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Ernst Hamburger

Ernst Hamburger: Un valiente ciudadano paulistano

LÉO RAMOSEl pasado 2 de diciembre, el Concejo Deliberante de São Paulo le concedió al profesor Ernst Wolfgang Hamburger el título de ciudadano paulistano. Más que merecido. Ese chico judío que había arribado al puerto de Santos con 3 años de edad, en 1936, integrante de una familia que trataba de escapar a tiempo del horror nazi que asolaría a Europa durante los años siguientes, ha venido contribuyendo durante más de 50 años con la producción del conocimiento, la educación y la difusión de la ciencia en Brasil, con sus pies muy firmes en la ciudad que, efectivamente, abrazó como suya. Tanto es así que apenas si recuerda sus primeros años en Alemania.

Como físico, con importantes trabajos en el campo de la física nuclear, especialmente en espectroscopia nuclear, el profesor Hamburger “cumplió un rol fundamental en el cambio de rumbo del Instituto de Física de la Universidad de São Paulo (USP), debido a su preocupación con la educación y con la difusión de las informaciones resultantes de la investigación científica en el seno de la sociedad”, resaltó el profesor José Goldemberg, otro físico destacado en la política científica brasileña, en las palabras dirigidas a su colega durante la ceremonia en la Casa consistorial. Y fue allí mismo donde se reveló como “una persona valiente”, capaz de enfrentar las resistencias, “los intereses creados” que todo esfuerzo de transformación saca a la luz.

Edad:
80 años
Especialidad:
Física nuclear y educación científica
Estudios:
Universidad de
São Paulo (título de Grado), 1954
University of Pittsburgh: doctorado (1959) y posdoctorado (1967)
Instituições:
Instituto de Física da USP
Producción científica:
35 artículos publicados en revistas indexadas
10 libros publicados
7 direcciones de tesis doctorales

Como científico, el profesor Hamburger apeló a su sensibilidad para trabajar también en pos de la superación del persistente desfase entre el conocimiento científico y aquél producido por las humanidades, según el profesor Celso Lafer, presidente de la FAPESP, quien lo saludó igualmente durante la ceremonia en el Concejo, aludiendo al título de la conferencia “Las dos culturas”, dictada por el físico y novelista inglés Charles Percy Snow (1905-1980) en Cambridge, Reino Unido, en 1959. El trabajo del profesor Hamburger en la Estación Ciencia y en relación con otros museos de ciencia se inscribe, tal como sostuvo Lafer, precisamente en esa búsqueda por suturar esa hendidura poco favorable al desarrollo de las sociedades humanas.

En su emotivo discurso, luego de recibir su más reciente diploma, el profesor Hamburger recalcó que aún estamos lejos de alcanzar aquello que el país necesita en el campo educativo y en cuanto a la difusión de la ciencia. Y risueñamente acotó: “Tengo 80 años, hasta los 100 me queda mucho trabajo por delante”. A continuación, los principales tramos de la entrevista que le concedió a Pesquisa FAPESP unos tres meses antes de convertirse por derecho en ciudadano de São Paulo.

Para comenzar, profesor, ¿cuáles de sus trabajos en física considera los más importantes?
Hice varios trabajos que me gustan mucho, pero, al contrario que algunos colegas, nada de especial importancia. Realicé investigaciones de la estructura nuclear, es decir, quería saber de qué están formados los núcleos atómicos. Quería comprender la relación entre los sucesivos núcleos de la tabla periódica, o sea, cómo se van formando los diferentes compuestos de la misma. El berilio, por ejemplo, es un átomo de litio con un protón más. Eso es lo que denominamos espectroscopia nuclear. Inicié mi trabajo cuando todavía cursaba la carrera, como pasante en el montaje del acelerador Van der Graaff, aquí en la USP, a finales de los años 1950. Era un becario sin beca. Formé parte del primer grupo de becarios de iniciación científica del CNPq y, como el sistema recién se estaba implementando, la beca tardó 18 meses en llegar.

¿Se quedó un año y medio esperando la beca? ¿Trabajando gratis?
Adquiriendo mucha experiencia. Al laboratorio lo dirigía el profesor Oscar Sala, los trabajos eran muy interesantes y las clases estaban por entonces formadas por grupos muy pequeños. La nuestra, que se conformó en 1954, era de 12 personas. La primera promoción fue la de 1938, el mismo año que Schemberg se graduó en la Politécnica. A propósito, en esta sala donde nos encontramos, se encuentran todos los archivos documentales de Mário Schemberg: los textos en determinadas cajas, las fotografías en otras. Estoy continuando con el trabajo que estaba haciendo mi esposa Amélia [Império Hamburger], tanto en el archivo del Instituto de Física, anterior a la llegada de Schemberg a esa unidad ‒en aquel entonces, Departamento de Física de la Facultad de Filosofía‒ como en el propio archivo de él, que su familia dejó a cuidado de mi esposa, aquí en el instituto.

¿Cómo obtuvo su pasantía?
En aquellos años éramos pocos, todos nos conocíamos, había un ambiente muy familiar. En el primer año, conocí a un alumno de la carrera, amigo de mi familia, quien me contó que Sala estaba organizando un laboratorio, donde tal vez me dieran trabajo. Todavía no había nada en la Ciudad Universitaria, el laboratorio estaba en la avenida Brigadeiro Luiz Antônio, en el centro de la ciudad. Pero en 1951 ó 1952 comenzó la construcción del acelerador Van der Graaff y pasamos a la Ciudad Universitaria, aquí donde estamos conversando. Acá había un laboratorio anterior, el del profesor Marcello Damy de Souza Santos, que albergaba al acelerador Betatron.

Cuando usted se graduó, se fue para Estados Unidos.
Acá atravesábamos una crisis profunda y, cuando Jânio Quadros fue electo gobernador, los sueldos cayeron y muchos se fueron de las universidades. En 1956 partí hacia Estados Unidos, para hacer un doctorado en Pittsburgh, que no es una gran universidad, pero en el área de física nuclear se hallaba entre las 20 mejores. Eso fue gracias a un profesor estadounidense que trabajó aquí invitado por Sala y luego regresó a Pittsburgh. Gracias a él, Amélia y yo obtuvimos la beca y no fuimos para allá. Nos casamos en 1956 y viajamos. Hacía un año que éramos novios. Éramos compañeros en la carrera de física de la Facultad de Filosofía.

¿Ambos hicieron el doctorado en Pittsburgh?
Ella hizo la maestría y yo hice el doctorado. Amélia también trabajaba en física nuclear. Al final, embarazada, ella trabajaba con los datos recabados en el acelerador, pero ya no iba más allá.

¿Su tesis doctoral estaba relacionada con esos experimentos en física nuclear, cierto? ¿Ahí es donde usted comenzó su trabajo con las reacciones de transferencia de núcleos?
En la práctica sí. Ya había hecho algo de eso acá en São Paulo, pero la mayor parte del tiempo en que fui estudiante el acelerador se estaba construyendo. Comenzó a operar en 1955. Por lo tanto, los primeros experimentos completos que hice fueron en Pittsburgh, con un aparato diferente, un ciclotrón, a punto de tornarse obsoleto, pero aún capaz de generar resultados interesantes, significativos. La tesis doctoral trató sobre las reacciones nucleares del deuterio, más precisamente de los deuterones acelerados por el ciclotrón, chocando sobre objetivos de litio. El litio posee dos isótopos: litio 6 y litio 7, que son estables, pero también producimos, a través de ellos, el litio 8, que es inestable. Así logramos comprender mejor de qué manera se encuentra relacionada la estructura del litio 7 ‒que es el litio 6 con el agregado de un neutrón‒ con la estructura del litio 6. Eso planteaba algunos interrogantes: ¿se trata simplemente de un neutrón más, circulando allí en el núcleo? ¿Cómo circula esa partícula? Sacando ese neutrón, ¿lo que hay es puro estado del litio 6 o no?

¿Su intención era identificar cómo circulaba específicamente ese neutrón de más?
Esa palabra ‒circular‒, está relacionada con el modo de ver clásico. En la mecánica cuántica, se incluye todo el espacio, no se trata exactamente de una trayectoria. Yo pretendía entender la estructura del litio 7, con 7 partículas, comparándola con la del litio 6, con 6 partículas. Comprender hasta qué punto la partícula de más que se agrega altera la estructura del litio 6.

¿Y cuál fue su conclusión?
Se confirmó el modelo más sencillo de la física nuclear para núcleos livianos, que es el modelo de capas, de partículas independientes. En una descripción muy aproximada que, si bien no es exacta, podríamos imaginarnos que cada partícula de las siete que hay ahí se desplaza por un campo de fuerzas producido por las otras seis libremente. En cierto momento, el núcleo de litio 7 contiene al núcleo de litio 6 dentro de él en un estado de excitación, y no en un estado fundamental; y eso podemos medirlo. Por lo tanto podemos construir la tabla periódica de los núcleos, uno después de otro, comparando a uno con otro. Posteriormente, comparando los núcleos más pesados, lo verifiqué comparando el plomo 206 con el 207, el 207 con el 208, y el 208 con el 209.

¿Todavía estaba en Pittsburgh?
Yo regresé a Brasil y luego tuve que volver a Pittsburgh. Cuando ocurrió el golpe de estado en 1964, todo el mundo en la Facultad de Filosofía quedó muy desanimado, porque algunos de los fundadores de la carrera de Física estaban siendo expulsados. Retornamos a Pittsburgh, yo con un puesto como profesor asistente visitante, y Amélia fue a trabajar en la Universidad Carnegie Mellon y cambió de campo: pasó a trabajar en la física del estado sólido, una elección interesante.

Cuando ustedes volvieron, ¿cuántos hijos tenían ya?
En 1960 nació Esther, en 1961, Sonia, en 1962, Carlos, en 1964, Vera, uno detrás de otro, y mire que Amélia tenía muchas cosas que hacer. El benjamín, Fernando, nació en 1970.

Usted investigó también un isótopo de magnesio.
Así es, pero nada innovador; ya se habían hecho otros trabajos de ese tipo, con el litio, después con el carbono, luego con el magnesio, según el interés en lograr ciertos resultados y la disponibilidad de los blancos. El magnesio posee varios isótopos estables que pueden utilizarse como blanco, en forma similar al litio 6 y al litio 7, magnesio 24, 25 y 26, plomo 207 y 208, y así sucesivamente.

Su interés siempre recaía sobre la estructura del núcleo.
En conjunto con lo que denominamos mecanismo de reacción. Debemos entender cómo se produce la reacción nuclear para poder extraer las informaciones características de aquel núcleo y las resultantes del modo de interacción. Todos los núcleos son excitables, pero algunos más que otros. Unos presentan un estado de fácil excitación, por lo tanto participan en la reacción, con otros no es así. Entonces debemos corregir todos esos factores para definir qué es lo característico del núcleo y no de la reacción.

¿Quiénes eran los físicos extranjeros que estaban investigando en ese mismo campo?
Había cientos. El acelerador de Pittsburgh era muy activo, se trataba de un ciclotrón de 15 millones de electronvoltios. Había otros. En Princeton, por ejemplo, había uno, pero, pese a que ésta era una universidad mucho más prestigiosa que Pittsburgh, en ese campo en particular, ellos no eran tan buenos. Había otros en California, en París, en Londres. Había 10 ó 20 laboratorios investigando lo mismo.

¿Y cuáles son los principales aportes de esos experimentos?
El principal, es, concretamente, la espectroscopia nuclear, que consiste en el conocimiento de la estructura de los núcleos en cuanto a sus componentes. Los primeros modelos suponían un desplazamiento al azar de los neutrones y protones. Eso se fue perfeccionando y se comprobó que hay capas de protones y neutrones en formación. Se pudo prever las reacciones y utilizar esa información en la teoría de la formación de las estrellas y de los elementos, para plantear una hipótesis como el Big Bang, por ejemplo.

¿Durante un período usted también estudió los rayos cósmicos, verdad?
Pero sólo lo hice en sus comienzos. Y fue bastante después, en los años 1990.

¿Por la misma época en que el profesor Carlos Escobar fue a la Unicamp, a trabajar con rayos cósmicos?
Exactamente. Él trabajó en forma conjunta con el equipo argentino en el Observatorio Pierre Auger, que era un experimento mucho más ambicioso y complejo. La propuesta del profesor Elly Silva, con quien trabajé, consistía en hacer algo que nosotros mismos pudiésemos administrar, un contador que indicara la dirección de donde provenía el rayo cósmico. Construimos un contador pequeño y luego recibimos de dos italianos un aparato que ellos ya no utilizaban. Nosotros lo montamos en el predio del IAG [Instituto de Astronomía, Geofísica y Ciencias Atmosféricas de la USP], en la cúpula de un antiguo telescopio óptico, pero eso no prosperó.

Quisiera que me comente algo de un episodio de los años 1960, considerado polémico, cuando usted produjo un blanco gaseoso de tritio, un isótopo de hidrógeno que es radioactivo. Por entonces, la comunidad científica manifestó su preocupación. ¿Usted fue quien bregó para que el experimento se hiciera en São Paulo, cierto?
El tritio era importado y los almacenábamos bajo determinadas normas de seguridad. Se utiliza para realizar una reacción que produce neutrones con 14 millones de voltios, que se utilizan para otros experimentos. Inicié ese experimento junto al profesor Sala, poco antes de partir hacia Estados Unidos. Cuando regresé, ya no sabía dónde estaba el tritio, que desapareció, pero hasta lo que sabemos nadie se enfermó. Tampoco se trataba de una gran cantidad como en aquél accidente ocurrido en Goiás, con el cesio 137, en 1987. En la historia antigua de la física se encuentra el caso de una profesora de Estados Unidos, que siempre estaba anémica y no se sabía por qué. En su escritorio había una fuente radioactiva de la cual ella no sabía. En Pittsburgh, el profesor Allen, el encargado del ciclotrón, perdió parte de su vista. En el ciclotrón hay una cámara de vacío, más o menos del tamaño de una mesa, circular, y las partículas se sueltan en su centro. Mirando por la ventana de la cámara, se podía notar que había una débil luz azul, donde circulaban las partículas, porque el vacío no era perfecto y los neutrones chocaban con los átomos del gas. Allen ingresaba, introducía un pedazo de hierro por aquí, otro por allí, para ajustarlo. Estaba siendo irradiado. No se quedó completamente ciego, pero le afectó mucho su visión.

¿Cómo comenzó su interés por la física? Y a propósito, ¿cómo fueron sus primeros años?
Arribé a Brasil con 3 años de edad y no recuerdo nada del viaje ni de mi etapa anterior en Alemania. Nací en Berlín, en 1933, el año en que Hitler llegó al poder. Mi padre era funcionario público, era juez, y veterano herido de la Primera Guerra Mundial. Había luchado en el ejército alemán y fue alcanzado por una granada. Sufrió la amputación de un brazo y el otro lo tenía estropeado. A pesar de ello, logró terminar sus estudios de derecho. A diferencia de otros judíos, no fue destituido inmediatamente porque era héroe de guerra. Acabó siendo exonerado en septiembre de 1935 y en ese momento decidió salir de Alemania. En 1936 se celebrarías las Olimpíadas de Berlín y mi padre estimó que, en esa etapa, los alemanes todavía querrían mostrar una máscara civilizada a las otras naciones. Buscó empleo en otros países, pero, como era lisiado, era muy difícil. En Estados Unidos, por ejemplo, no lo aceptaron. En su época de estudiante, mi padre había sido miembro de una fraternidad en la facultad de derecho, de las pocas que aceptaban judíos, y tenía un compañero de esa época que había emigrado a Brasil, se había casado con una brasileña y desde había percibido muy claramente, ya que tenían más acceso a las noticias, que ellos debían salir. Entonces nos dirigimos a Inglaterra, donde ya había viajado mi tía y, desde allí, embarcamos hacia Santos. Llegamos en octubre de 1936.

Toda su familia logró escapar de la masacre de los judíos por Hitler.
Los familiares más cercanos sí. Un primo de mi padre, que se había convertido al cristianismo, que era pastor protestante, aun así lo apresaron, y lo mataron.

Su familia se radicó en São Paulo…
Se instaló con la ayuda de Luis Lorch, quien era ese médico amigo de mi padre. Y también con su auspicio se forma la Congregación Israelita Paulista, la CIP. Mi padre consiguió empleo como secretario ejecutivo de la CIP. Lorch era el presidente. Mi madre, Lotte, era ama de casa, pero muy trabajadora, y fundó junto a otra señora, doña Ida Hoffman, en el barrio de Bom Retiro, un Hogar para Niños, para ayudar a los inmigrantes alemanes que estaban llegando en gran número, debían trabajar y no tenían con quién dejar a sus hijos. Mi madre era la directora, pero, como era ama de casa, no se quedaba allí y había una persona encargada que dormía en el Hogar. Cada noche se comunicaba por teléfono con doña Ida para hablar sobre cada uno de los 60 niños internos. Muchos que hoy son gente importante fueron niños del Hogar. Al comienzo eran todos niños judíos, luego se fue admitiendo a niños de la zona. Actualmente, casi no hay judíos, pero el hogar todavía subsiste. Está situado en Alto da Boa Vista.

¿Dónde estudió durante sus primeros años paulistanos?
Mis padres deseaban una educación más europea. Mis hermanos y yo fuimos a la escuela inglesa. Cursé la primaria y la secundaria en la Escuela Británica y en el Anglo-Paulistano, que todavía se encuentra en el barrio Jardim Paulistano. Éramos cuatro, tres chicos y una chica. Yo era el menor. Mi hermano mayor, Hugo Hamburger, era ingeniero, graduado en la Poli. Trabajó en una firma de ingeniería y luego tuvo una empresa propia. Mi hermana Adelaide, estudió en la Escuela de Sociología y Política, era socióloga. Emigró a Estados Unidos, se casó, tuvo hijos allá y ya falleció. El hermano que me precede, Stefan, todavía vive, pero está jubilado.

¿Cómo fue que se interesó por la física?
Cuando egresé del Anglo-Paulistano, fui alumno del Colegio Estadual Presidente Roosevelt. Fui muy amigo de Moysés Nussenzveig. Estudiábamos física juntos y a ambos nos atrajo la física. Él no rindió el ingreso porque obtuvo una beca para estudiar en Francia; luego regresó e ingresó a la carrera de física. Yo me quedé aquí y también ingresé a la carrera.

¿Qué soñaba que podía hacer con la física?
Tratábamos de no entusiasmarnos con la física nuclear a causa de la bomba. Pero la física se hallaba en la cúspide de su importancia para la sociedad, entonces no fue raro que nos atrajera ese campo. Nussenzveig se dedicó a la física teórica; yo, a la física experimental.

Cuando usted regresó por segunda vez de Estados Unidos, en 1967, ¿cómo se reinsertó en el Instituto de Física?
Todavía no se llamaba así, y aún pertenecía a la Facultad de Filosofía. Hice el doctorado en Estados Unidos y, en 1962 la libre docencia, que es el paso siguiente, en la USP. Y en 1967 concursé para profesor titular: fui el único candidato y entré. Tenía 34 años.

¿Ingresó como profesor de física experimental?
Así es, la cátedra que existía era la de Marcello Damy, quien se había jubilado, y era de física general y experimental. Incluía física nuclear y varias otras ramas de la física. Y el área de física experimental era responsable de todas las clases de física para todos los alumnos de las carreras de física, química, matemática y biología. Era la mayor cátedra en función de sus obligaciones didácticas. Había un acuerdo, por el cual todos los profesores del instituto, de sus diferentes departamentos, podrían dictar clases en otros departamentos. En eso se diferenciaba el Instituto de Física. Lo que intentamos hacer entonces fue mejorar los laboratorios de física, porque la parte experimental y la teórica se hacían en forma muy independiente. El alumno no sabía que un experimento que realizaba se hallaba relacionado con una teoría. Promoví bastante los experimentos de demostración, aquéllos que no necesariamente debe realizar cada alumno, sino que los realiza el profesor en el aula para demostrar un efecto o fenómeno. Eso lleva a que las clases sean más atractivas y enriquece el bagaje de conocimientos de los alumnos.

En ese entonces, durante los años 1970 y 1980, usted se desempeñaba como profesor y, paralelamente, como investigador. Mientras tanto, ¿qué hacía Amélia?
También estaba haciendo experimentos. Además, ésa fue la época de la implementación del posgrado. La carrera de física se dividía en dos ramas: el bachillerato, orientado hacia la investigación, y la licenciatura, volcada hacia la enseñanza media y la educación en ciencias. No había posgrado para los que hacían la licenciatura. Estaba la posibilidad de hacerlo en la Facultad de Educación, pero con un contenido en física muy acotado, porque el énfasis recaía sobre la pedagogía. Entonces propuse, en 1969, antes de la reforma, un área de posgrado sobre la enseñanza de la física. Luego se lo amplió hacia la enseñanza de ciencias y quedó bajo la órbita de la Facultad de Educación y de los Institutos de Física, Química y Biología. Conté con la colaboración del profesor Claudio Z. Did, de Física, y de las profesoras Carolina Bori y Maria Inês Rocha e Silva.

Y entonces comienza todo un trabajo suyo y de Amélia también sobre la enseñanza de la física, que luego convergerá con la divulgación científica. Cuéntenos algo de esa actividad.
Tuve una experiencia previa en el comienzo de los años 1960, cuando, junto con el Ibec [el Instituto Brasileño de Educación, Ciencia y Cultura], organicé varias clases de física nuclear para el público. Hicimos allí una serie de experimentos con radioactividad y eso tuvo bastante éxito y repercusión. Se llenó el auditorio. Ésa fue mi primera experiencia en divulgación científica, y fue por 1962 ó 1963. ¿Y por qué surgió ese gran movimiento en relación con la enseñanza? En aquella época, el sueldo de un profesor secundario no era tan malo, de tal modo que muchos de los que egresaban del Instituto de Física daban clases. Entre el bachillerato y la licenciatura, la segunda era la más solicitada. El bachillerato era para ser investigador en física y profesor universitario. Pero todavía no había tantas universidades. Quien se graduaba como bachiller no se aseguraba un empleo estable en aquella década de 1970. Entonces, en 1969, implementamos el posgrado en enseñanza, en aquella época con la profesora Carolina Bori. Hoy hay cientos de magísteres y doctores enseñando física. Nuestra carrera, inicialmente formaba magísteres. Recién desde hace 10 ó 15 años, también doctores.

Pero con la degradación de los sueldos de los docentes de la enseñanza básica y media, los educadores que antes ocupaban esos cargos se fueron hacia las facultades…
Se quedaban algún tiempo en los colegios, pero cuando comenzaron a surgir vacantes en la universidad, se fueron a ocuparlas.

La enseñanza básica y media acusan la falta de buenos profesores de ciencias…
Sin duda. Principalmente de física. Ése es nuestro actual problema. Tanto en la Facultad de Filosofía como en el Instituto de Física, la deserción de los estudiantes es muy grande y sigue siéndolo. Ha disminuido un poco, pero prosigue. Se graduaban un tercio de los ingresantes, ahora lo hace la mitad. No obstante, la mitad de las plazas se desperdician. Se podría ayudar al alumno a superar ese desafío dotando de atractivo a la carrera durante el primer año. La gran deserción ocurre al final del primer año y durante el segundo.

¿Por eso fue que usted les prestó especial atención a los alumnos destacados del primer año, sumándolos como coautores en artículos suyos e incentivándolos a realizar la iniciación científica? ¿Ése fue uno de los mecanismos para cautivar a los buenos alumnos?
No tanto para cautivarlos. Yo creí que el mejor modo de lograr que los alumnos le saquen provecho a la carrera, desde el punto de vista pedagógico, consistía en involucrarlos en una investigación. La física se enseña muy mal cuando se la toma como una colección de fórmulas que uno tiene que aplicar. Recuerdo que, en la secundaria del Estado, teníamos un profesor de matemática llamado Antônio Alves Cruz. Él nos daba las fórmulas matemáticas y a cada fórmula le correspondía un número. Llamaba a un alumno para resolver en la pizarra y decía: “Fórmula número 23”. Uno tenía que memorizar la fórmula y su número correspondiente. Era muy exigente. De cinco divisiones en el primer año, sólo quedaba una en segundo, reprobaban cuatro. Era terrible. Los alumnos que aguantaban  ingresaban en alguna universidad. El colegio educaba gente muy calificada. Pero era algo muy malo para el 80% que él reprobaba.

¿Cómo evolucionaron las iniciativas para capacitar a los docentes de ciencias?
La Facultad de Filosofía se fundó explícitamente con dos finalidades: formar profesores para la enseñanza complementaria y capacitar investigadores. Y puso todo el énfasis en capacitar investigadores, lo cual resultó excelente, pero no logró cumplir la otra parte. La USP no aceptó el reto de formar profesores para la red estadual. Para ello tendría que haber sido una escuela mucho mayor y eficaz. Se especializó en ser una escuela de avanzada y no masiva. Debería haber sido una escuela masiva y de punta, pero no se asumió ese desafío. Ahora intenta hacerlo mediante la educación a distancia. Ojalá que funcione, pero es difícil.

¿Cuándo fue que su interés por la enseñanza se vinculó con las actividades de divulgación científica?
Comencé cuando José Goldemberg era rector y ya existía el Museo de Tecnología. Lo construyó el profesor Francisco de Paula Machado de Campos, quien consiguió los fondos, construyó el edificio y nunca pudo instaurar el museo. Hasta que a un director de la Cesp [la Compañía Energética de São Paulo] se le ocurrió hacer una exposición sobre energía y convenció a Machado de Campos para albergarla. Yo fui el representante de la USP en esa gran exposición. Aquí, en el Instituto de Física, construimos una serie de dispositivos, elaboramos paneles explicativos y la exposición fue un gran éxito. Con 70 mil visitantes en ese entonces, permaneció abierta durante seis meses. Previo a eso también estuvo el paso del cometa Halley, en 1986, e hicimos una gran exposición acerca del cometa junto con el profesor Augusto Damineli Neto, del IAG, y Roberto Kishinami, en el pabellón de Geografía e Historia. Hubo 70 mil visitantes, y se formaban filas de 10 autobuses aquí, en la USP. Luego fue más o menos natural que me invitaran para la Estación Ciencia.

¿Cómo fue esa experiencia en la Estación Ciencia?
Fue muy interesante. La Estación Ciencia está cerrada, lamentablemente. No me arrepiento de mi esfuerzo allí. Algo atractivo, pero no logré implementar algo duradero.

¿Se encuentra cerrada por reformas, cierto?
Claro, por reformas, y no sé cuáles son las perspectivas. Los empleados que trabajaban allí pasaron a otros organismos, por eso no sé qué va a pasar.

Hay algún problema con los museos de ciencia en Brasil, ¿cierto? Salvador tuvo el primer museo de ciencia del país en 1978, el Museo de Ciencia y Tecnología en el Parque de Pituaçu, creado por el gobernador de entonces, Roberto Santos. Ni bien Antônio Carlos Magalhães recuperó el cargo de gobernador, cerró el museo. Aquí tenemos problemas con la Estación Ciencia. ¿Usted qué opina? ¿Qué pasa con los museos de ciencia en el país?
Ocurre lo mismo con todos los museos, no sólo con los de ciencia. Vean el caso del Museo do Ipiranga, que tuvo que cerrarse por reformas. En cierto modo, creo que es como decía Nélson Rodrigues, se trata de nuestro complejo de perro callejero, la falta de orgullo. Un buen museo revela el orgullo de una sociedad por su pasado.

Pero hay estudios recientes sobre las dinámicas de los muesos que muestran que todavía se encuentran lejos de la realidad de la gente. Y cuando los alumnos de la red de educación pública van es porque los lleva la escuela. Al mismo tiempo, exposiciones tales como aquélla sobre Einstein, en 2008, en la Oca del Ibirapuera, tienen récord de público. ¿Se trata de una cuestión de clase, o de que los nuevos lenguajes de divulgación acaban atrayendo al público?
Es un conjunto. El espacio Catavento es un éxito, siempre está lleno, y lo dirige el director de un banco. Por lo tanto, tal vez la cuestión administrativa sea algo muy importante, en la Estación Ciencia lo fue. Pero incluso Catavento ‒el mayor museo de São Paulo, en cuanto a sus visitas, entre los estaduales‒ convoca a 500 mil visitantes anuales, mientras que en el mayor museo de México, esa cifra llega a 2 millones. Deberíamos tener cuatro veces más visitantes. En una conversación con Sérgio Freitas, el director de Catavento, él me dijo que por ahora considera que otras cosas son más importantes y que no aspira a elevar el número de visitantes. El área es limitada y eso implica un complejo problema de logística. Debería contar con muchos más empleados y guías. A su vez, sería bueno contar con una museología más moderna. Pero no la tenemos. No tenemos la costumbre de visitar museos. Aquí las escuelas son tan malas que tienen prioridad en relación con los museos. Se encuentran en una situación muy grave. El museo puede ser maravilloso, pero en el reparto de recursos recibe muy poco.

¿Qué dificultades enfrentó mientras estaba en la Estación Ciencia?
No percibí grandes dificultades. Pero en el caso de la Estación, su situación dentro de la USP no estaba clara. Lo que más me hacía falta era la presencia de profesores y de posgraduandos elaborando tesis, etc. Era como un cuerpo extraño, no estaba integrada dentro de la máquina académica. Los mismos empleados no se sentían miembros de la USP, porque el museo estaba lejos de la Ciudad Universitaria. Tendría que haber sido absorbida en sus actividades académicas. Contaba con gran cantidad de guías que eran estudiantes de las carreras. Intentamos implantar una asignatura de aplicación práctica para que ellos tuviesen créditos académicos, lo cual llegó a aprobarse en el Consejo Universitario, pero nunca se implementó.

¿Qué puede destacar de su administración de la Estación Ciencia?
Hubo varias cosas. Hubo una exposición sobre la esclavitud en Brasil, que fue muy importante, en 1995. La curó una profesora de Antropología. Cada año, yo hacía un gran encuentro de enseñanza de ciencias, donde cada grupo presentaba sus trabajos, para motivar a las escuelas y fábricas de material didáctico. Teníamos un sitio web muy activo, que obtuvo varios de los premios de aquella época.

Usted se fue en 2003. ¿Permaneció en el consejo?
No acepté, porque me pareció que nueve años eran suficientes.

¿Pero no se quedó como una especie de consejero?
Visitaba regularmente la Estación. Inmediatamente después de mí asumió el cargo el profesor Wilson Teixeira, de Geología. En ese entonces yo aún era el encargado del proyecto Manos a la Obra, que tampoco perduró. Resulta difícil comprender por qué una institución grande y poderosa como la USP está haciendo cosas que no entendemos.

Cuando usted repasa sus muchos años de trabajo y múltiples actividades, ¿con qué se siente más ligado afectivamente?
Todas son importantes y ninguno de mis trabajos logré algo permanente. Contribuí en varias áreas, pero la enseñanza de la física sigue siendo pobre y el número de alumnos de física que se gradúan sigue siendo bajo. Uno debe observar todo con una perspectiva histórica. La cantidad profesores de física ha aumentado mucho. No tanto como debería, pero ha crecido. La cantidad de museos de ciencia y la actividad en ellos han aumentado también. Fui cofundador de la Asociación Brasileña de Centros y Museos de Ciencias, que no existía. El país no avanza en forma lineal y uno tiene que confiar en que ese zigzag lo conduce en la dirección correcta.

Resulta algo curioso que, siendo usted físico y Amélia física, sus hijos se dediquen a la comunicación y la difusión.
Todos. Esther es docente de cine en la Escuela de Comunicación y Artes, Sonia es productora de cine, en Gullane, Cao es director cinematográfico, Vera es productora cultural y Fernando es fotógrafo.

¿Cuál fue la característica de ustedes que influyó en ellos?
No sé. Tuve un cuñado, hermano de Amélia, el escenógrafo y artista plástico Flávio Império, que ciertamente influyó. Quizá nuestras charlas sobre física y sobre la universidad, durante el almuerzo, no fueron siempre alentadoras. Sólo Esther trabaja en la universidad y está muy bien. Vera está por hacer la maestría o doctorado en Comunicación. Ella inventó un curso de dirección artística que tuvo mucho éxito aquí y en el exterior.

¿Podría decir que las trayectorias de sus hijos impulsaron también de algún modo algunas iniciativas suyas y de Amélia? En cuanto a la divulgación, la escritura, la presentación ante el mundo de lo que hacían en la ciencia.
De hecho la tuvo, pero nunca había pensado en ello. Uno siempre piensa que es el origen y no la consecuencia. Un ejemplo es la serie de películas Minuto científico que mi hijo Carlos (Cao) dirigió para TV Cultura y Estación Ciencia.

Usted organizó el año pasado un encuentro que convocó a sus familiares de varias partes del mundo…
Fue en mi casa y también en Catuçaba. Yo vivo aquí, cerquita de la USP, frente a la Casa do Bandeirante. Fue una suerte poder adquirirla en 1967, hoy no podríamos. En cuanto al encuentro: yo tenía dos primos, un físico y el otro, químico. Uno se quedó en Inglaterra, y el otro, un poco mayor, como los ingleses tenían miedo de que entre los emigrados hubiera espías, y enviaron a todos los sospechosos a Canadá, lo mandaron allá. Después regresó, se alistó en el ejército inglés, luchó contra los nazis, luego fue intérprete durante los juicios de Núremberg. Retornó a Alemania Oriental, hizo un doctorado y se convirtió en rector de la universidad. Sus hijos aún viven en Berlín. Uno de ellos vino para ese encuentro familiar. Fue idea de una prima de Estados Unidos y vinieron unas 50 personas en total. 25 de acá y 25 de Alemania, Inglaterra y Estados Unidos. Nos reunimos en un hotelito en Catuçaba, cerca de São Luís do Paraitinga. A ellos les gustó mucho.

¿En su familia predominan los profesionales en ciencias?
No es ése el caso en Estados Unidos, y en Alemania tampoco. Hay una prima que es docente en un museo de biología en Berlín. Otra prima es profesora de sociología en la Universidad de Potsdam. Pero el resto no son científicos. Tengo ascendientes. Mi abuelo, Hugo Liepman, fue un neurólogo importante. Descubrió las relaciones entre afasia y apraxia. La familia es muy antigua y sus miembros se acostumbraron a escribir memorias. Mi madre escribió las memorias de su familia y de la de mi padre. Mi bisabuelo redactó la de su familia. Son cosas interesantes. Él escribió sobre su padre, que era hijo de un mercader, en el interior de la actual Alemania, en aquel tiempo Prusia o Polonia, no lo sé. El mercader vendía cosas, pero quien sostenía a la familia era la madre, hacia finales del siglo XVIII. Entonces la madre murió y la familia decidió que el padre no tenía forma de sostener al hijo, y lo enviaron a Berlín, a vivir con otras familias. Logró ingresar como aprendiz en una hilandería. Las telas provenían de Manchester, entonces lo enviaron allá para que conozca la fábrica. Cuando estaba en Inglaterra, Napoleón decretó el bloqueo continental. Entonces, David Liepman, mi tatarabuelo, alquiló un barco, lo cargó con telas, dio la vuelta a Europa, atravesó Gibraltar y llegó a Turquía, que no dependía de Napoleón. Allá descargó el navío, formó una caravana y regresó por tierra hacia el centro de Europa. Pasó por Italia, se contagió la peste, sobrevivió y llegó a Viena. Vendió todos los tejidos a muy buen precio, y así erigió la fortuna familiar.

¿Usted ya empezó a escribir las memorias de su familia?
No.

¿Cuáles son sus planes?
Hice una lista con 20 cosas urgentes.

¿Cuál es la más importante de ellas?
Todas lo son. Debo hacer unas refacciones en mi casa. Pero lo más apremiante es poner en orden mis papeles, que incluyen las cartas que mi abuela intercambió con una amiga. Mi madre las conservó y resultan muy esclarecedoras e interesantes. Le pedí ayuda a una secretaria, pero todavía me queda una montaña de papeles por clasificar.

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