MARCELO CIPIS“La cirugía plástica es un delito contra la religión y las buenas costumbres. Cambiarse la cara que Dios nos dio, cortarse la piel, coserse los senos y quién sabe qué más, ¡vade retro!”. Así reacciona Ponciana, personaje del romance Tereza Batista cansada de guerra, de Jorge Amado, al ver a su vecina, doña Beatriz, “remozada”, con “el rostro liso, sin arrugas ni papada, pechos altos, aparentando no más que treinta fogosas primaveras, con total descaro, la glorificación ambulante de la medicina moderna”. Imagínese cómo reaccionaría actualmente al enterarse de una investigación reciente del instituto Ibope junto a la Sociedad Brasileña de Cirugía Plástica (SBCP): en Brasil se realiza una cirugía plástica por minuto, 1.700 al día, y un total anual de 645 mil operaciones, cifra que nos ubica solamente detrás de Estados Unidos, con un millón y medio de cirugías. De las intervenciones nacionales, el 65% son exclusivamente cosméticas y las mujeres son principales clientes: el 82%. La preferencia nacional se inclina por la lipoaspiración (un 30%), seguida por la prótesis de silicona (un 21%). En los últimos cinco años ha aumentado en un 30% la demanda de cirugías plásticas estéticas también proveniente de los varones.
“¿Qué fue lo que llevó a las plásticas a convertirse casi que en una obligación, con una demanda creciente en todas las regiones y segmentos sociales en Brasil” El país es el único que ofrece plásticas en el marco del sistema público de salud (el 15% del total) y las clínicas particulares ofertan hasta operaciones en cuotas”, dice el antropólogo estadounidense Alexander Edmonds, de la Universidad de Ámsterdam y autor de Pretty modern: beauty, sex and plastic surgery in Brazil, un libro que acaba de salir en EE.UU. editado Duke University Press. “En Brasil no basta con ser delgada. La mujer tiene que ser torneada, definida, sensual. Además de ser buena madre, profesional competente y esposa cuidadosa, tiene que enfrentar el ‘cuarto turno’ en el gimnasio, en busca de un cuerpo siempre inalcanzable. El mayor verdugo de la mujer brasileña es ella misma, que vive buscando la aprobación de otras mujeres. Tenemos que pensar en una mujer que comporte fallas, que no penalice a su cuerpo por salirse de los moldes y que aproveche momentos como la maternidad sin querer volver de prisa a la forma anterior”, explica Joana de Vilhena Moraes, coordinadora del Núcleo de Enfermedades de la Belleza de la Pontificia Universidad Católica de Río de Janeiro (PUC-Rio) y autora de Com que corpo eu vou” Sociabilidade e usos do corpo nas mulheres das camadas altas e populares (Editora Pallas/ PUC-Rio), un libro que contiene los resultados de una investigación financiada por la Faperj sobre los patrones estéticos en diferentes estratos sociales. “Descubrimos que, si bien la búsqueda del cuerpo perfecto es democrática, ya que es un deseo de mujeres ricas o pobres, existen diferentes conceptos de belleza. Entre las ricas, cualquier sacrificio vale la pena para llegar a la delgadez de las modelos. Entre las más pobres, lindo realmente es el cuerpo exuberante y curvilíneo de las bailarinas de pagode [un tipo de samba popular]. Lo que diverge entre los grupos es el sufrimiento: las ricas se esconden bajo ropas holgadas; las pobres exhiben la gordura sin pudor en microshorts y tops ajustados”. Según ella, esto no impide que también vayan al gimnasio y hagan cola en los hospitales públicos para hacerse cirugías plásticas estéticas. “Los medios de comunicación, con el apoyo del discurso médico, estimulan a las mujeres para que echen manos de estos recursos que evitan la constatación de los cambios de su subjetividad, valiéndose para ello del estado actual de evolución de las ciencias biotecnológicas, en las cuales Brasil es respetado globalmente.”
Curiosamente, según Edmonds, durante mucho tiempo la cirugía cosmética no fue tenida como una medicina legítima, y para granjearse la aceptación debió transformarse en “cura”, aliándose a la psicología: conceptos tales como “complejo de inferioridad” dotaron a las operaciones de un fundamento terapéutico. “El cirujano Ivo Pitanguy fue el responsable de diluir los límites entre la cirugía estética y la cirugía reparadora, ya que ambas curarían la psique. Para él, el cirujano plástico sería un “psicólogo con bisturí”, y el objeto terapéutico real de las operaciones no sería el cuerpo, sino la mente”, sostiene el americano. Pero eso trae aparejadas consecuencias sobre la profesión. “La salud ahora es un paraguas simbólico y no se ciñe a la normalidad médica: consiste en encargarse de la forma, del peso, de la apariencia. La ‘salud’ se ha estetizado”, analiza Francisco Romão Ferreira, docente del PGEBS (Programa de Posgrado en la Enseñanza de Biociencias en la Salud del IOC/ Fiocruz) y autor de la investigación Los sentidos del cuerpo — Las cirugías estéticas, el discurso médico y la salud pública. “Existe una seudodemocratización de la tecnología que lleva a las personas a pensar que el proceso es sencillo y que reviste pocos riesgos, por eso noveles médicos migran hacia ese filón del mercado, lo que hace que los profesionales adviertan acerca de la banalización de las cirugías. Es una ruptura con la medicina tradicional, que tiene en el cuerpo su campo de acción. Esta medicina, en cambio, se inscribe en la superficie del cuerpo, con criterios subjetivos fuera de éste. La enfermedad es creada artificialmente en el ámbito de la cultura, fuera del cuerpo, pero ha comenzado a formar parte de éste.”
“La belleza física se unió al imaginario nacional y global de Brasil y es imposible concebir la identidad brasileña sin un componente estético, una ‘ciudadanía cosmética’ que no redunda en derechos reales, sino que es la forma de reproducir desigualdades sociales y estructurales”, afirma el antropólogo Alvaro Jarrin, de la Duke University, autor de la investigación Cosmetic citizenship: beauty and social inequality in Brazil. A esto, Edmonds lo denomina “salud estética”, una mezcla de derecho a la salud con consumismo. “Si bien el pueblo no plasmó su ciudadanía, al menos uno puede ‘rehacerse’ en calidad de ‘ciudadano cosmético’. Los socialmente excluidos se convierten ‘sufridores estéticos’. La salud siempre ha sido vista como bella; en Brasil, la belleza se volvió saludable”. Para Jarrin, Pitanguy entendió esa necesidad de los pobres de tener una ciudadanía de la belleza al crear el primer servicio de cirugía plástica popular en un hospital escuela, con apoyo del Estado, en calidad de servicio filantrópico. “El gobierno es cómplice y capitaliza indirectamente el éxito del desarrollo de las cirugías de belleza”, sostiene. “El derecho a la cirugía cosmética nunca fue autorizado directamente por el sistema público de salud, el SUS; pero, mediante redefiniciones ingeniosas acerca de lo que es salud, los médicos efectúan plásticas cosméticas en hospitales públicos, donde pueden practicarlas con pocos riesgos de procesos por errores, desarrollando así el ‘estilo brasileño’, exportado a todo el mundo”, estima Edmonds.
“De este modo, las representaciones del cuerpo de la mujer brasileña ya no son atinentes a la ‘verdadera naturaleza perdida’, expresión de la mezcla de razas, sino producto de la asociación entre esa noción antigua y las técnicas más modernas, una intimidad peligrosa entre prótesis y carne. En un país cuya imagen es la ‘belleza natural’, la valoración de las técnicas quirúrgicas de los médicos brasileños constituye una paradoja”, evalúa la historiadora Denise Bernuzzi de Sant’Anna, coordinadora del grupo de investigación intitulado La Condición Corporal, de la PUC-SP, y autora de Corpos de passagem: ensaios sobre a subjetividade contemporânea. “Pero la libertad de construir el propio cuerpo no escapa a exigencias tales como la de ser joven y a la obsesión por la alegría sin escalas y en cortísimo plazo, en la cual cada uno es responsable del éxito o del fracaso en función del culto al cuerpo o su descuido”, evalúa. “El problema no es el cuidado de sí, sino el hacer del cuerpo un territorio que desdeña el contacto con quien es diferente; que alguien no nos agrade a causa de su cuerpo”. Una segregación con objetivos definidos. “El sufrimiento para tener un cuerpo ‘en forma’ es recompensado con la gratificación de pertenecer a un grupo de ‘valor superior’. El cuerpo identifica a la persona con un grupo y lo distingue de otros. Este cuerpo ‘trabajado’, ‘torneado’, ‘esbelto’, es hoy en día una señal indicativa de una cierta virtud. Bajo la moral de la buena forma, ‘trabajar’ el cuerpo es un acto de significación como el vestirse. Como la ropa, el cuerpo es un símbolo que hace visibles las diferencias entre grupos sociales”, sostiene la antropóloga Mirian Goldenberg, docente de la Universidad Federal de Río de Janeiro (UFRJ), y autora de O corpo como capital, quien analizó el fenómeno en la investigación intitulada Los cambios en los papeles de género, sexualidad y conyugalidad, apoyada por el CNPq.
MARCELO CIPIS“En Brasil el cuerpo es un capital, un modelo de riqueza, la más deseada por los individuos de las capas medias y las más pobres, que ven en el cuerpo un importante vehículo de ascenso social y un capital en el mercado de trabajo, en el mercado del casamiento y en el mercado sexual. La búsqueda del cuerpo ‘torneado’ es, para los adeptos al culto a la belleza, una lucha contra la muerte simbólica impuesta a aquéllos que no se disciplinan ni se encajan en los moldes”. Con derecho a sutilezas geográficas. “En São Paulo existe la cultura de lo light, pero la ropa sigue siendo importante. En Río existe un desvelo por el cuerpo. Cuando le preguntaron a Adriane Galisteu [actriz, modelo, presentadora de televisión] cómo se daba cuenta cuándo era hora de parar de comer: “Si me dicen que estoy buena en la calle, sé que estoy gorda”. Ése es el pensamiento carioca”, dice Joana. Pero todos desean que sus pares los evalúen bien. “Una mujer gorda de la clase media o alta es motivo de escarnio. En tanto, en la favela no necesita librarse de los rellenos para ser admirada. Las más pobres gastan más energía para asegurarse derechos básicos de supervivencia, cosas que para la mujer más rica están resueltas. Al menos en esa relación con el cuerpo las habitantes de las favelas son más felices”, comenta.
En su investigación, Joana descubrió que las mujeres de las clases más pudientes usan un discurso más sofisticado, individualista, dicen que hacen sacrificios, tales como someterse a cirugías plásticas e ir al gimnasio, por ellas mismas. Prueba de una relación tensa con el espejo: nunca se justifica el “trabajo” del cuerpo como querer ser un objeto de más deseo. “En las favelas dicen claramente que se someten a intervenciones para “estar buenas”; es una sexualidad vivida de manera más plena”, asevera. Pero eso no significa que las mujeres más pobres no se den cuenta cuando están más regordetas y que estén satisfechas con sus cuerpos, pues tienen acceso a la información, leen revistas, ven las mismas novelas que las mujeres más ricas. “La diferencia es que no están prisioneras en ese proceso. Privación y disciplina son valores supremos en las clases altas. En las clases populares, la privación se asocia a la pobreza, y la gordura a la prosperidad. Una mujer de la favela me dijo que no iba ‘vivir comiendo lechuga’ porque iban a pensar que estaba en la miseria.”
Con todo, para disgusto de Gilberto Freyre, que veía a la belleza brasileña en la mujer de senos pequeños y glúteos grandes, Brasil y EE.UU. comparten hoy en día ideales corporales. Una obsesión norteamericana es el aumento de las mamas. Y está en alza aquí desde los años 1980, a punto tal que la portada de la revista Time (de julio de 2001) estampó la foto de la cantante Carla Perez con senos prominentes, en los moldes de las mujeres norteamericanas, con la pregunta que apunta si el nuevo “busto tropical” no sería un “imperialismo cultural”. Pero existen diferencias. Un estudio de la Sociedad Internacional de Cirugía Plástica Estética (Isaps, sigla en inglés) afirma que las brasileñas quieren senos mayores, pero también nalgas grandes con cadera esculpida, en busca del cuerpo “brasileño” curvilíneo. Para Bárbara Machado, jefa del equipo médico de la clínica Pitanguy, la reducción de senos era más popular, pero con el incremento de la seguridad de las prótesis y los íconos de belleza con senos más grandes, las brasileñas optaron por pechos mayores, sin por ello desistir de las curvas.
¿Mera futilidad” Edmonds sostiene que la belleza es fundamental incluso en el mercado de trabajo. “La apariencia, el color y la invocación sexual ‘agregan valor’ al trabajo o constituyen criterios de selección. Las mujeres y los varones atractivos tienen mayores sueldos, pues el trabajador se convierte en parte del producto que se le ofrece al consumidor”. La cultura del cuerpo también es la cultura de la productividad. “La apariencia dice acerca de su carácter. Si usted ha sabido gestionar bien su cuerpo, la lectura que se hace de su carácter es que usted sabe vivir, es bueno en su trabajo, no es dejado y administra su vida de manera habilidosa”, dice Joana. “Pero las mujeres deben pensar en otro modelo de persona exitosa, pues el actual está llevándolas a un padecimiento extremo, pues existe un cúmulo descomunal de tareas, fruto del feminismo, que otorgó libertad a la mujer para trabajar sin tener en cuenta que también iba a necesitar ser linda y esbelta”. Las conquistas feministas adquieren otro significado en la modernidad plástica. “La tiranía de los ideales de belleza fue explotada por las feministas en los años 1970. Pero ahora la lucha de las mujeres por mejorar la apariencia es legitimada como una victoria del feminismo y se acepta el egoísmo sano del placer de cuidar de sí misma, un orgullo de exhibir en público cuerpos deseables. Hay que evitar el optimismo imprudente. La cirugía plástica permite la adquisición de capacidades nuevas, pero el uso de las tecnologías tienen un efecto perverso en las mujeres: ocultar los efectos de la vejez es promover la reproducción de las desigualdades”, analiza Guita Grin Debert, docente titular del Departamento de Antropología de la Universidad Estadual de Campinas (Unicamp), autora de la investigación Vejez y tecnologías de rejuvenecimiento (con apoyo de la FAPESP).
Entre los efectos de esto se cuenta el “ataque” a la maternidad. “La retórica de la industria apunta a la libertad del destino biológico, pero permanecen las tensiones entre el ser madre y seguir siendo un ser sexual. Las cirugías exacerban el conflicto, pues teóricamente les permitirían a las mujeres ser madres y seguir sosteniendo una invocación sexual, corrigiendo los ‘defectos’ provocados por la maternidad en el cuerpo posparto y en la anatomía vaginal”, sostiene Edmonds. O en las palabras de Diana Zuckerman, del Centro Nacional de Investigación de Mujeres y Familias de EE.UU.: “El sueño de los hombres de marketing es hacer que las mujeres crean que sus cuerpos se vuelven repugnantes luego del nacimiento de un hijo”. “La medicalización del cuerpo a causa de las cirugías no se legitima a través del discurso biológico del pasado, cuya belleza ideal del cuerpo de la mujer provendría de la maternidad, con el cuerpo redondeado, voluminoso, con las ancas desarrolladas y senos generosos. Ahora todo se basa en el discurso ‘psi’, que aporta una sumisión al orden médico al afirmar el deseo de poseer un ‘cuerpo perfecto’ en función de la autoestima. En ese discurso, todo se explica por la vía del énfasis de la interioridad, lo que lleva a la gente a justificar la necesidad de que todos se adecuen a modelos estéticos debido a la autoestima”, analiza la antropóloga Liliane Brum Ribeiro, autora de la investigación intitulada La medicalización de la diferencia. Esta preocupación se anticipa cada vez más y afecta a los adolescentes, que se “preparan” para el futuro corrigiendo “defectos” de sus cuerpos jóvenes y, por sobre todo, aumentan su invocación sexual. De allí el crecimiento del porcentaje de jóvenes operados en la franja de los 19 años (el 25% del total). “Las cirugías ponen a las mujeres en carrera durante más tiempo e incluso las diferencias generacionales desaparecen, con madres e hijas ‘luchando’ entre sí por hombres, aumentando aún más el ‘valor de mercado’ de la apariencia de juventud”, sostiene el norteamericano.
MARCELO CIPISY si los adolescentes fueron sexualizados, los más ancianos también sufren con eso. “Las cirugías significan ‘seguir siendo competitivos’ a cualquier edad. En el pasado, una mujer de 40 años se sentía vieja y fea, lista para que la cambien por una más joven o para su condena a la soledad. Ahora esa mujer está en el mercado compitiendo con la chica de 20 años gracias a las cirugías plásticas”, dice Edmonds. De este modo, las plásticas trajeron aparejados cambios culturales intensos. “A partir de los años 1960, la mujer fea era acusada de serlo por no quererse. Ser moderna pasó a significar el cultivo de la apariencia bella y del bienestar corporal. El rechazo de la belleza es señal de negligencia y debe combatírselo, es un problema psíquico que las plásticas solucionan”, sostiene Liliane. Los impactos son fuertes sobre los ancianos. “La cirugía es una forma de huir de las marcas del tiempo, desnaturalizando procesos normales e impidiendo que la naturaleza siga su destino. La vejez se transforma en una cuestión de negligencia corporal, y así se niegan los sinsabores que generan los límites biológicos del cuerpo”, evalúa Guita. “El envejecimiento es el monstruo que la medicina intenta combatir. No se trata de desterrar las cirugías, pero no se debe restringir a la vejez a un ‘desequilibrio hormonal’, y equipararla a una enfermedad, a una cuestión estética, mágicamente solucionable mediante operación, cosa que no hace sino repetir la antigua forma de control sobre la mujer”, analiza Joana.
“La aversión al cuerpo envejecido organiza las tecnologías de rejuvenecimiento. Los ideales de perfección corporal encantan a los medios, pero todos saben que es una imagen que jamás se puede alcanzar. Es la materialidad del cuerpo envejecido que se transforma en la norma por la cual el cuerpo vivido es juzgado y sus posibilidades restringidas”, sostiene la antropóloga. Con el crecimiento de la cantidad de personas ancianas en el seno de la población, el mercado se esfuerza en mostrar de qué modo los jóvenes de edad avanzada deben comportarse para reparar las marcas del envejecimiento. “Esa proyección del cuerpo joven en la materialidad del envejecido y la negación del curso natural impiden la creación de una estética de la vejez”, sostiene Guita. Mirian Goldenberg, en el marco de una investigación reciente realizada en Alemania sobre la visión del envejecimiento, halló diferencias sintomáticas. “Al observar la apariencia de las alemanas y las brasileñas, estas últimas parecen más jóvenes y en mejor forma, pero se sienten subjetivamente mayores y más desvalorizadas que las primeras. Esta evaluación errónea me llevó a percatarme de que acá la vejez es un gran problema, lo que explica el enorme sacrificio que muchas hacen para parecer más jóvenes”, evalúa Mirian. “Construyen sus discursos enfatizando las faltas que sienten, no sus logros objetivos. La libertad de las brasileñas aparece como una conquista tardía, luego de haber cumplido sus papeles de madres y esposas. En nuestra cultura, en la cual el cuerpo es un capital importante, el envejecimiento es vivido como un momento de grandes pérdidas (de capital), de falta de hombres y de invisibilidad social, a contramano de lo que sienten las mujeres mayores alemanas, que valoran menos la apariencia que las nuevas experiencias, la realización laboral y la calidad de vida”, comenta la antropóloga.
Pero no todo son espinas en las cirugías estéticas. “Existe un elemento democratizador en todo eso. Las plásticas, al poner de relieve el cuerpo desnudo en detrimento de las ropas y ornamentos, naturalizan y “biologizas” el cuerpo, ya que en ese estado es menos legible como un ‘cuerpo social'”, analiza Edmonds. “Así incitan una visión igualitaria de la belleza, un capital social que no depende de nacimiento, educación o redes sociales para avanzar. Cuando el acceso a la educación es limitado, el cuerpo, con relación a la mente, se transforma en una base importante para la identidad, una fuente de poder”. Para el antropólogo, este contexto cultural que hace que Brasil sea único en el uso de las cirugías plásticas. “Es un país recordado por la gracia, por la sensualidad, difícilmente por la disciplina. Quizá por eso las cirugías plásticas acá no se vinculan a una alienación del cuerpo, a un odio contra las formas, sino a un ethos mejor adaptado a la industria de la belleza: el amor obligatorio por el cuerpo.”
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