A los 22 años escuché por primera vez a alguien llamar a los árboles por sus nombres científicos: Myrcia sylvatica, llamado popularmente árbol de canela o murta en Brasil, y Banara guianensis, conocido como granadillo. Corría 1992 y me encontraba en Igarapé-Açu, una ciudad situada a unos 120 kilómetros de Belém (Pará). Ése fue mi primer día de trabajo de campo recogiendo muestras de plantas como parte del Programa Shift [Studies of Human Impact on Forests and Floodplains in the Tropics], fruto de una colaboración entre Embrapa Amazonia Oriental [una unidad de la estatal Embrapa: Empresa Brasileña de Investigación Agropecuaria] y las universidades de Bonn y de Gotinga, ambas en Alemania. Quedé fascinada, todo aquello me maravillaba y, desde entonces, me he dedicado a estudiar y a trabajar para conocer la identidad de los árboles.
Nací en una comunidad ribereña en Abaetetuba, una ciudad que es la segunda productora más importante de asaí del estado de Pará. Vengo de una familia muy humilde, mi madre es ama de casa y mi padre, pescador. Durante toda mi infancia me bañaba en el arroyo igarapé [riacho que nace en la selva y desemboca en un río] antes de asistir a la escuela por la mañana. Al regresar, me adentraba en el monte o mato, que es como la gente de las comunidades ribereñas llama a la selva, y trepaba por los troncos de las palmeras para recoger asaí. Fue mi interés por las especies vegetales lo que me incitó a estudiar ingeniería forestal en la Facultad de Ciencias Agrarias de Pará [FCAP], la actual Universidad Federal Rural de la Amazonia [Ufra].
Mi periplo no fue nada sencillo. Para empezar, tuve que convencer a mi madre que me dejara cursar la enseñanza media. Para ella, bastaba con que supiera leer y escribir. Fueron mis estudios como técnica en contabilidad los que me permitieron aceptar un puesto de trabajo temporal en una oficina en Belém, en 1991. Al año siguiente, comencé a trabajar en Embrapa recolectando especies botánicas, que también se suponía que iba a ser temporal, pero acabé quedándome hasta 2004, siempre en proyectos relacionados con la identificación de plantas.
Trabajé durante toda mi carrera universitaria de grado. Salía del laboratorio y me iba directamente a clase, la mayoría de las veces sin haber almorzado, una rutina que acabó afectando mi salud. En el tercer semestre de la carrera, conseguí una beca Pibic [Programa Institucional de Becas de Iniciación a la Investigación Científica], financiada por el CNPq [Consejo Nacional de Desarrollo Científico y Tecnológico]. Con mi primer pago, contraté un seguro de salud para tratarme una úlcera, consecuencia de la mala alimentación.

Abner Reis / Oficina de Comunicación / UFRAPara Costa Ferreira, la identificación de los árboles evita que se exploten las especies raras con la misma intensidad que las especies comunesAbner Reis / Oficina de Comunicación / UFRA
En 2000, concluí la carrera y ese mismo año fui admitida en el Programa de Maestría en Ciencias Forestales de la por entonces FCAP. En mi estudio, analicé la especie conocida localmente como angelim, un árbol de la familia Leguminosae, cuya madera es una de las más comercializadas en Pará. Este trabajo, que concluí dos años después, fue publicado en 2004 por Embrapa bajo el título Manual de identificação botânica e anatômica – angelim [Manual de identificación botánica y anatómica del angelim]. El término “angelim” comprende a un grupo de especies arbóreas con propiedades diferentes, pero que a menudo se comercializan bajo la misma denominación. Esto tiene varias consecuencias, desde comprometer la calidad de los productos fabricados con esta madera hasta poner en peligro la conservación de especies raras que, debido a errores en su identificación, terminan siendo explotadas con la misma intensidad que las especies más comunes.
Cuando me fui de Embrapa, asumí la gestión del Bosque Municipal Rodrigues Alves, en Belém [Pará], entre 2005 y 2006. Confeccionamos allí un inventario de 510 árboles, 400 de los cuales pertenecen a especies raras. La probabilidad de extinción de estas especies debido a un manejo incorrecto y al desmonte es muy grande. Son especies que estamos perdiendo para siempre. Hay árboles que aún no han sido descritos que se están talando y se los asocia a especies equivocadas para poder obtener una licencia para su explotación.
La COP30 [Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático de 2025], a celebrarse el año que viene en Belém, ha concitado la atención mundial sobre la ciudad. El evento puede atraer el interés de las instituciones de investigación, fortalecer a las que ya se encuentran aquí y dar marco a la firma de nuevos convenios basados en escuchar lo que tienen para decir los habitantes de la selva. No obstante, me preocupa la llegada de proyectos y políticas públicas para fomentar negocios basados en la explotación de los recursos forestales. No estoy en contra de estas iniciativas, pero para que puedan ser realmente sostenibles, es necesario conocer, inventariar y cartografiar la selva. La bioeconomía exige un conocimiento amplio. La identificación botánica es esencial para lograr una buena gestión forestal, es un valor agregado. Y es esto lo que garantiza la conservación, la productividad y, en consecuencia, un beneficio económico y social. Ésta es una de mis motivaciones para trabajar con las comunidades locales.
Desde 2006, cuando era profesora del Centro de Ciencias Agrarias de la UFRA, trabajo con la Asociación de Arte Miriti de Abaetuba. A través de un convenio con Embrapa Amazonia Oriental, hemos estado discutiendo sobre la conservación de las áreas de vega, que aseguran la materia prima para la producción de los juguetes de miriti, una palmera bastante común en la zona también conocida como moriche o burití [Mauritia flexuosa]. Estos constituyen una importante fuente de ingresos en la ciudad, y se venden fundamentalmente durante la fiesta de Círio de Nazaré, que se celebra en octubre en la ciudad de Belém. Hace unos 20 años, la población local empezó a talar las palmas de moriche macho para plantar palmeras de asaí. Esto puso en riesgo toda la producción de miriti y, hoy en día, los artesanos tienen que adquirir la materia prima en otros lugares para poder fabricar los juguetes.
Como investigadora y ribereña, sé que a los habitantes de la selva tenemos que facilitarles el acceso a la tecnología y, sobre todo, establecer espacios de socialización del conocimiento. En mi doctorado, que defendí en 2009 en el Instituto de Investigaciones del Jardín Botánico de Río de Janeiro, desarrollé una herramienta de modelado ambiental de especies que pudiera ser accesible para las comunidades y cooperativas. Al combinar los inventarios forestales de las empresas, que incluyen la identificación de las especies y las coordenadas geográficas de ubicación, con datos sobre las características del medio ambiente, tales como el tipo de suelo y el clima, el modelo calcula la probabilidad de presencia de especies en zonas que aún no han sido inventariadas. Ahora, este modelo está sirviendo como base para el desarrollo de una aplicación.
Nunca me quedo quieta. Desde 2018 participo en otro proyecto conjunto entre Embrapa y la UFRA para ayudar al municipio de Portel, en la isla de Marajó, a estructurar el Centro de Referencia en Manejo de los Montes de Asaí Nativos de Marajó (Manejaí). La idea es aumentar en forma responsable la producción de asaí, de 1 tonelada [t] a 6 t por hectárea. Esto tendría un impacto significativo en los ingresos de las familias locales.
En Marajó, también realizamos investigaciones académicas, especialmente para dilucidar cómo determinados factores, tales como el suelo, los insectos y la disponibilidad de agua, determinan cambios en las copas de los árboles a lo largo del año. Para poder llevar a cabo estos estudios, he entrenado a un grupo de jóvenes de la comunidad para colaborar en la recolección botánica. Se los conoce como los “investigadores de la selva”. Asimismo, estamos implementando las primeras áreas de recolección de semillas y restauración de la selva en los territorios comunitarios de Marajó. Hoy en día ya no basta con combatir la deforestación, urge recuperar los bosques que han sido degradados. Ésta es una de las contribuciones que me he propuesto dejarle a mi región.
Este artículo salió publicado con el título “Para develar la identidad de los árboles” en la edición impresa n° 346 de diciembre de 2024.
Republicar