Hace exactamente 70 años, el día 13 de agosto de 1943, se creó la Fuerza Expedicionaria Brasileña (FEB). Sus tropas salieron rumbo al combate el día 2 de julio de 1944. Poco antes de que el buque de transporte General Mann zarpase con 5.075 soldados a bordo, Getúlio Vargas se despidió así de la Fuerza: “Soldados de la Fuerza Expedicionaria. Este jefe del gobierno ha venido a traeros una palabra de despedida en nombre de toda la nación. El destino os ha escogido para esta misión histórica de hacer tremolar el pabellón auriverde en los campos de batalla. Con emoción aquí os dejo mis votos de pleno éxito. No os digo adiós, sino ‘hasta pronto’, cuando oiréis la palabra de la patria agradecida”.
Pero al regreso, en 1945, la promesa no se cumplió. “La gestión de la desmovilización de los soldados fue políticamente conservadora, a fin de evitar la participación de los expedicionarios en los conflictos de poder del Estado Novo, con un progresivo olvido social de los expedicionarios. Los veteranos fueron abandonados por las autoridades civiles y militares, la legislación de beneficios fue prácticamente ignorada y hubo una apropiación creciente de dichos beneficios, destinados únicamente a los combatientes, por parte de no expedicionarios”, explica el historiador Francisco César Alves Ferraz, de la Universidad Estadual de Londrina e investigador visitante de la University of Tennessee. Ferraz estudió la reintegración social de los soldados expedicionarios en A guerra que não acabou (de la editorial de la Universidad Estadual de Londrina, 2012) y, más recientemente, en las investigaciones intituladas La preparación de la reintegración social de los combatientes estadounidenses de la Segunda Guerra Mundial (1942-1946) y La reintegración social de los veteranos de la Segunda Guerra Mundial: un estudio comparativo de los ex combatientes de Brasil y de Estados Unidos (1945-1965).
Según el investigador, a diferencia de los ex combatientes de Europa y de Estados Unidos, que hicieron de sus expresiones públicas movimientos sociales organizados (lo que hizo posible la obtención de beneficios y el reconocimiento social), los veteranos brasileños, también debido a su pequeña cantidad, tuvieron escaso éxito en llamar la atención de la sociedad nacional y del aparato estatal hacia sus problemas. Ferraz, quien analizó la diferencia de la reintegración de los ex combatientes norteamericanos y brasileños, recuerda que en 1942 ya se habían solicitado estudios, realizados por diversos órganos del gobierno de EE.UU., las Fuerzas Armadas, comisiones del Congreso y la iniciativa privada. “Uno de los resultados más significativos fue el paquete de leyes llamado G.I. Bill of Rights, que concedía educación técnica y superior gratuitas a los veteranos, transformaba al gobierno federal en garante de préstamos bancarios y otorgaba una asignación por desempleo y asistencia médica gratuita a los que habían permanecido en servicio activo durante la guerra al menos 90 días.
Por eso el Departamento de Guerra estadounidense envió el 6 de abril de 1945 una correspondencia al comandante de las fuerzas del Ejército de EE.UU. en el Atlántico Sur, a las cuales estaban subordinados los brasileños, advirtiéndole acerca la inconveniencia de la desmovilización inmediata de la FEB al momento de su regreso a Brasil. “Toda vez que es la única unidad del Ejército brasileño, enteramente entrenada por EE.UU., se estima que tiene gran valor como núcleo de entrenamiento de otros elementos del Ejército brasileño y como una contribución potencialmente valiosa de Brasil a la defensa hemisférica”, se lee en el documento. Este aviso reflejaba los rumores, que empezaron a circular a partir de marzo de 1945, de que las autoridades militares brasileñas pretendían desmovilizar sumariamente a la FEB, cosa que efectivamente sucedió.
“El Ejército hizo lo posible para marginar y desconsiderar a quienes estuvieron en la línea de frente. Existía un enorme prejuicio y envidia de aquéllos que había estado con la FEB. Toda la experiencia adquirida fue despreciada, contrariando el consejo de EE.UU. para que se tomase a los expedicionarios como núcleo de un esfuerzo de modernización y renovación de nuestro Ejército”, analiza el historiador Dennison de Oliveira, de la Universidad Federal de Paraná (UFPR), quien estudia el tema, por ejemplo, en la actual investigación intitulada La reintegración social de los ex combatientes en Brasil: el caso de la Legión Paranaense de Expedicionarios (1945-1980). “En el afán de librarse de la FEB, que era tenida como políticamente no confiable por el Estado y por los militares, los soldados fueron rápidamente desmovilizados sin siquiera haberse sometido a exámenes médicos, que más tarde serían fundamentales para que obtuvieran pensiones y ayudas en caso de enfermedades, o por las heridas sufridas en el frente, recuerda el profesor. Había temores políticos: la amenaza que representaba para el histórico Ejército de Caxias este nuevo tipo de fuerza militar, más profesional, liberal y democrática; el miedo de que los oficiales de la FEB pudiesen erigirse en el fiel de la balanza político-electoral y fuesen cooptados por los comunistas y, por encima de todo, se temía que los expedicionarios, entre los cuales Vargas gozaba de gran popularidad, pudiesen apoyarlo y azuzar a la población en pro de soluciones distintas a las del pacto conservador de las elites políticas para la sucesión del antiguo líder del Estado Novo.
El Comando Brasileño, en el Aviso Reservado del 11 de junio, emitido por el Ministerio de Guerra y firmado por el ministro Dutra, sostenía que: “Pese a reconocer el interés del público, y por motivos de interés militar, se les prohíbe a los oficiales y soldados de la FEB formular declaraciones o conceder entrevistas sin la autorización del Ministerio de Guerra”. Para Ferraz, la prohibición de hablar sobre las acciones constituye un acto de censura, no de seguridad. El objetivo parece haber sido “romper el impacto” del arribo de la FEB, y evitar declaraciones que pudiesen complicar a la institución militar o implicar involucrarse en las cuestiones políticas que fermentaban en aquel momento.
A su juicio, esto se torna más evidente cuando se lo compara con las instrucciones impartidas al Grupo de Caza de la FAB, enviadas por el Comando Americano: “Cuando usted llegue a su ciudad natal, probablemente la prensa local deseará entrevistarlo. Usted tendrá libertad para hablar de sus actividades con los periodistas, pero no debe especular sobre el futuro de nuestras unidades. La guerra sigue en el Cercano Oriente. Pero nos interesa que su historia sea contada varias veces, en EE.UU. y en Brasil. Buena suerte en el futuro”. Firmado: Charles Myers, brigadier del aire.
La FEB no era bienvenida tampoco entre una buena parte de los miembros del Ejército, aquellos militares de carrera que de un modo u otro lograron escaparle a la guerra. “El envío de expedicionarios, los ciudadanos soldados, era motivo de chacota en los cuarteles. Cuando éstos regresaron gozando de prestigio popular, muchos oficiales sintieron que podrían ser ‘dejados de lado’ en sus carreras y entonces se desató una conspiración sorda entre la mayoría, aquéllos temían quedarse atrás en los ascensos y en la disputa de cargos”, sostiene Dennison Oliveira.
En la comparación entre estadounidenses y brasileños, Ferraz muestra de qué modo uno de los puntos importantes en la reintegración de los veteranos de ambos países fue el modo de afrontar el pasado, con sus cuestiones políticas asociadas precisamente a los ex combatientes. En el caso brasileño, la última guerra externa que involucrara la movilización de jóvenes que no eran militares regulares había sido la Guerra de la Triple Alianza (1856-1870), cuyo regreso a la sociedad estuvo lejos de ser satisfactorio, con la mayoría de los veteranos yendo a parar al Asilo de Inválidos de la Patria. “Una consecuencia que el Imperio no planeara fue el incremento de la participación activa de los oficiales, incluso aquéllos de bajo rango, en la política del país. El legado de ello estuvo signado más bien por el recelo de las autoridades ante el protagonismo político de los combatientes y no por el reconocimiento de los deberes de la sociedad y del Estado para con los veteranos de guerra, sostiene Ferraz. En EE.UU., las movilizaciones de la Guerra Civil, y especialmente las de la Primera Guerra Mundial”, cuando los veteranos vieron sus reivindicaciones potencializadas debido a la Depresión e hicieron eclosión disturbios en las calles norteamericanas, les enseñaron a las autoridades a reintegrar a sus jóvenes.
“Ellos vieron que el perfil de los combatientes reclutados influye directamente en la reintegración social: las posibilidades de éxito en el reingreso a la vida laboral y a la ciudadanía aumentan con un mayor nivel de formación escolar y calificaciones laborales. Y también, cuanto más igualitario y socialmente distribuido sea el reclutamiento, mejores serán las condiciones de una recepción positiva por parte de la sociedad”, explica Ferraz. En el caso de la FEB, recuerda el investigador, todo un arsenal de “avivadas” entró en acción para sacar de la unidad a los hijos de las clases más pudientes. De todos modos, pese a ser de mayoría pobre y de escasa escolaridad, la fuerza brasileña exhibió un muestreo mejor que la media del país.
“Sargentos, cabos y soldados eran mayoritariamente de origen urbano, alfabetizados, robustos y exhibían resistencia física, a punto tal de que la FEB debió contar con la confección de uniformes mayores que el estándar normal del Ejército”, sostiene el historiador Cesar Campiani Maximiano, investigador del Núcleo de Estudios de Política, Historia y Cultura de la Pontificia Universidad Católica de São Paulo (PUC-SP), autor entre otros libros de Barbudos, sujos e fatigados: soldados brasileiros na Segunda Guerra (Grua, 2010). “Del total de soldados, el 80,7% correspondía a hombres procedentes de las regiones sur y sudeste del país. Los reclutas provenientes del nordeste, seleccionados debido a sus excelentes condiciones de salud y a su nivel de instrucción, eran en su mayoría estudiantes que prestaban servicios como cabos y sargentos, incorporados para paliar la deficiencia de personal de alto rango experimentado”, sostiene el autor.
En EE.UU., de los primeros 3 millones convocados, el 47% se ubicaba por debajo de los estándares; entre 1942 y 1943, de los 15 millones de examinados, el 32,4% fue rechazado por causas físicas o psiquiátricas, y un tercio de ellos fueron considerados “inaptos para su aprovechamiento en cualquier grado”. Los norteamericanos querían solamente a los mejores, y adoptaron criterios rigurosos a tal fin. Sin embargo, la diferencia más grande radica en que no se hizo distinción de clase en el reclutamiento para la guerra, y el riguroso control en el sistema de excepciones, junto a la campaña de movilización de la opinión pública, llevó a que se reclutasen hasta el final de la guerra más de 16 millones de soldados. “Prácticamente cada rama familiar norteamericana contaba con un combatiente entre los suyos, lo que ayudó en la comprensión de los deberes de la sociedad para con aquéllos que combatieron”, evalúa Ferraz.
En Brasil, pese a que hubo festejos, los expedicionarios fueron rápidamente desmovilizados. “La razón de ello fue política: tanto las autoridades del Estado Novo en decadencia como las fuerzas políticas de la oposición temían el pronunciamiento político de los expedicionarios, en lo que podría constituir una repetición de la implicación política de los militares en el siglo anterior, luego de la Guerra de la Triple Alianza”, dice Ferraz. La prisa fue tan grande en terminar con la FEB que los soldados salieron de Italia con sus certificados de baja, y cuando llegaron a Brasil ya no se encontraban bajo la autoridad del comandante de la FEB, sino del comandante militar del en ese entonces Distrito Federal, quien no nutría precisamente simpatía por ellos.
“A partir de ese momento, quedaron librados a su propia suerte. Traumas psicológicos de toda índole y la rutina de la lucha por la supervivencia en el mercado de trabajo dificultaron el regreso de los miles de brasileños que estuvieron en los campos de batalla. Las primeras leyes de protección se aprobaron recién en 1947”, afirma Dennison de Oliveira. La mayoría jamás se cumplió. Algunas, a su vez, cayeron mal entre los ex combatientes, como en el caso del decreto con fuerza de ley promulgado por Vargas en julio de 1945, que concedía amnistía a los militares de la FEB, cuyo efecto práctico consistió en amnistiar a aquéllos que habían desertado en Brasil, antes de la campaña militar. Para Oliveira, el colmo fue la llamada Ley de la Playa, promulgada por Dutra en 1949. “De acuerdo con esa ley, cualquier persona enviada a la ‘zona de guerra’ tenía derecho a asignaciones y pensiones. Dicha zona incluía a las vías navegables y ciudades de la costa brasileña que se encontraban en ella, de modo tal que, tanto el soldado que había corrido peligro y luchado en el frío de los Apeninos como el bancario que había sido trasladado a una ciudad costera, percibían los mismos haberes”, dice el historiador.
“Por supuesto que en EE.UU. también hubo dificultades en la reintegración, pero hubo un esfuerzo por parte de la sociedad para recibir a los millones de soldados que regresaban de la guerra. Sus combatientes serían conocidos como ‘la buena generación’, aquélla que aseguró la vitoria contra la barbarie. Para los veteranos brasileños, no hubo tal reconocimiento”, sostiene Ferraz. Según el historiador, la búsqueda de apoyo institucional ante las necesidades de los veteranos llevó a éstos a un acercamiento a las Fuerzas Armadas y, posteriormente, a sus prácticas políticas, incluido el golpe de 1964. Transformados en símbolos y apoyadores del régimen militar, se convirtieron en blanco de los críticos de la dictadura después del ‘64. “En lugar de poner en cuestión esa identidad entre el Ejército, el gobierno militar y la FEB, los críticos prefirieron atacar la memoria expedicionaria, cosa que no hizo sino reforzar los lazos entre el Ejército y los veteranos”, sostiene Ferraz.
Claro que no se puede negar que muchos expedicionarios apoyaron el régimen militar, incluso porque en la primera generación de los golpistas había algunos de integrantes de esa fuerza, como fue el caso Castello Branco, el primer presidente del régimen, cuyo ascenso al poder les dio esperanza a los veteranos de que serían “vengados”. Pero las memorias de esos combatientes revelan otras historias, tal como verificó Uri Rosenheck, historiador y brasileñista israelí de la Emory University radicado en EE.UU., quien investigó sobre la FEB en Fighting for home abroad: remembrance and oblivion of World War II in Brazil. Entre sus objetos de estudio se encuentran las memorias de los ex combatientes y los monumentos conmemorativos de los expedicionarios en “espacios cívicos” de las ciudades.
“En el caso de los expedicionarios, las memorias son tan sólo recuerdos del pasado, pero, mediante una mirada analítica, las mismas se revelan como instrumentos de la crítica política contemporánea. En el caso brasileño, leer las memorias de la guerra implica ver de qué modo esos hombres desafiaban a la dictadura militar y condenaban la política armada”, explica Rosenheck, quien pasó revista a las 150 memorias escritas sobre la FEB. Según él, pese a que públicamente defienden a sus líderes, los ciudadanos soldados critican allí a los militares.
“La mayoría de las observaciones se refieren a la ineficiencia del Ejército brasileño, comparado con su homólogo norteamericano, y al contraste entre los oficiales regulares y los reservistas. Se critica la falta de logística: sufrían en el frío por la falta de uniformes apropiados, tuvieron que pagar sus pasajes de tren mientras esperaban para embarcar rumbo a Río y padecieron la carencia de identificaciones, las dog-tags, pues no se las entregaban”, comenta el brasileñista. Las críticas más cáusticas se dirigen hacia los oficiales del Ejército regular, es decir, al Ejército de Caxias, en oposición a los voluntarios combatientes de la FEB. “Ellos recuerdan cómo los primeros tenían percepciones anticuadas sobre las relaciones entre expedicionarios y oficiales, sobre la ética y la moral del cuerpo de oficiales y sobre el profesionalismo en combate real”. Algunos recuerdan que sus superiores les robaron y que las decisiones eran arbitrarias: se basaban en qué tipo de regalos les podrían dar a sus oficiales.
Lo propio sucedía cuando el tema era el racismo. “En muchas memorias, los soldados se manifiestan horrorizados con el racismo de los militares estadounidenses, pero en muchos casos en esas memorias se detectan ‘lapsus’ en los cuales se percibe el racismo de los propios expedicionarios. Con todo, lo importante es notar que ellos prefieren adjudicar los casos de prejuicio a ‘órdenes superiores’. Así todo aparece como ‘cosa de americanos’ o ‘de los superiores’, separando entre ‘los soldados’, ‘la FEB’ y, por extensión, ‘los brasileños’, y los otros responsables de tales actos horribles, ya sean nacionales o extranjeros”. Para Rosenheck, las acusaciones contra los comandantes como racistas e incompetentes pueden entenderse como un ataque implícito a las Fuerzas Armadas y a su rol en la sociedad. “La crítica no debe ser explícita para ser eficaz. El hecho de que los veteranos de la mayor fuerza militar de combate desde la Guerra del Paraguay critiquen al Ejército les otorga credibilidad y fuerza a sus observaciones. Todo se centra en los militares, no en el gobierno político o en la sociedad civil, lo que no hace sino reforzar esta lectura.”
Rosenheck también estudió los monumentos en homenaje a la FEB, con conclusiones análogas. “Pese a decir que los expedicionarios fueron olvidados, hay 192 monumentos dedicados a la FEB, con 451 muertos; es decir, son casi tres monumentos por cada siete muertos”, comenta. Son construcciones que no celebran a los muertos sino a los vivos, a los que volvieron: una visión poco militarista. Las Fuerzas Armadas se encuentran casi que ausentes en los textos que se leen en esos monumentos, con escritos que destacan la democracia, la libertad y el civismo. De los 192, 120 se construyeron entre 1945 y 1946, y 32 antes del comienzo de la dictadura militar. Son pocos los que muestran a los soldados (la mayoría son obeliscos) y su representación visual no es de combate. “La narrativa no comunica la importancia del Ejército o su rol en la construcción de la nación, sino los valores de una sociedad civil”, dice el historiador. “Debemos reconocer que los nexos de la FEB con la historia militar son importantes, pero existen otros relatos. Es necesario crear ligazones entre la historia de la FEB y otros aspectos de la historia y de la sociedad brasileña en general”, advierte.
Republicar