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Urbanismo

Inundaciones: Las aguas encuentran salida

Proyectos de recuperación de áreas verdes y de la porosidad del suelo mitigan el impacto de las lluvias

Maria Gonçalves, del estado de Ceará, 46 años, Ivoneide Palmeira, del estado de Maranhão, 44 años, y George Duner, del estado de São Paulo, 35 años, cosechan coles, remolacha y maíz en una huerta que ocupa un terreno que antes estaba abandonado, junto a un viaducto de la principal avenida de la zona este de la ciudad de São Paulo. Los tres forman parte de un grupo de nueve hombres y doce mujeres cuyo trabajo es cultivar la tierra. Aunque es algo ocasional, les ayuda a evitar el triste espectáculo que surge con las lluvias de fin de año: ríos desbordados, avenidas inundadas, automóviles nadando, personas aferrándose a columnas para que no las arrastre la correntada, casas cubiertas por las aguas y el tránsito parado durante horas, en ciudades transformadas en lagos.

Las inundaciones, producto de la deforestación y de la construcción de avenidas, viviendas e industrias en las llanuras ubicadas a orillas de los ríos, donde el exceso de agua de las lluvias se infiltraría naturalmente, son un tormento en Brasil: en 1998 y 1999, 1.235 municipios, correspondientes al 22% del total, sufrieron con ríos que salieron de su cauce por las crecidas e invadieron calles y viviendas. A comienzos de este año, 338 localidades de 15 estados fueron declaradas en situación de emergencia, 84 personas murieron y otras 104 mil perdieron sus casas debido a las fuertes lluvias, que recomienzan ahora en septiembre y se extienden hasta marzo con intensidad en aumento.

Pero algunas experiencias recientes indican que las inundaciones no son necesariamente fenómenos inevitables, como los terremotos. Con la participación de la población, o por medio de nuevas leyes, en ciudades asoladas por las crecientes como São Paulo, Porto Alegre y Recife, se busca ahora recuperar áreas verdes, creando huertas o restaurando plazas, reduciendo así la impermeabilización del suelo, uno de los agravantes de las inundaciones.

Cuando el suelo está cubierto de asfalto y hormigón, el volumen de agua de las lluvias en circulación aumenta hasta siete veces con relación al suelo descubierto. Sin tener por dónde infiltrarse, el agua se encamina rápidamente hacia los terrenos más bajos, ocupados generalmente por los habitantes más pobres, víctimas habituales de las inundaciones. Simultáneamente al esfuerzo tendiente a hallar espacios de infiltración para el agua, la frecuencia de las inundaciones llevó a una revisión conceptual: ya no se piensa más que la mera construcción de grandes estanques de retención temporal de agua (los llamados “piscinones”) y la canalización de ríos acabarán con el suplicio de los finales y comienzos de año.

El mismo estudio que advirtió acerca de la necesidad de acciones paliativas en la zona este, el Atlas ambiental do município de São Paulo, elaborado por un equipo de la municipalidad en colaboración con geólogos, geógrafos, ecólogos e ingenieros de la Universidad de São Paulo (USP), fundamentó la propuesta de transformar los tramos iniciales del arroyo Aricanduva, uno de los afluentes del Tietê, en área de protección ambiental. La mayor ciudad del Brasil, con sus alrededor de 10 millones de habitantes, es cortada por 3.200 kilómetros de ríos y riachos o arroyos, de los cuales 400 kilómetros están canalizados.

“Si esa área es ocupada, las obras de dragado del río Tietê y los llamados pisicinones no serán suficientes para contener las inundaciones en los próximos años”, asegura Patrícia Sepe, geóloga de la Secretaría del Verde y el Medio Ambiente (SVMA) de São Paulo y una de las coordinadoras del Atlas. Según Sepe, la preservación del área de 22,7 kilómetros cuadrados, uno de los últimos remanentes de vegetación natural de la zona este, fue una reivindicación de los propios habitantes del barrio de São Mateus, en los debates abocados a la elaboración del Plan Director Regional, en 2002 y 2003.

En Porto Alegre, capital del estado de Río Grande do Sul, el Plan de Drenaje Urbano aprobado en 2000, condiciona la habilitación de los proyectos de nuevos loteos a estrategias destinadas a la contención del agua de las lluvias, mediante la construcción de reservorios o sembrando césped: los condominios habitacionales que se construyan no pueden soltar hacia terrenos aledaños más agua que antes de su construcción. Las estrategias de combate contra las crecidas a veces constan en los planes directores de las ciudades, aprobados desde hace dos años con la perspectiva de que orientasen la ocupación urbana con un poco más de atención hacia las áreas verdes y al estudio que los planes anteriores, concebidos hace tres décadas con énfasis en la búsqueda de nuevas áreas para residencias o industrias.

En algunos casos, como en la Región Metropolitana de Curitiba, Paraná, en la ciudad ‘gaúcha’ de Caxias do Sul o en Santo André, en el llamado ABC paulista, y en Penápolis, interior de São Paulo, hay planes integrados de las redes de drenaje, abastecimiento de agua y alcantarillado, normalmente construidas por separado. Son tácticas que redundarían en costos menores, y evitan incurrir en los errores del pasado. “La planificación territorial no puede tener en cuenta únicamente las potencialidades de los recursos naturales, como el relieve, el agua y el clima”, comenta el geógrafo Jurandyr Ross, de la USP. “Debe también prestar atención a las fragilidades ambientales, que afectan no solamente a la naturaleza, sino también y principalmente a la sociedad.”

Leyes no faltan. Y nunca han faltado. Luiz Roberto Jacintho, ingeniero agrónomo de la Secretaría Verde de São Paulo, comenta que las lluvias no serían enemigas de los habitantes de las ciudades si al menos dos leyes federales se hubiesen respetado: el Código Forestal, de 1965, de acuerdo con el cual debe dejarse libre una franja de 30 metros a orillas de los ríos y de 50 metros en los bordes de las cabeceras, y la Ley de Parcelación (o Ley Lehmann), de 1979, que estipula qué áreas en las ciudades deben o no deben ocuparse. “Pero en las últimas décadas, debido a la presión demográfica, los loteos clandestinos ocuparon la mayor parte de las áreas que deberían mantenerse libres.”

En 2002, el Ministerio Público ordenó la aplicación del Código Forestal en Recife, capital de Pernambuco, ciudad con un millón y medio de habitantes situada en la desembocadura de tres grandes ríos y atravesada por más de 60 canales, que sufre crecidas seculares. La municipalidad acató la decisión del Ministerio Público, pero la población protestó: de los 217 kilómetros cuadrados de ciudad, 70 estaban bajo influjo del código, y de estos, más de la mitad ocupados por viviendas. Se hicieron posteriormente debates públicos, y en diciembre de 2003, luego de la elaboración de 41 borradores, el Concejo Deliberante aprobó una solución conciliadora: habría franjas mayores, de 40 a 120 metros, superiores a lo que estipulaba el Código Forestal a lo largo de las orillas todavía preservadas de los ríos, y se permitirían algunas excepciones en los loteos ya establecidos o aprobados a orillas de los ríos, donde no había más vegetación natural.

Recife implementó también un mecanismo de compensación: quienes construyan a orillas de los ríos deberán de recuperar un área verde equivalente al doble del área del lote -construir una casa en un lote de 300 metros cuadrados implica plantar árboles o crear jardines en 600 metros cuadrados de una plaza, un parque o bordes de cursos de agua. “Tenemos 40 proyectos en fase de aprobación bajo el imperio de la nueva ordenanza, cada uno de ellos implica la recuperación de mil metros cuadrados en promedio”, comenta Mauro Buarque, director general de la Secretaría de Planificación, Urbanismo y Medio Ambiente. “En dos años más, cuando esas áreas se hayan implantado, esperamos tener menos problemas con las crecidas.”

Inversión de paradigma
Están cambiando también las bases conceptuales con las que se busca resolver las inundaciones: no haciendo correr el agua correr lo más rápido posible hacia los ríos por medio de canales -una estrategia que actualmente se reconoce que solamente traslada el problema a las regiones vecinas-, sino retardando el caudal, por medio de reservorios y de áreas permeables. “La estrategia de hacer correr rápidamente el agua es absolutamente errónea, pues concentra la inundación en pocos puntos de las ciudades”, comenta el ingeniero civil Carlos Tucci, de la Universidad Federal de Río Grande do Sul (UFRGS). “Buena parte de los problemas actuales”, añade el ingeniero civil Ricardo Bernardes, de la Universidad de Brasilia (UnB), “obedece a la visión distorsionada de que las obras resolverían todo.”

El antiguo paradigma empezó a caer debido a sus propias límitaciones. Veinte años atrás, por más que se canalizasen arroyos y ríos, no había manera de evitar las inundaciones de la región central de la ciudad de São Paulo, la mayor ciudad de Brasil, cuya municipalidad gasta alrededor de 200 millones de reales por año para mitigar el impacto de las inundaciones. En aquella época, los ingenieros no hallaron otra salida a no ser construir un gigantesco reservorio para contener las aguas de las lluvias -y así nació el “piscinón” de Pacaembú, el primero del país, inaugurado en 1995. Actualmente hay piscinones también en Porto Alegre, Curitiba, Natal, Maceió y Teresina.

Sin embargo, por más que se protejan, las ciudades siempre serán vulnerables a los efectos de las lluvias intensas. “En algún momento, las barreras son superadas, porque las lluvias siempre pueden ser más intensas que las consideradas en los proyectos de ingeniería”, dice Bernardes.

A comienzos de 2004, el arroyo Aricanduva se desbordó, como consecuencia del exceso de lluvia: llovió más durante los primeros cuatro días de febrero que durante todo el mes de febrero de cada uno de los dos años anteriores. Y en el nordeste de Brasil, el río São Francisco creció como no lo hacía desde hacía 18 años, y sus aguas ocuparon las calles y casas de 104 localidades. Ríos tranquilos durante años seguidos, a veces también se vuelven peligrosos, pues sugieren que nada anormal puede llegar suceder. En Santa Catarina, 70 años de relativa tranquilidad le dieron a la población la confianza suficiente como para ocupar las orillas de los ríos Itajaí y Açú. Cuando ocurrió la gran crecida de 1983, Blumenau quedó bajo las aguas.

En la actualidad, los costos obran en contra del antiguo paradigma. “La canalización cuesta entre tres y diez veces más que la construcción de estanques para resolver el mismo problema”, dice Tucci. De acuerdo con un estudio de Marcos Cruz, uno de sus alumnos de doctorado, presentado en junio en el Concejo Municipal de Porto Alegre, los costos correspondientes al control de las crecidas en la capital ‘gaúcha’ mediante la canalización ascienden a 1.400 millones de reales, mientras que con medidas sostenibles -piscinones, trincheras, áreas de infiltración y pavimentos permeables-, los gastos serían de 221 millones de reales.

“Mientras los países ricos verificaron que los costos de canalización y de conductos eran muy altos, y abandonaron este tipo de solución hace 30 años, los países pobres adoptan sistemáticamente estas medidas, por lo cual pierden dos veces: con los mayores costos y con el aumento de la pérdidas”, dice Tucci. Según el ingeniero, el costo de canalización por kilómetro ascendió a 50 millones de dólares en el río Tamanduateí, en la ciudad de São Paulo, y a 25 millones de dólares en el río Arrudas, Belo Horizonte. “En ambos casos, las inundaciones regresaron una vez concluidas las obras.”

El ladrón del ahorro
Hace algunos años, Paulo Canedo, ingeniero civil de la Universidad Federal de Río de Janeiro (UFRJ), condujo las obras contra las inundaciones causadas por tres ríos en localidades de la Bajada Fluminense, Región Metropolitana de Río de Janeiro. “Debido una la urbanización absolutamente predatoria, teníamos una inundación tras otra”, comenta. Al asumir como presidente de la Superintendencia Estadual de Ríos y Lagunas (Serla) en marzo de 1991, Canedo paralizó las obras de canalización ya iniciadas y se abocó a estudiar los mapas de la zona en busca de alternativas.

Canedo cree es una suerte el hecho de haber descubierto un área deshabitada cerca de la cabecera de uno de los ríos: el Sarapuí, que funcionaba como campo de pruebas de artillería del Ejército. Luego de algunas negociaciones, obtuvo la autorización de los militares para usar este terreno como área de amortiguación de crecientes. Más adelante, construyó un dique de 7 kilómetros de extensión, que retuvo el exceso de aguas del Sarapuí y parte de las que provenían de otro río, el Pavuna, antes de llegar a las ciudades. El costo de la obra ascendió a 12 millones de dólares, diez veces menos que lo previsto inicialmente.

Hubo incluso otro ganancia, más sutil y profunda. “Al resolver el problema de las inundaciones”, dice Canedo, “logramos romper el ciclo perverso de empobrecimiento crónico: cada año que pasaba los habitantes de la bajada se volvían más pobres, porque debían gastar sus escasos ahorros, juntados durante todo el año, para reponer aunque sea parcialmente las pérdidas ocasionadas por las inundaciones. La creciente era como un ladrón de sus ahorros”. Con las aguas bajo control, cuenta Canedo, los habitantes empezaron a usar sus economías en refacciones o directamente para construir, pero ahora sí: con ladrillos nuevos y rojos, no con aquéllos viejos y grises como era antes.

La geóloga Harmi Takiya -desde 2002 al frente de una de las 31 subintendencias de la ciudad de São Paulo, la de Mooca, un área de 35 kilómetros cuadrados, con 308 mil habitantes, ubicada en la zona este- abre sobre su mesa el mapa geológico del municipio y muestra: mientras los bordes de la ciudad se encuentran en áreas altas, de terrenos antiguos, poco habitados y cubiertos de vegetación natural, esta región de la zona este se encuentra en una llanura anegadiza, entre los arroyos Aricanduva y Tamanduateí, afluentes del Tietê.

A continuación, Takiya se vuelve hacia las fotos de satélite fijadas en la pared. Pueden verse los vastos condominios horizontales de casas, decenas de galpones industriales, actualmente en gran medida abandonados, sobre la avenida Presidente Wilson, cerca del río Tamanduateí, y solamente una mancha verde: el Parque do Carmo, en el barrio de Itaquera, a unos 25 kilómetros de Mooca. “Es un escenario sumamente árido”, dice.

Por allí existen realmente muy pocos espacios verdes. En el Atlas ambiental, que Harmi coordinó cuando estaba en la Secretaría Verde, los distritos de Brás, Água Rasa y Mooca, que forman esa subintendencia, aparecen con cero, 0,4 y 2,2 metros de área verde por habitante, mientras que en Morumbí, un barrio alto ubicado del otro lado de lado ciudad, hay 239 metros de vegetación natural por habitante. Debido a la escasez de árboles y al exceso de hormigón, la temperatura de la zona este es una de las más altas de la ciudad: 32 °C en Brás y 31,5 °C en Mooca, al paso que en Morumbi la media anual es 27,5 °C.

Harmi echó mano del Atlas, de los estudios de la Secretaría de Planificación y de otras bases de datos para implantar, junto con la población, una serie de medidas que aumentan la permeabilidad del suelo -algunas con un nítido impacto social. A la limpieza de 20 mil bocas de tormenta y de la red de galerías de aguas pluviales, para que la lluvia corra, en lugar de entorpecer la vida de todos, se le sumó la recuperación de los espacios públicos: 51 de las 197 plazas han sido refaccionadas, y ahora, con más tierra y árboles y menos hormigón, funcionan como áreas de retención de lluvias -en todo el municipio, de 1.500 kilómetros cuadrados, en los últimos tres años se recuperaron alrededor de 800 mil metros cuadrados de área verde, por medio de la replantación de árboles o la restauración de plazas, de acuerdo con la Secretaría de Infraestructura Urbana (Siurb).

En la zona este, al menos dos medidas salieron de lo común: una es la transformación de un área abandonada de 7 mil metros cuadrados junto a un viaducto, que se convirtió en una huerta mantenida por 21 jefes de familia. Éstos reciben una ayuda de costo de 315 reales por mes. Y, por otra parte, el Ecopunto, una central de recolección de residuos en la cual convergen cerca de 2 mil toneladas mensuales de restos de refacciones domésticas, de madera y muebles viejos que antes iban a parar a las calles, tapando bocas de tormenta y contribuyendo así con las inundaciones. Ahora van directamente a parar a los rellenos sanitarios de la ciudad.

En las reuniones destinadas a la elaboración del Plan Director Regional, “la más fuerte reivindicación de los habitantes fue precisamente la solicitud de áreas verdes y de esparcimiento”, dice Harmi. “Las intervenciones puntuales, como las aceras verdes, propuestas por los vecinos de Tatuapé, con un 40% de césped en lugar de cemento, ayudan sobremanera a detener las inundaciones”. Según Bernardes, de la UnB, el hecho de transformar en césped una tercera parte de un área de cemento -en una simple vereda, en un lote o en una parte del área urbanizada de la ciudad- permite reducir un 25% el caudal de agua que correría si toda el área permaneciese impermeable.

Una disputa entre barrios
Sin embargo, las acciones puntuales no son suficientes, advierte Tucci. Según el ingeniero, es fundamental administrar el flujo de agua dentro de compartimentos de las cuencas hidrográficas -las llamadas subcuencas-, tal como está empezando a hacerse en Curitiba y en Porto Alegre. Así y todo, como las subcuencas pueden abarcar más de un barrio, no siempre es fácil administrar los conflictos que surgen. Hasta hace poco tiempo, los vecinos de los barrios de Chácara das Pedras, Três Figueiras y Bela Vista, en la zona este de la capital ‘gaúcha’, se rehusaban a aceptar la transformación de algunas plazas en reservorios para las aguas que desbordasen del río Areia. En primer lugar, temían que éstos se convirtiesen en depósitos de basura. Asimismo, argumentaban que el problema de las inundaciones no era de ellos: la preocupación acometía solamente a los barrios vecinos, enclavados en terrenos más bajos.

“No existe un incentivo a la prevención contra inundaciones, porque hay un rédito político”, espeta Tucci, que estudia el impacto de las lluvias en el país desde hace 30 anos. “Cuando las ciudades son declaradas en estado de calamidad pública a causa de las inundaciones, los alcaldes reciben dinero a fondo perdido; fondos que pueden usar sin hacer llamados a licitación”. Las acciones de emergencia predominan también a nivel nacional, pese a que la Constitución atribuya a la Unión la responsabilidad de actuar de manera preventiva contra sequías e inundaciones.

En enero de 2001, luego de que las inundaciones del comienzo del año afectaran a casi 82 mil personas en Minas Gerais, 8,2 mil en Río de Janeiro y 9,1 mil en São Paulo, Fernando Becerra, por ese entonces ministro de Integración Nacional, lo reconoció: el gobierno debería haberse preparado para afrontar un problema como éste, que se repite. Tres años después, en febrero de 2004, el propio presidente Luiz Inácio Lula da Silva, junto a seis ministros, visitó Petrolina, estado de Pernambuco, que tuvo 2.300 personas evacuadas y 134 viviendas destruidas. El primer mandatario sostuvo estar conmovido como el estrago causado por la crecida monumental del São Francisco.

Las ideas del campo
Las soluciones contra las inundaciones pasan también por una revisión del rol de los habitantes de las ciudades. “Al dejar el agua de la lluvia que cae en los techos y patios corriendo hacia la calle, trasladamos el problema al poder público, tal como lo hacemos con la basura y los desagües”, afirma Ross, de la USP. Para el investigador, los propietarios de los espacios públicos y privados -y no solamente los nuevos constructores- deberían ayudar a retener las aguas pluviales, instalando más césped o reservorios.

Los artificios para aplacar las lluvias por metro, o por goteo, por medio de aquello que los ingenieros denominan medidas no estructurales, antes eran inaceptables. Ross trabajaba como asesor voluntario de la Empresa de Planificación Urbana de São Paulo (Emplasa) en 1985, cuando participó en un estudio piloto destinado a la contención de las crecidas del río Cabuçú de Cima, en el límite del municipio de São Paulo con Guarulhos. Hizo un relevamiento, analizó las formas de uso de la tierra, identificó áreas anegadizas y puntos de estrangulamiento de caudal de agua y sugirió que los propietarios de edificios, viviendas e industrias construyesen pequeños reservorios que retuviesen el flujo de las lluvias. “Me dijeron que estaba loco”, comenta Ross. La sugerencia se descartó de plano, por supuesto.

Al exponer sus ideas, Ross se acordó de cuando aún era un chico, estando en una chacra del interior de Paraná, y veía a su abuelo Thomaz Sanchez y a su padre, Dionizio Hernandez, haciendo pozos en la tierra para contener las aguas de las tormentas, que después se esparcían naturalmente por la plantación de café. Mucho después descubrió que la misma técnica forma parte del cultivo directo, mediante el cual se revuelve la tierra lo menos posible y se aprovecha al máximo a agua, induciendo su infiltración, que al mismo tiempo mejora la humedad del suelo y evita la erosión. “Debemos interactuar con los fenómenos del campo”, dice. “Los ingenieros y habitantes de la ciudad podrían aprender un poco más con los agricultores e ingenieros rurales.”

Los Proyectos
1.
Atlas ambiental del municipio de São Paulo; Modalidad Biota/FAPESP; Coordinadora Harmi Takiya – SVMA; Inversión R$ 148.845,00 (FAPESP)
2. Planificación integrada de sistemas de saneamiento; Modalidad Línea Regular de Investigación; Coordínador Ricardo Silveira Bernardes – UnB; Inversión R$ 100.000,00 (UnB)

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