Una síntesis del Diagnóstico Marino-Costero Brasileño sobre Biodiversidad y Servicios Ecosistémicos que se dará a conocer en la ciudad de São Paulo, en el marco de la Marine Week, que tendrá lugar entre los días 30 de agosto y 4 de septiembre, revelará noticias inquietantes y refrendará la necesidad de implementar acciones urgentes para restaurar y preservar los ecosistemas costeros. El litoral marítimo brasileño, con una extensión de 8.500 kilómetros (km) a lo largo de 17 estados, es de un inmenso valor, tanto biológico como económico: de ahí se extraen alrededor de un 85 % del petróleo, un 75 % del gas natural y un 45 % del pescado que produce el país.
Un resumen de 20 páginas, coordinado por la Plataforma Brasileña de Biodiversidad y Servicios Ecosistémicos (BPBES) y dirigido a los gestores públicos, pone de relieve la pérdida de biodiversidad y la profunda degradación a la que se ven sometidos los manglares, los arrecifes de coral, las playas y otros ambientes marinos y costeros. Entre las causas, sobresalen la contaminación por aguas cloacales, residuos químicos y envases plásticos, el cambio climático, la urbanización descontrolada, la falta de políticas públicas eficaces y la introducción de especies invasoras como el pez león (Pterois spp.), procedente del océano Índico, que ya ha diezmado a los alevines de otras especies en el mar Caribe.
Para mitigar estos problemas, los autores del diagnóstico proponen estrategias de gobernanza que congreguen a todas las partes interesadas – instituciones de investigación, organismos gubernamentales, empresas y sociedad civil, incluidas las comunidades tradicionales – y apoyen las decisiones basadas en el mejor conocimiento posible, como resultado de estudios científicos o de la práctica de los pueblos indígenas y comunidades tradicionales. Un ejemplo es la evaluación de las poblaciones de peces, a partir de las cuales podrían proyectarse límites al volumen de pesca y reducir el riesgo de extinción de especies.
“Debemos aprender a ir a la mesa de negociaciones sin querer imponer nuestra verdad, porque cada uno interpreta el mundo a su manera”, subraya una de las coordinadoras del diagnóstico, la bióloga Cristiana Simão Seixas, del Núcleo de Estudios e Investigaciones Ambientales de la Universidad de Campinas (Nepam-Unicamp). “Y nadie puede irse sintiéndose derrotado”.
Según Simão Seixas, un actor clave en las negociaciones es el Ministerio Público, organismo cuya función primordial es la fiscalización del Estado, y es responsable de la creación, implementación y supervisión de las leyes ambientales. Por ahora, el diálogo es exiguo. “Falta articulación entre los gobiernos federal, estaduales y municipales en lo que se refiere a las iniciativas de protección del ambiente marino”, dice otro de los coordinadores del diagnóstico, el biólogo Alexander Turra, del Instituto Oceanográfico de la Universidad de São Paulo (IO-USP) y de la cátedra de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco) para la Sostenibilidad Oceánica del Instituto de Estudios Avanzados (IEA-USP). La versión completa del estudio se publicará a finales de este año.
La preocupación por los ambientes marinos es mundial. En marzo, la Organización de las Naciones Unidas (ONU) anunció el Tratado del Mar, para definir a un 30 % de los océanos como áreas protegidas y garantizar la conservación y el uso sostenible de la biodiversidad marina en aguas internacionales. En 2017, la ONU había lanzado la Década de las Ciencias Oceánicas para el Desarrollo Sostenible (2021-2030) con el objetivo de reforzar la investigación científica y la gestión integral de los océanos y las zonas costeras.
Las iniciativas internacionales han reactivado los planes nacionales de conservación del ambiente marino, han acercado a los grupos de investigación y motivaron nuevas directrices, como el Plan Nacional de Implementación del Decenio de la Ciencia Oceánica para el Desarrollo Sostenible, lanzado en diciembre de 2021 por el Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación (MCTI).
Además de formular diagnósticos, los investigadores contribuyen a la resolución de problemas. Un caso muy ilustrativo de esta colaboración tuvo lugar a lo largo de la década de 2010 en el pueblo de Trindade, que forma parte del municipio de Paraty, en la costa del estado de Río de Janeiro. Los barqueros siempre llevaban a los turistas a una piscina natural situada dentro del área del parque Nacional Serra da Bocaina. Tras suscitarse varios conflictos, el Instituto Chico Mendes de Conservación de la Biodiversidad (ICMBio) exigió que los barqueros realizaran cursos de capacitación antes de firmar un acuerdo que los habilitaba a operar legalmente en el parque. Investigadoras del equipo de Simão Seixas que trabajaban en el área, también con el apoyo de la FAPESP, entre ellas Natália Bahia y Paula Chamy da Costa, diseñaron tres de los cinco cursos exigidos y ayudaron a mediar en las conversaciones entre el ICMBio y la Asociación de Barqueros y Pescadores de Trindade (Abat). Los lancheros cumplieron con los requerimientos del parque, asistieron a los cursos y, en 2020, obtuvieron la autorización para el traslado de turistas. “Regresé allá en febrero y todo marchaba bien. Los barqueros estaban bien organizados, uniformados, y todos los barcos contaban con elementos de seguridad”, certifica la bióloga.
Por su parte, Turra coordina una investigación, también financiada por la FAPESP, que ha dado como resultado una propuesta de reorganización de las formas de ocupación de las playas del norte del litoral paulista, teniendo en cuenta no solo la función turística, sino también la producción de alimentos para las comunidades locales y la protección contra la erosión.
En el estado de São Paulo, los estudios sobre el mar son muy diversificados. Las investigaciones abordan desde la clasificación científica de los organismos marinos, como las realizadas por la bióloga Cecília Amaral en la Universidad de Campinas (Unicamp) y su colega, el también biólogo Paulo Sumida, del IO, hasta las estrategias de conservación. Investigadores de instituciones paulistas han participado en la caracterización de ambientes hasta ahora desconocidos, tales como la desembocadura del río Amazonas, las colinas de arrecifes de la costa de Espírito Santo y un banco de rodolitos (algas calcáreas) de 5 kilómetros cuadrados (km2) frente a las costas de São Paulo. El buque oceanográfico Alpha Crucis, el barco Alpha Delphini y las bases del IO en Ubatuba, en la costa norte del estado, y Cananeia, en el sector sur, están al servicio de biólogos, oceanógrafos, geólogos, químicos y otros especialistas de universidades estaduales y federales e institutos de investigación.
Desde 1993, la FAPESP ha financiado casi 1.100 proyectos de investigación oceánica, generalmente vinculados a los programas Biota o de Investigaciones sobre Cambios Climáticos Globales. “Se trata de un tema de gran importancia”, comenta Marco Antonio Zago, presidente del Consejo Superior de la FAPESP. “Estamos convencidos de que tenemos que investigar más sobre el ambiente marino, debido a sus implicaciones en la biodiversidad, la ocupación humana, la explotación petrolera y el cambio climático”.
Prácticamente la totalidad de la Zona Económica Exclusiva (ZEE), la franja de hasta 370 km de que se extiende a lo largo de la costa y que forma un área de 3.6 millones de km2, presenta al menos una amenaza para el equilibrio del ecosistema marino. Las transformaciones más acentuadas se han producido en las zonas portuarias del nordeste, sudeste y sur de la costa brasileña y en la desembocadura del río Amazonas, que en los últimos años se ha transformado en un área de pesca intensiva.
Las conclusiones parten de un estudio publicado en noviembre de 2020 en la revista Diversity and Distributions, coordinado por el oceanógrafo Rafael Magris, del ICMBio. En el mismo se evaluaron los efectos de la presión ejercida por 24 actividades humanas – que incluyen la pesca industrial, el uso de fertilizantes agrícolas que llegan al mar, la contaminación portuaria y la extracción de petróleo – sobre 161 muestras de distintos hábitats del litoral brasileño, desde Amapá hasta Rio Grande do Sul, y 143 especies de la fauna marina (incluyendo invertebrados, peces, mamíferos, reptiles y aves) clasificadas como en peligro crítico, en peligro o con algún riesgo de extinción.
Casi toda el área analizada (el 95 %) presentaba cambios que los científicos atribuyen al calentamiento global; del 60 % al 83 % de la superficie, debido a los distintos tipos de redes utilizadas por los grandes barcos pesqueros; y un 22 % por los fertilizantes y agroquímicos empleados en las actividades agrícolas. Aunque incipiente, la minería oceánica – principalmente de algas calcáreas que se utilizan para corregir la acidez del suelo – interfiere en 63 de las 161 muestras de los hábitats examinadas (véase el gráfico). Estas presiones aceleran la transformación de los ecosistemas costeros, menoscaban sus funciones ecológicas (reproducción de peces y crustáceos, por ejemplo) e incrementan el riesgo de reducción de las existencias de peces y otros grupos de animales.
La información aportada por este trabajo sirvió como base para presentar una propuesta de nuevas áreas de conservación marina en la desembocadura del río Amazonas, al sur del archipiélago de Abrolhos (frente a las costas del sur del estado de Bahía) y en los bancos de coral del lecho marino. En la actualidad, tan solo un 2,5 % de la ZEE corresponde a áreas de protección marina integral, en las que la pesca está prohibida. “Hace décadas que no creamos ningún área marina de protección integral reglamentada como parque nacional o reserva biológica”, dice el biólogo Ronaldo Francini-Filho, del Centro de Biología Marina (CEBIMar) de la USP, quien participó en el estudio.
En inmersiones realizadas entre 2001 y 2008 en la región de Abrolhos, frente a las costas de Bahía, Francini-Filho pudo constatar una disminución estimada en un 50 % de la población de peces loro azul (Scarus trispinosus), que llegan a medir 90 centímetros (cm) de largo y que en 2014 ingresaron a la lista de especies amenzadas.
“El cambio climático hace todo más complicado”, dijo la oceanógrafa Vanessa Hatje, de la Universidad Federal de Bahía (UFBA), en un congreso titulado Diálogos de la Cultura Oceánica, realizado en octubre de 2022 en Santos (São Paulo) por la Universidad Federal de São Paulo (Unifesp). Según un estudio coordinado por ella junto con colegas de la India, Alemania, Chile y el Reino Unido, publicado en julio de 2022 en la revista Frontiers in Marine Science, el aumento de la temperatura media anual de los océanos puede intensificar la acidificación, reducir los niveles de oxígeno del agua y contribuir a la elevación del nivel del mar, como así también alterar la acción de los contaminantes en el medio marino global.
El litoral brasileño ya podría estar mostrando los efectos del cambio climático. “Luego de un fuerte aumento de la temperatura media en 2019, el más pronunciado desde 1985, hemos observado el blanqueamiento [pérdida de color] y una alta mortandad de corales”, dijo la bióloga Bárbara Pinheiro, del Proyecto Ecológico de Larga Duración (Peld) Costa dos Corais, basado en estudios realizados en 2018, 2019 y 2020 a lo largo de 120 km de un área de protección ambiental marina situada entre los estados de Pernambuco y Alagoas. Según informa un estudio publicado en mayo de 2022 en la revista Frontiers in Marine Science, las poblaciones del llamado coral de fuego (Millepora braziliensis) se han visto reducidas en un 50 % y las del llamado coral-couve-flor o coral cerebro (Mussismilia hartii), que ayuda a formar otros corales, en un 32 %.
“El riesgo de que el mar invada áreas urbanas será mayor si destruimos o perdemos los arrecifes, porque estos forman barreras que ayudan a amortiguar la fuerza de las olas”, dice la bióloga June Ferraz Dias, del IO-USP. Con el apoyo de la FAPESP, la investigadora estudia la distribución de las comunidades de peces de las aguas que circundan la isla Anchieta, un área de protección ambiental situada en la costa norte de São Paulo. En su primer viaje, en mayo, la red de arrastre que barrió el fondo marino recogió alrededor de 15 kg de residuos plásticos. “Fue espantoso”, declaró.
En la bahía de Guanabara, en el Área Metropolitana de Río de Janeiro capital, los problemas son otros: ha habido un incremento de la cantidad de especies exóticas y se ha alterado la distribución de las áreas ocupadas por grupos de animales marinos, según estudios que ha llevado a cabo la Universidad Federal de Río de Janeiro (UFRJ). Tanto allí como en Baía de Todos os Santos, en el estado de Bahía, proliferan las poblaciones de una ostra procedente del Indo-Pacífico (Saccostrea cucullata) y disminuyeron las de una especie autóctona (Crassostrea rhizophorae), “pero no en el mismo espacio, lo que indica que no se trata de competencia, sino de un efecto del aumento de la temperatura media de las aguas”, dice el biólogo Paulo Cesar de Paiva, de la UFRJ. “La especie autóctona tiene menor resistencia que la otra a las temperaturas más altas”.
No es el único problema en la bahía de Guanabara. Los residuos de metales pesados, petróleo y combustible que derraman los barcos contaminan tanto el agua como los manglares, que de preservárselos podrían ayudar a mitigar los efectos del calentamiento global, ya que su fondo fangoso acumula materia orgánica. “Lo mejor que podemos hacer es no tocar los manglares, para no liberar esos depósitos de carbono a la atmósfera y agravar los efectos del cambio climático”, recomienda Hatje (véase el artículo en portugués “Las llanuras asociadas a los bosques de manglares sustraen carbono de la atmósfera”, en el sitio web de esta revista).
En tanto, las costas del estado de Ceará registran una expansión de los manglares, debido al avance del agua del mar y al aumento de la salinidad. “Las represas construidas en los ríos para formar embalses reducen aún más el agua dulce de los estuarios y facilitan la entrada del mar”, explica la bióloga Hortência de Sousa Barroso, de la Universidad Federal de Ceará (UFC), miembro de otro proyecto de la red de 11 Peld marino-costeros patrocinados por el Consejo Nacional de Desarrollo Científico y Tecnológico (CNPq).
En la bahía de Paranaguá, en el litoral del estado de Paraná, el químico César de Castro Martins, de la Universidad Federal de Paraná (UFPR), halló lo que él denomina “contaminantes emergentes”: restos de perfumes y protectores solares utilizados por residentes y turistas de las ciudades cercanas a la costa. Investigadores de Pontal do Paraná [Paraná], Salvador [Bahía] y São Paulo detectaron niveles más altos de estos productos de cuidado personal en muestras de sedimentos de las zonas del Bosque Atlántico mejor conservadas, un resultado aparentemente paradójico, pero que se explica por la circulación de las aguas y la expansión del turismo. Por otra parte, “los mejores indicadores ambientales se encuentran en las áreas que ostentan los indicadores socioeconómicos más bajos”, dice, ante un panorama que impone un reto: “Tenemos que mejorar la calidad de vida de la población manteniendo el medio ambiente saludable”.
Científicos y gestores públicos analizan la mejor manera de aplicar los resultados de las investigaciones
En 1993, la bióloga Beatrice Padovani Ferreira y el oceanógrafo Mauro Maida, ambos de la Universidad Federal de Pernambuco (UFPE), junto con el Centro de Investigación y Conservación de la Biodiversidad Marina del Nordeste (Cepene) del ICMBio [Instituto Chico Mendes de Conservación de la Biodiversidad], y otros investigadores, comenzaron a monitorear el hábitat y las poblaciones de corales, peces y otras comunidades de organismos marinos del litoral cercano a la ciudad de Recife [Pernambuco]. La necesidad de crear áreas protegidas se hizo patente ante la disminución de las existencias de peces.
Diversos estudios y consultas con los pobladores locales fundamentaron la creación, en 1997, del Área de Protección Ambiental Costa de los Corales (Apacc), de 2,95 km2 en Tamandaré, en la costa sur del estado. Se trata de la mayor unidad de conservación marina en las costas de Brasil, que sirvió como base jurídica para el ordenamiento del uso y la conservación de los arrecifes de la región.
Según un estudio realizado por el grupo, publicado en abril de 2022 en la revista Marine Ecology Progress Series, esta región funciona como un refugio para la conservación de las poblaciones de especies de peces con valor comercial, que también emigran hacia zonas vecinas. Otras investigaciones han destacado la importancia de la conectividad entre los distintos ambientes y han apuntado que la protección de tan solo un tipo de entorno podría no ser suficiente.
“Las formas juveniles del jocú o pargo jocú [Lutjanus jocu] y pargo criollo [Lutjanus analis], de gran interés para los pescadores, ocupan áreas poco profundas, pero migran a lo largo de su vida y forman grupos de cientos de peces en zonas profundas para reproducirse”, dice Padovani Ferreira. “El ICMBio está considerando la expansión de la Apacc, ya que las áreas más profundas se hallaban fuera de sus límites”.
Los investigadores han venido dialogando con fiscales, alcaldes y otros representantes de organismos gubernamentales para que sus trabajos contribuyan a la recuperación del medio ambiente. Y a medida que su labor se va tornando más conocida, son convocados por los equipos de esos organismos y participan en la planificación de las unidades de conservación.
En julio de 2022, un grupo de la UFRJ, con el apoyo de la alcaldía de Macaé (Río de Janeiro), convocó a estudiantes, docentes y otros voluntarios para plantar especies nativas, cercar las áreas de conservación e instalar carteles en donde se han retirado especies invasoras, para asegurar el restablecimiento de la restinga, formada por árboles delgados y achaparrados, entre los cuales fluyen arroyos de aguas con tonalidades cobrizas. Los científicos, que vienen realizando un seguimiento de los cambios en la región desde hace 22 años, han notado que, fundamentalmente a partir de 2016, ha aumentado un 30 % la cantidad de especies de mamíferos y gramíneas invasoras y un 20 % la de los peces de agua dulce, como consecuencia de la reducción de las áreas boscosas debido a la construcción de viviendas a orillas del mar.
En diciembre, el geólogo Rodolfo José Angulo y su equipo, de la UFPR, mantuvo un diálogo con funcionarios municipales y residentes de Ilha do Mel, el segundo mayor centro turístico paranaense después de Foz do Iguaçu, para presentarles los resultados de los estudios del equipo en la región y promover acciones de recuperación ambiental. En 2022, tras haber analizado la circulación de residuos domiciliarios en la bahía de Paranaguá, los investigadores construyeron dos sistemas de tratamiento de aguas cloacales, con biodigestores y filtrado de residuos por raíces, piedras y arena, en las dos escuelas de la isla. Según Angulo, cuando llovía, las fosas sépticas se llenaban y su contenido desbordaba hacia el interior de las aulas.
Proyectos
1. Para promover la planificación espacial y la conservación de playas mediante un abordaje ecosistémico (nº 18/19776-2); Modalidad Ayuda de Investigación ‒ Programa Biota; Investigador responsable Alexander Turra (USP); Inversión R$ 243.096,82.
2. El efecto spillover de las Áreas Marinas Protegidas en Brasil. Un análisis dentro y fuera de las zonas de exclusión de pesca situadas alrededor de las Unidades de Conservación (nº 20/00046-4); Modalidad Ayuda de Investigación ‒ Programa Biota; Investigadora responsable June Ferraz Dias (USP); Inversión R$ 179.816,26.
3. La diversidad y la evolución de los peces en el océano profundo. Deep-ocean (nº 17/12909-4); Modalidad Ayuda de Investigación ‒ Programa Biota ‒ Jóvenes Investigadores; Investigador responsable Marcelo Roberto Souto de Melo (USP); Inversión R$ 1.021.570,91.
4. Las conexiones bentónicas en las altas latitudes del hemisferio sur. Becool (nº 19/12551); Modalidad Ayuda de Investigación ‒ Programa de Investigaciones sobre Cambios Climáticos Globales – Proyecto Temático; Investigador responsable Paulo Yukio Gomes Sumida (USP); Inversión R$ 208.113,01.
5. Un abordaje integral para la prospección sostenible de los productos marinos naturales. De la diversidad a las sustancias anticancerígenas (nº 15/17177-6); Modalidad Ayuda de Investigación ‒ Programa Biota; Investigadora responsable Leticia Veras Costa Lotufo (USP); Inversión R$ 3.747.697,53.
6. La gestión de los recursos naturales en los sistemas socioecológicos. Para integrar la conservación ambiental al desarrollo local (nº 15/19439-8); Modalidad Ayuda de Investigación ‒ Programa Biota; Investigadora responsable Cristiana Simão Seixas (Unicamp); Inversión R$ 170.706.
Artículos científicos
HATJE, V. et al. Emergent interactive effects of climate change and contaminants in coastal and ocean ecosystems. Frontiers in Marine Science. v. 9, 936109, p. 1-8. 25 jul. 2022.
LIPPI, D. L. et al. Use of acoustic telemetry to evaluate fish movement, habitat use, and protection effectiveness of a coral reef no-take zone (NTZ) in Brazil. Marine Ecology Progress Series. v. 688, p. 113-31. 28 abr. 2022.
MAGRIS, R. A. et al. A blueprint for securing Brazil’s marine biodiversity and supporting the achievement of global conservation goals. Diversity and Distribution. v. 27, n. 2, p. 198-215. 1° nov. 2020.
PEREIRA, P. H. C. et al. Unprecedented coral mortality on southwestern Atlantic coral reefs following major thermal stress. Frontiers in Marine Science. v. 9, 725778, p. 1-12. 20 may. 2022.
TALWAR, B. S. et al. Extinction risk, reconstructed catches and management of chondrichthyan fishes in the Western Central Atlantic Ocean. Fish and Fisheries. Online. 30 abr. 2022.