LARISSA RIBEIROPara muchos historiadores, la fundación de la Universidad de São Paulo en 1934 significó por fin el comienzo de la ciencia moderna en Brasil: “Es una revolución intelectual y científica que cambiará las concepciones económicas y sociales de los brasileños”, según las palabras de Sérgio Milliet. Hasta ese entonces, afirman, el país sufría un “aislamiento científico”, del cual era responsable el grupo “autoritario y anticientífico” que impuso el “orden y progreso” en la bandera, y a los brasileños. De este modo, y en lo que constituye una curiosa distorsión, el positivismo, cuyo credo se basaba en la fe en la ciencia como motor del progreso y la civilización, terminó siendo “demonizado” y caracterizado como el gran obstáculo para el desarrollo científico nacional.
La acusación adquiere ribetes polémicos pues recae particularmente sobre la disciplina tenida por el francés Auguste Comte (1798-1857), creador del positivismo, como la base de la educación: la matemática. “El positivismo a la brasileña de la Primera República (1889-1930) fue y aún es analizado de manera simplista y generalizadora, debido a su visión ‘cientificista’, que preconizaba una ciencia y una matemática pragmáticas, instrumentos prácticos destinados a resolver los problemas nacionales mediante el progreso material y la modernización social. Lecturas apresuradas e interesadas los acusan de sobrevalorar la ciencia aplicada, creando trabas al avance científico, cuyo motor sería la ciencia pura y desinteresada”, explica el matemático Rogério Monteiro de Siqueira, docente del Programa de Posgrado en Estudios Culturales de la Escuela de Artes, Ciencias y Humanidades de la USP (EACH/ USP), autor de la investigación intitulada El modernismo, la modernidad y la modernización en las ciencias matemáticas brasileñas, con apoyo de la FAPESP.
“Por supuesto que antes de los años 1930 no existía por acá una matemática como la de Europa. Pero no podemos simplificar por ello y decir que no tuvimos ningún tipo de desarrollo matemático antes de la creación de la USP. Hubo en efecto individuos que publicaron trabajos con regularidad y originalidad en revistas internacionales. Por ende, decir que los positivistas impidieron que se intentase hacer una ciencia pura, tal como pretenden afirmarlo sus detractores de ayer y hoy, es un engaño”, advierte. “De cualquier modo, muchos insisten en la actualidad en que solamente hubo avances en las ‘escapadas del positivismo’. Eso arroja una nube sobre el pasado, y reduce el progreso matemático a un conjunto restringido de antipositivistas ‘modernos’, tales como Otto de Alencar (1874-1912), Manuel de Amoroso Costa (1885-1928), Theodoro Ramos (1895-1935) y Lélio Gama (1892-1981)”, advierte Rogério.
El embate entre la ciencia pura y la ciencia aplicada es mucho más complejo y poco estudiado, tal como el investigador descubrió al analizar los artículos de las revistas especializadas. “Había matemáticos ‘positivistas’ que criticaban a Comte. Brasil no tuvo un solo positivismo, radical, sino que se dividió en diversas facciones, con diferentes grados de ortodoxia”, dice. Basta con ver que la figura de proa del movimiento en el país, Benjamin Constant de Magalhães (1833-1891), un republicano de nota y profesor de matemática de escuelas militares, quien objetaba abiertamente las lecturas comteanas de la matemática. “Se debe conocer también la producción de los ‘modernos’ en su totalidad. Actualmente contamos solamente con un retrato incompleto de los debates, a los cuales se les han quitado las variables políticas y los juegos de intereses. Se pinzan tan sólo los artículos ‘modernos’ que escribieron, dejando de lado muchos otros referentes a cuestiones aplicadas. ‘Se soslaya’ también que los llamados ‘pioneros de la matemática pura’ eran ‘híbridos’, pues, aparte de sus trabajos con teoremas, también aceptaron cargos públicos y escribieron sobre la práctica de la ingeniería, sin ceñirse a la ‘ciencia desinteresada’”, añade.
Al fin y al cabo, incluso Amoroso Costa, quien responsabilizaba al positivismo por la situación precaria de las ciencias exactas en Brasil, se vio obligado a reconocer que “nuestro terreno es aún impropio para el cultivo de esa suprema flor del espíritu que es la ciencia pura, contemplativa y desinteresada”. “Esa pelea constituía un síntoma de la readecuación de fuerzas políticas en las ciencias nacionales, donde el grupo de ingenieros que invirtió en una matemática ajena a sus aplicaciones, de acuerdo con un modelo por ese entonces hegemónico en Europa, se vio poco a poco devaluado y sin espacio. Al mismo tiempo, eso sucedió en un ambiente en que la matemática era vista cada vez más como un instrumento de trabajo práctico en pro del progreso del país”, analiza Rogério. Apartados, pasan a abogar por la creación de un “locus” institucional para la ciencia “sin compromisos”, la universidad, que ellos dominarían.
En efecto, un pequeño grupo radical de positivistas se manifestaba en contra de la creación de ese espacio; eran conscientes de la pulseada que estaba en juego, pero muchas otras facciones no comulgaban con esa “censura” y expresaban una postura no dogmática de los textos de Comte. “Tampoco puede soslayarse que la influencia del positivismo durante la Primera República no duró por mucho tiempo, y la generación de 1870, la cúpula militar imbuida de los ideales reformistas sociales de Comte, se vio apartada del poder por parte de las oligarquías”, explica Angela Alonso, docente del Departamento de Sociología de la USP y autora del estudio intitulado Ideias em movimento: a geração 1870 na crise do Brasil-Império (2002). El grupo abogaba por la separación entre civiles y militares, manifestando un explícito desprecio por los “bachilleres” y su visión liberal y de un conformismo romántico para con el Brasil monárquico. Para esa contraelite de militares, ingenieros y médicos, todos con formación técnica y científica, el positivismo no hizo sino confirmar la conciencia que tenían acerca del abismo existente entre el país y la “civilización”.
El cañón
“Ésa es una particularidad de los positivistas brasileños, quienes, en lugar de pensar la doctrina en términos religiosos, la usaban para discutir cuestiones políticas en el plano social. La ciencia emerge así como una fuente de soluciones”, sostiene. Adeptos a la “ilustración brasileña”, defendían la educación como la panacea y se veían a sí mismos como partícipes de una “misión”: la de conocer la realidad social y la naturaleza brasileña, superando obstáculos, ciencia y soluciones prácticas mediante, para revelar así las potencialidades del territorio. “No era la cuestión valorar a la ciencia aplicada en detrimento de la ciencia pura, sino ejercer el conocimiento científico con una destinación social asociada al rol fundamental asignado al científico en el nuevo Brasil positivista”, explica Luiz Otávio Ferreira, investigador de la Casa de Oswaldo Cruz, dependiente de la Fiocruz, y coordinador del estudio intitulado El ‘ethos’ positivista y la institucionalización de la ciencia en Brasil (2007).
“Por ende, no se podía dar lugar a la ‘matemática pura’ en el marco de esa conquista urgente de territorios. Pero surgieron voces divergentes, a partir de la creación de la Escuela Central de Ingeniería, en 1858, que escindió la enseñanza de la ingeniería entre civiles y militares, un grupo que iba a abrazar el positivismo en las academias militares”, sostiene Ferreira. Los matemáticos “puros” se alinearon con los ingenieros civiles. El conflicto hizo eclosión en 1896, cuando Benjamin Constant de Magalhães, en su calidad de ministro de Instrucción Pública, clausuró las carreras de ciencias físicas, matemáticas y naturales en la Escuela Politécnica de Río de Janeiro. “Aunque ese cierre pueda adjudicársele al hecho de que, desde 1874, tan sólo 67 alumnos se habían matriculado, para algunos docentes, lo que se pretendió fue la imposición de la visión utilitarista de las ciencias por parte de los positivistas”, explica Ferreira.
Para los “ingenieros cientificistas” era un golpe destinado a robarles terreno. Pero en 1898 llegó la reacción. Otto de Alencar, un ex positivista, publicó el artículo intitulado “Algunos errores de matemática presentes en la Síntesis subjetiva de A. Comte”, el primer “disparo” en la “guerra” entre “puros” y “aplicados”. Era munición de pequeño calibre, pero fue la mecha del “cañón” activado en 1918, en las conferencias de Amoroso Costa. “En los países nuevos existe un fanatismo por el progreso material que ignora que existe un ideal científico superior al del hombre que fabrica mil carros por día u opera un apéndice en 10 minutos. La opinión es unánime: la ciencia es útil, pues los ingenieros, los médicos y los militares la necesitan. No vale la pena hacerla en Brasil: es más cómodo y más barato importarla desde Europa. Ésa es la mentalidad que predomina entre los educadores y entre aquéllos que nos gobiernan”, atacó el matemático.
Contemplativos
Una década después, Lélio Gama en Río, y Theodoro Ramos en São Paulo, salieron a la lucha para “recuperar” el terreno de la ciencia “desinteresada”, cosa que ayudó en la creación de la USP y de la carioca Universidad de Brasil, en 1939. Pero, ¿había espacio para las “ciencias contemplativas” antes de la década de 1930? “En Europa, la matemática, la física y la ingeniería enseguida se separaron, al contrario que en Brasil. Eso fue posible debido al proceso acelerado de industrialización europea en el siglo XIX. Acá no existía una demanda de conocimiento técnico en todas las áreas del conocimiento, como sí la hubo en el caso de la medicina, por ejemplo”, sostiene Rogério. Tampoco las críticas antipositivistas eran “puras”.
“Los rótulos de ‘imprecisión’ y ‘falta de rigor científico’ con que tildaban a los positivistas son discutibles. Los matemáticos italianos, por ejemplo, eran caracterizados como ‘poetas’, debido a su supuesta imprecisión, y no se culpó al positivismo por ello. El ‘rigor’ que se exigía no era ejercido en los escritos de los ‘modernos’ brasileños muy aquende como se trabajaba en Europa”, dice el investigador. “Lo que se anhelaba era crear una ‘diferenciación’: la tesis de Theodoro Ramos, por ejemplo, echaba mano de la teoría de conjuntos menos en pro de la ‘matemática pura’ y más como una estrategia de lucha”, dice Rogério.
Pero, ¿cuáles serían las motivaciones de los “puros”? “Ellos tenían una sensación de descompás, de ‘ideas fuera de lugar’. Muchos habían ido al exterior y regresaban con los nuevos conceptos científicos puestos en práctica en Europa”, evalúa Rogério. Para el investigador, no se puede negar la presencia constante de un componente político, de lucha entre grupos que se excluían y pugnaban por un lugar al sol. “Esto queda en evidencia a partir de la ligazón de Ramos con la Revolución de 1930. No por casualidad éste trajo matemáticos italianos a la USP, muchos de ellos fascistas, para agradar a Vargas, un admirador del Duce. Esa acción tuvo en cuenta igualmente las demandas de la gran comunidad italiana paulista”, dice.
En la división, alemanes e italianos se quedaron con las exactas y los franceses con las humanas. La primera generación de matemáticos de la década de 1950 es “heredera” de esa elección, que incluye un desprecio por la didáctica, inculcado por los maestros italianos, tal como fue el caso de Luigi Fantappié. La matemática nacional, cuya proyección en el exterior comenzó en los años 1960, surgió a partir de un “embrollo intelectual”. “Los adeptos a las ‘ciencias puras’ se apropiaban de artículos provenientes del exterior, pero sin por ello conocer el contexto y el debate en que éstos estaban insertos. Se los apropiaban de manera directa, y así fue como se creó una mezcla que generó un tipo ‘nacional’ de matemática”, dice Rogério.
De este modo, la “demonización” del positivismo merece una revisión. “Las críticas a las ideas científicas positivistas no constituyeron únicamente una empresa propia de jóvenes matemáticos innovadores que querían romper el ciclo del arcaico conservadorismo científico brasileño. Esa interpretación escamotea que las fronteras entre lo arcaico y lo moderno son producto de procesos de construcción social”, sostiene Ferreira. El positivismo fue la base para el desarrollo de un tipo de científicos que era su adversario. “Los positivistas promovieron los contenidos ideológicos necesarios para la formación de la categoría de ‘científico’. El modelo de intelectual positivista, objetivo y preciso, reformador social o no, hizo escuela entre aquéllos que querían ser tenidos por científicos.”
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