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itinerarios de investigación

Escombros, legado e inmigración

El etnógrafo e historiador José Rafael Medeiros Coelho aspira a dilucidar las conexiones entre Antioquía y São Paulo

Coelho en la Universidad de Groninga, en Países Bajos

Débora Franco Machado

¿Cómo puede llevarse a cabo una investigación archivística y etnográfica cuando las fuentes primarias, a ejemplo de los documentos, fotografías y cartas, quedaron soterradas bajo escombros? ¿Cómo registrar historias y relatos cuando gran parte de la gente ha emigrado a otras ciudades o, peor aún, se ha marchado para siempre? En 2022, cuando comencé mi doctorado en el Departamento de Historia de la Universidad Koç, en Estambul (Turquía), mi objetivo era analizar los procesos migratorios de árabes cristianos hacia Brasil entre finales del siglo XIX y mediados del XX. En particular, pretendía comprender los lazos sociales, históricos y culturales que vinculaban la región de Antioquía y São Paulo. Sin embargo, los terremotos de febrero de 2023 que asolaron a Siria y Turquía y devastaron Antioquía tuvieron una profunda influencia en el rumbo de mi proyecto.

Antes de continuar, vale la pena una explicación. La ciudad de Antioquía (Antakya, en turco) fue fundada a finales del siglo IV a. C. y se convirtió en uno de los centros principales del Imperio Romano, a la vez que se la considera una de las cunas del cristianismo. Hoy en día es la capital de la provincia de Hatay, creada por el Estado turco como parte de los esfuerzos para integrar la región a la República de Turquía, proclamada en 1923. No obstante, aún en los días actuales las comunidades autóctonas suelen utilizar la denominación “Antioquía” como sinónimo de toda la provincia de Hatay. El recorte temporal de mi investigación estuvo signado por la inestabilidad política y los conflictos suscitados en esta región, que obligaron a muchas familias a emigrar hacia diversos lugares del mundo, Brasil inclusive.

También mi vida ha estado signada por las mudanzas a otros lugares. A principios de la década de 1990, cuando todavía era un bebé, mis padres abandonaron Ceará en busca de una vida mejor en São Paulo. Me crie en la zona del ABC paulista, cerca de mis tíos y mis tías, todos procedentes del nordeste, que trabajaban juntos en un pequeño restaurante familiar propio. Siempre fui a la escuela pública de chico, pero en la enseñanza media, gracias al esfuerzo de mi madre, asistí a un colegio privado y opté por seguir la especialidad técnica en química.

En aquella época empecé a estudiar inglés y español por mi cuenta, a través de internet, porque quería viajar al exterior. Entre las herramientas que utilizaba había una plataforma donde los usuarios podían interactuar con gente de diversas nacionalidades. Fue ahí que conocí a Yalçın Kaya, un ingeniero en computación turco entusiasta de la lengua portuguesa y la cultura brasileña. Nos hicimos amigos y mi familia lo hospedó en uno de sus viajes a Brasil.

En 2009 ingresé a la carrera de química en la Universidad Federal de Triângulo Mineiro (UFTM), en Uberaba. Me mudé a Minas Gerais, vivía en una pensión, pero no era feliz. Ese mismo año, invitado por la familia de Yalçın Kaya, viajé a Turquía. Él me consiguió una pasantía de media jornada en un centro de atención telefónica donde podría practicar mi inglés, y me inscribió en un curso de turco. La idea era quedarme dos meses en el país, pero la empresa me propuso quedar trabajando efectivo. Como dudaba al respecto de mi vocación por la química y la familia de mi amigo estaba dispuesta a alojarme por más tiempo, decidí quedarme en Estambul.

Nesime KaratekeEl investigador en un trabajo de campo en Turquía el año pasadoNesime Karateke

El idioma turco no es fácil de aprender, pero yo tengo facilidad para los idiomas. En 2012 me matriculé en la carrera de sociología y al año siguiente también me aceptaron en la de antropología, ambas en la Universidad de Estambul. Me gradué en las dos carreras en 2017 y, ese mismo año, empecé una maestría en estudios críticos y culturales en la Universidad del Bósforo. Entonces fue cuando tomé contacto con Antioquía. En mi trabajo, investigué la noción de pertenencia de las comunidades de cristianos árabes de la región. Estuve viviendo durante más de un año en Antioquía mientras llevaba a cabo mi investigación e hice amigos allí.

Como ya he dicho, inicié mi doctorado en 2022, en Turquía. Al año siguiente sobrevino el terremoto y Antioquía fue afectada gravemente. Muchos de mis amigos quedaron atrapados entre los escombros de sus casas y casi todos perdieron familiares. Más del 80 % de todo lo que conocía quedó en ruinas. No había nada más que hacer que no fuera ayudar. Con Nenha (que en portugués significa “nosotros”), una organización antioquena que reúne a académicos, periodistas y personas interesadas en la cultura y la historia de la comunidad cristiana árabe del país, participé intensamente en campañas de ayuda a las personas afectadas por la catástrofe.

En diciembre de ese año me aceptaron como investigador en el Departamento de Estudios de Oriente Medio de la Universidad de Groninga, en Países Bajos. Así fue como pude reanudar mi investigación doctoral, ahora intitulada “Migraciones árabes otomanas hacia América Latina (Antioquía-São Paulo): mapeo de los centros transnacionales, las redes y el patrimonio cultural”. Tengo previsto terminarla en 2027.

A causa de la destrucción del casco histórico de la ciudad, con la consiguiente pérdida de archivos públicos y privados, como así también de amplias zonas residenciales, mi investigación se amplió. Ahora, además de investigar la emigración de los habitantes de Antioquía hacia Brasil entre los siglos XIX y XX, también me he propuesto documentar el patrimonio cultural de aquella comunidad, hoy en día amenazado. Nos estamos refiriendo a un riesgo por partida doble: a la devastación causada por el terremoto se le suman los procesos de reconstrucción promovidos por el gobierno turco que, a mi juicio, son erróneos, pues no tienen en cuenta la historia local. A la fecha, por ejemplo, la fundación que administra la Iglesia Ortodoxa Griega de Antioquía, aun cuando ya cuenta con los fondos, no ha sido autorizada a iniciar las tareas de reconstrucción de su templo, uno de los principales patrimonios religiosos de la comunidad cristiana árabe en su conjunto.

En mi trabajo de campo en Turquía me he contactado con las familias árabes cristianas desplazadas tras los terremotos, realizando entrevistas y recopilando documentos personales, como las fotografías recuperadas de los escombros. Entre los resultados parciales de mi investigación figuran dos artículos que escribí para el libro, inédito en Brasil, cuyo título en portugués es Antióquia pós-terremoto: Testemunhos, herança e futuro [Antioquía tras el terremoto: testimonios, herencia y futuro]. La obra fue presentada en febrero en Turquía, al conmemorarse el segundo aniversario de la tragedia, y es el resultado de una colaboración de Nenha con Istos, una editorial independiente vinculada a la comunidad de residentes griegos en Estambul. Yo soy uno de los editores, junto con Anna Maria Beylunioǧlu, investigadora de la Universidad Koç.

En abril viajo a São Paulo para realizar otra etapa de trabajo de campo. Pretendo visitar familias oriundas de Antioquía, como así también instituciones tales como el Archivo Público del Estado de São Paulo y la Sociedad Antioquena de Brasil. Nunca perdí el vínculo con mi país y mi familia. Una vez que aprendí el idioma turco, empecé a trabajar traduciendo autores turcos al portugués. Actualmente, en colaboración con la psicóloga brasileña Nadia Duarte Marini, de la organización Médicos Sin Fronteras, estoy traduciendo Alvorada, una novela de la escritora turca Sevgi Soysal [1936-1976], cuya obra denuncia los horrores de la dictadura militar en Turquía en los años 1970. En breve, el libro será publicado por la editorial Tabla, de Río de Janeiro. ¡Estoy ansioso!

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