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Jeter Bertoletti

Jeter Bertoletti: Impulsor de colecciones

Museólogo gaúcho habla sobre el desafío de conciliar investigación con divulgación científica y organizar exposiciones interactivas  

Jeter BertolettiFernanda ChemaleUna colección privada de un joven estudiante fue el punto de partida del archivo del Museo de Ciencias y Tecnología (MCT) de la Pontificia Universidad Católica de Rio Grande do Sul (PUCRS), un imponente edificio construido en un área de 22 mil metros cuadrados (m2) en el campus de la universidad gaúcha. En la década de 1960, el biólogo y museólogo Jeter Bertoletti ingresó en la institución para cursar Historia Natural. Lllevaba consigo un gran interés por la ciencia y atesoraba en el sótano de su casa un archivo, acumulado desde sus 7 años de edad, con piedras, minerales y pequeños animales, entre los cuales había arañas, escorpiones y serpientes. La colección dio origen al Museo de Zoología de la PUCRS, embrión del actual MCT, al cual se dedicó Bertoletti hasta que se jubiló en 2007. En más de cuatro décadas de actividad, amplió las colecciones mediante la adquisición, recolección y donaciones de materiales y piezas de arqueología, paleontología, zoología, botánica y mineralogía. Y colaboró en los proyectos de muchos de los más de 700 experimentos de química y física disponibles en el museo.

El tiempo que le dedicó a la divulgación científica no le impidió trabajar como investigador científico. A resguardo del MCT se elaboraron proyectos en el campo de la cría de peces, camarones y crustáceos del género Callinectes [en Brasil, siris], una actividad de investigación a la cual prestó ayuda para su desarrollo en Rio Grande do Sul, con el mismo entusiasmo con el que se dedicó a la museología. Uno de sus emprendimientos con mayor repercusión fue el Proyecto Tainha (Lisa), en cuyo marco se seleccionaron ambientes propicios para la cría sostenible de peces. En simultáneo, estudiaba las características morfológicas de peces, llegando a describir una nueva especie, el Trachelyopterus lucenai.

Bertoletti aboga por la idea de que los centros y museos de ciencia deben ser espacios destinados a la producción científica. “Las colecciones son de un cariz científico y sirven como ayuda para la formación de recursos humanos en curaduría, por ejemplo, o taxonomía”, dice.

Edad
76 años
Especialidad
Historia Natural, Museología y Acuicultura
Estudios
Pontificia Universidad Católica de Rio Grande do Sul ‒ PUCRS
(título de grado, doctorado y libre docencia)
Instituición
PUCRS
Producción científica
Más de 150 artículos científicos y 17 libros y capítulos de libros. Supervisó 163 trabajos de iniciación científica y posgrados

En 2007, el museólogo fue el ganador de la 27ª edición del Premio José Reis de Divulgación Científica, concedido por el Consejo Nacional de Desarrollo Científico y Tecnológico (CNPq). Parte de ese reconocimiento se debe a su labor pionera en Brasil en cuanto a la creación de un museo que funciona montado en un camión, el Promusit, que se inauguró en 2001 y fue el primer museo de ciencia itinerante del país, transformándose en una referencia. A sus 76 años de edad, el investigador reparte su tiempo entre dos casas que proyectó como residencias, en las ciudades de Porto Alegre y Canela.

¿Cómo surgió su interés por las ciencias naturales?
Estudié en el Colegio Marista Nossa Senhora do Rosário, en Porto Alegre, cuyo sesgo formativo eran las asignaturas ligadas a la naturaleza. Había algunos hermanos maristas que trabajaban con historia natural y eso me llamó la atención. Cuando contaba con unos siete años, salía con mis compañeros a buscar piedras preciosas en Porto Alegre, que se encuentra en una región de rocas graníticas. Escavábamos en los cerros y hallábamos cuarzo, por ejemplo. Comencé a coleccionarlas. En mi casa teníamos un gran sótano, donde guardaba esos minerales y cristales. Más allá de rocas y minerales, también atesoraba algunos animales, tales como arañas, escorpiones y serpientes.

Se convirtió en un coleccionista…
Ya tenía esa inclinación. Con el tiempo, comencé a identificar las especies. Mi colección fue creciendo, sin contar con profesores que me supervisaran. Mis padres me incentivaban a estudiar medicina, pero acabé estudiando Historia Natural en la PUCRS. Se trata de una carrera que ya no existe en Brasil. En ella se brindaba una noción mucho más amplia de la naturaleza. Como yo ya disponía de una gran colección de minerales y animales, tenía en mente trabajar con museos de ciencia.

¿Entonces ese deseo de crear un museo de ciencia lo acompañaba desde su infancia?
En realidad, comencé a tenerlo claro cuando ingresé a la universidad. La carrera de la PUCRS no disponía de un museo, aunque se hallaba bien equipada con microscopios, por ejemplo. Desde mi primer año en la facultad comencé a organizar por mi cuenta las colecciones de la carrera. Entre 1960, cuando comencé, y 1967, armé una hermosa colección con la ayuda del rector de ese entonces, José Otão, y del profesor Jacob Kuhn; que luego se convirtió en el Museo de Historia Natural de la PUCRS. Parte del patrimonio mineralógico lo había adquirido Faustino João en Alemania, que era un hermano marista director de ciencias en la universidad, en aquel tiempo. Como hablaba varios idiomas, encargó esos minerales provenientes de Europa con facilidad.

¿Usted se inspiró en ejemplos internacionales de la época?
Aún no tenía conocimiento de experiencias en el exterior, tan sólo era un estudiante. En 1961, cuando cursaba el segundo año de la carrera, comencé a trabajar como auxiliar de mineralogía en la PUC, una disciplina compleja. Luego fui auxiliar de zoología y de fisiología vegetal. Eso, en cierto modo, colaboró para reforzar mi gusto por la divulgación científica. Pero estaba al tanto de lo que sucedía en el mundo a través de revistas internacionales. Leía sobre museos, fundamentalmente de países de Europa y de Estados Unidos. Eran museos grandes, pero muy estáticos. El concepto de interactividad, con actividades dinámicas como las que disponemos hoy día, es algo más reciente. Por eso en esa época comencé a pensar en hacer algo novedoso en Brasil. Un museo que pudiera no sólo albergar colecciones, sino también laboratorios de investigación básica y aplicada.

Bertoletti (en el centro) presentando el Proyecto Tainha a las autoridades de Rio Grande do Sul en la década de 1970

Archivo personal Bertoletti (en el centro) presentando el Proyecto Tainha a las autoridades de Rio Grande do Sul en la década de 1970Archivo personal

¿Cómo se estructuró el museo en su etapa inicial?
Funcionaba en un área de 220 m2 de exposiciones, con alrededor de siete mil piezas de áreas tales como arqueología, zoología, botánica, paleontología, geología, etc. Había una réplica de un mastodonte de tres metros de altura. Disponíamos de varios acuarios marinos y de agua dulce y unos 30 dispositivos interactivos que yo había fabricado para la explicación de conceptos de física y química. Cabe destacar que en la década de 1970 trabajé como docente de matemática y coordinador de biología en dos colegios de Rio Grande do Sul: el Marista Nossa Senhora do Rosário, donde había estudiado, y el Colegio Estadual Júlio de Castilhos. En ambos también fundé museos de ciencias. Ellos disponían de un cuerpo docente muy calificado, laboratorios y bibliotecas. Así fue que comencé a introducir a los alumnos en clases prácticas en esas escuelas.

Hay estudiantes que ingresan en la universidad sin haber visitado nunca un laboratorio.
En efecto, y a mí ya me preocupaba eso desde entonces. Noté que la divulgación del conocimiento científico y la popularización de la ciencia deberían hallarse presentes en todas las escuelas: en las de la capital, municipales, estaduales y hasta en las nacionales. En la actualidad aún hacen mucha falta clases prácticas, tales como las de microscopía, morfología y anatomía de animales. Por ejemplo, la microscopía de microorganismos vivos o en láminas. Dirigí una película amateur con mis alumnos, sobre la anatomía de un perro callejero enfermo. Había tantos gusanos en el interior del animal, afectando diversos órganos, tales como el hígado y el páncreas, que sin duda moriría en pocos días. La película se exhibió en varias capitales, incluso en Brasilia. El problema radica en que nuestros profesores, en general, no están capacitados para enseñar de ese modo. Y ni hablar de la falta de recursos y estructura. El Colegio Estadual Júlio de Castilhos, por ejemplo, en mí época disponía de estructura, laboratorios. Ahora, se encuentra en gran parte descuidado. Solamente hay un pequeño museo, pero sin demasiada finalidad.

¿El museo pasó a llamarse Museo de Ciencias y Tecnología posteriormente?
Así es. Su denominación cambió por una razón muy sencilla: notaba que la química, la física, la tecnología y otras áreas del conocimiento no se hallaban presentes en el Museo de Historia Natural. Faltaba brindarles espacio a esos campos. El museo ya recibía bastantes visitantes, había meses en que más de dos mil alumnos pasaban por allí. Entonces comencé a ampliarlo con contenidos de otras disciplinas. La inserción del término “tecnología” apareció recién en 1993. El Museo de Ciencias y Tecnología de la PUCRS dispone hoy de 22 mil m2, con una arquitectura propia, y ubicado en un área privilegiada dentro del campus de la universidad. Su estructura posee cinco plantas y dos entrepisos, donde se encuentran ubicados el área de exposiciones, el archivo científico y didáctico, los laboratorios de investigación y capacitación docente, además de oficinas y de la administración. Dispone incluso de áreas anexas, tales como talleres mecánicos, de artes, depósitos, serpentario, espacio de acuicultura y estacionamientos. En total, hay más de 700 experimentos en unas 20 áreas temáticas, tales como Universo, Electricidad y Magnetismo y Ser Humano.

¿Cómo arribó a su configuración actual?
Estuvimos repartidos en diversos edificios hasta mediados de los años 1980. En 1985, el entonces rector Norberto Rauch me solicitó un proyecto. En 1988 le entregué el diagrama de flujo que se ajustaba al currículo de las escuelas, explorando la biología, la zoología, la botánica, la química, la geografía y la historia. Después, con ayuda de la Fundación Vitae, dirigida por Regina Weinberg, conocimos otras experiencias internacionales, de México, de Estados Unidos y de Europa, que cuentan con un diagrama de flujo muy distinto al nuestro.

¿Cuáles son los museos de ciencia que más le gustan y que funcionan como referentes internacionales en la actualidad?
Cada uno cuenta con características propias, por su tradición o por la innovación. La atracción, la interactividad, la enseñanza y el aprendizaje varían. Con el conocimiento que poseo de más de 50 museos, puedo citar algunos. Lo cierto es que los mejores museos se encuentran en el hemisferio Norte y en los países más desarrollados económicamente. Por ejemplo, el American Museum of Natural History, de Nueva York, es muy conocido por su vasta colección de fósiles. En tanto, el Smithsonian National Museum of Natural History, de Washington, posee más de 120 millones de piezas, y se destaca en cuanto a la investigación, especialmente, de peces. El Museum of Science de Boston es muy interactivo y dinámico, abarca diversas áreas del conocimiento humano. Tiene un gran director, David Ellis, con quien trabajé en Porto Alegre, Minas Gerais y São Paulo. Allá, la física y la matemática están muy bien representadas. También dispone de atracciones sobre dinosaurios y el tiburón del famoso filme de igual nombre. La California Academy of Sciences de San Francisco constituye uno de los mayores espectáculos en materia de museos modernos. Su arquitectura es una obra maestra. Dispone de áreas de interactividad, exposiciones singulares y se destaca en investigación biológica. También está el Cité des Sciencies et de l’Industrie de París. Se trata de un grande y famoso parque de ciencias, además de ser una postal de la capital francesa, juntamente con el Louvre. También quiero citar al Deutsches Museum de Múnich, uno de los mayores y más tradicionales museos del mundo, que se destaca por la tecnología y por las ciencias naturales. Y el Natural History Museum de Londres, con buenas colecciones de ciencias de la vida y de la Tierra.

En la década de 1970 usted creó una carrera de posgrado en el museo. ¿Un museo de ciencia también debe ser un centro educativo?
En 1972, le envié un proyecto a la Capes [la Coordinación de Perfeccionamiento del Personal de Nivel Superior] para la creación de una carrera de osteología, la ciencia que estudia los huesos. En esa época recibí bastantes críticas. Muchos me decían que un museo no puede ser una institución educativa ni de investigación. La rectoría me comunicó que no era función del museo contar con una carrera de posgrado. Por eso cancelé la carrera y los alumnos se sumaron a la materia de posgrado en paleontología de la Universidad Federal de Rio Grande do Sul, para poder identificar, por ejemplo, los fémures de animales fosilizados. Las colecciones son de carácter científico y sirven de ayuda para la capacitación de recursos humanos en curaduría o taxonomía. Actualmente, en el museo se dictan tres carreras de posgrado ‒Zoología, Arqueología y Educación en Ciencias y Matemática‒ que tienen cientos de alumnos.

Expedición organizada por Bertoletti en los años 1970 con el objetivo de seleccionar peces para las investigaciones

Archivo personal Expedición organizada por Bertoletti en los años 1970 con el objetivo de seleccionar peces para las investigacionesArchivo personal

El trabajo del museo estaba patrocinado por una revista de divulgación científica. ¿Cuál es el balance de esa experiencia?
Yo fui el creador y editor de dos revistas científicas del museo. Se intitulaban Comunicações Científicas y Divulgações do MCT-PUCRS. Desgraciadamente, la PUC las discontinuó al finalizar mi gestión, en 2007. Se habrán realizado unas 40 ediciones. Tuvieron gran circulación, incluso a nivel mundial. Nos permitieron realizar un fuerte intercambio internacional, enviando nuestras revistas para algunas de las principales instituciones de investigación del mundo, en Bélgica, Holanda, Francia, Inglaterra, Rusia y Estados Unidos, y recibiendo ejemplares de publicaciones de esas instituciones. Con las revistas que recibíamos, monté una biblioteca con más de 40 mil ejemplares. Le dejé ese material al museo, pero la PUCRS, que posee una de las mayores bibliotecas de Sudamérica, anexó el material a la biblioteca central.

¿Usted inició su trabajo con peces a partir de los años 1960?
Más allá de mis trabajos con museos, también investigaba, con la ayuda del CNPq [el Consejo Nacional de Desarrollo Científico y Tecnológico]: estudiaba peces que recogía en Lago Guaíba y en Laguna dos Patos. Mi objetivo era el conocimiento de la fauna de un modo general y la identificación de especies. Las investigaciones comenzaron dentro del museo y yo contaba con la ayuda de los alumnos de la carrera de Historia Natural, que realizaban una pasantía en el museo y al finalizar recibían un certificado. En esa época, describí y publiqué una nueva especie de pez, el Trachelyopterus lucenai. En total, debo tener más de 50 trabajos en esa área. Paralelamente, también me desempeñé como asesor en el área ambiental. Entre quienes me contrataron, figura el Consorcio Nacional de Ingenieros Consultores de São Paulo, la empresa Hidroservice y otras grandes empresas nacionales e internacionales para la coordinación de estudios de impacto ambiental en la construcción de hidroeléctricas. Eso implicaba un estudio ambiental complejo, que involucraba fauna, flora, geología, arqueología, etc. Coordinaba equipos con más de 100 personas. Eran investigadores que hacían el trabajo de campo.

¿Usted trabajó en São Paulo, cierto?
Así es, hice una pasantía en el Museo de Zoología de la Universidad de São Paulo en los años 1960, cuyo director era Paulo Vanzolini, uno de los mayores investigadores de lagartos del mundo. Él me brindó toda la estructura necesaria para investigar y quería que me quedara con él, trabajando con peces. Con el tiempo, tuve una copia de la llave del museo, e iba allí también los sábados y domingos. Vanzolini me llevó a la casa de una familia cerca del museo, que me alquiló el cuarto principal. En aquella época, también conté con un gran apoyo del zoólogo Heraldo Britski, del Museo de Zoología, que trabaja en el área de ictiología, el estudio de los peces.

¿Los resultados de sus trabajos en la identificación de especies ictícolas fueron aprovechados de alguna forma por el museo en la PUCRS?
En mi opinión, los museos de ciencia e investigación deben complementarse. En la actualidad, la mayoría de los museos brasileños no realizan investigación. Por supuesto, hay estudios bibliográficos, de archivo, pero no existe una preocupación concreta por invertir en investigación científica. En mi caso, me esforzaba por mantener bajo la esfera del museo a alrededor de 50 investigadores, que se dedicaban exclusivamente a los laboratorios de ictiología, herpetología, paleontología y ornitología. Llegamos a organizar una edición del Congreso Internacional de Ictiología dentro del museo, al que asistieron más de 300 investigadores de todo el mundo. Nuestro laboratorio fue un referente internacional y a través de él recibí invitaciones para conocer laboratorios en Estados Unidos.

Los primeros años del Museo de Ciencias e Tecnología: alumnos participan de una aula practica

Archivo personal Los primeros años del Museo de Ciencias e Tecnología: alumnos participan de una aula practicaArchivo personal

En 1974 usted creó el Proyecto Tainha. ¿Cómo fue eso?
En ese entonces, la producción de camarones y peces de Laguna dos Patos estaba disminuyendo drásticamente. Las colonias de pescadores se hallaban en crisis y a la industria pesquera de Rio Grande do Sul también le iba mal. Comencé a comandar expediciones oceanográficas, en colaboración con el gobierno estadual, para la búsqueda de peces. La idea consistía en recolectar especies y aumentar la colección científica para la investigación y, simultáneamente, la identificación de peces marinos de Rio Grande do Sul. La Secretaría de Agricultura del estado contaba con un grupo de trabajo que se dedicaba al desarrollo de la industria pesquera. Le elevé una propuesta a la cartera: la modificación de la estructura del puesto de piscicultura de la localidad de Osório, como una forma de introducir la piscicultura económica en varias áreas del estado, y la implementación del proyecto de selección de ambientes en aguas de estuarios y marinas para la conformación de criaderos de especies de importancia económica, tales como lisas, lenguados, camarones y siris.

¿Cuáles fueron los resultados de ese proyecto?
Implementamos la maricultura en la ciudad de Tramandaí, mediante la cría de mejillones. También introdujimos ostras en la desembocadura del río Tramandaí, pero no dio mucho resultado. Después, algunos de mis alumnos llevaron esa idea a Santa Catarina e incluso algunos, hasta el nordeste. Y llevamos el proyecto a Saco do Justino, una ensenada de Laguna dos Patos. Entre 1976 y 1978, la región produjo 70 toneladas de camarones y más de 100 toneladas de lisas. Los grandes comerciantes locales ‒que compran y venden el pescado‒ quedaron pasmados. Con el proyecto, por ejemplo, 30 camarones pasaron a pesar alrededor de 1 kilogramo. Querían que los ayudara, pero mi objetivo siempre fue en pos de los pescadores más pobres. Lo que yo hacía era crear zonas de alimentación natural, además de fertilización química de los campos de pesca. Esas áreas atraían peces, camarones y siris. Conseguía salvado de arroz y sembraba todos los días. En total, hice 19 proyectos de acuicultura en Rio Grande do Sul.

Usted fue un pionero en el país al crear el Promusit, el museo de ciencia itinerante de la PUCRS. ¿Cómo surgió esa idea?
Estaba viendo un documental del proyecto itinerante Questacon, de Australia. Un investigador de allá recibió una suma y adquirió un camión de carga, al que luego adaptó y lo transformó en un museo sobre ruedas, con varios experimentos científicos y atracciones. Ese camión todavía hoy recorre el interior de Australia y localidades pobres, que nunca habían visto experimentos de física y de biología. ¡Eso me movilizó! Me incitó a hacer algo similar en Brasil. Elaboré el proyecto en mi casa y lo tuve listo en 2001. El proyecto fue presentado a Vitae, que luego de analizarlo y aprobarlo financió toda la estructura. En principio, el objetivo era atender solamente al estado de Rio Grande do Sul, pero, con el tiempo, el remolque comenzó a desplazarse hacia otros estados. Desde 2001 hasta diciembre de 2007, el año en que dejé el museo, se realizaron 92 exposiciones con un público total de 1,7 millones de personas. La demanda aumentó fue aumentando y no lográbamos atender a todos. Hubo 138 pedidos sin atender en Rio Grande do Sul, diez en Santa Catarina, cinco en Paraná, y tres en São Paulo. Más allá de los 60 experimentos interactivos en promedio, hay talleres pedagógicos. No se trata sólo de experimentos. Posee un teatro científico, charlas, proyección de películas en 3D, microscopía en vivo y con láminas preparadas en laboratorio.

Usted también creó el Proyecto Escuela-Ciencia (Proesc). ¿De qué se trata?
A diferencia del Promusit, el Proesc consiste en un ómnibus que viaja para atender a alumnos y docentes de escuelas probadamente de escasos recursos. También tiene como objetivo la atención de gente con necesidades especiales, chicos de la calle. El mismo trae desde diferentes sitios a niños y adultos y los conduce al MCT. En el museo, ellos pasan el día bajo la supervisión de docentes. También se les sirven comidas gratuitas en los restaurantes de la PUC-RS. En el caso del Proesc, es el ómnibus quien va en busca de los niños.

Una de las funciones de esos proyectos itinerantes consiste en llegar a los sitios donde no hay museos fijos, ¿cierto?
Así es. La cantidad de museos de ciencia en el país, es, sin duda, insignificante, considerando que hay 5.500 municipios brasileños, para una población de 205 millones de habitantes. Deberíamos contar con muchos más museos de ciencias en Brasil. Estamos lejos de eso, pero se justifica la necesidad de que cada ciudad disponga de al menos un museo o centro de ciencias. Atravesamos un momento especial, que exige una movilización general para aumentar la comprensión al respecto de la importancia de la ciencia y la tecnología, no sólo para los estudiantes, sino para toda la sociedad.

Más allá de esa cifra reducida, alrededor de 272 según la Guía de centros y museos de ciencia de América Latina y el Caribe, los museos también se concentran en las regiones sur y sudeste.
Exactamente. El índice o nivel de cultura de un pueblo es proporcional a la cantidad y calidad de sus centros y museos de ciencia. En Brasil, estas instituciones comenzaron a surgir efectivamente, como actividad cultural, hace tan sólo tres o cuatro décadas. Y eso no es algo que debe pensarse solamente enfocado en los estudiantes. Es para toda la sociedad. Se trata de una herramienta destinada a mejorar la calidad educativa, al presentar el conocimiento en forma interactiva y lúdica. La difusión de cualquier actividad científica resulta compleja y exige precisión en sus contenidos. La frescura en la forma de presentarlas se torna fundamental para facilitar su asimilación y aprendizaje. Debería proporcionársele a todo docente la oportunidad de capacitarse, por medio de cursos, reuniones técnicas, charlas, simposios y pasantías. Las escuelas deben contar con condiciones físicas y arquitectónicas adecuadas, con laboratorios y bibliotecas virtuales, y con obras esenciales y actualizadas, espacios para reuniones y debates de temas escolares para encuentros, conferencias y exposiciones interactivas, que produzcan los alumnos bajo el modelo de ferias estudiantiles.

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