LÉO RAMOSEl campo de la investigación en comunicación cuenta con escaso prestigio académico en Brasil y José Marques de Melo, quien durante 40 años ha sido uno de los mayores luchadores por su constitución en el país, lo dice con todas las letras. Reconoce que, en parte, eso guarda relación con las propias dificultades epistemológicas del área, al fin y al cabo, un siglo después de su institución, en Estados Unidos, esa especialidad, para algunos, ciencia, para muchos, seudociencia, no ha logrado identificar claramente su objeto. La comunicación, en realidad, no es un área autónoma de investigación. Tal como ocurre con todas las ciencias aplicadas, ésta incorpora aportes provenientes del resto de las ciencias, desde las exactas hasta las humanísticas”, pondera.
En la siguiente entrevista para Pesquisa FAPESP, Marques se refiere a esa extraña y prolongada crisis de identidad de un campo que congrega nada menos que a 25 mil docentes y 250 mil estudiantes en Brasil y la entremezcla con su propia trayectoria profesional, que, para investigadores de otras áreas bien delineadas, puede parecer extremadamente zigzagueante. Reflexiona sobre circunstancias políticas que interfirieron, más allá de lo deseable, en la universidad y en la vida personal, y relata algunas sabrosas historias de un brasileño que transitó desde el sertón de Alagoas hasta la más prestigiosa universidad brasileña.
En 1972, usted era jefe del Departamento de Periodismo de la ECA (Escuela de Comunicación y Artes). Y trabajaba para establecer el campo de la investigación en comunicación en Brasil. Querría que nos contara de ese comienzo.
El cargo era de director del Departamento de Periodismo de la Escuela de Comunicación Cultural, que luego se transformó en la ECA. Me considero un privilegiado porque tuve la oportunidad de convivir con Luiz Beltrão, quien fue efectivamente el pionero de la investigación científica de la comunicación en Brasil. En 1961, cuando él fundó la carrera de periodismo en la Universidad Católica de Pernambuco, dejó una impronta diferenciada en la formación de los periodistas en Brasil, que fue exactamente la introducción de la dimensión de la investigación científica en simultáneo con la práctica profesional.
Edad |
69 años |
Especialidad |
Comunicación y Periodismo |
Formación |
Universidad Católica de Pernambuco (Título de Grado en Periodismo) Universidad Federal de Pernambuco (Título de Grado en Ciencias Jurídicas y Sociales) Universidad de São Paulo (Doctorado) |
Institución |
Universidad Metodista de São Paulo |
Para ese entonces, ¿usted ya era periodista?
Así es, comencé mi trayectoria en Alagoas, en la Gazeta de Alagoas, luego en el Jornal de Alagoas, de Diarios Asociados. Fui un excelente periodista del interior haciendo la cobertura de mi ciudad para el periódico de la capital.
¿Qué ciudad?
Yo nací en Palmeira dos Índios, famosa por uno de sus alcaldes, [el escritor] Graciliano Ramos, pero residía en Santana do Ipanema. Mi padre, un comerciante de productos agrícolas, estaba asociado con un empresario del transporte de una línea de ómnibus que cubría el trayecto entre Palmeira dos Índios, adonde llegaba un tren, y Belmiro Gouveia, adonde arribaba otro que venía de São Francisco. Durante un tiempo, él vivió en Palmeira dos Índios, justamente durante el período en que mi madre estaba embarazada de mí, que soy el mayor de cuatro hermanos. Enseguida después, mi madre se mudó a Santana do Ipanema. Y para terminar con el tema del comienzo en el periodismo: yo hacía la cobertura de los sucesos de Santana do Ipanema, cosas comunes y corrientes, tales como bodas, elecciones, discusiones políticas, el Día de la Madre, problemas en el mercado, el grupo escolar revoltoso. Vivía entre la dualidad de narrar los hechos como las autoridades querían o como yo los percibía. A imprensa e o dever da verdade, de Rui Barbosa, se convirtió en mi Biblia.
¿Su familia se oponía a que usted fuese periodista?
Rotundamente. Cuando les dije que iba a rendir el examen de ingreso para periodismo, mi padre me dijo que iba a buscarme problemas y agregó, además, que la carrera superior de periodismo solamente estaba en São Paulo y en Río y él no podía costeármela en el sur. Me fui a Recife resignado, a rendir el ingreso en ingeniería, tal como quería mi familia. Pero yo no tenía aptitudes para estudiar ingeniería, no dominaba la matemática, ni física y química. Decidí estudiar derecho. Pero el día que apareció el resultado del examen de ingreso en el periódico, lo que más me atrajo fue una pequeña noticia al lado que decía que la Universidad Católica crearía la carrera de periodismo. No lo dudé: abandoné el festejo de los aprobados en el examen de ingreso y me dirigí a la Católica para averiguar dónde estaba la carrera de periodismo. Ahí había un señor que me atendió, era el profesor Luiz Beltrão [1918-1986]. Durante dos semanas estudié en las bibliotecas públicas de Recife, me preparé y aprobé también el ingreso a periodismo. Finalmente, decidí estudiar derecho y periodismo. En ese entonces, la Sudene [la Superintendencia para el Desarrollo del Nordeste] se estaba instalando y abriendo un concurso para contratar personal. Hice el concurso, aprobé y durante seis meses realicé un curso intensivo de oficial administrativo impartido en la Fundación Getúlio Vargas, con dos enfoques: economía nordestina y gestión nordestina. Los que contaban con diploma universitario cursaban una tecnicatura en desarrollo económico, coordinada por un ilustre bahiano, Nailton Santos, hermano del geógrafo Milton Santos. Y al final del curso intensivo obtuve el privilegio de ser nombrado para trabajar en la oficina del superintendente, Celso Furtado. Estudiaba derecho por la mañana, entraba en la Sudene al mediodía y trabajaba hasta las seis y luego cursaba periodismo. Era una locura.
Usted posee una curiosa historia relacionada con el periodismo especializado de allí.
En efecto. Cuando me gradué, trabajé en la división de divulgación y edición de la Sudene, donde hacíamos revistas, boletines, periódicos. Éramos cinco o seis periodistas. Con Luiz Beltrão, un excelente profesor, ya había aprendido los fundamentos teóricos del periodismo. Y en dicho período me entrené para la práctica diaria en Recife, en el periódico Última Hora, desmantelado en 1964. Ahí aprendí periodismo con Milton Coelho da Graça, a fuerza de la pedagogía del grito. Previamente, en cierto tiempo, como había sido militante político, en la JUC [Juventud Universitaria Católica], ligada a la izquierda católica, y pasé a la Juventud Comunista, perteneciente al Partido Comunista, trabajé con [el gobernador] Miguel Arraes. Me convertí en jefe de gabinete de su secretario de Educación, Germano Coelho, cuando recién cursaba el primer año de la facultad, con 20 años. Luego trabajé en el Movimiento de Cultura Popular, donde me desempeñaba como director administrativo, cuando vino la debacle de 1964. Regresé a la Sudene y ahí ocurre ese caso que usted recordó: me encargaron el trabajo de hacer un reportaje sobre la economía nordestina. Los economistas de la Sudene lo rechazaron, lo rompieron y tiraron a la basura. Al principio quedé abatido, pero luego reflexioné y noté que en parte tenían razón: no puede hacerse buen periodismo especializado, económico o científico, por ejemplo, si se desconoce el contenido. Porque hay que situarse entre aquél que produjo el conocimiento y aquél que no sabe nada del mismo.
¿Cuándo decidió mudarse a São Paulo?
Después que salí de la cárcel y me libré de una IPM [Investigación Policial Militar] etc., por formar parte del gobierno de Arraes, regresé a la facultad y me gradué. En aquella primera instancia de la dictadura, quienes pertenecían a la intelectualidad enseguida eran liberados, pero seguían siendo controlados. Cualquier investigación en Recife me involucraba, de tal modo que no podía vivir tranquilo ahí. Antes de mudarme a São Paulo tuve la suerte de obtener una mención honorífica en el Premio Esso, lo cual me granjeó cierta fama en Recife. Entonces gané una beca de estudios de la Unesco, respaldada por Luiz Beltrão, e hice un posgrado en periodismo en el Ciespal [el Centro Internacional de Estudios Superiores de Comunicación para América Latina]. Viví seis meses en Quito, Ecuador.
Y ya en São Paulo, ¿cuál fue su primera actividad profesional?
Arribé en el mes de julio de 1966 salí a pelearla. Hice una prueba en Editora Abril y me tomaron para la revista Realidade. Pero un amigo me sugirió trabajar en publicidad, en donde ganaría mucho más y terminé en el Inese [el Instituto Nacional de Estudios Sociales y Económicos], con el doble de sueldo de lo que ganaría en Abril. Sucedió también que había comenzado con una experiencia como docente en Pernambuco cuando Luiz Beltrão se fue a la Universidad de Brasilia [UnB] para asumir como director de la Escuela de Comunicación, y entonces me traspasó sus clases. Fui profesor durante seis meses y la experiencia me gustó. Al llegar aquí, me enteré de la creación de la Escuela de Comunicación Cultural de la USP. Supe que estaban buscando profesores y me presenté ante el director, el profesor Julio García Morejón, un español, titular de la cátedra de lengua y literatura española. Él me entrevistó y me sugirió que me inscribiera en el concurso.
¿En ese entonces, la Facultad de Filosofía y Ciencias Humanas se oponía a la creación de la Escuela de Comunicación?
La Facultad de Filosofía debería haber albergado esta nueva área del conocimiento, pero había un grupo que no quería eso. Entonces, la esposa del rector Luis Antonio da Gama e Silva, doña Edi Pimenta da Gama e Silva, convenció a su marido a crear la Escuela de Comunicación Cultural. Él estableció una comisión y convocó a algunos docentes de la Facultad de Filosofía para formar dicha comisión, la cual estructuró la escuela. De ella formaba parte Morejón, quien entonces era un joven muy emprendedor, del ala favorable al periodismo e integrante de un grupo ideológicamente no radicalizado, que comprendía a los profesores Antonio Candido y Antônio Soares Amora, entre otros. Quienes la rechazaban fueron sobre todo la gente conservadora ligada a la educación, tales como Roque Spencer Maciel de Barros y Laerte Ramos de Carvalho. Aprobé el primer concurso y me contrataron recién un tiempo después.
Para entonces, ya se desarrollaba en Brasil el concepto de comunicación.
No, eso recién ocurrió en los años 1970.
Un hito serían los seminarios dictados por Wilbur Schramm y Daniel Lerner, organizados en 1970 por la UnB, con apoyo de la embajada estadounidense. ¿Pero desde finales de los años 1960 ya se estudiaban los trabajos de Marshall McLuhan, cierto?
No, McLuhan recién llega en 1970, vía Recife, con las primeras lecturas de Gilberto Freyre y Luiz Beltrão. Freyre, que estaba utilizando a la prensa como fuente de investigación, leyó y difundió el primer libro de McLuhan, poco conocido en Brasil, The mechanical bride: folklore of industrial man, que igualmente se valía de periódicos y revistas, que se consideraban como material de segunda, como fuente de estudios. Y Luiz Beltrão leyó y difundió La galaxia de Gutemberg. Luego vendría El medio es el mensaje. Quien difundiría a McLuhan en el sur, tal como se refieren los nordestinos al sector de Brasil ubicado por debajo de Río de Janeiro, sería Anísio Teixeira, quien escribe el prefacio a la edición brasileña, A galáxia de Gutemberg, y Décio Pignatari, quien traduce al portugués La comprensión de los medios como extensiones del hombre, [Os meios de comunicação como extensões do homem], a finales de los años 1970.
Regresemos a su trabajo en la ECA
Mi traslado a la USP estuvo precedido por el ingreso en la Cásper Líbero. Cuando se fundó la ECA, en 1967, comenzó también la famosa huelga de los excedentes. Entonces recibí una invitación de Cásper, que estaba implementando la cátedra de teoría de la comunicación, que posteriormente se denominó fundamentos científicos de la comunicación. Fue entonces que le propuse al director la creación de un Centro de Investigación de la Comunicación Social.
Entonces usted tenía una clara noción de que trabajaba para un nuevo campo de investigación.
El fundador del campo de investigación en comunicación en Brasil es Luiz Beltrão, en Recife. En 1963, al fundar el Instituto de Ciencias de la Información, él comenzó a desarrollar estudios de los medios de comunicación. Allí desarrollé, bajo su dirección, un trabajo de iniciación científica sobre noticiarios policiales en la prensa nordestina, con análisis de contenidos, mediciones, etc. Luego hice el posgrado en el Ciespal y fui alumno de Bruce Westley, Malcolm Maclean y Joffre Dumazedier. Había leído los trabajos de Wilbur Schramm y Daniel Lerner, autores fundamentales para la comunicación. Por lo tanto, contaba con esa noción del campo y de la necesidad de expandirlo. Creo que es importante destacar siempre que Beltrão realizó una importante introducción en Recife y la difundió hacia todo Brasil. Él fue quien creó la primera revista científica del área, Comunicações e Problemas. Y fundó el centro en la Cásper Líbero, y allí empecé a desarrollar una serie de investigaciones que tienen mala acogida en el seno de la academia.
¿Por qué?
Por prejuicios en relación con el objeto. Instauré varios equipos, por ejemplo, uno que estudiaba el contenido de las historietas y preguntaban “¿Las historietas? Son una porquería…”. Armé un grupo sobre el Diário de S. Paulo, dado que estudiábamos todos los periódicos que circulaban. Pero la investigación que peor repercusión tuvo fue sobre las telenovelas.
Pero la línea de investigación de telenovelas enseguida se convertiría en una tradición en la ECA.
No, eso recién sucedió en la década de 1990. Cuando fui director de la Escuela, noté que la carrera de radio y televisión enseñaba todo, menos telenovela, el principal producto de exportación de nuestra industria cultural. Fundé, mediante una resolución, el Núcleo de Estudios de Telenovelas, intentando obtener recursos para eso en todas las fundaciones de la USP y no lo logré.
En 1967, fundó el centro de la Cásper. ¿Y cuándo comenzó la docencia en la USP?
En mayo de 1967. Se contrataron inicialmente tres profesores para periodismo: Flávio Galvão, un periodista de O Estado de S. Paulo, José Freitas Nobre, que era un abogado, y yo, con la responsabilidad de dirigirlos a los dos, porque tenía un posgrado y podía trabajar con dedicación exclusiva en la USP. Entonces tuve que elegir.
¿Entre la Cásper y la USP?
No, entre la riqueza y la pobreza. Ganaba muy bien en el Inese y en la USP ganaba la mitad. Me quedé allí, en principio, desde 1967 hasta 1974. Hasta 1972 trabajé en el desarrollo del Departamento de Periodismo y Edición e implementé una serie de actividades, que conjugaban investigación y profesionalización. Pero el año 1972 marcó mi vida porque me descubrieron los servicios de inteligencia y, cuando terminó la 4ª Semana de Estudios Periodísticos, me procesaron mediante el decreto ley 477 [se refería a los castigos, involucrando la expulsión de estudiantes y la cesantía de docentes y no docentes acusados de realizar actividades subversivas en la universidad]. El motivo por el que me interrogaron fue un apunte que había escrito en 1968, titulado “Técnica de lucha” y que circuló por todo el país. Yo impartía mis clases de periodismo como los profesores estadounidenses: entradilla, conceptos, etc., luego venía la parte práctica, los alumnos visitaban la redacción de los periódicos para investigar esos temas. Una de esas clases de lead [la entradilla, en el original en inglés, que es el párrafo de apertura de una noticia y que, clásicamente, debe informar al lector qué, cómo, cuándo, dónde y por qué sucedió aquello que motiva el texto] fue impartida al día siguiente de la muerte del estudiante Edson Luis [el primer estudiante asesinado por la dictadura de 1964, el 28 de marzo de 1968], en el Calabouço [el restaurante universitario de Río de Janeiro]. Los alumnos realizaron la parte práctica de la entradilla sobre aquella noticia del día. Ese material circuló con el apunte que se hizo público, incluso en el exterior, algo que yo desconocía. Mi interrogatorio fue algo kafkiano. La publicación enseguida fue retirada de circulación en la ECA y me condenaron. La comisión que me procesó aquí en la USP, con el entonces rector Miguel Reale, aconsejó que fuese cesanteado y se me prohibiera la docencia en el país durante cinco años. Fue un episodio dramático, pero no acuso a nadie, menciono a Reale porque él era la autoridad. Había un esquema instalado en la rectoría, los organismos de seguridad se encontraban dentro. El proceso duró todo el año. Finalmente la USP me condenó y remitió el expediente al Ministerio de Educación, porque el ministro debía homologar el resultado. El ministro Jarbas Passarinho dijo que no castigaría en ese caso porque estaba claro que el autor no era un terrorista y el decreto estaba destinado a combatir terroristas. Él me absolvió, pero la estructura de la universidad no lo asimiló, y generó una reacción. Me prohibieron salir del país, me quitaron la jefatura del departamento y quedé solamente como profesor. Entonces decidí dedicarme por completo a mi tesis doctoral. Redacté la tesis en diciembre de 1972, la defendí en febrero de 1973 y me convertí en el primer doctor en periodismo de Brasil, lo cual naturalmente fue noticia. Eso irritó profundamente a las autoridades de la USP y a los servicios de seguridad. Para entonces, la ECA ya se hallaba bajo intervención militar, y se nombró a un interventor, Manuel Nunes Dias, que era agente de la represión y, cuando designaron a los integrantes de mi tribunal de tesis, él dijo que quería estar. El tribunal estaba compuesto por mi director de tesis, Rolando Morel Pinto, Antônio Soares Amora, Julio García Morejón, Virgílio Noya Pinto y el tal Nunes Dias, en cuanto al cual, yo no debería protestar, por consejo de mi director de tesis. Él destrozó la tesis. Básicamente, decía que yo citaba a marxistas y el mayor enojo era con [el historiador] Nelson Werneck Sodré. Finalmente, todos me calificaron con 10, menos el interventor. Pero la persecución en la universidad era tal que me aconsejaron salir del país. Solicité a la FAPESP una beca de posdoctorado, la obtuve y viajé a Estados Unidos. Permanecí allí durante un año.
¿Y en qué se enfocó?
Como el posgrado en Brasil estaba cambiando, fui a observar cómo funcionaba el posgrado, especialmente en periodismo. Cuando regresé, el informe fue aprobado por la FAPESP. Pero la USP no quiso saber nada, fui cesanteado. Solamente más tarde me enteré de las circunstancias: el comandante del II Cuerpo de Ejército envió un instructivo a la USP para cesantear a los comunistas más notorios. Marilena Chauí era la primera de la lista, luego aparecía Paulo Emílio Salles Gomes. Me cesantearon sumariamente, sin derecho a una indemnización, sin ninguna explicación. Recién regresé mediante la Amnistía, en 1979.
¿Cómo sobrevivió durante ese período?
Recibí varias invitaciones para salir del país, pero Silvia [su esposa] no quería. Di clases en otras facultades, con muchas dificultades, porque los organismos de seguridad siempre alegaban que yo no podía. La Iglesia Metodista estaba abriendo una facultad de comunicación en São Paulo y uno de los pastores que yo ya conocía de Recife me convocó para trabajar allí. Acepté y tres meses después, representantes de los organismos de seguridad aparecieron para ejercer presión sobre el rector. Él los invitó a retirarse, porque ésa era una casa de Dios, donde trabajaba quién él quería.
¿Quién era ese valiente rector?
Se llamaba Benedito de Paula Bittencourt, era miembro del Consejo Federal de Educación. Me mandó llamar y me tranquilizó. Le prometí llevarle los dos libros que había escrito, pidiéndole que los leyera y le aseguré que le presentaría mi renuncia si encontraba algo comprometedor. Dos meses después me llamó y me dijo que no había ningún problema, que únicamente no debería hacer proselitismo en el aula. Así fue como sobreviví en la metodista, pude trabajar y, de inmediato, instalé el posgrado. Monté un cuerpo docente con gente proveniente del exterior, recibía a docente tales como Fernando Perrone, que se hallaba exiliado en Francia, Paulo José, exiliado en Canadá, e inmediatamente, el posgrado de la Metodista fue considerado top por la Capes [la Coordinación de Perfeccionamiento del Personal de Nivel Superior]. Se lo reconoció en todo el país. Fundé la revista Comunicação e Sociedade, algo así como una sucesora de la revista de Beltrão, que circuló desde 1967 hasta, si no me equivoco, el final de 1970. Pero tuve otras publicaciones en el área. La ECA misma tenía la Revista da Escola de Comunicações Culturais, el Jornal do Brasil tenía los Cadernos de Jornalismo.
¿Cómo pudo conciliar sus distintos frentes laborales en esa etapa?
Hice muchos malabarismos. Las primeras investigaciones realizadas en la Cásper las publiqué en el libro Comunicação social – Teoria e pesquisa, el primer best seller de la comunicación en Brasil. Logré vender 20 mil ejemplares, seis ediciones sucesivas y eso no continuó solamente porque después de un tiempo la parte empírica de las investigaciones quedó desfasada y solicité suspenderlas. Quedé en reescribirlo, pero nunca reescribí ningún libro. Escribí más de 20, perdí la cuenta, y hay otros 70 que organicé o coordiné.
¿Usted fue sumando su experiencia de una institución a otra, cierto?
Claro, traje de Recife a la USP, por ejemplo, toda la experiencia con periódicos que realizara Beltrão, pero con una ventaja: la riqueza. Aquí contábamos con un periódico laboratorio, en lugar de un periódico experimento, analizando los periódicos existentes y proponiendo cómo hacerlos mejor. A propósito, el primer encargo que recibí de Morejón fue exactamente la instalación de un periódico laboratorio. Presenté un proyecto, monté la estructura y empezamos a importar el equipamiento. Mientras aguardábamos por los equipos gráficos, utilizábamos servicios particulares, no podíamos editar nada en otras instituciones de la USP, debido a la censura. Nuestra primera experiencia práctica fue sugerida por Freitas Nobre: realizamos un Seminario Internacional sobre Investigación en Radio y Televisión, en mayo de 1968, e invitamos a algunas personalidades para que vinieran a hablar sobre la investigación en los medios, entre ellas, a Edgar Morin, Roberto Rosselini y Andrés Guevara. Pero omitimos ajustar el timming con el movimiento de mayo de 1968. Cuando el grupo arribó a la ECA, los alumnos no los dejaron ingresar. Se hallaban en huelga, ocupando el edificio de la escuela. La Unesco había invertido mucho, Itamaraty también, y nos topamos con ese bloqueo. Pero Lupe Cotrim, quien era muy querida entre los estudiantes, decidió ir a hablar con ellos. Les explicó que no se trataba de clases, que tendrían la oportunidad de oír discursos alternativos y hasta podrían montar una agencia de noticias. Así fue como la primera experiencia de laboratorio de la ECA fue la agencia universitaria de noticias. Los alumnos realizaban la cobertura del seminario y elaboraban un boletín diario que se distribuía para la prensa de todo Brasil.
¿Y las experiencias de investigación en la USP?
Fundé un Centro de Investigación en Periodismo para analizar el periodismo en general, periódicos de barrio, etc. La gran dificultad que se nos presentaba originalmente era la carencia de un cuerpo docente con dedicación exclusiva, los periodistas no querían dedicarse solamente a la enseñanza y la investigación. Pero poco a poco fuimos capacitando a una generación dedicada a la enseñanza, la investigación y la extensión. Para esta última, por ejemplo, habíamos contratado a dos profesores, el de diagramación y el de fotoperiodismo. El primero era Hélcio Deslandes, un gran tapista, arquitecto y artista plástico, proveniente del área publicitaria. Él les enseñaba a los alumnos a realizar una diagramación sintonizada con las mejores tendencias de la época, y quien repase los periódicos laboratorio de la ECA durante ese período verá cosas hermosas.
¿Y el de fotoperiodismo?
Era Thomaz Farkas, graduado en ingeniería electrónica en la Poli, pero fotógrafo apasionado por el cine, y dueño de Fototica. Él dictaba clases enviando en primera instancia a los alumnos a una feria del barrio de Pinheiros o de algún otro sitio para tomar fotografías y, a su regreso, entonces sí, daba teoría, lo cual estaba muy mal visto en esa época. Querían que yo le descontase del sueldo. Hasta que Farkas desapareció. Había caído preso. Como jefe de departamento, yo debía firmar un informe de que no había asistido a trabajar. Pero marqué su asistencia, porque armamos una rueda de profesores y cada día, uno daba clases en su lugar. Y así lo hicimos hasta que Farkas fue liberado. Además de ser docente, él fue uno de los impulsores de la ECA. Le obsequió el “proyecto” del laboratorio, cuya adquisición fue hecha por la universidad, y se ocupó de la implementación de ese tipo de iniciativa. Finalmente, fuimos cinco los profesores cesanteados en el Departamento de Periodismo: Freitas Nobre, Farkas, Jair Borin, Sinval Medina y yo.
¿Cuándo retornó a la ECA?
Regresé en 1979, al promulgarse la Ley de Amnistía. El departamento se encontraba destruido. El último de nuestros profesores en convertirse en víctima fue Vladimir Herzog, quien fuera contratado poco antes para impartir teleperiodismo, fue asesinado. Nuestro retorno no fue tranquilo. El cuerpo docente se modificó durante el mandato de Manuel Nunes Dias y, si no fuese por el reclamo de algunos profesores por la reincorporación de los cesanteados, no habríamos podido volver. [José] Goldenberg, para entonces era el rector y nos recontrató. Pero como en el Diário Oficial sólo se publicó que nuestro contrato había caducado, no que fuimos cesanteados, tuve que hacer nuevamente toda la carrera. Algunos años más tarde recuperé el sueldo de profesor titular. Permanecí hasta 1993, cuando me jubilé. Mi trayectoria durante ese período implicó, por encima de todo, la reconstrucción del Departamento de Periodismo. También reinstauré las “semanas de periodismo” y la primera fue sobre Marx y el periodismo, pautada por los estudiantes. Recuerdo que durante la primera Semana del Periodismo, en 1969, debatimos el sensacionalismo y fue un gran incordio tratar acerca de ello en la USP. Llevamos a Romão Gomes Portão, el editor de Última Hora, a un editor de Notícias Populares, Talma de Oliveira, que dramatizaba noticias en radio y cosas por el estilo. Pero también llevamos a Alberto Dines y a un todavía desconocido fray Evaristo, hermano franciscano que trabajaba en la prisión de Carandiru, con la Pastoral Carcelaria. El último día iban a hablar de la visión ética del periodismo sensacionalista, llegaron todos los invitados, menos el fraile. Decidimos comenzar si él, pero desde el público el fraile levantó su mano, presentándose: Paulo Evaristo Arns. Él ya era entonces obispo auxiliar de São Paulo y yo no lo sabía. Dos meses después fue nombrado arzobispo y cardenal. Luego de esa “semana”, circuló por primera vez el Jornal do Campus.
¿Y ese Jornal do Campus hasta cuando circuló?
Hasta que se publicó un tema con el título “Los maharajás de la USP”. Bernardo Kucinski asumió la jefatura de redacción, descubrió la nomina salarial del personal que tenía doble sueldo, la publicó y provocó el mayor alboroto. Me llamaron de la rectoría y me dijeron que retirarían el subsidio al periódico. La universidad creó el Jornal da USP para reemplazarlo. En esa ocasión lo defendí, porque era el jefe del departamento y debía defender la libertad de prensa. Pero ahora, mirándolo con detenimiento, sé que si hubiesen investigado mejor habrían notado que no era algo ilegal. Se trataba del denominado adicional nocturno. Todos quienes daban clase en un sólo turno y pasaban a trabajar a la noche tenían doble sueldo.
¿Cuándo regresó a la Metodista?
Luego de jubilarme recibí una invitación para montar la Cátedra Unesco en Brasil. La Metodista ya me había invitado para implementar el doctorado. Entonces fui a instaurar el doctorado en comunicación y también la cátedra. Desde entonces me dediqué a eso. Quiero jubilarme el año que viene, cuando cumpla 70 años y deseo tener tiempo libre para escribir.
¿Cuál es su balance de la investigación en comunicación actual en Brasil?
En realidad, soy muy crítico. Se trata de un área que ha crecido bastante, en 2013 cumpliremos 50 años de labor y ya somos el segundo país en cantidad de investigaciones, siendo que delante nuestro solamente está Estados Unidos, que mantiene una tradición de 100 años. Contamos con recursos, tenemos 250 mil estudiantes, 25 mil docentes y muchos doctores. Nuestra presencia en los congresos internacionales es relevante, somos segundos en el ranking de papers seleccionados para el principal evento internacional en nuestra área, la International Association for Media and Communication Research (IAMCR), aunque la investigación brasileña no logra despegar en cuanto al liderazgo. ¿Por qué? La primera razón es que no contamos con autoestima intelectual. El área no tiene todavía una identidad propia, trabaja con objetos cada vez más cercanos a una identidad, pero falta asumir eso. Y son escasos los investigadores brasileños que se preocupan con esto, tal como lo hacen Muniz Sodré y Maria Immacolata Vassalo Lopes. La comunicación no es un área autónoma de investigación. Tal como ocurre con todas las ciencias aplicadas, ésta incorpora aportes provenientes del resto de las ciencias sociales, las exactas y las humanas.
Algunos sostienen, como es el caso de Muniz Sodré, que el objeto de esta ciencia, por decirlo de algún modo, es la relación comunicacional.
Existen varias teorías al respecto y entiendo que el objeto es algo más amplio que la mera relación. El campo presenta, institucionalmente, dos divisiones: la comunicación interpersonal, proveniente de la retórica, de la psicología, del comportamiento, de la educación, y la comunicación masiva, que cuenta con una tradición básicamente periodística, que después se amplifica con la publicidad y las relaciones públicas. En Estados Unidos el campo está bifurcado: cuenta con la Asociación para la Educación en Periodismo y Comunicación Masiva y la Asociación Norteamericana de Comunicación, que abarca la retórica, el lenguaje, la comunicación interpersonal, la argumentación…
¿El esfuerzo de grupos tales como el de la Universidad Federal de Bahía (UFBA) para establecer una articulación entre comunicación y cultura es también una búsqueda de identidad?
Hay varias maneras de generar identidad y no por objeto. Los estudios de la cultura intentan deslindarse del objeto comunicación masiva en busca de algo un poco más noble.
¿Pero la escasa autoestima que usted atribuye a los investigadores de la comunicación es producto de esa duda sobre el objeto o del escaso reconocimiento académico?
Creo que del insuficiente reconocimiento académico. Mi diagnóstico es que la comunicación sigue siendo la prima pobre de las humanidades y de las ciencias sociales aplicadas aquí en Brasil porque siempre hay una asociación descalificando a la otra, cuando deberíamos estar unidos, luchando por recursos para toda el área, y no para segmentos.
No obstante, más allá de los problemas institucionales, existen profundas divisiones teóricas.
Creo que el problema es más taxonómico que teórico. No hay demasiado avance en Brasil en cuanto a teoría de la comunicación.
Varios programas de posgrado se volvieron casi inviables por su insuficiente puntuación en la Capes. ¿Eso en qué estado se halla?
Ese problema aún no ha sido resuelto; tanto es así que el área de la comunicación no tiene interfaz internacional. Hubo, a mi modo de ver, un intento de las regiones emergentes, lideradas por Bahía, por asumir una postura de liderazgo nacional en contraposición a los dos mayores polos de investigación, São Paulo y Río de Janeiro. La gente de Bahía es muy seria, hay cuadros muy capacitados, pero le faltó una comprensión histórica del problema. La ECA y la ECO [Escuela de Comunicación] fueron las escuelas que educaron a casi toda la generación de investigadores de la comunicación que se desempeñan en el país, pero fueron agigantándose y perdiendo las características que corresponden a las exigencias de las agencias de fomento. Cuando fui director de la ECA, emprendí un movimiento de desconcentración del posgrado, que entonces, contaba con mil alumnos. Redujimos el número para hacerlo más selectivo, intentando subdividir ese posgrado en varios programas, aunque desgraciadamente eso no prosperó. Ahora está comenzando a retornar el proyecto que instituimos al comienzo de los años 1990, cuando implementamos los posgrados en cine, en biblioteconomía, de una manera similar a lo que se tenía en las artes, donde el teatro, las artes plásticas y la música eran y son proyectos separados, cada uno con su propia identidad. Pero sólo una reorganización en ese ámbito puede prosperar, porque la comunicación es todo y al mismo tiempo no es nada.
Fuera de los brasileños que citó durante la entrevista, ¿quiénes son los teóricos de la comunicación que usted prefiere?
No sé si hablaría de una predilección, porque mantengo la ambición de contar con independencia filosófica. Mis autores preferidos en todos estos años han sido Raymond Nixon y Fernand Terrou. Algunos compañeros de generación con quienes tuve mucha afinidad fueron Herbert Schiller y George Gerbner, en Estados Unidos, y, entre los franceses, Bernard Miege.
¿Y cómo es su relación con Barbero?
Tengo una buena relación, aunque no tan íntima. Soy mucho reacio al culto a las personalidades. Creo que Barbero es un investigador con gran valor, pero es objeto de culto a punto tal que de él mismo sentirse mal en relación con ello. He promovido en la Cátedra Unesco una serie de seminarios para proyectar el pensamiento latinoamericano. Comencé con Luis Ramiro Beltrán, que es el padre de las políticas nacionales de comunicación, luego Jesús Martín-Barbero, con la teoría de los medios, Eliseo Verón… Convoqué a todos ellos porque creo que los jóvenes necesitan conocer las diferentes tendencias de un campo.
¿Cómo es la relación entre su enfoque de la comunicación en general y el área del periodismo científico?
La comunicación sólo tiene sentido cuando sirve para la construcción de algo. Por lo tanto el periodismo es fundamental para comprender lo que ocurre en el mundo contemporáneo y lo que sucede en torno al ser humano, en la comunidad y en la sociedad. El periodismo científico, en particular, es un campo fundamental porque es un área destinada a la democratización del conocimiento. Es el lugar donde el periodismo se ubica como una forma del conocimiento.
¿Cuál fue su mayor aporte al campo de la comunicación en Brasil?
Es aquello a lo que me dedico desde hace casi 50 años, con mucha atención: los géneros periodísticos. Tengo una propuesta para clasificar a los géneros del país en cinco vertientes: informativa, de opinión, interpretativa, utilitaria o de servicios y recreativa, a la que, erróneamente, según mi parecer, denominan como periodismo literario. Vivimos en una sociedad donde predomina el hedonismo y los periodistas precisan hacer artículos que sean más atrayentes para el ciudadano común, que no aborden sólo los hechos cotidianos; por eso aparece el periodismo recreativo. Mi texto más antiguo en ese sentido es mi tesis de libre docencia en la USP, que inicialmente se publicó como Opinião no jornalismo brasileiro, y después se republicó con algunas alteraciones como Jornalismo opinativo, libro en el cual básicamente estudié tan sólo textos de opinión. Y estoy escribiendo otro libro, que no se si lograré terminar, sobre los géneros periodísticos en Brasil. Es una tarea hercúlea, solamente hice un 30% y ahora necesitaría parar para investigar. Quiero partir de Hipólito da Costa y llegar al periodismo actual. Quiero pasar por la prensa del siglo XIX cuando comienza a tornarse empresarial, por la prensa del siglo XX, ya industrial, y arribar a la prensa actual.
Ese libro entonces carga con la ambición de la gran historia del periodismo en Brasil.
Cuando entregué mi proyecto de dedicación exclusiva en la USP, presenté también mi proyecto de desarrollo del periodismo en Brasil. Y mi tesis doctoral ya abordaba las razones por las cuales la prensa creció lentamente en Brasil. Vengo trabajando en ello desde hace años.