Imprimir Republish

CLIMA

Existe un 80 % de probabilidades de que El Niño tenga una intensidad entre moderada y fuerte

El calentamiento de las aguas superficiales del Pacífico Tropical altera el régimen de lluvias y el patrón de temperaturas en Brasil y en el mundo

Imagen captada vía satélite en junio de este año que muestra el calentamiento anormal de las aguas del Pacífico Tropical (el sector resaltado en rojo)

Noaa

En las últimas semanas han arreciado las noticias sobre la inminente llegada de El Niño, una oscilación climática que altera los regímenes de precipitaciones y el patrón de temperaturas en diversos lugares del mundo. En Brasil, este fenómeno suele provocar sequías en vastas zonas del norte y nordeste y tempestades inusuales en el sur. Desde el mes de junio, según apuntan los informes del Centro de Pronóstico Climático de la Oficina Nacional de Administración Oceánica y Atmosférica (Noaa), de Estados Unidos, las señales de El Niño, que se caracteriza por un calentamiento superior al promedio histórico de las aguas de los sectores oriental y central del Pacífico Tropical, son evidentes. Lo que todavía no se sabe es cuál será la intensidad del fenómeno durante los próximos meses. Las últimas proyecciones de la Noaa estiman que hay un 80 % de probabilidades de que El Niño sea de moderado a intenso y tan solo un 20 % de que sea muy fuerte entre noviembre de este año y enero de 2024.

“Algunos modelos indican que El Niño podría ser más intenso, pero otros señalan que será moderado. Yo particularmente pienso que tendremos un evento moderado”, opina el meteorólogo Tércio Ambrizzi, del Instituto de Astronomía, Geofísica y Ciencias Atmosféricas de la Universidad de São Paulo (IAG-USP). “Este El Niño está comenzando moderado y es probable que evolucione a una intensidad fuerte. Pero no puede afirmarse que este vaya a ser el más intenso de los últimos 30 años”, dice el meteorólogo Gilvan Sampaio, quien se encuentra al frente de la Coordinación General de Ciencias de la Tierra del Instituto Nacional de Investigaciones Espaciales (Inpe).

La preocupación se justifica: en los años de El Niño, la escasez de lluvias en el norte y el nordeste de Brasil ejerce presión sobre las reservas de agua y deja a la Amazonia más vulnerable a los incendios que lo habitual. “Los incendios pueden propagarse más fácilmente”, dice Ambrizzi. El sur, por el contrario, puede llegar a padecer un exceso de humedad y precipitaciones, que perjudican la actividad agrícola y causan inundaciones. El escenario derivado del fenómeno climático en el centro-oeste y el sudeste del país, zonas consideradas de transición entre esas dos grandes tendencias, suele ser más incierto: estas regiones pueden padecer tanto el exceso como la falta de lluvias.

¿Qué es El Niño?
El mayor de los océanos, el Pacífico, cubre aproximadamente la tercera parte del globo terrestre. Su extensión es superior a la de todos los continentes sumados. Desde hace al menos 90 años, los científicos vienen acopiando evidencias de que las fluctuaciones naturales, con periodicidad irregular, de los vientos y de la temperatura de las aguas superficiales del Pacífico Tropical, particularmente frente a las costas de Perú y Ecuador, están vinculadas a los cambios en los regímenes de lluvias y sequías en diversas zonas del planeta. Estas variaciones constituyen lo que los meteorólogos denominan actualmente El Niño-Oscilación del Sur (Enos).

Estas fluctuaciones presentan tres regímenes. Cuando las aguas de la región se mantienen durante más de cinco meses seguidos al menos 0,5 grado Celsius (ºC) más cálidas que su promedio histórico, la Enos se encuentra en su fase conocida como El Niño, exactamente la que probablemente está comenzando ahora. Si se permanecen 0,5 ºC más frías por el mismo período, la oscilación atraviesa la fase que se conoce como La Niña. Cuando las temperaturas se mantienen dentro de la media histórica, la Enos se encuentra en su etapa de régimen neutro. “Cabe recordar que La Niña es la fase opuesta de la misma oscilación, de la Enos”, dice la meteoróloga Alice Grimm, de la Universidad Federal de Paraná (UFPR). Los efectos de La Niña sobre el clima suelen ser inversos a los que provoca El Niño. En las regiones donde uno causa más lluvias, el otro promueve sequías, y viceversa. El Niño suele acontecer a intervalos no muy precisos, variando entre cada dos a siete años.

“El pasado mes de junio, la Noaa registró que la temperatura del Pacífico Tropical se encontraba 0,5 ºC por encima de la media de hace 30 o 40 años. Pero por sí solo, este dato no indica que necesariamente estemos entrando en la fase de El Niño”, explica la meteoróloga Michelle Reboita, de la Universidad Federal de Itajubá (Unifei), de Minas Gerais. “La Noaa solo emitió la advertencia porque además de haber constatado el calentamiento, los modelos climáticos apuntaron que la temperatura de las aguas superficiales en esa porción del océano no va a disminuir en los próximos meses”.

A mediados de julio, los registros de la Noaa indicaron que el calentamiento de las aguas del Pacífico Tropical era de alrededor de 1 ºC. El Niño se considera débil si el aumento de la temperatura en el Pacífico Tropical se sitúa entre 0,5 y 0,9 ºC. Cuando el calentamiento es de 1 a 1,5 ºC, se lo califica como moderado. Por encima de estas temperaturas, la oscilación se considera fuerte. Esta clasificación toma como base la temperatura en el momento más crítico de El Niño, a finales de año, durante el verano en el hemisferio sur y el invierno en el norte.

Glauco Lara/Revista Pesquisa FAPESP

El Niño está vinculado al patrón de circulación atmosférica. El aumento de la temperatura del Pacífico Tropical se produce cuando los vientos alisios – que soplan de este a oeste en los trópicos – se debilitan y no son capaces de empujar las aguas cálidas, por la acción de los rayos solares, en dirección a Asia y Oceanía. “Las aguas cálidas se mantienen estancadas en esa región del Pacífico, hay mayor evaporación y esto favorece las precipitaciones en la zona”, dice Reboita.

Las aguas cálidas tienden a permanecer en la zona más superficial del océano porque son más leves, o menos densas que las frías, que se acumulan en la parte más profunda. En condiciones normales, sin El Niño, los vientos alisios empujan a las aguas cálidas superficiales del Pacífico Tropical de América hacia Oceanía, dando pie a que las aguas frías más profundas afloren a la superficie y ocupen su lugar. Este afloramiento, conocido también como surgencia o emersión, suele producirse cerca de las costas ecuatoriales de Sudamérica. “Estas aguas más frías transportan nutrientes y estimulan la circulación de los peces y otros animales marinos”, comenta la investigadora de la Unifei, quien en 2021 coordinó un estudio sobre el impacto de los diferentes fenómenos climatológicos en América del Sur. “Es por ello que, cuando no hay El Niño, la pesca se ve favorecida en lugares como Chile y Perú”.

“No sabemos qué es lo que causa el debilitamiento de los vientos alisios durante los períodos de El Niño”, dice Ambrizzi. “No está muy claro si es el océano el que influye en la atmósfera o si es al revés”, cavila. “Se hace difícil saber con exactitud hasta qué punto es variable este fenómeno, que en los últimos 30 o 40 años ha hecho aparición con mayor frecuencia, cada dos o tres años”.

Es un enigma complejo, pero hay pistas para poder descifrarlo. El meteorólogo Pedro Leite da Silva Dias, compañero de Ambrizzi en el IAG-USP, comenta que la Enos comenzó a producirse hace unos 2 millones de años, cuando se cerró el istmo de Panamá, que conectó a América del Norte con América del Sur. “Antes de eso, los océanos Pacífico y Atlántico estaban comunicados. El cierre fue decisivo para que se produjera un cambio significativo en la variabilidad del clima terrestre. Los sucesivos El Niño y La Niña empezaron a ser mucho más eficientes”, explica Leite da Silva Dias. “El clima se volvió más estable, con ciclos glaciales más intensos que dieron pie al surgimiento de la vida tal como la conocemos. Si el clima es malo a raíz de la existencia de la Enos, sería peor aún si no existiese esta oscilación, que facilita el transporte de calor de la región ecuatorial hacia los polos”.

Según afirma Ambrizzi, el aumento en la frecuencia de El Niño no puede atribuirse con certeza al calentamiento global, que ha hecho a la atmósfera más inestable. “Está claro que los océanos están siendo muy influenciados por el calentamiento de la atmósfera, absorbiendo parte del exceso de calor que llega a la superficie. Este vínculo puede existir, pero no disponemos de trabajos científicos que lo atestigüen en forma concluyente”, dice el investigador, coautor de un estudio sobre los patrones de El Niño en Sudamérica publicado en diciembre último en la revista Climate Dynamics.

Los expertos advierten sobre el riesgo de hacer generalizaciones al respecto del impacto climático de El Niño en cada región del planeta e incluso en diferentes zonas de Brasil. “Los efectos del fenómeno cambian a lo largo de las estaciones, de la misma manera que se van modificando la circulación atmosférica y la radiación solar durante el curso del año”, explica Grimm. Normalmente, El Niño se inicia en el invierno (del hemisferio sur) y finaliza en el otoño siguiente. “En el sur de Brasil, en los años de El Niño, suele llover más que lo normal durante la primavera y el otoño. En el verano, esto sucede de manera más consistente solamente en el sector sur de la región. En el norte y parte del nordeste, los impactos del fenómeno son más intensos en el otoño y el verano, el período de lluvias, y causan una disminución de las precipitaciones”.

En el sudeste y en el centro-oeste, los efectos de El Niño – y de La Niña – no son tan marcados y típicos. “El sudeste es una región afectada por el régimen monzónico estival [cuando las masas de aire húmedo procedentes del Atlántico promueven la formación de nubes que causan fuertes lluvias]”. Es importante ser conscientes de estas variaciones, que pueden tener repercusiones sobre actividades que movilizan mucho dinero, como la agricultura y la generación de energía eléctrica, como así también sobre la vida de la gente”, dice la investigadora de la UFPR.

En junio de este año, Grimm fue una de las coautoras de un estudio internacional que salió publicado en la revista Journal of Climate sobre las interacciones de El Niño con otro fenómeno, la oscilación de Madden-Julian. Este fenómeno, que dura de uno a dos meses, es una célula de convección sobre el cinturón o vaguada ecuatorial, que se desplaza de oeste a este. La unión de estas dos anomalías puede alterar aún más lo que ya sería fuera de lo normal solamente a causa del El Niño o de la oscilación de Madden-Julian. En el sudeste, esta combinación puede acarrear eventos de lluvias extremas en el verano. Sus efectos sobre otras regiones, como el sur y el nordeste, suelen ser menos severos.

Calor en aumento

Ian Willms / Getty ImagesLa ciudad de Toronto (Canadá), cubierta por el humo de los incendios forestales debido a las altas temperaturas que se registraron en junioIan Willms / Getty Images

Durante la primera semana de julio, se batió tres veces seguidas el récord de temperatura promedio mundial. El lunes 4, la marca llegó a 17,01 ºC. Al día siguiente, alcanzó los 17,18 ºC. El jueves 7 de julio, llegó a 17,23 ºC. La seguidilla de marcas récord se produjo después de que junio de 2023 fuera considerado el junio más cálido de la historia. La temperatura media de toda la superficie terrestre (continentes y océanos) en junio de este año, fue de 16,51 ºC, casi 0,5 ºC superior al promedio histórico calculado para el período 1991-2020, según datos informados por el Servicio de Cambio Climático de Copernicus, de la Unión Europea.

Se espera que durante el apogeo del verano en el hemisferio norte se batan los récords de temperatura máxima en distintos lugares del planeta. Los incendios forestales en diversos países, como Canadá y Grecia, ya están ocurriendo. En junio de 2023, el volumen del hielo en la Antártida también ha sido un 17 % menor al promedio desde que este parámetro se observa por satélite, según la Organización Meteorológica Mundial (WMO). “Estamos habituados a ver grandes disminuciones del hielo marino en el Ártico, pero no en la Antártida”, dijo Michael Sparrow en una conferencia de prensa a principios de julio, jefe de la división de investigación del clima global de la WMO.

Algunos investigadores sospechan que la ola de calor actual ya sería consecuencia de un El Niño potenciado por la crisis climática, cuya principal marca es el calentamiento global. Científicos entrevistados por el periódico estadounidense The Washington Post argumentaron que estos récords de temperatura solo son comparables a lo que sucedió hace unos 125.000 años, antes del comienzo de la última glaciación. En épocas más recientes, eventos de esta magnitud solo habrían tenido lugar hace alrededor de 6.000 años, cuando una fluctuación en la órbita de la Tierra calentó el planeta en forma anómala.

El meteorólogo Gilvan Sampaio, del Inpe, corrobora este planteo. Dice que los modelos climáticos dan fe de que el razonamiento anterior tiene sentido. La sucesión de plusmarcas de temperatura que se han registrado en las últimas décadas de este siglo constituyen una señal de que hay algún problema en el funcionamiento del sistema terrestre. “El efecto invernadero existió siempre, pero su aumento debido a la crisis climática hace que se produzcan picos de temperatura con mayor asiduidad. El calentamiento global está ocurriendo a gran velocidad y los sistemas naturales no están teniendo tiempo de adaptarse”, advierte Sampaio.

Republicar