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ENTREVISTA

Fernando Novais: Las esferas de la existencia

El profesor de la USP y de la Unicamp habla de su trayectoria, del lugar de la historia en el marco de las ciencias sociales y de la crisis del sistema colonial que condujo a la Independencia de Brasil

Léo Ramos Chaves / Revista Pesquisa FAPESP

En los 89 años de vida y con más de 60 de carrera, Fernando Antonio Novais ha recorrido una trayectoria singular en la historiografía brasileña. En el clásico Portugal e Brasil na crise do antigo sistema colonial (1777-1808) [Portugal y Brasil durante la crisis del antiguo sistema colonial], fruto de su tesis doctoral defendida en 1973, relaciona la colonización con la formación del capitalismo comercial y las transformaciones que sobrevinieron en su centro y en su periferia. También arroja luz sobre el conjunto de relaciones políticas y económicas que se establecieron entre la metrópoli lusitana y su colonia en América del Sur, al demostrar de qué manera ambas, aunque cada una a su manera, acusaron el impacto de las transformaciones promovidas por el capitalismo en el pasaje del siglo XVIII al XIX, pero arribaron al punto de inflexión que condujo a la Independencia de Brasil en condiciones peculiares en comparación con la experiencia independentista de otros países del Nuevo Mundo.

Edad 89 años
Especialidad
Historia de Brasil
Institución
Universidad de São Paulo (USP), Universidad de Campinas (Unicamp)
Estudios
Título de grado (1958) y doctorado (1973) en la USP
Producción
Autor de libros como Portugal e Brasil na crise do antigo sistema colonial (1777-1808), coordinador de la colección História da vida privada

Historiador de formación marxista, en la década de 1990 coordinó la colección História da vida privada [Historia de la vida privada], publicada por la editorial Companhia das Letras, siguiendo la tendencia de la llamada Nueva Historia, un movimiento surgido en la década de 1980, contrapuesto a la influencia de la teoría marxista de la historia. Novais no ve en esto una contradicción, ya que considera compatible estudiar la historia por temas, tal como lo preconiza el movimiento, y al mismo tiempo adoptar un marco teórico consolidado. En 1958 egresó de la Facultad de Filosofía, Ciencias y Letras (la actual FFLCH) de la USP, en donde enseñó Historia Moderna y Contemporánea de 1961 a 1986, cuando pasó al Instituto de Economía de la Universidad de Campinas (Unicamp), en donde se jubiló en 2003. También trabajó como docente e investigador visitante en universidades de Portugal y Estados Unidos, además de impartir cursos en instituciones de Francia y Bélgica.

En la siguiente entrevista, Novais repasa su trayectoria, expone sus inquietudes acerca de la posición de la historia en el marco de las ciencias sociales y habla de la crisis del capitalismo que condujo a la Independencia de Brasil.

¿Por qué eligió la carrera de historiador?
La mía no era una familia de intelectuales, pero mi padre era una persona muy estudiosa. Era el director de un grupo escolar. Nací en la localidad de Guararema, cerca de la ciudad de São Paulo. A mi padre lo trasladaron a Colina, en el norte del estado, donde viví hasta los siete años. Luego nos fuimos a São José do Rio Preto. A los quince años, vine a São Paulo y nunca me fui. Siempre estudié en la escuela pública, que en aquella época era la mejor. Fui al Colegio Roosevelt, en la calle São Joaquim, para hacer el curso medio clásico. La elección entre el clásico y el científico ya indicaba que me decantaría por las humanidades; no tenía inclinación hacia las ciencias exactas. Me gustaba mucho la literatura, pero pensaba que para enseñar, necesitaría saber idiomas y tendría que aprenderlos. En el Roosevelt tuve una profesora de historia excepcional. Se llamaba Maria Simões y conversábamos mucho. Al final del curso ya no tenía duda de que seguiría la carrera de geografía e historia, porque en ese entonces se hacían juntas, como en Francia.

¿Y por qué prefirió dedicarse a la investigación en el área de historia?
En el primer año en la Facultad de Filosofía, las mejores materias eran las de geografía. Historia de Grecia estaba a cargo del profesor Pedro Moacyr Campos [1920-1976]. Un día fui a hablar con él y le consulté por la bibliografía de un tema que había dado en las clases. Me preguntó: “¿Usted sabe alemán?”. A lo que le respondí negativamente. “Porque solo existe bibliografía en alemán”, me dijo. Me dio las cosas y se fue. Por supuesto, fui a estudiar alemán. Se me daba mejor el francés. Aquel año, el profesor Pierre Monbeig [1908-1987], que había sido durante once años docente de geografía en la Facultad de Filosofía, regresó para impartir un curso, Géographie de la colonisation, al que asistí. Comprendía la mitad de lo que decía. Había estudiado francés en un cursillo del centro de estudiantes de la facultad. En el segundo año de la carrera me topé con el profesor de Historia Moderna, Eduardo d’Oliveira França [1917-2003], quien tuvo sobre mí una profunda influencia. Hice toda mi trayectoria en la Facultad de Filosofía con él. Aún hoy me considero su discípulo.

No existe una historia aplicada. La previsión de la historia es inconcebible. Es así porque la historia aborda todas las esferas de la existencia

¿Cómo fue ese primer contacto con el profesor França?
Él daba un curso en la calle Maria Antônia [un centro universitario de la USP] los miércoles, destinado a un pequeño grupo de estudiantes, sobre el Renacimiento en Italia: Florencia en el siglo XV. El primer día llegó tarde y comenzó la clase diciendo: “Señores, este semestre vamos a trabajar juntos, tendremos que entendernos. En primer lugar, quien quiera irse de la clase deberá solicitar autorización. Y váyanse acostumbrando, porque no suelo ser puntual. Por cierto, la puntualidad es una característica de los mediocres. Un docente que no tiene nada para darles a sus alumnos les ofrece la puntualidad”. Luego de una hora y media, los alumnos estaban fascinados con la clase. Él fue parte de la segunda promoción de egresados de la USP y alumno destacado del historiador Fernand Braudel [1902-1985], uno de los profesores extranjeros que vinieron a la USP cuando esta se fundó. A partir de ahí, me decanté por la historia. Asistía a clases por la tarde. A la noche, iba a curiosear en las carreras de filosofía, literatura y ciencias sociales.

¿Qué otras cosas le interesaban?
Cuando estaba en primer año, hice el curso de antropología que impartía la profesora Gioconda Mussolini [1913-1969] y ella me decía: “Fernando, vas a ser historiador y debes asistir a algunos cursos de sociología, son muy importantes. Te recomiendo el curso de Antonio Candido [1918-2017], sobre organización social, y el de Florestan Fernandes [1920-1995], sobre métodos”. El martes siguiente fui en busca de Antonio Candido y le dije: “Profesor, soy de la carrera de historia, pero querría asistir a su curso”. Me respondió: “Ah, bien, me pone muy contento. ¿Has visto el programa y la bibliografía? Usted no ha venido solo a ver si le gusta, ¿verdad?”. Dije: “Por supuesto, he visto eso”. El jueves, tuve la misma conversación con Florestan Fernandes. Él me miró y me preguntó: “¿Qué ha leído usted de sociología?”. Le dije que había leído el manual de Armand Cuvillier. Y me dijo: “Es poco, no va a entender nada. Haga el curso de introducción a la sociología y vuelva el año que viene”. Y me cerró la puerta en la cara. Al año siguiente hice el curso y entendí la mitad de las cosas. En su cátedra él daba por sentado que sabíamos de Durkheim, Weber y Marx y reflexionaba sobre los tres. Por entonces, empecé a cavilar sobre algo que aún hoy en día me preocupa, que es el lugar de la historia en el marco de las ciencias sociales. Conversaba mucho sobre el tema con los docentes.

¿En qué se centraba la discusión?
La historia no se distingue de las ciencias sociales por estudiar el pasado y ellas el presente, como se solía decir. La antropología, la sociología, la economía, pueden estudiar el pasado, así como lo hace la historia contemporánea e incluso la historia inmediata. Si no es eso lo que la distingue, ¿qué es? Nadie podía responderlo. He discutido eso en varias oportunidades, en conversaciones con el profesor França. Un punto importante es que cada una de las ciencias sociales tiene por objeto un ámbito de la existencia, mientras que la historia se ocupa de todos ellos simultáneamente. Entre las ciencias humanas, la que tiene más clara esta división es la economía. La economía es la esfera de la existencia que se ocupa de la producción y el consumo de bienes económicos, es decir, objetos materiales o no, que son útiles y escasos. El desarrollo de la economía, de la sociología o de la antropología está vinculado con la consolidación del capitalismo y la revolución industrial. La sociología está ligada al surgimiento de una sociedad urbano-industrial, que requirió una comprensión diferente de la sociabilidad. La antropología tiene que ver, históricamente hablando, con el reparto de África y la necesidad de entender las culturas llamadas primitivas. La economía es la más formalizada de las ciencias sociales y puede hacer previsiones. Con la historia ocurre lo contrario. No existe una historia aplicada. Y predecir la historia es inconcebible. Con la historia es así porque aborda todas las esferas de la existencia. El objeto del discurso del historiador es ilimitado. Es todo el acontecer humano. En la epistemología, en la filosofía de la ciencia y en la lógica, la definición de la ciencia determina dos características. La primera es el recorte riguroso del objeto. La segunda es un método adecuado para ese objeto. Con este criterio, la historia ni siquiera podría ser una ciencia, ya que su objeto no está delimitado.

¿Y cómo se relaciona la historia con las ciencias sociales?
Aún no existía el capitalismo, ni la burguesía, ni el imperialismo, ni el reparto de África, nada de esto cuando en la Alta Edad Media, san Beda el Venerable [c. 673-735] escribió la Historia ecclesiastica gentis anglorum. Mucho antes, en Grecia, la polis, por alguna razón, empezó a exigir un discurso que narrara los acontecimientos. Eso hizo que el discurso historiográfico se escindiera del relato mitológico. Cuando surgieron las ciencias sociales, a lo largo del siglo XIX, la historia ya existía, pero comenzó a ser influenciada por ellas. Los historiadores empezaron a pretender ser científicos. No bastaba con narrar los acontecimientos, había que explicarlos. Uno de sus efectos fue que empezaron a redactar mal, en contraste con el texto literario de los cronistas que los precedieron. La historia, para ser moderna –y al mismo tiempo, narrativa y explicativa– tiene que utilizar los preceptos de las ciencias sociales. ¿Cuáles son? Los conceptos de las ciencias sociales relacionados con el sector que se está estudiando. Si uno estudia la educación infantil en el siglo XVII, necesitas tomar los conceptos de la pedagogía, la educación y la psicología. Pero a esto hay que historizarlo. ¿Y qué es la historización? Es ver cómo funcionaban esos conceptos en la época.

Desde 1958, usted participó en la Facultad de Filosofía de los seminarios para estudiar El capital, donde convergieron figuras tales como el sociólogo Fernando Henrique Cardoso, el filósofo José Arthur Giannotti (1930-2021) y el crítico literario Roberto Schwartz. Algunos dejaron de ser marxistas. ¿Usted se define como un historiador marxista, como lo era entonces?
Los miembros del grupo de lectura de El capital en su mayoría ya no son marxistas. El otro día le decía a Roberto Schwartz: somos los últimos que quedamos. Yo soy y pretendo ser un historiador marxista. Cuando me jubilé y cumplí 80 años, mis alumnos publicaron un volumen de ensayos por la editorial Cosac Naify, intitulado Aproximações, estudos de história e historiografia. La obra incluyó un prólogo escrito por uno de mis dirigidos, Pedro Puntoni, y la solapa por otra alumna, Laura de Mello e Souza, ambos colegas muy queridos. Los dos dicen que soy un historiador marxista, aunque no dogmático, y esto es habitual en sus escritos. Solo que uno, Puntoni, prefiere el lado marxista. Y ella la faceta no dogmática. Aprecio mucho a los dos.

En la década de 1990 coordinó la colección História da vida privada, considerada un exponente de la denominada Nueva Historia, una corriente que se opuso al análisis marxista de la historia. ¿Eso fue, de hecho, una contradicción?
Cuando fui a dirigir la colección, en Companhia das Letras, varias personas me preguntaron: ¿eres un historiador marxista y estás dirigiendo una publicación que decididamente es de la Nueva Historia? La Nueva Historia se autodefine como una superación del marxismo, pero yo no veo que se contrapongan. Las décadas de 1970 y 1980 estuvieron signadas por lo que se ha llamado crisis de los paradigmas, que es el abandono de las grandes teorías por un recorte riguroso de temas más precisos. Las ciencias sociales y la historia reaccionaron de forma diferente. Los sociólogos, profundizando el debate teórico; los historiadores, cambiando de tema. Este alejamiento se correspondió con el abandono de la visión general del marxismo, que es una teoría de la historia. De ahí que la Nueva Historia se presente como algo superador del marxismo. Pero en lugar de profundizar el debate teórico, lo que hace es cambiar de tema. El historiador puede simplemente hacer esto, ya que el objeto de la historia es indefinido. Pero al cambiar de tema, ¿por qué no podrían utilizarse conceptos antiguos? ¿La historia debe volver a ser narrativa solamente, como lo era en la época de los cronistas? Creo que eso es un error.

Portugal dependía de sus alianzas e hizo todas las concesiones posibles: a lo único que no renunció fue al territorio de Brasil

Volviendo a los seminarios de Marx, ¿cómo fue la convivencia entre los participantes?
El papel de Giannotti para la conformación del grupo fue fundamental. Estaba compuesto por gente políticamente avanzada, de izquierda, no reaccionaria, pero que no soportaba el marxismo soviético. En la biografía que escribió sobre Marx, José Paulo Netto, docente de la Universidad Federal de Río de Janeiro, señala que los textos de Marx y Engels se elaboraron y se discutieron poco a poco. Otra obra, el Dicionário do pensamento marxista, del sociólogo Tom Bottomore (1929-1992), muestra que existen posturas diferentes del marxismo en casi todas las entradas, desde alienación hasta violencia. Yo añadiría que, en la experiencia soviética, los textos de Marx y Engels se erigieron en un canon: se publicaron todos los borradores. En vista de esas características, los opositores al marxismo toman las eventuales contradicciones como base de sus refutaciones. En cambio, en los debates internos del marxismo, las corrientes diferentes siempre han encontrado citas para sostener sus posturas, a semejanza de lo que ocurre con la Biblia, citada por ortodoxos y heterodoxos. Giannotti decía: nosotros tenemos que ver si en Marx existe una ontología inherente, latente. Tenemos que descubrir si existe y cuál es. En Brasil, existían dos vertientes innovadoras al respecto de los problemas del marxismo. Una en economía, a través de la Cepal [la Comisión Económica para América Latina y el Caribe], y la otra vertiente era un profesor: Florestan Fernandes. Por eso no lo invitaron a participar del grupo, ya que él mismo era objeto de debate. Circula una entrevista que él concedió a una revista, en la que habla del esfuerzo para implementar la sociología moderna en Brasil donde dice: “Las nuevas generaciones no colaboraron. Empezaron a pulular los conciliábulos para leer El capital, Lukács y cosas por el estilo. Naturalmente, no me invitaron. No me molestó, tenía cosas mejores que hacer”. Recuerdo que le dije: “Profesor, nos ha dado un palazo a todos”. Me respondió: “¿Se ofendieron? Perfecto, eso es lo que quería”.

¿Qué se discutía en los seminarios?
Los sociólogos, antropólogos, psicólogos y psicoanalistas tienen una perspectiva del pensamiento marxista y los filósofos, otra. La obra de Giannotti enseguida se centró en Marx. Él decía: hay que leer El capital como un texto de filosofía. ¿Qué es leer un texto de filosofía? Respondía: “Un texto de filosofía exige una transformación, a un filósofo se lo entiende solo si piensas como él, en sus propios términos. No puedes leerlo y criticarlo simultáneamente”. Él vuelve sobre el tema en varios libros y concluye que existe una ontología del marxismo, pero no logra cerrarla. Dentro del grupo había dos alas. Una liderado por Roberto Schwartz en torno a [el filósofo húngaro Georg] Lukács (1885- 1971) y a la Escuela de Fráncfort. La otra por Bento Prado (1937-2007), que seguía a [el filósofo francés Jean-Paul] Sartre (1905-1980). Esto se ponía de manifiesto en los debates entre Bento Prado y Giannotti y era muy divertido. Yo era bastante tímido al principio, pero después empecé a notar que la gente no sabía mucho de historia. Hablaban de la Rusia del siglo XII; en el siglo XII Rusia no existía. Entonces empecé a sentirme más a gusto. Son todos muy amigables. En 1964 llegó el golpe de Estado. Fernando Henrique Cardoso tuvo que exiliarse en Chile. Las cesantías comenzaron a principios de 1969. La etapa entre 1964 y 1969 fue terrible, decisiva.

Hablando de su carrera como investigador. ¿Qué importancia tiene para el historiador el hallazgo de documentos?
Es uno de los mayores encantos de la investigación histórica. El historiador debe acceder a un evento y narrarlo, y esto puede cambiar con el hallazgo de textos. Tuve una experiencia personal al respecto, pero terminó siendo frustrante. Mi investigación se centraba en la política colonial de Portugal sobre Brasil a finales del siglo XVIII y principios del XIX, de 1777 a 1807, posterior al período del marqués de Pombal y hasta el arribo a Brasil del regente, João. Estaba investigando en el Archivo Ultramarino, en Lisboa. Uno de los personajes claves para mi tesis doctoral sobre Portugal y Brasil en la crisis del antiguo sistema colonial era Rodrigo de Sousa Coutinho, quien fue ministro de Ultramar, luego una especie de primer ministro, y murió en 1812, ya en Brasil. Rodrigo de Sousa Coutinho fue el principal estadista después de Pombal. Entonces encontré en el Ultramarino unas crónicas suyas sobre los dominios en América. Quedé encantado y desesperado. Al advertir que era importantísimo hice xerografiar todo. Cuando regresé a Brasil, para completar mis investigaciones, encontré una revista de literatura llamada Brasília. Revisé la revista del primero al último número y me topé con el título “Rodrigo de Sousa Coutinho. Relatos sobre los progresos de nuestros dominios en América”. El texto ya había sido hallado por un profesor de historia de la literatura poco conocido. Luego descubrí que existía una tercera edición de un brasileño, Marcos Carneiro de Mendonça, más autodidacta, de Río de Janeiro, quien publicó un libro referido a otro estadista de aquella época, en el que publica, bajo otro título, el mismo manuscrito que estaba en la Biblioteca Nacional de Río de Janeiro.

¿Cuál fue el impacto de su trabajo en su tesis doctoral sobre Portugal y Brasil en la crisis del antiguo sistema colonial?
A grandes rasgos, la repercusión fue buena. Recibí críticas de autores marxistas como Jacob Gorender y Ciro Flamarion Cardoso al respecto, por ejemplo, de la definición del esclavismo colonial. También me criticaron otros historiadores no marxistas, los modernos de la Nueva Historia, mostrando que la economía brasileña no se originó enfocada al exterior. Mi tesis sostiene que el sistema colonial es contradictorio. Para explotar la colonia era necesario desarrollarla. Al desarrollarla se creaba el mercado interno. Ahí estaba escrito. Se suele tomar una investigación para mostrar que es explicativa cuando no lo es.

¿Cuál es la aportación principal de su obra?
El problema pasa por encuadrar en la formación del capitalismo cuál fue la postura de Brasil en la gestación del centro y de la periferia. Y compararla con la de Estados Unidos, Hispanoamérica y otros países. Cuando el capitalismo se completa con la revolución industrial, todo el sistema se redefine.

Pedro I es una figura quijotesca. Fue expulsado de la nación que proclamó independiente y recibido por su país natal, que antes había abandonado

En relación al proceso de Independencia, ¿cuál fue la postura de Brasil en cuanto a la ruptura entre las colonias y las metrópolis?
Una parte de mi tesis discurre acerca de cómo emerge Brasil en la crisis del sistema colonial. El marxismo tiene una manera de historizar los conceptos: el sistema colonial acompañó el desarrollo del capitalismo en Europa y aquí en la Colonia portuguesa. Son procesos integrados. Portugal no se desarrolló por motivos extremadamente complejos. Dependía de sus alianzas con otras metrópolis y realizó todas las concesiones que podía hacer: a lo único que no renunciaba era al territorio de Brasil. Si Portugal perdiese la Colonia, ¿qué podría ofrecerle a Inglaterra a cambio del apoyo militar para defenderse de España, que quería anexárselo? Situémonos en el año 1640, cuando comienzan la guerra de la restauración portuguesa y la guerra por la independencia de Cataluña. La guerra en Portugal dura 28 años. Solo en 1668 España reconoció a los Bragança. En Cataluña duró 15 años y no obtuvo la independencia, aunque es una región mayor que Portugal, con una unidad geográfica y cultural, y una lengua propia tan distinta del castellano como el portugués. Cataluña tenía como aliado a Francia que estaba al lado. Portugal tenía una alianza con Inglaterra. ¿Qué tenía Portugal que Cataluña no? Brasil. Con la posesión de la Colonia podía comerciar y a cambio, recibía protección. Esto ayuda a entender por qué el proceso de la Independencia local fue tan singular.

¿En qué se diferenció?
La crisis en la formación del capitalismo tiene lugar en el centro y en la periferia, entre 1750 y 1850. En ambos, reforma y revolución son las formas de afrontar la crisis. Las metrópolis hicieron reformas, reduciendo la explotación colonial, los canales de acumulación primitiva. Portugal fue más allá que las otras metrópolis y esto es lo que trato en mi libro, por eso es fundamental la figura de Rodrigo de Sousa Coutinho. En Portugal, las reformas apuntan a armonizar el desarrollo de la Colonia con el de la metrópoli. En Francia, se produjo la revolución, que condujo a la abolición de la esclavitud en sus colonias. Donde las reformas fueron más lejos, los intentos revolucionarios fueron débiles: en Brasil, la Inconfidência Mineira [la Conspiración de Minas Gerais], en 1789, y la Conjuração baiana [la Conjura Bahiana], en 1798. En la primera, está el encanto de los poetas de la conspiración y Tiradentes fue ahorcado. En la bahiana, todos sus líderes son populares. Cuatro fueron ahorcados en la plaza de Piedade y pocos recuerdan sus nombres. ¿Cuál es la diferencia? En la revuelta de Minas Gerais la abolición de la esclavitud fue algo difuso y en Bahía fue inmediata. Cuando Napoleón invade Portugal, la Corte se trasladó aquí, con la protección de los ingleses, y la Corona pudo salvarse. La postura de la elite dominante de Brasil era exactamente igual a la del señoriazgo en todo el Nuevo Mundo: deseaban la separación, la independencia, pero manteniendo el dominio social. Empero, cuando llega la familia real, la situación política se invierte y la centralidad se traslada aquí. Cuando estalla la revolución en Portugal, en 1820, las Cortes exigían el retorno del rey, pero él quiso quedarse aquí. Fue una situación muy peculiar, porque el Estado estaba al frente de la clase dominante, y los señores se acercaron al príncipe. Fue una revolución para conservar lo que ya tenían, una revolución conservadora. Por eso es errónea la perspectiva “marxizante” de interpretación económica de la historia que expresa: “Cambiamos nuestra dependencia de Portugal por Inglaterra”, como si eso fuera lo mismo. La Independencia es importantísima. Y los que hicieron la Independencia, como José Bonifácio de Andrada e Silva, se dieron cuenta de que era necesario mantener la esclavitud. Sin esclavitud, no habría Independencia. ¿Cómo se resuelve el problema? “Ah, poco a poco iremos integrando”. Y hasta hoy la población no se ha integrado en la sociedad, en el Estado.

En una conferencia reciente sugirió que, si Brasil hubiera sido colonizado por Inglaterra y no por Portugal, su trayectoria podría haber sido otra, pero no la de Estados Unidos. Puede que fuera una inmensa Jamaica. ¿Por qué?
Las trece colonias de Inglaterra en América del Norte fueron colonias de inmigrantes, en donde la economía se organizó para el propio consumo. No fueron colonias de explotación como Brasil e la América española. Otro extremo de la colonización de Inglaterra son las Antillas, como fue el caso de Jamaica. Allí, la situación era distinta porque todo era importado, los huevos, las gallinas, porque la prioridad exclusiva era producir azúcar. Cuantos más esclavos morían, más se incrementaba la trata, fue una situación límite. Entre esos dos extremos tenemos a Hispanoamérica y Brasil, ambos con una mayor tendencia a ser colonias de explotación que de inmigración, pero sin impedir el desarrollo local. Si Brasil hubiese sido colonizado por Inglaterra, tendería a ser una inmensa Jamaica. Lo mismo vale en cuanto a los holandeses. Si se hubieran impuesto en el nordeste, podríamos ser un enorme Surinam. El hecho de haber sido colonizados por Portugal importa, pero no es eso lo que explica que Brasil hoy en día sea más o menos desarrollado. Es el tipo de colonización que se instauró en aquel entonces.

¿Cómo analiza las celebraciones del bicentenario?
Ha habido avances en temáticas nuevas, tales como la participación de las mujeres, los aspectos regionales del proceso (lo que se refleja en las fechas, el 7 de septiembre o el 2 de julio), biografías de personalidades, como en el caso de Tiradentes. La Independencia no es un tema de la Nueva Historia. El análisis de la historiografía de la Independencia debería ampliarse, enriquecer biografías como la de Pedro I, que es una figura quijotesca. Murió en la misma habitación en la que nació, en el Palacio de Queluz, y el nombre de ese cuarto es Don Quijote. Fue expulsado del país que él proclamó independiente. Y fue recibido por su país natal, que había abandonado. Pero es amado por los brasileños que los expulsaron y no es amado por los portugueses que lo acogieron. ¿Por qué no se debate esto? Hay una buena biografía de Pedro I, y no es casualidad que sea de un brasileño, Octavio Tarquínio de Souza. João VI es otra figura que a los portugueses no les agrada demasiado, les da pena. Aquí hay cierta familiaridad. Algo curioso es que Brasil festeja la Independencia junto con Portugal. Esto no ocurre en ningún país del Nuevo Mundo. Lo mencioné cuando daba clases en la Unicamp y le pregunté a una alumna argentina que más tarde se convirtió en profesora de historia económica: “¿Te imaginas en Buenos Aires al presidente de la República celebrando la Revolución de Mayo e invitando al rey de España?” “Impensable”, respondió.

¿Qué tiene de peculiar la relación entre brasileños y portugueses?
Nuestro vínculo con Portugal tiene algo de disputa familiar. Hacemos chistes de portugueses, pero no toleramos que los extranjeros hagan los mismos chistes delante de nosotros.

¿Los lazos se han mantenido?
Cuando Mario Soares [1924-2017] fue presidente de Portugal, entre los años 1980 y 1990, José Aparecido de Oliveira [1929-2007], un político de Minas Gerais, fue embajador brasileño en Lisboa. El historiador Francisco Iglésias [1923-1999], quien era amigo de De Oliveira, me contó que la amistad entre el embajador y el presidente llevó a Mario Soares a proclamar a Tiradentes como héroe nacional, que luchó por la libertad. Esto es impensable en otros países.

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