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Tapa

Extinción de peso

Una teoría sugiere que el exceso de humedad modificó la vegetación y ocasionó la desaparición de los grandes mamíferos en Sudamérica, mientras que en África los preservó

Observe atentamente a los paquidermos que aparecen en esta página: un tapir y un elefante. Pese a su notable diferencia de porte, ambos son animales superlativos en sus respectivos continentes. El tapir, con un peso que puede llegar a los 300 kilos y sus 2 metros de longitud, es el mayor mamífero terrestre de Sudamérica. En su hábitat natural, sus medidas no son igualadas por ninguna otra especie. De cualquier manera, su conformación física es tímida si se la compara con la de su compañero de página.

El elefante puede ser hasta veinte veces más pesado que el animal sudamericano y, con dimensiones que alcanzan al menos el triple de su tamaño, es el ser no marino más colosal de África -a decir verdad, de todo el mundo. En la sabana africana, la cogotuda jirafa es la más alta, el feroz león carga consigo el título de rey de los animales, pero el que es realmente majestuoso es el elefante.

Con todo, cabe preguntar, ¿por qué el mayor mamífero terrestre de Sudamérica es tan pequeño con relación a su homólogo africano? Pues porque sucede que acá en América, como en la mayor parte del planeta, la llamada megafauna se extinguió por completo y de una manera que aún no ha sido muy bien explicada, en algún momento de la historia reciente, mientras que allá en África algunos de sus linajes, como los que generaron los actuales elefantes, jirafas y rinocerontes, encontraron formas de preservarse en el transcurso del tiempo. Está bien, pero allí surge la verdadera pregunta: ¿si Sudamérica tenía hace unos 15 mil años una fauna de mamíferos con diversidad y porte similares a la de África, por que al final nuestra megafauna pereció y la de allá no?

De acuerdo con una nueva teoría, elaborada por el investigador Mario de Vivo, del Museo de Zoología de la Universidad de São Paulo (USP) en colaboración con la bióloga y estudiante de doctorado Ana Paula Carmignotto, un significativo cambio climático puede haber sido el elemento clave que explicaría tanto la desaparición de la megafauna de Sudamérica como su razonable preservación en África: la cantidad superior a lo normal de agua de precipitaciones existente en ambos continentes durante el Holoceno, una época geológica (más cálida) iniciada hace alrededor de 11 mil años, al final de la última Edad del Hielo y que se extiende hasta los días actuales.

Llovió demasiado, las antiguas áreas de sabana -el hábitat por excelencia de los grandes y medianos mamíferos, generalmente situado en áreas tropicales de humedad moderada o baja [conocido en Brasil también como cerrado]- se volvieron sumamente densas y cerradas, con muchos árboles, y prácticamente se convirtieron en extensiones de las vecinas selvas tropicales.

En África, la mayoría de los mamíferos de gran porte, generalmente herbívoros que vivían en manadas, logró migrar hacia nuevas zonas de vegetación abierta, con pocos árboles y algún pastaje. En función de esta alteración climática, este tipo de formación vegetal surgió en áreas actualmente desérticas, ubicadas en los extremos norte y sur del continente.

En tanto, en América del Sur los animales más grandes, concentrados en la región central y septentrional del continente, no hallaron un ambiente cercano compatible con su estilo de vida. Les faltó la sabana. “La mayoría de los autores suele decir que la permanencia de ejemplares de la megafauna en África obedeció a un motivo que no tuvo nada que ver con su desaparición en América del Sur”, afirma De Vivo. “Disiento de esa visión y considero que ambos procesos fueron consecuencia de una misma causa: el exceso de humedad, que alteró la vegetación de ambos continentes.”

El clima y la vegetación
Para idear su teoría sobre la megafauna, que será pronto publicada en un artículo científico en el Journal of Biogeography, el profesor y su alumna de la USP llevaron a cabo una detallada investigación multidisciplinaria sobre los mamíferos extinguidos y los vivos de Sudamérica y África. También recabaron datos relativos a cómo eran -o cómo pueden haber sido- el clima y la vegetación en esos dos continentes en los últimos 20 mil años. Gran parte de los trabajos se hizo en el marco de un proyecto temático financiado por la FAPESP y coordinado por De Vivo, que estudia la evolución y la conservación de los mamíferos existentes actualmente en el este de Brasil.

El zoólogo es el primero a admitir que su modelo no es perfecto, y tampoco es capaz de responder a todas las preguntas sobre la megafauna. De cualquier manera, De Vivo cree que, pese a sus limitaciones, su teoría es firme. “Esta explicación tiene sentido cuando se observa tanto el pasado como el presente de los mamíferos de África y de América del Sur”, dice.

Esa lógica, desde el punto de vista defendido por el dúo de la USP, se basa en una secuencia relativamente sencilla -pero ingeniosa- de deducciones y conclusiones que a su vez hacen pie en el análisis de una serie de datos y trabajos sobre las megafaunas sudamericana y africana. De Vivo observó que los mayores mamíferos terrestres de ambos continentes -aquéllos que se extinguieron en Sudamérica y los de gran porte que aún existen en África, como los elefantes, los rinocerontes y las jirafas- para vivir requieren de grandes áreas abiertas, con pastizales y sin muchos árboles, de manera tal de poder mantener su modo de vida.

“En África todavía existen especies de elefantes y de búfalos que viven dentro de la selva, o mejor dicho: en áreas de claros en medio a la vegetación espesa”, pondera el zoólogo. “Pero esos animales viven en manadas pequeñas y son mucho más pequeños que los típicos elefantes y búfalos de la sabana”. Por tanto, si en la actualidad los grandes mamíferos habitan praderas con árboles dispersos, ése también debe haber sido el ambiente natural de la megafauna de hace algunos miles de años.

Hasta ahí, ninguna novedad. Todos los registros fósiles llevan a ese tipo de razonamiento. El paso siguiente consistió en crear un modelo climático-vegetativo medianamente confiable que indicase dónde pueden haber estado localizadas las sabanas -o algo parecido-, en África y en Sudamérica entre el final de la época geológica llamada Pleistoceno -más o menos entre 20 y 13 mil años atrás, en el auge de la última gran glaciación- y el medio del Holoceno, hace alrededor de 5 mil años.

El único parámetro hallado por De Vivo fueron los índices de humedad, de pluviosidad de ambos continentes, uno de los factores, junto a la temperatura, más importantes para la caracterización del clima -y por extensión de la vegetación- de una región durante un período de tiempo. Con los indicios prehistóricos relativos a la cantidad de lluvia precipitada sobre los dos bloques de tierra firme separados por el Atlántico Sur, el investigador construyó dos escenarios esquemáticos y radicalmente opuestos acerca de cómo pueden las variaciones climáticas haber impulsado cambios radicales en sus tipos de vegetación. He allí la gran contribución de su trabajo.

El primer escenario se ubica en el llamado Último Máximo Glacial, hace aproximadamente entre 20 mil y 13 mil años, al final del Pleistoceno. Ubicado dentro de la Edad del Hielo, cuando buena parte del globo fue cubierta por glaciares, fue el momento en que se registró la menor cantidad de humedad en África y Sudamérica, tomando como base los índices contemporáneos de pluviosidad. Fue el ápice del estiaje (y del frío).

El ambiente extremadamente seco aseguraba la existencia de vastas áreas de sabana abierta, con árboles dispersos y muchas gramíneas, y de mosaicos de bosque abierto con enclaves de sabana en la mayor parte del territorio de ambos continentes (vea los mapas en la parte superior). Si bien en algunas regiones la sequía fue extrema, en otras llovió lo suficiente como para mantener viva mucha vegetación, aunque fuese abierta. No faltaban por tanto comida y espacio para el mantenimiento del estilo de vida de la megafauna tanto en África como en Sudamérica. “No es posible precisar cuál era el nivel exacto de humedad en el último Glacial Máximo”, comenta De Vivo. “Pero debe haber llovido anualmente menos de 1.500 milímetros en muchas áreas.”

Hoy en día, áreas con ese índice de pluviosidad no corresponden a bosques tropicales muy densos -y eso mismo debe haber ocurrido en el pasado. Algunos autores consideran que el frío y la sequía aún más intensa de esa fase glacial pueden haber sido los responsables de la muerte de la megafauna en Norteamérica. Para el investigador de la USP, esto puede haber sido cierto allá arriba, pero no acá en el sur.

A decir verdad, De Vivo piensa precisamente lo contrario. “Durante esa fase, las condiciones de vida para los grandes mamíferos de Sudamérica y África deben haber sido excelentes, pues deberían existir muchas áreas de sabana para estos animales”, dice De Vivo. No hay que olvidarse de que, debido a su posición geográfica situada eminentemente entre los trópicos, ambos continentes australes fueron menos afectados por la glaciación que Europa y América del Norte, por ejemplo, ubicados en zonas templadas.

El segundo escenario se ubica en el Óptimo Climático del Holoceno, hace entre 8 mil y 3 mil años. En ese momento todo cambió con relación a la fase descrita anteriormente: el clima se vuelve húmedo como nunca, quizá un 30% más que en la actualidad, y la vegetación tanto de América del Sur como de África sufre mutaciones abruptas. Según De Vivo, el cerco sobre la megafauna se cierra entonces definitivamente, en especial acá en Sudamérica.

El exceso de humedad transformó al subcontinente casi de punta a punta en una región con formaciones vegetales tan densas y cerradas que hicieron imposible la prosecución de la vida de los más grandes linajes de mamíferos terrestres. Al ser expulsada de su ambiente primigenio debido al avance del bosque espeso, la megafauna debió salir en busca de nuevas áreas de sabana para asegurarse su supervivencia. “Pero en América del Sur, al contrario de lo que sucedió en África, no restaron áreas de sabana cerca de los sitios donde vivían los grandes mamíferos”, afirma la bióloga Ana Paula Carmignotto.

“Durante esa fase, la única zona con tales características era la Patagonia, en el sur de Argentina y Chile; pero dicha área era muy fría y de difícil acceso”. Por eso los mamíferos más grandes no deben haber logrado concretar la migración y quedaron en el camino. Por falta de espacio físico para moverse y de gramíneas que los alimentasen, perecieron fabulosos animales en tierras sudamericanas. Fue el adiós a los perezosos gigantes, a los gliptodontes (que parecían grandes mulitas), a los mastodontes y a los tigres dientes de sable. Restaron únicamente animales de tamaño mediano o pequeño, lo que explicaría el hecho de que el modesto tapir sea en los días actuales el mayor mamífero del continente.

A salvo gracias al Sahara
En la otra orilla del Atlántico Sur se desencadenó un proceso similar, pero las consecuencias fueron mucho menos trágicas. En el África Central, la abundante lluvia del Holoceno medio también metamorfoseó las sabanas y bosques abiertos en territorios más cerrados, impropios para la vida de las especies que componían la megafauna. Pero, en compensación, la humedad extra del período le imprimió facciones más benignas, de sabana, a dos áreas por ese entonces áridas y semiáridas del continente, los desiertos del Sahara, al norte, y del Kalahari, al sur.

En la práctica, también de acuerdo con el modelo planteado por De Vivo, los extremos de África sirvieron de refugio durante ese período más lluvioso a los mamíferos de mayor porte que habían sido expulsados de la porción central del continente debido al avance de la selva sobre las antiguas sabanas. “Una serie de pinturas rupestres de hasta 8 mil años de antigüedad muestra que el Sahara (con sus áreas de sabana) fue refugio de poblaciones de jirafas”, comenta De Vivo.

Años más tarde, cuando la humedad dejó de ser excesiva y el clima adquirió facciones parecidas a las actuales, los desiertos que se habían convertido en sabana volvieron a ser desiertos y las sabanas que se habían transformado en bosques retomaron su condición de sabanas. Así los linajes sobrevivientes de megafauna y otros mamíferos de mediano porte, que habían hallado su oasis en los desiertos de Óptimo Climático del Holoceno, pudieron regresar a su ambiente clásico: las sabanas del África Central. De acuerdo con el modelo de De Vivo y Carmignotto, es por eso que hoy en día hay elefantes, rinocerontes, jirafas e hipopótamos en África -y no en América del Sur.

No es la primera vez que un experto atribuye la desaparición de la megafauna sudamericana a las alteraciones climáticas -y no a otras razones, como por ejemplo la llegada del hombre o la aparición de nuevas enfermedades en el continente. Pero esto no quiere decir que las ideas de los investigadores de la USP sean exactamente iguales a las de otros estudiosos del tema. En realidad, al menos dos puntos en su teoría son distintos que las demás hipótesis, que apuntan hacia el clima como el mayor vilano en esta historia.

La primera diferencia indica el momento en que se les asestó el golpe de gracia a los grandes mamíferos de América del Sur. Para De Vivo, el último soplo de vida de estos animales fue exhalado hace entre 8 y 3 mil años, en medio del Holoceno, tras el término de la última gran glaciación. Para otros autores, la extinción transcurrió un poco antes, hace más de 11 mil años, durante el Pleistoceno todavía, época geológica que precedió al Holoceno y a la que popularmente se la denomina Edad del Hielo.

La segunda diferencia señala que el cambio climático que hizo imposible la vida de la megafauna de Sudamérica fue el exceso de humedad del medio del Holoceno, la época en que vivimos actualmente -y no su falta del final del Pleistoceno, tal como sostienen otros investigadores. “Muchos estudiosos creen que fue el período más seco y frío (del Pleistoceno) lo que acabó con la megafauna de América del Norte, pero creemos que en América del Sur sucedió precisamente lo contrario”, afirma Ana Paula.

Las hipótesis formuladas para explicar la extinción de la megafauna en la mayor parte del planeta pueden agruparse en tres grandes categorías, que forman un juego de palabras en inglés entre overkill (los hombres cazaron animales en demasía), overill (la culpa radica en el surgimiento de nuevas y letales enfermedades) y overchill (el intenso frío seco del final de la última glaciación congeló a los animales).

En Brasil es difícil encontrar a alguien que sostenga las dos primeras teorías. “He visto ya 150 mil piezas (huesos y artefactos) del Pleistoceno brasileño y solamente he detectado indicios de marcas intencionalmente causadas por el hombre en una de ellas”, dice el paleontólogo Castor Cartelle, de la Universidad Federal de Minas Gerais (UFMG) y de la Pontificia Universidad Católica de Minas Gerais (PUC-MG), uno de los mayores especialistas en megafauna del país. “Honestamente, creo que esa historia de overkill es una idiotez. Tampoco conozco ningún caso histórico de zoonosis que haya eliminado a una especie (de megafauna) de un continente entero.”

Alceu Ranzi, paleontólogo jubilado de la Universidad Federal de Acre (Ufac), cree, siguiendo el ejemplo de Cartelle, que el elemento clave para la desaparición de la megafauna sudamericana fue algún tipo de alteración climática durante el Pleistoceno o en la transición de esta época hacia el Holoceno. “Como el ingreso del hombre en las Américas (hace alrededor de 11 mil años) fue más o menos contemporáneo a la extinción de los grandes mamíferos, algunos investigadores dicen que una cosa llevó necesariamente a la otra”, afirma Ranzi.

“La megafauna puede incluso haber sido blanco de la caza, pero no ha de haber sido eso lo que llevó a la extinción. No existen un cementerio de esos animales llenos de flechas humanas”. Años atrás, Ranzi encontró camélidos (guanacos, alpacas y llamas) de 18 mil años de edad en la Amazonia, una evidencia de que debe haber habido allí, poco antes del final del Pleistoceno, un tipo de ambiente más parecido a las sabanas que el del actual bosque tropical. Más o menos como lo que sostiene De Vivo en su modelo climático-vegetativo para a América del Sur y África.

Los mamíferos surgieron probablemente hace alrededor de 220 millones de años, en el período geológico denominado Triásico Superior, más o menos en el mismo momento de la prehistoria en que aparecieron los dinosaurios. Sus primeros ejemplares eran animales muy pequeños, de unos pocos centímetros, parecidos a los modernos ratones o ardillas salvajes. Aparentemente comían insectos y tenían hábitos nocturnos.

Su evolución fue lenta y durante aproximadamente 150 millones de años vivieron a los pies de los grandes reptiles. Recién después de la misteriosa desaparición de los dinosaurios, hace 65 millones de años -al final del período Cretáceo-, pasaron a adquirir formas y tamaños variados. Con el tiempo, los más grandes se transformaron en criaturas casi tan aventajadas como los colosales reptiles que los precedieron, como los perezosos y los camélidos gigantes, los mamuts, los mastodontes y los gliptodontes, que a veces llegaban a medir algunos metros de altura y a pesar toneladas.

La literatura científica muestra que, aunque siempre hayan contado con especies particulares, propias de cada continente, América del Sur y África tuvieron faunas de mamíferos terrestres con un grado similar de diversidad hasta un pasado relativamente reciente. En el transcurso de todo el período Terciario (hace entre 65 y 1,8 millones de años) y buena parte del Cuaternario (entre 1,8 millones de años atrás y los días actuales), según algunos autores, había incluso más formas de mamíferos no voladores y no acuáticos en Sudamérica que en África.

“América del Sur tenía 20 órdenes de mamíferos (terrestres) y África solamente 13”, comenta De Vivo. En la jerga de los taxonomistas, un orden es una categoría de clasificación de los organismos que comprende a una o varias familias similares o íntimamente relacionadas de seres vivos. Dentro del orden de los primates, por ejemplo, figuran varias familias de mamíferos, como la de los Hominidae (los grandes monos y los seres humanos), de los Callitrichidae (sagüíes y micos) y los Lemuridae (lémures), entre otras. En la actualidad África cuenta con 11 órdenes de mamíferos terrestres, una menos que América del Sur.

Por algún motivo -o por varios-, ocho órdenes desaparecieron en la margen izquierda del Atlántico Sur, especialmente los de aquellos animales de grande y mediano porte que habitaban en las áreas de vegetación abierta, y solamente dos en la orilla derecha. Y no por casualidad, en caso de que se emplee el peso de los animales como indicador de su tamaño, la categoría de los mamíferos terrestres con menos de 5 kilos es la única que cuenta con más especies en América del Sur que en África (622 frente 587). En todas las otras el continente de las jirafas y los elefantes reúne más especies de animales de sangre caliente que Brasil y sus vecinos hispanohablantes. “A nosotros nos tocaron los pequeños animales de la selva especialmente, y a ellos los de la sabana, que son los más grandes”, resume De Vivo.

El Proyecto
Sistematización, Evolución y Conservación de los Mamíferos del Este de Brasil (98/05075-7); Modalidad: Proyecto Temático; Coordinador: Mario de Vivo – Museo de Zoología/ USP; Inversión: RS$ 789.083,78

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