Durante las últimas décadas, Brasil realizó avances importantes para consolidar un ambiente orientado hacia la innovación, pero aún debe hacer un gran esfuerzo para erigirse en un centro global de desarrollo de nuevas tecnologías. Ese es el análisis de estadounidense Ezequiel Zylberberg, de 32 años, investigador del Centro de Rendimiento Industrial del Instituto de Tecnología de Massachusetts (MIT) y estudioso del ecosistema brasileño de innovación.
Zylberberg es uno de los autores que diagramaron el libro intitulado Innovation in Brazil: Advancing development in the 21st century (La innovación en Brasil: Avances hacia el desarrollo en el siglo XXI, que aún no fue traducido al idioma portugués), cuyo lanzamiento fue en 2019, fruto de un proyecto de investigación que demandó cinco años encargado por el Servicio Nacional de Aprendizaje Industrial (Senai). El investigador sostiene que la inversión a largo plazo en ciencia, educación e innovación constituye una condición esencial para el surgimiento de empresas de punta que puedan competir en el mercado global.
La obra tiene como coautores en su organización a Elizabeth Reynolds y Ross Schneider, ambos del MIT, y contiene artículos de investigadores extranjeros y brasileños. Algunos de los que dejaron su aporte en el libro fueron los directores de la FAPESP Carlos Henrique de Brito Cruz y Carlos Américo Pacheco, los profesores Glauco Arbix y João Fernando Gomes de Oliveira, docentes de la Universidad de São Paulo (USP), y el presidente de la Empresa Brasileña de Investigación e Innovación Industrial (Embrapii), Jorge Almeida Guimarães.
En esta entrevista que le concedió a Pesquisa FAPESP durante una visita a Brasil, Zylberberg efectúa un análisis de lo que se está haciendo bien y mal en el ecosistema de innovación del país y se explaya sobre aquellos proyectos brasileños de nivel global que pueden servir como inspiración.
¿Qué opinión le merece el ambiente de innovación brasileño?
El sistema de innovación del país ha crecido mucho en los últimos años. A partir del final de la década de 1990, surgieron varias iniciativas a nivel federal para fomentar la innovación en el país, tales como la creación de los Fondos Sectoriales de Ciencia y Tecnología, en 1999, la Ley de Innovación Tecnológica, en 2004 y la denominada Ley del Bien, en 2005. En poco tiempo, se instauró un sistema vigoroso. También hay universidades haciendo investigación básica de calidad, publicando artículos y depositando patentes. El problema reside en que esas nuevas ideas, publicaciones y tecnologías se traduzcan en productos y servicios con impacto en la vida de las personas. Eso es esencial para la innovación.
¿Esa traducción de buenas ideas en productos es algo que no ocurre en Brasil?
Aunque el país tenga un buen sistema educativo y de producción científica, a veces las inestabilidades políticas y macroeconómicas obstaculizan la capacidad de transformar ideas y conocimiento en productos nuevos. Pero no es correcto decir que en Brasil no haya capacidad para innovar. Hay empresas innovadoras y científicos enfocados en la creación de productos para el mercado, si bien son excepciones. El país necesita contar con un sistema regulatorio que estimule la innovación.
¿Cuáles son las conclusiones principales del libro Innovation in Brazil: Advancing development in the 21st century?
La primera indica que las políticas industriales y de innovación necesitan trabajar mancomunadas y deben apoyarse mutuamente. La política industrial brasileña promovió la creación de nueva capacidad productiva en el país, pero hoy ella es vetusta y no ha impulsado la innovación. Un ejemplo de ello es la Ley de Informática, creada en 1991 y enfocada en el sector de la electrónica y los bienes informáticos o, más recientemente, las reglas que definieron exigencias de contenido local en el área automovilística y en la de petróleo y gas. Ellas estimularon a las empresas a invertir en investigación y desarrollo [I&D], pero creo que esos incentivos no siempre están dirigidos al fortalecimiento de los proveedores de esos sectores. En la era actual de las cadenas de valor global tiene más sentido generar una política industrial y de innovación que apoye el desarrollo de proveedores brasileños para competir globalmente.
¿El país debe promover sectores estratégicos?
Ese es un punto importante, porque Brasil históricamente apoya todo. El problema es que si todo es importante, nada es importante. Se necesita evaluar cuáles son las oportunidades existentes y emergentes para que la industria brasileña pueda competir a nivel global. Hay algunas áreas en las que Brasil aún no es competitivo, pero cuenta con la base. Es preciso identificar a esos sectores y el gobierno debe estimularlos con incentivos e inversiones inteligentes, para que surjan productos, ideas y modelos de negocios con miras no solo al mercado interno, sino a un mercado global. El resto puede ir por cuenta del sector privado.
¿Otros países adoptan como estrategia enfocarse en áreas específicas?
En efecto, varios países que adoptaron estrategias industriales exitosas se enfocaron en ciertos segmentos industriales o en problemas importantes. China, por ejemplo, ya hace un tiempo que decidió que quiere ser líder global en inteligencia artificial [IA]. El país gastó dinero e invirtió en investigación para crear una base de conocimiento en IA. Hoy en día, es la segunda o tercera potencia global en ese sector. Eso requiere disponer de visión a largo plazo y estabilidad. En ciertas ocasiones, Brasil enfrentó problemas importantes y generó soluciones novedosas, no solo para sí mismo, sino para el mundo. Ese fue el caso, por ejemplo, del etanol y del motor flex fuel [que puede funcionar tanto con gasolina como con alcohol].
¿Cuál es el rol de las universidades en el fomento de la innovación?
En todas las universidades del mundo hay burocracia, pero en Brasil es excesiva y en ocasiones eso es una traba para los proyectos que las empresas desean financiar en el ámbito académico. Las universidades deberían tener reglas que ayuden a acelerar esas inversiones, porque la industria dispone de un timeline muy corto: ella necesita innovar, crear productos y lanzarlos rápidamente al mercado para poder competir. Si a la universidad le lleva meses la evaluación de un proyecto de financiación, la empresa acaba perdiendo una ventana de oportunidad.
Brasil siempre se enfocó en el mercado interno. Eso estimuló la falta de competitividad global del país, que obstaculiza su capacidad de innovar
En el libro también se hace hincapié en la importancia de las innovaciones institucionales.
En los últimos años Brasil ha creado diversos modelos de instituciones interesantes para proporcionar innovación, tales como Embrapii, los Centros de Investigación de Ingeniería de la FAPESP y los Institutos Senai de Innovación. Ellos son importantes porque colaboran en el fomento del proceso de transformación de buenas ideas en productos y servicios. Al salir de la universidad, una tecnología no está necesariamente cerca del mercado. Muchas veces le hace falta maduración. Y una empresa no va a invertir en una tecnología que dista tres, cuatro o cinco años de llegar al mercado. Es necesario que haya instituciones intermedias que realicen esa adaptación y, simultáneamente, agrupen a los diferentes actores involucrados en ese proceso.
¿Por qué los empresarios brasileños parecen ser reacios a la innovación?
El sector privado brasileño invierte poco en I&D, algo así como el 0,5% del PIB [Producto Interno Bruto], en comparación, por ejemplo, con el 2% en Estados Unidos, el 2,9% en Corea del Sur, o el 4,5% en Israel. El primer motivo es básico: no hay necesidad de invertir. Si existe un mercado protegido y aislado, en el que el consumidor no dispone de muchas alternativas, no se necesita innovar para competir. Los mercados cerrados son buenos para las empresas pequeñas o aquellas que recién se inician. Eso fue lo que hicieron Corea del Sur y Taiwán. Ellos comenzaron con la idea de sustituir las importaciones, pero con el tiempo pasaron a promover las exportaciones e hicieron que los subsidios y la ayuda para esas empresas pasaran a depender de su capacidad de exportación, y no solo de producir y abastecer al mercado local. Brasil nunca hizo eso. Siempre se enfocó en el mercado interno. Eso estimuló la falta de competitividad global, que dificulta su capacidad de innovar.
¿El sector privado siente aversión por el riesgo?
La incertidumbre es inherente a la innovación. Puede que sea una incertidumbre temporal, ya que no se sabe cuándo una tecnología estará madura como para transformarse en producto, o incertidumbre económica, dado que a veces se desconoce el tamaño del mercado para esa tecnología. O bien puede ser una incertidumbre científica: no se sabe si va a funcionar. Cualquier innovación conlleva incertidumbre. Pero en Brasil también las hay de índole institucional, política y macroeconómica. Con la falta de estabilidad política y, hasta hace poco, con la existencia de intereses muy elevados, los inversores no se sentían proclives a destinar recursos para proyectos de alto riesgo, puesto que podían ganar dinero de otra forma. También hay leyes y reglas que estimulan las inversiones en I&D, pero desaniman la toma de riesgo. Eso puede verse en el caso de la Ley de Informática, cuya exigencia es invertir un porcentaje del lucro obtenido en el país en I&D, ya sea en la propia empresa o en institutos y universidades. No siempre se sabe si el proyecto en cuestión podrá encuadrarse en el marco de la ley, y el empresario puede verse perjudicado por invertir en proyectos que no se consideran innovadores. A veces, las reglas existentes desalientan las inversiones empresariales en procesos de innovación tecnológica.
¿Qué proyectos de innovación existentes en Brasil podrían servir como inspiración?
Pese a todas las dificultades, el país cuenta con casos exitosos. Uno de ellos es el proyecto que originó el Flatfish, un robot subacuático autónomo para visualizar y monitorear instalaciones de plataformas petroleras en alta mar [lea en Pesquisa FAPESP, ediciones nº 244 y 273]. Ese fue un proyecto liderado por Senai Cimatec, en Salvador [BA], con la participación, entre otras, de DFKI [German Research Center for Artificial Intelligence], de Embrapii, y de la empresa BG Brasil, subsidiaria de Shell. Eso fue algo nuevo tanto para Brasil como a nivel mundial. Otro ejemplo es el de Porto Digital, en Recife [Pernambuco]. Ese proyecto surgió a partir de un problema: la ciudad estaba perdiendo a sus graduados en computación e ingeniería en favor de São Paulo porque no se les presentaban oportunidades laborales. Entonces a Silvio Meira, Cláudio Marinho y otros científicos pernambucanos se les ocurrió fomentar el desarrollo de una industria de software en Recife. Nadie hubiera pensado en instaurar un polo como ese por allá, conociendo la historia del nordeste. Pero lo crearon y se transformó en una fuente de startups y tecnología. Multinacionales tales como Fiat y Accenture montaron centros de I&D en la ciudad. Todo ello a causa de la capacidad que demostraron para implementar un ecosistema de innovación fuerte, con instituciones como el Centro de Estudios y Sistemas Avanzados de Recife [Cesar], la UFPE [Universidad Federal de Pernambuco], entre otras.
¿Podría mencionar otros ejemplos?
Vale la pena citar un proyecto de innovación denominado aeronave silenciosa, que involucra a Embraer y a la FAPESP. El mismo surgió a partir de la necesidad de reducir las emisiones de ruido de los aviones durante el despegue y el aterrizaje. En función de esa necesidad y facilitado por un programa a largo plazo, que involucró a diversas universidades paulistas, entre ellas la USP, UFSCar [Universidad Federal de São Carlos] y el ITA [Instituto Tecnológico de Aeronáutica], Embraer –y ahora también Boeing– disponen de científicos especializados en aeroacústica, capacidad tecnológica y herramientas. Brasil se transformó en un país respetado en esa área gracias a las inversiones realizadas por Embraer y la FAPESP.
¿Qué opinión le merece el rol que cumple la FAPESP dentro del ecosistema de innovación brasileño?
En los últimos años la Fundación instauró programas exitosos de fomento a la innovación, tales como el Pipe [Investigación Innovadora en Pequeñas Empresas], el Pite [Investigación en Asociación para la Innovación Tecnológica], los Cepid [Centros de Investigación, Innovación y Difusión] y los Centros de Investigaciones en Ingeniería. Ellos colaboraron para el surgimiento de empresas innovadoras y estimularon a compañías extranjeras a invertir o a incrementar el gasto en I&D en el país. Ese fue el caso de IBM en el área de inteligencia artificial. Sin la colaboración de la FAPESP, no sé si la empresa habría realizado esa inversión en Brasil. En un país que dista de contar con las condiciones ideales como para atraer inversiones en I&D del exterior, el rol que cumple una institución como la FAPESP es fundamental.
En su visita a Brasil del año pasado usted declaró que la falta de inversiones en innovación podría ser catastrófica para el país. ¿Por qué?
Cuando se habla de innovación, el discurso alude a lo que ocurre en el Valle del Silicio, en California (EE.UU.), donde las tecnologías disruptivas surgen permanentemente y en forma rápida. Pero lo que no se dice es que esos procesos innovadores se produjeron a causa de inversiones a largo plazo en educación, ciencia y desarrollo tecnológico. Solo así es posible generar empresas de avanzada. Las tecnologías disruptivas no surgen de la mañana a la noche; se requieren años para poder crearlas. Los recortes que se anunciaron en los programas públicos de apoyo a la investigación científica, en las inversiones en desarrollo tecnológico y en las becas de posgrado en Brasil son muy graves. Podrían comprometer el futuro del país. El Estado debe asumir su papel en la financiación de la ciencia, de la educación y, a veces, del desarrollo tecnológico. Y esa debe ser una estrategia a largo plazo.