 pisos llena de oxígeno. La reacción será obvia, óxido de hierro sumado al óxido de silicio formará silicato de hierro. Eso un estudiante lo aprende en primer año. Eso es lo que le brinda la universidad a la gente. Les enseña a pensar, porque un técnico lo que aprende es la técnica para realizar algo. Un docente no es lo mismo que un buen técnico. Ahora, los resultados que obtiene un investigador, con matices, sólo él puede transformarlos en conocimiento. ¿Qué es el conocimiento? Es aquello que es distinto a todo lo que está disponible, a todo lo que está en la literatura. Hay muchas cosas en la literatura y nos gratifica poder aportarle algo nuevo, lo que no es fácil.

Usted me comentó que construyó un edificio aquí en la UFSCar…
En conjunto con CBMM [Companhia Brasileira de Metalurgia e Mineração], que es éste donde estamos sentados.

¿Cómo hizo para construir un edificio dentro de la universidad?
La gente de CBMM nos propuso una colaboración para trabajar con niobio. Brasil es uno de los mayores productores del mundo, si no el mayor. Y el producto donde más se lo utiliza es el acero microaleado al niobio, que es un acero especial. El acero especial cuesta 20 veces más que el común y posee propiedades mecánicas excepcionales. Ellos vinieron a conversar y nosotros realizamos un trueque. Realizaríamos la investigación y ellos nos construirían un edificio. Se trata del primer edificio construido dentro de una universidad por una empresa. Eso fue en 1987. Junto conmigo, participaron José Arana Varela y Luiz Bulhões [ahora jubilado, que está en la Universidad Federal de Santa Maria, en Rio Grande do Sul].

¿Ustedes fueron muy cuestionados en ese entonces?
Totalmente. Decían que la industria estaba queriendo aprovecharse de la universidad, que la construcción del edificio significaba que la industria se apropiaba de lo que era del pueblo. El pueblo es el que nos paga y tenemos que brindarle un retorno a la población brasileña. La generación de riqueza es el mejor retorno. La capacitación de recursos humanos es fundamental, es la parte principal de la universidad. Pero la universidad puede hacer más, puede poseer firmas spin off, como por ejemplo, las seis que surgieron desde nuestro laboratorio y se transformaron en empresas, como en el caso de Nanox, de nanotecnología.

¿Qué tipo de ayuda les brindaron ustedes?
Nosotros contribuimos con la parte de los sensores, con pigmentos cerámicos, empleando niobio, que cambia de color, y también poniendo niobio para la estabilización del circonio. Ahora ellos ya no lo usan, pero fue una tecnología que nosotros desarrollamos aquí en el laboratorio. Ellos quedaron contentos, tanto que ni siquiera lo discutieron, lo enviaron a planta y nosotros tuvimos quien nos construyera el edificio. Comenzaron un viernes, y para el lunes o el martes, cuando vino el ingeniero de la universidad, los muros ya tenían un metro de altura. Ya estaba cercado. Es patrimonio de la universidad. Al principio, ellos protestaron por tener que enviar empleados para la limpieza. Los cuatro primeros años no tuvimos personal de limpieza, porque se consideraba que no era un espacio de la universidad. A veces, se paga un precio por innovar, por tener nuevas ideas.

¿Qué se siente ver ahora el impulso que ustedes le dieron al aumento de las colaboraciones?
Ahora, vemos que la semilla que plantamos dio sus frutos. Incluso hay una gran mayoría de investigadores que dicen que no va a interactuar con la industria, pero que creen que la interacción es importante, que eso es lo que afianza nuevas tecnologías, en beneficio de Brasil. Pero también están quienes se oponen a esa idea. Hay consenso a nivel nacional de que es importante el desarrollo de nuevas tecnologías, y que ése es el camino para que salgamos de esta situación de dependencia económica. La universidad no es un gueto, una cúpula de vidrio con seres iluminados. No sólo es necesario entender las leyes de la naturaleza, sino también contribuir a la transformación social del mundo.

¿Cuándo comenzó a trabajar con nanotecnología?
En cada época el investigador tiene que surfear en algún conocimiento. ¿Qué significa eso? Hay que analizarlo fríamente cuando surgen los modismos científicos. Eso ya lo hacíamos. Cuando aumentamos la durabilidad del crisol [un recipiente cerámico que soporta altas temperaturas] del alto horno, junto a Sidney Nascimento Silva, de CSN, le adosamos partículas de óxido de titanio que reaccionaban con el óxido de calcio formando titanato de calcio, que es mucho más refractario que el propio crisol, que es de carbono, y así se logra detener la corrosión del dispositivo. De esa forma, aumentamos su vida útil. Nosotros le adosamos nanopartículas al crisol. ¿Uno sabía lo que era nano? Esa palabra no se utilizaba, pero era nano. Eso ocurrió en 1991.

Todavía no se hablaba de nanotubos…
Aún no había nanotubos, pero era en esa época. La nanotecnología surgió cuando se pudo observar la estructura de la materia y crear nuevos materiales. Lo nano sólo existe a causa del avance en la microscopía, si no era sólo imaginación. Ahora se puede ver que aquello que imaginábamos es verdadero, porque puede verse la imagen del material e imaginar el tipo de superficie, si es más reactiva que otra y así por delante. La nanotecnología siempre existió, desde los orígenes, antes de los vitrales de la Edad Media. En la Antigüedad, la gente diluía oro y lo suministraba como remedio. Eran partículas nanométricas de oro como medicamento. El hombre lidia con lo nano desde hace mucho tiempo, pero no usaba el término. Todo medicamento es menor que nano, es molecular. El principio activo de la Aspirina es molecular. ¿A quién no le gusta ponerle un limoncito al pescado o a la carne de cerdo? Eso es ácido cítrico. Es molecular. Basta con modificar un poco los términos. El investigador surfea en esa ola del conocimiento, recibe mayor financiación y, de ese modo, perfecciona el laboratorio y las condiciones para investigar.

Están apareciendo muchos productos con nanotecnología…
Estoy de acuerdo, pero lo nano ya existía. Lo que no se hacía era tomar ese conocimiento y aplicarlo, y utilizar todas las propiedades en forma correcta. Eso es lo que se está haciendo, porque el investigador conoce aquello en lo que está trabajando, lo ve. La FAPESP financió la adquisición de un equipamiento que nos permitirá tomar una nanopartícula, rebanarla y analizarla.

¿Una partícula de 10 nanómetros, por ejemplo?
De 5, de 8. Podremos rebanarla y analizarla en un microscopio de transmisión. Podremos comprender aún más de la estructura de la materia. Con esa mayor comprensión se podrían crear nuevos materiales. Vamos a investigar, verificar, percibir si existe algún defecto en la estructura cristalina y cómo influye en sus propiedades. Es como la historia del cofre. Tengo uno de 5 metros de alto y otro de 30 centímetros. Me preguntan cuál elijo. El grande, digo. Había 1.000 reales en el grande y 1 millón en el pequeñito. Cuando se puede ver, sabemos lo que contiene. Si el fulano hubiera podido abrir la tapa de los dos cofres, hubiera elegido el chiquitito, que incluso cabe mejor en cualquier lugar. El mayor problema es el manipuleo, pero están apareciendo muchas soluciones. Hay mucha creatividad en el proceso de manipuleo de las nanopartículas.

¿Hay ejemplos locales?
Por supuesto. En Nanox hemos desarrollado partículas bactericidas, pero no existía una aplicación a gran escala. Ahora se las agregamos a un polímero. Es un material para envolver envases. Lo veo en mi casa. Dejo la ensalada en ese recipiente plástico y al cabo de tres días sigue igual, no ha cambiado nada. Los vegetales y las frutas se conservan por más tiempo. Es una tecnología desarrollada aquí y que se exporta a Estados Unidos.

El Liec también estableció colaboraciones con centros de cerámica en las ciudades de Porto Ferreira, Santa Gertrudes y Pedreira. ¿Cómo le fue?
Se trata de pequeñas empresas en grupos de 15 ó 20. Trabajamos, analizamos costos, y ellos perfeccionaron bastante sus productos. En primer lugar, llegamos a Porto Ferreira y notamos que todas las empresas utilizaban hornos eléctricos. Les dijimos que debían cambiar por hornos de gas, porque la energía eléctrica era cara  e ineficiente. Todos los que cambiaron siguiendo nuestro consejo siguen en carrera. Los que no lo hicieron, porque no contaban con recursos, desaparecieron. Primero fuimos a Porto Ferreira y después a Pedreira, donde se elabora cerámica artística. Ahí les demostramos otra cosa: que en la naturaleza puede encontrarse arcilla excelente y también mala. Y también está la inservible, que posee mucho material orgánico y no sirve para nada. La de mala calidad contiene mucha arena, sílice. ¿Qué les enseñamos? Se necesita realizar un análisis sencillo para determinar cuánto material orgánico contiene el producto, o cuánto sílice. Les enseñamos por el conocimiento que tenemos de la industria, a disponer de un estándar. Cualquiera llegaba ahí y trataba a su industria como si fuese su propia casa. La empresa necesita un procedimiento modelo para no tener pérdidas y obtener un producto de calidad. No es algo complicado, pero la gran mayoría había aprendido a elaborar cerámicas con algún amigo y las ponían al horno, no conocían nada de temperaturas, de colado, porqué a veces el colado salía bien y otras no, detalles técnicos, etc. No interferimos en la creatividad de los artesanos, No vamos a hablar de diseño, pero sí del abecé de la cerámica. Cuando el profesor Fernando Henrique Cardoso era presidente, la profesora Ruth Cardoso [fundadora de Comunidad Solidaria] impulsó nuestra colaboración con los ceramistas de Vale do Jequitinhonha [en el estado de Minas Gerais] y de otras regiones del país. Ésa fue una excelente colaboración que se tradujo en resultados relevantes para los artesanos, porque les transferimos algo de nuestro conocimiento en tecnología cerámica.

¿En Santa Gertrudes, se elaboran pisos y azulejos?
Ahí era otra historia. El que ideó y trabajó con el Liec fue el profesor José Octavio Armani Paschoal, que trabajaba en el Ipen [Instituto de Investigaciones Energéticas y Nucleares]. Fue el primer hombre que sintetizó el circonio, que lo utilizamos bastante aquí en el laboratorio y, en conjunto con el Liec, creó aquello que hoy funciona: estandarizó la industria cerámica, transformando pisos y azulejos en revestimientos de calidad. Y actualmente, Santa Gertrudes es el mayor productor de pisos y revestimientos cerámicos del mundo. Y digo del mundo, porque no se sabe cuánto produce China.

Ahora querría profundizar en su trayectoria como investigador. ¿Por qué demoró tanto para comenzar su carrera y para hacer el doctorado?
Mi origen es muy humilde. Soy paulistano del barrio del Pari. Mi padre era militar. Nuestra familia era numerosa, éramos seis hermanos. Comencé a trabajar pronto; a los 11 años ya aportaba al presupuesto familiar. En cierta ocasión, me crucé con un orfebre, el señor Fortunato, en la calle Silva Teles, y él me ofreció trabajar en su taller. Ahí barría, limpiaba, ordenaba, fundía plata y oro. Entonces trasladaron a mi padre a Presidente Prudente. Él era militar en la antigua Policía Militar, del cuerpo de caballería. Y me fui con él: tenía 12 años. Un día, al pasar por Radio Prudente, el señor Hélio Cirino me preguntó si yo era el hijo del comandante de la policía y si quería atender el teléfono en la radio. Él tenía unos chicos allá que se ocupaban de eso. Entonces, cuando salía de clases iba allá. Hice una prueba, yo sabía escribir, y él me dijo que tenía que anotar los mensajes exactamente como los decía la gente que llamaba. Se los mostró a los periodistas radiales que trabajaban ahí. Yo ya tenía casi 14 años y él me pidió que pasara por el destacamento y después diera las noticias policiales. Entonces, un día, él me dijo que yo sería foca [un novato, un periodista en el comienzo de la carrera]. En ese entonces, lo primero que hacía un novato era cargar el grabador. Era un grabador de cinta, pesado. El reportero iba a hacer la entrevista y yo iba al lado llevando el grabador. Como yo traía las noticias policiales de primera mano, comencé a hacer lo mismo en la alcaldía y en el Concejo Municipal. De un día al otro, era periodista radial, a los 15 años. Luego me fui a trabajar en Radio Record de Presidente Prudente y ahí me pagaban el doble. Pasé a Radio Piratininga y de ahí me llamaron para escribir en el periódico O Imparcial. Aún hoy es el mayor de la región. En ese periódico llegué a ser secretario de redacción, el segundo a cargo del periódico.

¿Eso fue hasta qué año?
Hasta el año del golpe militar, en 1964. En esa época, nosotros formamos un grupo allá y elegimos al concejal más joven del estado de São Paulo. Hacíamos política militante. En el Partido Socialista Brasileño, el PSB. Yo era el secretario del partido.

¿Usted era secretario del partido y también del periódico? ¿No había conflicitos?
Lo era. Estaba mal, porque el dueño del periódico era de la capital y él no sabía lo que uno hacía. Y todas las radios y periódicos tenían gente nuestra militando en política. Ahí, en 1964, se terminó todo. Todo el mundo huyó.

¿No llegaron primero los militares?
No, porque yo tenía la ventaja de que mi padre era militar y me advirtió que iban a capturar a todo el mundo. Me fui a São Paulo, creo que tenía unos 23 años. Trabajé un tiempo en el Mercado Municipal, vendiendo bananas. Pero como ya tenía hecho el científico, homologado en la Cades [la Campaña de Perfeccionamiento y Difusión de la Enseñanza Secundaria], podía dar clases. Entonces fui a dar clases de ciencias y matemática en una escuela pública del barrio Alto do Mandaqui, en la zona norte de São Paulo. Fui docente, seguí estudiando y quería ser químico. El día que estaba rindiendo el examen de ingreso, conocí al profesor Waldemar Saffiotti, quien cambió el rumbo de mi vida. Él apareció en el aula y dijo que no todos íbamos a aprobar el ingreso en la USP, pero que había una carrera nuevo de química en Araraquara. Entonces me fui de São Paulo, me presenté en Araraquara y estudié química en la que por entonces era la Facultad de Filosofía, Ciencias y Letras de Araraquara, que actualmente es la Unesp.

¿Abandonó la política?
No, hice tanta política que fui presidente del Club de Química de Araraquara y concertamos varias reuniones en tiempos del régimen militar, incluso en el congreso estadual, en la USP, donde todo el mundo tenía temor porque decían que iban a detener a todos los estudiantes. Yo pertenecía a la Polop [la Organización Revolucionaria Marxista de Política Obrera, que estaba integrada por miembros del ex PSB].

¿No terminó preso?
No, porque no integraba el directorio del centro de estudiantes: a ellos los capturaron en Ibiúna [la ciudad paulista donde se realizó el congreso de la Unión Nacional de Estudiantes (UNE), en 1968]. También fui presidente del Club de Química de Prudente, el primer laboratorio de química del interior, que construimos con Varela y otros, junto al profesor Elias Nahum Rahal. Nosotros construimos un edificio, un laboratorio, porque considerábamos que sólo se podía aprender química practicándola. Como yo era periodista, tenía buenos contactos, organizábamos reuniones en el cine para recaudar dinero para la construcción del pabellón de dos pisos del Club de Química.

A usted ya le atraía la construcción de edificios desde aquella época…
Era un club de estudios de química para incentivar a otros. Yo era periodista y bueno en química durante la enseñanza media. Varela también participaba y nos conocíamos desde aquella época, en Prudente. Cuando vine a São Paulo, donde él también daba clases, retomamos el contacto.

¿Ya pensaba en ser docente universitario?
Cuando me recibí en química, vine aquí a Sao Carlos a dar clases en el cursillo del Centro de Estudiantes de la USP. Tomé todas las materias de química del cursillo. Comencé el máster con la profesora Ivone Mascarenhas, en la especialidad de cristalografía, en la parte de proteínas, en la USP de São Carlos. Cuando ya estaba determinando la estructura de una proteína, vino un compañero y me dijo que Mascarenhas le había comentado que yo estaba haciendo un buen trabajo y me pidió verlo. Él tenía el pelo largo, la melena tocó el experimento y arruinó el cristal. Obvio que fue un accidente. Yo había tardado seis meses para preparar el material. Entonces decidí cambiar el tema de la investigación. Opté por ser teórico. Estudié mecánica cuántica, hice la maestría con el profesor Carlos Frederico Bunge, que aún hoy sigue siendo uno de los grandes teóricos, y así gané buenos contactos con los expertos teóricos y viajé a Francia, para trabajar en el laboratorio Louis de Broglie, con el profesor Raimund Daudel, en el Centre de Mécanique Ondulatoire Appliquée. Había dos grandes laboratorios de teoría en el mundo, el de París y el de Estocolmo.

¿Viajó a Francia con su esposa, la profesora Maria Aparecida de Moraes, que también estudió allá?
A ella la conocí en las famosas huelgas que hacíamos en Araraquara. Ella era alumna de la carrera de ciencias sociales, y estaba dos años más adelantada que yo. Cuando la conocí, compartíamos las mismas ideas políticas, ella estudiaba sociología, dicho sea de paso, una excelente científica social, investigadora de los temas rurales. Ahí nos acercamos cuando éramos estudiantes y desde entonces estamos juntos. Ella hizo el doctorado en La Sorbona, actual Universidad de París I.

¿Cuándo comenzó la colaboración académica con el profesor Varela? ¿El Liec está aquí en la Unesp y en la UFSCar?
El Liec es uno sólo, São Carlos y Araraquara. Vea nuestro ejemplo. En un análisis objetivo, nuestro centro funciona bien. Nadie que trabaje aquí compite con el otro. Si yo puedo ayudar a cualquiera del centro, lo hago, y es recíproco. Eso no ocurre solamente aquí, en São Paulo. Contamos con investigadores en universidades de 12 estados.

¿Cómo se establecen esas colaboraciones?
Mire usted, hay ocho o diez docentes que fueron alumnos nuestros y están en las universidades. Cada uno posee su laboratorio, pero son nuestros colaboradores de investigación. Nuestra fortaleza radica en eso. Nadie logra hacer buena ciencia si no cuenta con gente trabajando en conjunto, cuestionando y aportando su parte al conocimiento. También mantenemos una buena interacción con el exterior, en Argentina, Colombia, Francia, Portugal, Estados Unidos, Canadá y Japón, por ejemplo. En España, tenemos a nuestro mejor colaborador, el profesor Juan Andres, de la Universidad Jaime I. Ellos realizaron un estudio de las interacciones del grupo y la mayor es con el Liec. Hemos elaborado, en forma conjunta, 90 artículos. Es una cooperación que ya lleva 25 años. La internacionalización forma parte de nuestro trabajo desde hace mucho tiempo, y sólo la considero interacción internacional cuando se publica el primer artículo.

¿Cómo elige a los alumnos para realizar investigación?
Les brindo oportunidades iguales a todos. Para aquél que desea venir y trabaja bien, nosotros le tratamos de conseguir una beca. Uno debe manejarse con mucho cuidado y responsabilidad. Somos un pueblo pobre que requiere resultados para mejorar la sociedad. Ahora bien, si nosotros que somos docentes no nos manejamos con responsabilidad, ¿quién lo va a hacer? El organismo de financiación está invirtiendo, entonces el alumno debe hacer bien su trabajo, tener constancia. Es una enseñanza, una práctica pedagógica orientada a una administración ética de los recursos públicos.

Y Brasil, ¿es relevante en el área de cerámica?
Es uno de los líderes mundiales en cerámica. Pero en el segmento de los semiconductores estamos dando nuestros primeros pasos. Tenemos la cerámica tradicional y en eso somos muy fuertes, pero no así en el sector de los semiconductores, que brinda un mayor retorno a la sociedad, pues se los utiliza en celulares y computadoras.

¿Tenemos posibilidades de incursionar en esa área?
Eso depende de que los gobiernos federal y estadual acuerden invertir y deseen generar las condiciones. De no existir esa voluntad política, no hay manera. Dicen que el nuevo ministro, Aldo Rebelo, no es un científico. Pero él designó como presidente del CNPq al profesor Hernan Chaimovich, y fue una elección excelente. La CSN no era exitosa ¿y nosotros no colaboramos para transformarla en una central modelo a nivel mundial en la producción de acero? El tema es éste: el conocimiento genera riqueza. Hasta ahora, los políticos no piensan eso en relación al país. Pero yo creo que Brasil es viable.

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